El pregonero salió a la plaza. Sonó el tambor con estruendo y, cuando la gente ya se había reunido, les dijo:
—Se hace saber a todos los presentes, y también a los ausentes, que pongan atención al próximo septiembre.
—¿Pues, qué sucederá el próximo septiembre?, preguntó un niño de la primera fila.
—El próximo septiembre dará comienzo una gran celebración, que será de mucha alegría para miles y miles de gentes.
—Aún no entiendo nada, le gritó al pregonero una joven de sonrisa desgarbada y escaso atuendo de color sandía. ¡Explícate, por favor!
—El próximo septiembre, ¡pongan ustedes atención!, dará comienzo un gran aniversario.
—¿Un aniversario? ¿Y para eso nos convocas con tu tambor?, le replicó un anciano de dientes asilados y movedizos.
—Veréis. Había, hace tiempo, un señor y una señora que le prendieron fuego al mundo
—¡No nos vengas con cuentos!, le interrumpió un cuarentón con bigote alicaído
—Él se llamaba Vicente y ella Luisa. Y entre los dos…
—¡Nos estás tomando el pelo!, le gritó una señora de edad interrumpida.
—Vicente de Paúl y Luisa de Marillac, que fallecieron hace 350 años…
—¡Ya es tarde para acudir a sus funerales!, le espetó el joven de su izquierda que se entretenía en sacar fotografías a la multitud.
—Ellos dos, mano a mano y corazón a corazón, encontraron la perla preciosa, y en este aniversario se le dará a quien tenga el mayor deseo de ella.
—Sigue, pregonero, me interesa tu historia sobre esa perla, le dijo el vendedor de periódicos de la plaza.
—El concurso y las apuestas comenzarán el próximo 27 de septiembre 2009 y se extenderán a lo largo de un año, hasta septiembre 2010.
—¿Cuáles son las condiciones para participar en ese concurso? ¿Qué hemos de hacer?, preguntó un señor de aspecto de parado de medio año.
—Sólo hay tres condiciones. Primera conocer a Vicente y a Luisa. Segunda, parecerse a ellos. Tercera, y más importante, desear la perla con esfuerzo y obras.
—¡Hablas de una sola perla, pregonero, sólo uno podrá obtenerla, ¿y los demás?
—Es una perla tan rica y especial que puede tocar a todos al mismo tiempo, y sin romperla.
—Pero, ¿cómo y dónde podremos encontrarla con las condiciones que pones?, preguntó un señora de mandil musical y sonrisa fragante
—Se halla donde la encontraron Vicente y Luisa. Está en las lágrimas de los niños, en la herida de los pobres, en el hambre de los hambrientos, en el desvalimiento de los parados, en la soledad de los encarcelados, en el vacío de las leyes que permiten la injusticia, en impedir la opresión de unos sobre otros, en la discriminación de los emigrantes, en los que no conocen la buena noticia de Jesucristo porque nadie se la ha dado; esos son los santos lugares a donde hay que peregrinar para encontrarla.
—Me encanta tu optimismo, pregonero; ¿Crees tú que en esta sociedad de consumistas, del relativismo laicista y omnipresente, del cada quién para sí, encontrarás candidatos para semejante peregrinación y esfuerzo? ¿Por qué no organizas mejor una marcha triunfal del botellón con droga gratuita? El que hablaba, un treintañero barbado, tenía la voz rasposa y algo parecida a la de Pirrón, el antiguo.
—Amigo, la sociedad de Vicente y Luisa no era más sensible ni solidaria, y ellos hallaron miles y miles de voluntarios y les contagiaron de su entusiasmo. Y ¡tú estás invitado y todos estáis invitados a participar así en este 350 aniversario! Ellos dos siguen vivos en el corazón y en las manos de sus millones de seguidores, pero hacen falta más buscadores de la perla preciosa, pues las heridas de los pobres se han multiplicado.
El pregonero sonó de nuevo su tambor y se marchó a otra plaza. La tarde se plegaba ya como una sombrilla progresivamente grisácea. En los balcones, sin embargo, los geranios y las siemprevivas dialogaban sobre la próxima primavera.
El pregonero iba tarareando la letra leída en una vieja carta: «No conocéis el tesoro que Dios os ha dado». Era de una carta que la sobrina del poderoso ministro Richelieu le había escrito al primer compañero de san Vicente de Paúl. Estaba fechada el 20 de mayo de 1653. Allí le expresaba: «Se dice que no conocen ustedes el tesoro que Dios les ha dado. Me siento demasiado sirviente de ustedes para dejar de darles este aviso».
Y al pregonero, mientras se acercaba a su nuevo auditorio, se le oyó murmurar:
—Sí, amigas y amigos de Vicente y Luisa, me parece que no conocéis el tesoro que Dios os ha dado, por eso os parecéis poco a ese tesoro que son ellos.
Y, al oírlo, también el lector se puede preguntar si este 350 aniversario nos servirá sólo para festejos externos, misas solmenes o artículos sesudos, y no para meter las manos en la masa, allí donde nos esperan las víctimas y la perla preciosa del Reino.
El pregonero sonó de nuevo el tambor y, cuando ya se habían reunido bastantes personas, les dijo:
—Se hace saber a todos los presentes, y también a los ausentes, que pongan atención al próximo septiembre, y a hoy y a mañana, y al Señor Jesucristo que les saldrá al encuentro si se ponen sin excusas del lado de los pobres…
Por: Honorio López Alfonso, cm
Tomado de: Caminos de Misión