San Lázaro, 9 de febrero de 1642.
Padre:
Le mando una carta del señor cardenal Mazarino, recomendándonos al señor cardenal Antonio, sobrino de Su Santidad. Ayer recibí la suya desde el lugar de la misión adonde ha llevado usted a sus seminaristas. ¡Cuánto se alegra mi alma con todo lo que me dice, así como también por la propuesta de adquisición de la casa, si se encuentra dentro de la ciudad de Annecy o tan cerca de ella que les pueda servir de residencia lo mismo que si estuviera en la ciudad! Pero nos es imposible ayudarle con esas 7.000 libras. Así pues, el padre Dufestel procurará arreglarse con los mil ducados, que son parte de la suma empleada para la constitución de las rentas.
Ha hecho usted bien en advertirme que no emplee a Su Eminencia para el proyecto del señor obispo de Ginebra; de lo contrario, hubiera escrito mañana mismo al señor de Chavigny, en Lión, para hablarle de él. La presencia de usted en Roma podrá conseguir mucho del señor embajador para ello. Haré que le escriba el señor de Liancourt, que es muy amigo suyo, con las palabras más expresivas que pueda
El buen señor Thévenin, párroco de San Esteban, en el Delfinado, me ha escrito varias cartas, todas ellas relativas a su intento de crear un seminario sacerdotal para los párrocos y demás beneficiados, urgiéndome con un montón de razones e incluso con los juicios de Dios. Le ha visto a usted en el Delfinado y en Annecy, y a nosotros nos ha conocido aquí. Me gustaría mucho que lo visitara usted de pasada y que le diera estas cartas, entre las que hay una letra de cambio para que reciba en Lión de los señores Mascarini y Lumague 250 libras, que él me dice que gastó al venir a vernos. Me urge para que abandonemos nuestro proyecto para seguir el que me propone, lo cual yo no tendría ninguna dificultad en hacer si fuera del agrado de nuestro Señor. Pero la compañía ha sido aprobada por la Santa Sede, que goza de infalibilidad para la aprobación de las Ordenes que nuestro Señor instituye, según le oí decir al señor Duval; 2.° como la norma de los santos es que cuando una cosa ha sido resuelta delante de Dios después de muchas plegarias y después de haberse aconsejado debidamente, hay que rechazar y considerar como una tentación todo lo que se propone en contra de ella; 3.° finalmente, como ha querido Dios dar una aprobación universal a esta buena obra de las misiones, de forma que en todas partes la gente empieza a gustar de ellas y a trabajar en las mismas, acompañando la misericordia de Dios a esta obra con sus bendiciones, me parece que casi sería necesario un ángel del cielo para convencernos de que es voluntad de Dios abandonar esa obra para aceptar otra, que ya se ha emprendido en varios lugares y que no ha llegado todavía a resultar bien.
Pero como, a pesar de ello, el santo concilio de Trento recomienda mucho esta obra, nos hemos entregado a Dios para servirle en ello donde nos sea posible. Usted ha empezado; el señor obispo de Alet ha hecho lo mismo; el obispo de Saintes tiene este mismo proyecto; y nosotros vamos a empezar en esta ciudad haciendo una prueba con doce, para lo cual Su Eminencia nos ayuda con mil escudos.
A este buen servidor de Dios le gustaría que la cosa fuera más aprisa; pero me parece que los asuntos de Dios se van haciendo poco a poco y casi imperceptiblemente y que su espíritu no es violento ni tempestuoso. Le he dicho anteriormente que deseaba que lo viera; pero luego he pensado que no será necesario y que bastará con que le mande usted mis cartas.
Me alegro mucho de que su naturaleza se haya repuesto de esos movimientos tan apremiantes que al principio sentía usted en contra de Roma, y que ahora sigue usted temiendo; será el puro amor de Dios el que allá le lleve y, por consiguiente, tiene usted motivos para esperar que el mismo espíritu de Dios le animará y realizará su obra por medio de usted. Vaya usted, padre, in nomine Domini, con esta confianza. Escríbame con frecuencia contándomelo todo. Escoja un lugar muy sano para su residencia en Roma; la carta del cardenal Mazarino es muy elocuente.
Soy, padre, en el amor de nuestro Señor, su muy humilde servidor.
VICENTE DEPAUL
El señor de Montereil, secretario del embajador de Roma, tomará un barco para marchar a Italia. Le ruego que procure estar en Marsella hacia el 25 o el 27.
Dirección: Al padre Codoing, sacerdote de la misión, en Lión.