Vicente de Paúl

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

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Author: Anónimo · Year of first publication: 1992 · Source: Ozanam, 1992.
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Nació Vicente el 2 de abril de 1581 en Ranquines, era el tercer hijo de seis de una familia de campesinos.

Su padre, Juan de Paúl, no es rico pe­ro posee además de la casa un huerto de 480 metros cuadrados y una tierra labo­rable de 200 metros cuadrados, posee también otra propiedad, la finca de Leschine.

La vida es dura en este final del siglo XVI para los campesinos en Francia. Arrancar a la tierra el fruto es harto difí­cil y trabajoso, pero es la base de la sub­sistencia del campesinado. Una alimentación poco rica a base de cereales y una escasa higiene dan un alto índice de mortandad, sobre todo durante el perío­do de la infancia.

Vicente tiene, como todos los hijos de los campesinos de su época, que contri­buir con su trabajo al mantenimiento de la familia patriarcal.

Y a Vicente se le encomienda la tarea de guardar el ganado de la familia, algu­na vez dirá, «he sido porquero».

Vicente crece, es un chiquillo despier­to y su padre comienza a acariciar la idea de hacerle sacerdote y que de esta forma pudiera ayudar a la familia.

Y el joven Vicente es enviado a la edad de catorce años a estudiar a Dax, al colegio de los franciscanos. Dax es en­tonces una ciudad comercial y próspera y Vicente en ella se siente a gusto y se dedica con pasión a sus estudios.

De estos años, el mismo Vicente, cuenta dos anécdotas que nos acercan al hombre, al adolescente que era en­tonces «Siendo un muchacho, cuando mi padre me llevaba con él a la ciudad, me daba vergüenza ir con él y recono­cerle como padre, porque iba mal traje­ado y era un poco cojo», después reflexionaría y diría: «Miserable de mí, que desobediente fui.» Cuenta también que llegó incluso a rehuir una visita que le hizo su padre cuando estaba en el cole­gio: «Recuerdo que en una ocasión, en el colegio donde estudiaba me avisaron que había venido a verme mi padre, que era un pobre campesino. Yo me negué a salir a verle, con lo que cometí un grave pecado.» Cuando su padre muere en 1598, Vicente cuenta dieci­siete años de edad y ha recibido ya la tonsura y las órdenes menores. Su pa­dre había dejado escrito en su testa­mento que deseaba «que su hijo Vicen­te fuera mantenido en sus estudios en cuanto lo permitiera la herencia.» Pero Vicente escribe a su madre renuncian­do a ésta y manifestando que quiere valérselas por sí mismo.

Y así, enseñando humanidades logra subsistir. Es ordenado sacerdote antes de cumplir los veinte años, el 23 de sep­tiembre de 1600, en Cháteau-L’Evéque. A este respecto más tarde diría. «Si yo hubiera sabido, como lo he sabido des­pués, lo que era el sacerdocio cuando cometí la temeridad de aceptarlo habría preferido dedicarme a trabajar la tierra antes de ingresar en un estado tan temi­ble».

Ya es sacerdote, y el obispo de Dax le ofrece una parroquia, pero Vicente pre­fiere proseguir sus estudios: le gustaría ser obispo.

En el año 1601 y con ocasión del año jubilar, Vicente acude en peregrinación a Roma. Una vez de vuelta reanuda sus estudios y en octubre de 1604 obtiene el grado de bachiller en teología.

VICENTE EN PARÍS

Llega Vicente de Paúl a París en el año 1608. Por entonces sigue siendo un muchacho que habla con un áspero acento que conservará durante toda su vida y que va a ser objeto de burla en la ciudad.

 

En el año 1609 y seguramente en el Hospital de la Caridad adonde ambos acu­den, Vicente, encuentra a Pierre Berulle.

Berulle tiene entonces dos aspiracio­nes: la cura de almas y la fundación de un grupo de sacerdotes espirituales.

El sacerdocio, en estos momentos, no es ejercido por muchos vocacionalmen­te, sino como vehículo para obtener una serie de prebendas. Ante esta situación surgen en Europa una serie de movi­mientos, que pretenden recuperar y pro­mover la espiritualidad. En Italia, Felipe Neri funda en Roma la congregación sa­cerdotal del Oratorio, también en Milán Carlos Borromeo funda los Oblatos de­seando vivir un sacerdocio más fervoro­so. Berulle trata de convencer a Francis­co de Sales para que funde el Oratorio en Francia, pero ante la negativa de éste y a instancias del arzobispo de París será personalmente Berulle el que funde en 1611 el Oratorio de París que es según el propio Berulle: «una congregación de eclesiásticos en la que se practicara la pobreza, en contra del lujo, se hará voto de no pretender beneficio o dignidad al­guna en contra de la ambición y se vivi­igualmente el voto de dedicarse a las funciones eclesiásticas, en contra de la inútil inactividad».

BERULLE propone a Vicente que ingrese en esta Congregación, pe­ro Vicente por diferentes razones lo rechaza. Sí acepta, sin embargo, rem­plazar a un sacerdote que, al ingresar en el Oratorio, deja vacante una parroquia y de esta forma en mayo de 1612 toma po­sesión de la parroquia de «Clichy la Ga­renne». Es una parroquia de 600 habitan­tes y Vicente está contento, le escribe al arzobispo de París en estos términos «tengo a unas gentes tan buenas que pienso para mí que ni el Santo Padre ni Vos, Monseñor, sois tan felices como yo lo soy». Pero su estancia en Clichy dura poco, ya que Berulle hace que le nom­bren preceptor de la familia de Gondi, y Vicente cuando se va, se llena de pena y escribe así a un amigo, «me aleje con pe­na de mi pequeña iglesia de Clichy, mis ojos estaban bañados en lágrimas y ben­dije a aquellos hombres y mujeres que venían hacia mí a los que tanto había amado. También estaban allí mis pobres, y esto me partía el corazón.

Comienzan entonces unos años difíci­les para Vicente. A la vez que lleva una vida palaciega, entra en contacto con las pobres gentes que viven en los dominios de la noble familia de los Gondi. Y Vi­cente se debate, ya que se da cuenta de que son los pobres, los que le interesan.

Comienzan unos, años de tentaciones contra la fe, de crisis de conciencia. Y recuerda entonces el consejo que él mis­mo había dado a un célebre teólogo que vivía en la inactividad y se había dejado invadir por dudas y escrúpulos. El mis­mo Vicente le había aconsejado que, pa­ra disipar aquellas tentaciones, llevara una vida más activa al servicio de los pobres. También Vicente se había ofreci­do a Dios, para tomar sobre sí las tenta­ciones del teólogo. Cuando Vicente su­frió con tales tentaciones comenzó a buscar la luz y el camino

EL CAMINO

Dos hechos ocasionales ayudarán a Vicente a encontrar la paz. Un hombre de bien, en su lecho de muerte, confiesa a Vicente unos pecados que, por ver­güenza y amor propio, no había sido ca­paz de confesar a su párroco. Esto le ha­ce pensar y Vicente propone, a los fieles de Folleville, que vayan unos sacerdotes que no conozcan y ante quienes puedan hacer una confesión general de su vida.

El otro hecho al que nos referimos, es el encuentro con otro moribundo, que no encuentra a Dios, porque no ha encon­trado Su Amor ni Su ternura en ningún sacerdote. Esto hace que, Vicente, refle­xione y decida el mismo convertirse en ternura, para con los demás, como fór­mula de acercarles la ternura de Dios.

