A MODO DE RECORDATORIO CONSTANTE Y URGENTE
Tal vez, todo lo anterior resulte más o menos interesante en la reflexión sobre un texto vicenciano de mediados del siglo XVII.
Y, tal vez también, el auditorio espere, con toda razón, una especie de aterrizaje en el siglo XXI, para que esta reflexión no se quede en los paisajes de la abstracción.
Por eso, me atrevo a sacar una serie de conclusiones actuales como «aquel dueño de casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo» (Mt 13, 52). Porque si uno hace un somero análisis de esta carta de Vicente de Paúl, inmediatamente se dará cuenta de que hay en ella unas líneas maestras que constituyen la urdimbre fundamental del escrito. Y que, a su vez, esas líneas maestras son como un recordatorio constante, y con sello de urgencia, de lo que nunca debe olvidar la Congregación de la Misión si quiere seguir siendo la Congregación de la Misión que fundó Vicente de Paúl. Es decir, de alguna forma en esa carta está insistiendo en los puntos nucleares que siempre debe potenciar la naciente Compañía para ser lo que Dios quiere que sea y para preservar su identidad y su ser en la Iglesia y en la sociedad. Y esas líneas maestras son la mejor conclusión práctica de esta carta vicenciana.
1) La misión y la caridad
Es curioso y significativo que lo primero y principal que Vicente de Paúl quiere resaltar en su carta es, precisamente, «la misión y la caridad». Vicente de Paúl viene a decir a la Madre Chantal: somos un Congregación dedicada, con prioridad absoluta, a la evangelización y al servicio de los pobres, a su atención espiritual y material; además, otras cosas que hagamos, como es la atención a los ordenandos, tienen que estar enfocadas a esta evangelización integral de los pobres.
Vicente de Paúl tuvo muy claro, desde el principio, que «misión y caridad» son dos realidades absolutamente inseparables, aún más, indisolubles. No sólo que la caridad alimenta e impulsa la misión, y la misión expresa y concreta la caridad, sino que ambas se entremezclan de tal forma que constituyen una misma realidad. Por eso, complementa la evangelización de palabra con la evangelización de obra, es decir, por eso quiere que se instituya la Cofradía de la Caridad en cada lugar donde se evangeliza, para resaltar que la conclusión efectiva de la misión tiene que ser la caridad. En múltiples ocasiones, desarrolla Vicente de Paúl esta idea al hablar de la unión del amor afectivo y el amor efectivo, de amar a Dios con el esfuerzo de nuestros brazos y el sudor de nuestra frente de vivir en estado de caridad, de aspirar a la perfección de la caridad.
Vicente de Paúl, en este como en otros temas fundamentales, no deja ningún cabo suelto, no deja nada a la improvisación. Y así, cimenta la «misión y la caridad» en tres coordenadas básicas, sin las cuales la Congregación de la Misión no tendría sentido y la «misión y la caridad» no pasarían de ser un humanismo altruista. Estas coordenadas básicas son: «Dios-Amor, absoluto de nuestras vidas y protector de los pobres»; «Jesucristo anonadado por amor y mesías servidor que desciende hasta el fondo de la miseria humana»; «La pasión exclusiva por los pobres que nos lleva a contemplarles, a servirles y a situarnos ante ellos como sacramento de Cristo y como amos, señores y maestros.
Se ha dicho, con toda razón, que cualquier Institución tiene el peligro de vivir cómodamente a la sombra de una historia feliz. También la Congregación de la Misión tiene el peligro y la tentación de conformarse con lo que han hecho nuestros antecesores, empezando por el Fundador, y no dar el salto a lo que hoy debemos hacer. Para evitar esa tentación es bueno que nos situemos en el hoy y aquí, y que repasemos las tareas urgentes que la caridad y la misión vicencianas tienen que llevar a cabo en la sociedad actual y los criterios que tienen que ofrecer ante los múltiples desafíos que este mundo les presenta. Es la mejor forma de inyectar savia nueva en nuestro carisma y de ser fieles a esta primera línea maestra que indica Vicente de Paúl. Es decir, es la hora de la revitalización.
2) La conciencia de la propia y específica identidad
Esta línea maestra hay que leerla como se lee la letra pequeña de algunos escritos, porque está puesta por Vicente de Paúl, en esta carta, como al desgaire. Pero está puesta y subrayada para que a nadie se le pase por alto. Cuando Vicente de Paúl le detalla a la Madre Chantal el orden del día de la Comunidad, comienza diciendo que «nos esforzamos en vivir religiosamente», pero le aclara para que no haya confusión: «aunque no seamos religiosos». Y cuando subraya los «dos años de formación inicial» emplea la palabra «seminario» (que no corresponde a los religiosos) que la traduce por «noviciado» (expresión de los religiosos) para que la Madre Chantal lo entienda mejor.
Se ha escrito mucho sobre las dudas, luchas, esfuerzos, clarificaciones… de Vicente de Paúl y de los primerísimos misioneros en dejar bien clara la identidad canónicamente secular de la pequeña Compañía. Esa sencilla y brevísima frase de la carta —»aunque no seamos religiosos»— encierra una amplia y tajante antología de textos vicencianos en el sentido de que la Congregación de la Misión —lo mismo que la Compañía de las Hijas de la Caridad— no pertenece jurídicamente al cuerpo eclesial de los religiosos, no es canónicamente una Orden Religiosa.
Es cierto que Vicente de Paúl habla, también en esta carta, de que «la mayor parte de nosotros hemos hecho los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, y el cuarto de dedicarnos, durante toda nuestra vida, a la asistencia del pobre pueblo». Y aquí se ha visto muchas veces esa dificultad de armonizar la secularidad de la Congregación con la emisión de unos votos de contenido y de cariz religioso. Con lo cual, también muchas veces se ha gravitado, por causa de los votos, hacia el campo de lo canónicamente religioso. Pese a todo, la afirmación en los documentos oficiales —incluida esta carta que comentamos— es nítida y precisa desde los comienzos: los votos no hacen a los miembros de la Congregación de la Misión miembros del estado religioso, sino que los sacerdotes de la Misión, pese a los votos, siguen siendo parte del cuerpo del clero secular.
El problema se presenta cuando, junto a tales afirmaciones numerosas y tajantes del mismo Vicente de Paúl y de reglamentos y documentos, el lenguaje interno de la Congregación y los numerosos usos y estilos de vida, de piedad, de rezos, de medios ascéticos y espirituales… introducidos en ella pertenecen al campo de la vida religiosa. A este respecto, no me resisto a contar una breve pero sintomática anécdota: en una reunión de una rama de la Familia Valenciana donde estábamos varios paúles y un sacerdote diocesano, este sacerdote diocesano tomó la palabra y empezó diciendo: «Yo, que aquí soy el único sacerdote secular…». En ese momento, un compañero paúl contestó: «Yo también soy sacerdote secular y mis compañeros paúles, también». A lo que el sacerdote diocesano replicó: «Pues lo disimulan ustedes muy bien».
3) Una cuestión de ser o no ser
También en el párrafo más largo de esta carta, se comprende, sin demasiado esfuerzo, que Vicente de Paúl quiere insistir en uno de sus temas preferidos. Al hablar del horario diario, subraya lo siguiente: «tenemos una hora de oración mental juntos en la iglesia»; «recitamos juntos prima, tercia, sexta y nona»; «vamos juntos a adorar al Santísimo Sacramento y a decir el Angelus Domini nuntiavit Mariae»; «para rezar juntos vísperas y completas»; «rezarnos juntos maitines y laudes»; «acabada la cual vamos a la iglesia a hacer el examen general, las oraciones de la noche y la lectura de los puntos de la oración del día siguiente por la mañana…».
También, al hablar, de la atención a los Ordenandos, dice que «les enseñamos durante ese tiempo (diez días antes de la ordenación) la teología práctica, las ceremonias de la Iglesia y hacer y practicar la oración mental según el método de nuestro bienaventurado padre monseñor de Ginebra».
En definitiva, es de lo que más habla Vicente de Paúl en esta parte de la carta. Lo cual quiere decir que una de sus líneas maestras más fundamentales es la oración, expresada con distintos términos: rezo, recitación de horas litúrgicas, adoración, meditación, oración mental…
No es ninguna novedad decir que Vicente de Paúl es un hombre de oración. Es una de las conclusiones que cualquier lector saca espontáneamente al contacto con sus cartas y escritos. Más aún, no ha faltado quien le ha dado el título de «maestro de oración».
Y, al insistir tanto en la oración en este apartado de su carta, no es difícil adivinar que Vicente de Paúl quiere dejar también un recado para la Congregación de su tiempo y para la del futuro: «Sin oración no podemos subsistir»; «Todo nos viene por ella: la perseverancia en la vocación, los éxitos en nuestros trabajos, la fuerza para nuestras tareas apostólicas, permanecer en la caridad…»; «La Congregación durará mientras se practique en ella el ejercicio de la oración»‘. En resumen, Vicente de Paúl, aquí como en infinidad de lugares hablados y escritos, se está refiriendo a una cuestión de ser o no ser la Congregación, es decir, de ser la auténtica Congregación que Dios ha querido o una simple y decadente caricatura.
4) Misioneros con hambre y necesidad de formación
Desde el primer momento que leí, todavía muy por encima, esta dichosa carta de Vicente de Paúl a la Madre Chantal, me llamó poderosamente la atención algo que muy bien pudiera pasar desapercibido. Me refiero al tema de la formación, del estudio, de la preparación…
Vicente de Paúl, en ese amplio párrafo descriptivo de la vida diaria de los misioneros, deja caer estas dos frases: «Cada uno se retira a su habitación a estudiar… Volvemos a estudiar a la habitación hasta las cinco…». Cualquiera puede pensar que, en la vida diaria de un misionero o de una persona que tiene un trabajo cualificado, la formación es algo que se da por supuesto. Pero es altamente significativo que Vicente de Paúl insista en ella en un escrito donde describe lo más relevante de la vida y de la actividad de la Congregación de la Misión.
Durante bastante tiempo, ha circulado por los mentideros más o menos oficiales el retrato de un Fundador poco dado a la formación y la imagen de unos paúles que valen para todo y no se especializan en casi nada.
En lo que respecta al Fundador, el retrato verdadero es el de un hombre preocupado por la formación y el estudio. Pedro Coste dice: «Aunque san Vicente tuviera el espíritu orientado hacia la práctica, tenía en muy alto concepto a los sabios y a la ciencia». En múltiples ocasiones, Vicente de Paúl solía repetir machaconamente a sus misioneros frases del siguiente tenor: «Es necesaria la ciencia, hermanos míos…»; «¡Pobre de nosotros si no tenemos ciencia! ¡Ay de los misioneros que no estudian por tenerla!. Además, su concepto de formación no se circunscribe solamente a lo que llamamos genéricamente «ciencia», sino a una preparación global que incluye la virtud. Por eso, solía decir: «Los sabios y humildes forman el tesoro de la Compañía, lo mismo que los buenos y piadosos doctores son el mejor tesoro de la Iglesia».
Por otra parte, hay que recordar que la Congregación comienza con una triple misión: las Misiones al pueblo, los Ejercicios a los Ordenandos y la dirección de los Seminarios Eclesiásticos, y esto, evidentemente, requería una buena formación.
La Congregación de la Misión de hoy tendrá que seguir recordando este mandato del Fundador. Y tendrá que discurrir caminos nuevos de formación en una sociedad donde no se puede ya vivir de las rentas ni de un voluntarismo piadoso y adornado de buenismo. Una Congregación que no invierta en formación, está abocada a la mediocridad más absoluta y no tendrá ninguna significatividad.
5) «Trabajamos desde alrededor de Todos los Santos hasta la fiesta de San Juan…»
Así resume Vicente de Paúl la agenda misionera o, lo que es lo mismo, el programa de trabajo evangelizador. Y es que otra línea maestra que Vicente de Paúl destaca es el «trabajo».
Desde el principio de la Congregación, el tema del trabajo es una constante en el pensamiento y en la acción del Fundador. Vicente de Paúl habla del trabajo, exige trabajar, insiste en los males de la ociosidad… Y, por supuesto, se subleva enérgicamente contra algunos misioneros que se quejaban de tantas obras como emprendía: «¿Quiénes serán los que intenten disuadirnos de estos bienes que hemos comenzado? Serán espíritus libertinos, libertinos, libertinos, que sólo piensan en divertirse y, con tal que haya de comer, no se preocupan de nada más. ¿Quiénes más? Serán… Más vale que no lo diga. Serán gentes comodonas (y decía esto cruzando los brazos, imitando a los perezosos), personas que no viven más que en un pequeño círculo, que limitan su visión y sus proyectos a una pequeña circunferencia en la que se encierran como en un punto, sin querer salir de allí; y si les enseñan algo fuera de ella y se acercan para verla, enseguida se vuelven a su centro, lo mismo que los caracoles a su concha».
En las biografías sobre san Vicente siempre hay un capítulo, más o menos amplio, dedicado a contabilizar sus horas de trabajo». Su jornada diaria de trabajo expreso está entre doce y catorce horas. Y siempre teniendo presente el consejo de su amigo y maestro el P. Duval: «Un eclesiástico tiene que tener más faena de la que pueda realizar’.
CEME
Celestino Fernández