Vicente de Paúl, Conferencia 009: Sobre el servicio a los enfermos

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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(09.03.42)

El día 9 de marzo, el padre Vicente no pudo, por algún asunto urgente, estar al comienzo de la conferencia que su caridad había decidido darnos sobre la manera como tenemos que servir a los pobres enfermos, esto es, cómo ayudarles a utilizar sus enfermedades según los designios que Dios tiene sobre ellos, prepararlos a la muerte, si su enfermedad es mortal, y si no lo es, provocar en ellos fuertes resoluciones de emplear el resto de sus días en el servicio de Dios mejor de lo que lo han hecho, y pensar más seriamente en su salvación.

El padre Portail empezó la conferencia y preguntó a varias hermanas, cuyos pensamientos se referirán con la gracia de Dios durante el relato de la última conferencia sobre esta materia. Aquí recordaré solamente que, habiendo dicho una hermana que creía necesario disponer a los enfermos a realizar una confesión general, el padre Portail añadió que, en efecto, era muy importante, y que Dios daría su bendición a esta práctica, ya que se había servido de ella para llevar a la esposa del señor General a fundar los sacerdotes de la Misión. Lo cual sucedió como sigue.

En una de sus visitas a un hombre de ochenta años de edad, dicha señora le aconsejó que hiciese la confesión general. Después de esa confesión, que oyó el padre Vicente, el anciano, al recibir de nuevo la visita de dicha señora, le dijo varias veces: «Señora, yo estaba condenado sin esa confesión; sí, señora, yo estaba condenado; yo tenía pecados que no me había atrevido a confesar, y nunca me hubiese confesado de ellos sin esta confesión». Desde entonces, esa señora tomó la resolución de fundar la Misión.

El padre Vicente llegó a las cinco, y, después de haber escuchado los pensamientos de algunas de nuestras hermanas, continuó:

– Hermanas mías, se está haciendo ya muy tarde; no podría deciros el consuelo que tengo por lo que he oído, y creo que lo hubiera tenido mucho mayor si hubiera oído a todas las que han hablado y a las que no han sido todavía preguntadas; pero hay que dejarlo para el domingo próximo, con la ayuda de Dios; porque, hijas mías, este asunto es de gran importancia, ya que para esto os ha llamado Dios. Seguiréis haciendo la oración sobre estos mismos puntos, y añadiréis un punto más, que he omitido, o en el que no he puesto atención, esto es, sobre los motivos o razones que tenemos para servir a los pobres, no sólo corporal, sino espiritualmente. En efecto, no sería hacer lo bastante por Dios y por el prójimo darles alimento y remedio a los pobres enfermos, si no se les ayudase según los designios de Dios en el servicio espiritual que les debemos. Cuando sirváis a los pobres de esta forma, seréis verdaderas Hijas de la Caridad, esto es, hijas de Dios, e imitaréis a Jesucristo; porque, hermanas mías, ¿cómo servía él a los pobres? Les servía corporal y espiritualmente, iba de una parte para otra, curaba a los enfermos, y les daba el dinero que tenía, y los instruía en su salvación. ¿Qué felicidad, hijas mías, que Dios os haya escogido para continuar el ejercicio de su Hijo en la tierra! El domingo por la mañana haréis oración sobre este tema, y consideraréis delante de Dios los motivos y razones por los que tenemos que servir a los pobres espiritual y corporalmente. Uno de los principales motivos es honrar la santa vida humana de Nuestro Señor, imitando sus acciones en este asunto. ¿Qué felicidad, hermanas mías, hacer lo que un Dios ha hecho en la tierra!

Quería ofrecernos otro motivo nuestro queridísimo Padre; estuvo algún tiempo indeciso y añadió:

– No, hijas mías, hay que dejaros libres para pensar en los demás motivos y contentarse con hacer lo que las madres que, obligadas a destetar a sus hijos para que puedan comer ordinariamente, les mastican un poco el pan al principio, no mucho, porque entonces sacarían toda la sustancia. Así es preciso que haga yo también y que delante de Dios vosotras veáis y aprendáis de él las demás razones.

Animo, hijas mías, suplico a Dios, fuente de caridad, que os dé la gracia de aprender el medio de servir a los pobres enfermos corporal y espiritualmente, en su espíritu e imitando perfectamente el espíritu de su Hijo, y que os bendiga. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.

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