El 1 de agosto del año 1617, Vicente, se instala como párroco en la región de Bresse, en Chátillon des Dombes, des­pués de comunicar a Berulle su decisión de no permanecer más con los Gondi. Si
anteriormente se había encontrado con la miseria y la soledad moral, aquí se va a encontrar con la soledad física, y la en­fermedad, en las personas de una fami­lia, que vivían en una casa apartada de las demás. El mismo, relata este hecho con estas palabras «Mientras me revestía para celebrar la Santa Misa, vinieron a decirme que en una casa apartada de to­das las demás, como a un cuarto de le­gua, estaban todos enfermos, hasta el punto de que no había una sola persona que pudiera atender a las demás, las cua­les se hallaban en un estado de necesi­dad indescriptible. Esto me ocasionó una tremenda impresión». Pero Vicente es un hombre de hechos y pronto se po­ne en marcha, llama a los feligreses que acuden inmediatamente, no obstante, Vi­cente tiene claro que este movimiento y la buena voluntad que lo mueve, deben ser encauzados. La caridad para ser efi­caz debe ser organizada.

LA CARIDAD ORGANIZADA

Ante esta convicción, el 23 de agosto, lee, ante otras personas que igual que él han visto movido su corazón ante la so­ledad y la miseria humana, un texto, que constituye todo un programa sobre como ayudar a los enfermos. En él explica, que hay que comenzar por visitar a los enfermos que tienen a alguien que los cuide, para después asistir a los que no tienen a nadie, porque de esta forma se les puede dedicar más tiempo a estos úl­timos.

En Vicente germina la idea de una ca­ridad organizada frente a una caridad in­dividualizada. Una caridad estructurada, donde puedan integrarse aquellos que poseen bienes y que dedican algo de su tiempo, con aquellos otros que desean consagrarse totalmente a los pobres.

Surge de esta forma una especie de proyecto de asociación, que pretende que la caridad sea organizada y haya en ella continuidad.

Este texto servirá de modelo a, todos, los posteriores textos fundacionales de las diferentes asociaciones, que forman hoy la familia vicenciana.

VICENTE DE PAÚL Y FRANCISCO DE SALES

En noviembre de 1618, Vicente, se encuentra en París con Francisco de Sa­les. Francisco es conocido por la inmen­sa dulzura en las discusiones que man­tiene con los protestantes y también por su bondad para con los pobres y enfer­mos.

En este momento, Occidente y la so­ciedad francesa, necesitan de estos dos santos, de su mensaje de amor y de ter­nura. Desde la gran peste que asoló a Europa en el año 1342, las poblaciones no han dejado de soportar grandes ma­les. La iglesia busca para ello, chivos expiatorios en los herejes, los judíos, las brujas, e insiste a sus fieles en el peligro de la perdida del alma. En este clima, el mensaje de Francisco y de Vicente, lleno de ternura, bondad y misericordia hacia los hombres, muestra a un Dios bonda­doso y misericordioso, que invita al Amor y a la esperanza a esta población angustiada y atemorizada.

LA CONGREGACION DE LA MISIÓN

El camino de Vicente son los pobres. Y mientras que en París  hay 10.000 sacerdotes, en el campo los pobres mueren de pobreza y viven su ignorancia. Vicente quiere sa­cerdotes para enviarlos a zonas rurales a «misión». Y para eso constituye un cuerpo de sacerdotes misioneros. Se trata de un clero itinerante que acude a las parroquias más abandonadas. A las diócesis donde hay menos sacerdotes y están menos evangelizadas. Entre 1628 y 1660 Vicente y sus primeros colabo­radores realizarán más de 1000 misio­nes. La Bula de Roma por la que se aprueba la Congregación de la misión confía a Vicente la formación de los or­denados. Asimismo la Bula le constitu­ye en superior y le concede poderes pa­ra elaborar unos Reglamentos que ga­ranticen el buen orden de la Congrega­ción.

Pero Vicente no quiere ser como los «espirituales puros» o los «utópicos» que elaboran un plan perfectamente estructu­rado, cenado, y en el cual todo esta pre­visto.

Vicente dejará pasar 35 años antes de dar un Reglamento y lo hará en 1658 dos años antes de morir.

Y este Reglamento no será más que la suma de las prácticas observadas en el día a día por los sacerdotes de la Misión. Vicente dirá que esas reglas se han hecho por sí mismas y sus autores han sido úni­camente, el tiempo y Dios.

