«Padre justo, aunque el mundo no te ha reconocido, yo te reconocí y también éstos reconocieron que tú me enviaste. Yo te ha revelado a ellos y seguiré revelándote, para que el amor que tú me has tenido esté con ellos y también yo esté con ellos». (Jn 17,25).
«En el mundo de hoy, el ateísmo y materialismo interpelan profundamente nuestra fe y los métodos tradicionales de evangelizar. Analicen, pues, seriamente los misioneros las causas de este fenómeno, convencidos de que en las presentes circunstancias se les pide un testimonio de fe personal más firme en Dios vivo y una búsqueda de nuevos caminos para realizar su vocación evangelizadora». (E 2).
No es lo mismo evangelizar en ambientes de «cristiandad« que en ambientes de ateísmo en los que los hombres no sólo no creen en Dios, sino que están convencidos de tener razones para no creer en El. ¿Cómo comportarnos nosotros los Misioneros si nos toca evangelizar en un ambiente ateo? El Estatuto 2 señalo algunas pistas.
1. «El ateísmo, fenómeno grave de nuestro tiempo».
La razón más alta de la dignidad humana es comunicarse con Dios. Sin embargo, son muchos los que no perciben esta unión vital con Dios, más aún la rechazan. Las actitudes son tan distintas como las formas de ateísmo:
«Con la palabra ateísmo se designan fenómenos de muy diversa índole. Pues mientras unos niegan expresamente la existencia de Dios, otros piensan que el hombre no puede afirmar absolutamente nada de El; otros someten a examen el problema de Dios con tal método, que aparezca como un problema sin sentido. Muchos sobrepasando indebidamente las fronteras de la ciencia positiva sostienen que todo se explica únicamente por esta razón científica, o, al contrario, no admiten la existencia de ninguna verdad absoluta. Hay quienes enaltecen tanto al hombre que la fe en Dios resulta debilitada, ya que les interesa más, al parecer, la afirmación del hombre que la negación de Dios. Los que se representan a Dios de tal forma que la fantasía que rechazan no es, de ningún modo, el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se enfrentan con el problema de Dios, como sino experimentaran la inquietud religiosa y no advirtieran Por qué se deben ocupar de religión. El ateísmo, además, procede no pocas veces de una protesta violenta contra el mal que existe en el mundo, o también de la característica de absoluto, indebidamente concebida a ciertos bienes humanos, que vienen a ser como sucedáneo de Dios. La misma civilización actual, no porque ella sea así, sino porque está demasiado comprometida con las realidades terrenas, puede con frecuencia hacer notablemente difícil el remontarse hacia Dios». (GS 19).
2. «El hombre fin de sí mismo».
Los mismos creyentes, dice la Gaudium et Spes, 19, tenemos nuestra parte de responsabilidad. El descuido por educar nuestra fe, el modo de enseñarla, los defectos de la vida religiosa, moral y social de los creyentes ha velado el rostro de Dios y han permitido ir por otro camino, como es la autonomía completa del hombre:
«El ateísmo moderno presenta también muchas veces una forma sistemática que, aparte de otras razones, lleva el afán de autonomía del hombre hasta hacerle sentir dificultades contra cualquier clase de dependencia respecto a Dios. Quienes profesan tal forma de ateísmo sostienen que la libertad consiste en que el hombre sea fin de sí mismo, artífice y demiurgo único de su propia historia, lo cual sostienen que no es compatible con la afirmación de un Señor autor y fin de todas las cosas, o al menos hace totalmente superflua tal afirmación. Tal doctrina puede encontrar ayuda en el sentimiento de poder que el moderno progreso técnico confiere al hombre».
Otra forma de ateísmo moderno es la que «espera la liberación del hombre principalmente por medio de la liberación económica y social. Sostiene que a esta liberación se opone, por su propia naturaleza, la religión, ya que, orientando la esperanza del hombre hacia una engañosa vida futura, le apartaría de la edificación de la ciudad terrestre. De ahí que los promotores de tal doctrina, cuando llegan a tomar las riendas del estado, atacan violentamente la religión, difundiendo para ello el ateísmo, con empleo, sobre todo en la educación de los jóvenes, de esos instrumentos de presión de que hoy dispone la autoridad pública». (GS 20).
3. ¿Cómo actuar?
El hecho del ateísmo origina serios interrogantes en el evangelizador. El Concilio también nos ha trazado el camino de cómo deben ser nuestras actitudes:
«La Iglesia sostiene que el reconocimiento de Dios no se opone, de ninguna manera, a la dignidad del hombre… La importancia de los bienes terrestres no se disminuye por la esperanza del más allá. Al contrario, si este fundamento divino y la esperanza de la vida eterna desaparecen, la dignidad del hombre sufre gravísimas lesiones, como tantas veces hoy se deja ver, y los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, quedan sin solución, de modo que no raras veces el hombre cae en la desesperación. El remedio, por consiguiente, que se ha de aplicar al ateísmo se ha de esperar, ya de la doctrina expuesta como es debido, ya de la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros… por el testimonio de una fe viva y madura, educada precisamente para saber conocer las dificultades y superar las… Esta fe debe impregnar la vida toda de los creyentes, incluso con su vertiente profana, y moviéndoles a la justicia y al amor, principalmente con los pobres. Finalmente, para manifestar la presencia de Dios, lo más importante es la caridad fraterna de los fieles, quienes unánimes en su espíritu, colaboran con la fe del Evangelio y se muestran como signo de unidad». (GS 21).
- ¿He percibido signos de ateísmo en el ambiente en el cual trabajo apostólicamente?
- Si los he percibido, ¿cómo he reaccionado?
- Mi reacción, ¿me ha llevado a alguna preocupación especial?
Oración:
«Dios todopoderoso y eterno, que creaste a todos los hombres para que te busquen y, cuando te encuentren, descansen en ti; concédeles que, en medio de sus dificultades, los signos de tu amor y el testimonio de los creyentes les lleven al gozo de reconocerte como Dios y Padre de todos los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor».