Señorita:
No la obedecí ayer por la tarde, como tampoco el resto del día, a propósito de ese remedio, no ya por falta de respeto o de condescendencia a sus saludables avisos, sino por un impedimento particular. Espero que me perdone por ello, así como por no haber ido a verla antes de volver a san Lázaro, debido a una reunión de párrocos que allí tenemos hoy. Esté segura, señorita, que procuraré utilizar los remedios que me aconseja en san Lázaro y que volveré acá, si Dios quiere, a continuación y que entonces la gobernaremos más que lo que esta vez he podido hacer.
Entre tanto procure conservarse bien, por favor, a pesar de su catarro y no haga tanto esta vez. Le digo adiós con esta confianza y soy en el amor de Nuestro Señor, su muy humilde servidor.