LAS «CHARITES»

En 1617 Vicente comenzó a fundar las «Charites». Pero ¿qué eran las «Charites»? Eran grupos, compuestos por hombres y mujeres, que con una estructura abierta y flexible, eran aptos para realizar socorros de urgencia. De esta forma mientras que unas se dedi­can a atender a los mendigos, otras se ocupan de las epidemias y otras son destinadas a dar refugio a las mujeres que se hallan en peligro de ser vícti­mas de la soldadesca. Estos grupos se multiplican y Vicente para velar por ellos y mantenerlos en un mismo espí­ritu, le pide a Luisa de Marillac, a la que había conocido hacía cuatro años que visite un determinado número de «Charites».

Luisa cumpliendo el encargo así lo hace y comienza por las diócesis cerca­nas a París. Una vez llega al lugar donde existe una «Charite» reúne a las mujeres y examina junto a ellas los problemas que estas le presentan. Las enseña a curar enfermos y a llevar una buena admi­nistración. También reúne a las más jó­venes de la parroquia, con permiso del párroco, y les da catequesis.

Antes de enviarla a esta misión, Vi­cente la había formado durante cuatro años en el dominio de si misma y en la alegría y en la confianza absoluta en Dios.

El resultado de la actividad de Luisa es que, junto a Vicente, constatan, que todo marcha perfectamente con las damás y señoras de la burguesía pero que no se las puede pedir que enseñen a las demás ni que realicen en casa de los ne­cesitados labores que no realizan en sus propias casas, porque esas labores las dejan a cargo de sus criadas.

Entonces es cuando Vicente pone los ojos en esas criadas y campesinas que, desde pequeñas, están acostumbradas a realizar esas tareas.

LAS HIJAS DE LA CARIDAD

En el siglo XVII se asiste a una ver­dadera conmoción religiosa. Muchas mujeres se sentían atraídas por la vida conventual y surgían numerosas funda­ciones. Cuando una joven o viuda de la nobleza se sentía llamada a la vida de piedad fundaba un convento, como te­nía dinero podía comprar el lugar donde erigirlo. Muchas jóvenes se sentían atra­ídas por el renombre espiritual de la fundadora o bien por su posición social y decidían seguirla. Pero para entrar en el convento se exigía la entrega de una do­te con lo cual se establecía una grave discriminación de clases.

Sin embargo a Vicente no le interesan esta clase de conventos que acogen a jó­venes acomodadas y que deciden vivir una vida alejada del mundo.

Vicente quiere que sus Hijas de la Caridad vivan en el mundo, en la necesi­dad. Y les dice en ese espíritu «Las Hi­jas de la Caridad tendrán por monasterio la casa del enfermo. Por celda un cuarto de alquiler. Por capilla la parroquia del barrio. Por claustro la santa obediencia. Por reja el temor de Dios. Por velo la santa modestia».

La primera joven que acudió a la lla­mada fue Margarita Nassau, una campe­sina como había deseado Vicente. El ejemplo de Margarita contagió a otras jóvenes. Después de ella vinieron otras aldeanas sin dote, pero con la virtud de las buenas campesinas.

Los comienzos son muy modestos: se trata de cuatro jóvenes confiadas por Vicente a Margarita Nassau que las recibe en su casa y las pone a tra­bajar en el pequeño hospital que ella misma había fundado. Luisa de Mari­llac se encargará de enseñarles a ser enfermeras y de instruirlas en la vida espiritual.

En esta época en la que existe una presión enorme para que todo el mun­do viva según unas normas y donde los marginados y pobres son despiada­damente rechazados por la sociedad, Luisa y Vicente las preparan para po­der atender a todas estas personas, que viven al margen de lo que la sociedad admite. Niños, ancianos, locos, presi­diarios, y toda clase de pobres y mar­ginados, van a ser desde entonces, el rostro de Cristo en la tierra, para todos aquellos que siguen el ejemplo de San Vicente.

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