Nantes, martes 22 agosto [1646]
Padre:
Creo que habrá usted recibido la carta en la que le indicaba que creía que la divina Providencia deseaba que siguiéramos las órdenes que su caridad nos había dado para la dirección de las hermanas, y las gracias que su divina bondad nos ha concedido ante las dificultades que ya le indiqué a propósito de la hermana Petra. Creo que las hermanas tendrán como confesor ordinario al de las religiosas de la Visitación, que se ha ofrecido como capellán del hospital en lugar del otro que llevaba allí mucho tiempo. Temo que esas buenas religiosas nos echen la culpa del disgusto que se van a llevar. No lo saben todavía, y haré todo lo posible por tener el honor de verlas antes de que lo sepan, para evitar que nos lo reprochen, aunque yo no haya hecho nada para ello.
Le agradezco muy humildemente, mi venerado padre, la bondad que ha tenido con mi hijo; así puedo estar tranquila. El día que recibí el honor de su querida carta, había tenido una inspiración muy fuerte de ofrecérselo a Dios y dejarlo enteramente en sus manos. Esto me ayudó a soportar las noticias que usted me daba.
Espero que mañana podrán terminar los tratos con estos señores. Lo único que nos falta es ver cómo quedan los arreglos que les he pedido y cómo se porta cada una de las hermanas, durante cierto tiempo, en el cumplimiento exacto de sus reglas, cada una en su cargo. Pero el temor que siento de regalarme demasiado sin necesidad para no caer enferma, me ha obligado a tomar la resolución de salir la próxima semana para ir a tomar el coche de Angers, si sigo con este mismo estado de salud que Dios me da. La hermana Juana Lepeintre me ha indicado que un eclesiástico ha pasado por casa para que me dijeran que pasara por Le Mans; no pienso hacerlo, a no ser para quedarme allí algún tiempo, si su caridad no me lo ordena y me dice lo que tengo que hacer.
Siento mucho que mi hijo no haya aceptado el honor que usted le ha hecho de admitirle en su casa. ¡Dios mío! Temo que Dios no me escuche, cuando pido su completa conversión. Me parece que la enfermedad que ha tenido es más peligrosa de lo que él se cree; pero temo que él no haga caso y que no deje que entre en su espíritu el temor, no sea que esto le obligue a un cambio mejor.
Nada sé de la salud de usted; y esto me preocupa un poco. Por amor de Dios, padre, le ruego que me informe.
Creo que las damas del Hôtel-Dieu quedarán contentas conmigo, cuando hayan visto que no he dejado de escribirles. Me
extraña que se preocupen tanto, dado que yo no lo merezco; ¿cómo lo tolera Dios, que lo sabe todo? Es que querrá humillarme.
Estoy un poco enfada con usted por los honores que aquí me rinden. En nombre de Dios, no engañe usted a nadie conmigo Me toman por una gran señora. Creo que no hay ninguna dama de calidad que no haya venido a verme y hasta algunas han venido expresamente desde el campo. ¡Cómo tendré que quemarme algún día y recibir grandes confusiones! ¡Que se haga la voluntad de Dios! En él soy su obediente servidora e hija indigna,
L. DE MARILLAC
Dirección: Al padre Vicente.