París, 5 septiembre 1648.
¡Bendito sea Dios, señorita, por la solicitud que le da Nuestro Señor por sus queridas hijas y por mí en medio de estas agitaciones populares! Todos estamos bien, gracias a Dios, sin que Nuestro Señor nos haya hecho dignos de sufrir nada por él en esta ocasión
Esté segura, por lo demás, de que he dicho todo lo que creía que debía decir gracias a Dios; me refiero a todas las cosas. Lo malo es que Dios no ha bendecido mis palabras, aunque me parece que es falso lo que se rumorea de la persona que usted sabe. Es verdad que yo procuro decirlas de la manera que las dicen los ángeles de la guarda, que proponen las cosas sin turbarse cuando no se hace caso de sus ilustraciones.
Esta fue la lección que me enseñó el bienaventurado cardenal de Bérulle y que me ha inculcado la experiencia, pues carezco de gracia y lo estropeo todo cuando obro de otra manera.
Si desea usted pasar por casa de la señora de Saint-Simon, por qué no hacerlo?
Las cosas van tranquilas por aquí. Las enfermas empiezan a mejorar.
Procuraré decirle unas palabras al señor conde de Maure. Pero tengo miedo de estropear las cosas con mi miseria. No bajaré a detalles; sin embargo, Nuestro Señor suplirá lo que a mí me falta, como espero.
Alabo a Dios por lo que me dice de su visita a las Caridades. ¡Cuánto siento no poder visitarlas yo! Nuestro Señor proveerá a ello, si así es su voluntad.
Soy en su amor, señorita, su muy humilde y obediente servidor,
VICENTE DEPAUL,
i. s. d. l. M.
París, el…