Teología de la Caridad según san Vicente (IV)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicenciana1 Comment

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TEOLOGÍA Y CARIDAD SEGÚN VICENTE DE PAÚL

Aunque el señor Vicente no ha reducido la caridad a un principio, a un estado, a una definición teológica, sin embargo, no ha excluido de su existencia toda formulación. Podemos constatar que siempre se esforzó por ir más allá de las palabras, más allá de los sistemas para apoyarse sobre la revelación, la persona viva de Cristo. «Jesucristo es la regla viva de la Misión». Este es a la vez un apoyo firme, una garantía de verdad, un estimulante que exige el lanzarse a la aventura innovadora.

Este apoyarse directamente sobre el dato revelado —Persona y doctrina de Jesús— proporciona a la enseñanza vicenciana una diversidad que desconcierta a los historiadores en potencia y de poca monta. En ciertos momentos vemos que el señor Vicente subordina la piedad a la acción caritativa, en otros exalta la pasividad, el sufrimiento. «Nuestro Señor y los santos han hecho mucho más sufriendo que obrando».

Pascal nos indica el camino que hemos de seguir para en­contrar la solución a estas palabras enigmáticas: «Todo autor tiene un sentido con el cual concuerdan todos los pasajes… o no existe sentido alguno». La incomprensión y la sorpresa proceden de la observación superficial de los deta­lles, y de la no percepción del movimiento general del pensa­miento. En efecto, estamos en presencia de una evolución cons­tante a partir de una intuición original. Esta es a la vez genera­dora de progreso y potencia ordenadora e integradora de ele­mentos nuevos. El sujeto se esfuerza por utilizar y prolongar la experiencia primera. Podemos comprobar cómo el señor Vicen­te invoca constantemente su experiencia. Esta es la palabra clave de su conversación y la cláusula perentoria.

Vicente no podrá jamás olvidar la experiencia dolorosa con la que Dios le enriqueció, sin saberlo, en el decurso de los años 1613-1617. Aprendió, hasta el punto de no poder olvi­darlo nunca más, lo que era la comunión en el sufrimiento asumido el sufrimiento y el vértigo experimentado por aquel que se debate en el vacío y en la ausencia de Dios la subida a la vida y a la luz, mediante la donación a Dios de una existencia incondicionalmente consagrada al servicio de los pobres.

El estudio analítico de los tres aspectos de la caridad vicenciana: la donación, la acción, la unión nos permitirá comprender mejor cómo cada uno de estos as­pectos tiene su apoyo en la revelación es una llamada a un modelo ideal tiene su raíz en la experiencia tiene su expresión en una enseñanza.

  1. La donación a Dios

De entrada, el señor Vicente persigue los espectros y con­jura vigorosamente las apariencias. «Son problemáticas y discutibles todas las cosas, a no ser las que determina la Sagrada Escritura». Los sentidos nos pueden engañar y la razón hu­mana nunca alcanza la sabiduría divina.

En cuanto a las verdades comunes de este mundo, las má­ximas del mundo, algunas son la expresión del buen sentido, pero las otras tienen por autor al diablo. Nuestro Señor las ha reprobado y conducen siempre a la falsedad; son inciertas y perecederas, siembran errores, acrecientan los dolores y los tra­bajos, hacen esclavos de las pasiones e hijos del diablo.

Hay que apoyarse, pues, sobre la doctrina de Jesucristo que nunca engaña. Sólida como una roca, esta doctrina no se equivoca nunca, hace sabios, llena el corazón, conduce con se­guridad, construye para la eternidad.

Se ha de comenzar, pues, por la fe, se ha de buscar ante todo los intereses de Dios y contemplar «las cosas como ellas son en Dios y no como aparecen fuera de El, porque, de otro modo, nos podemos engañar y obrar contra su voluntad».

Revelación

Ahora comprendemos por qué, el señor Vicente pone, en la cima y en el centro de su visión religiosa, el misterio de la Santa Trinidad. El coloca a la pequeña Congregación de la Mi­sión bajo la protección de la Santa Trinidad; reafirma que el conocimiento de este misterio es necesario para la salvación. Pero, sobre todo, ve en la Trinidad, la generosidad del Padre entregando su Hijo para salvar al mundo.

Modelo

Cristo, modelo a cuya imagen nos transformamos y nues­tro re-creador interior, es un don permanente, ya se manifieste en la obra de la Encarnación, ya en el suplicio que señala el maximun de la Redención o en la institución de una presencia que es sacramento y sacrificio y que lleva por nombre «Euca­ristía». El es igualmente presencia y don perpetuo por su Espí­ritu que habita en cada cristiano desde el bautismo.

Vicente experimentó la comprensión vital y sabrosa de lo que es el don de si en el momento en que se entregó definiti­vamente a Dios para el servicio de los pobres. La luz divina había inundado su alma. «El se encontró sumergido en una dulce libertad y su alma se llenó de una luz tan abundante que, como ha manifestado en diversas ocasiones, le parecía ver las verdades de la fe con una luz muy particular.

Se va a organizar, por tanto, en una línea que podrá cam­biar de apelación, pero que de ninguna manera variará: «No existimos más que dándonos a Dios.

  1. La acción

«Buscad, buscad, esto dice, preocupación, esto dice acción». «Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente”. «Si el amor de Dios es fuego, el celo es la llama; si el amor es su sol, el celo es su rayo. El celo es lo más puro que hay en el amor de Dios.». «Totum opus nostrum in operatione consistit».

¿Qué es exactamente esta «acción», expresión fundamental y el signo de autenticidad de la caridad? No lo podremos saber si no es refiriéndonos a la Revelación sobre la que el señor Vicente se apoya, al modelo que la atrae y esclarece, a su ex­periencia y a su enseñanza.

  1. a) Revelación

La acción no es un despliegue de fuerzas, ni el ajuste del psiquismo a lo visible; solo hay acción verdadera en el creci­miento vital que emana del creador. Como la criatura está lla­mada a reemplazar y a transmitir este influjo divino, la acción no puede ser más que un modo de secundar el crecimiento de Dios en su creación.

La revelación nos proporciona aquí una doble perspectiva:

Nosotros estamos en Cristo y Cristo está en nosotros. «Vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo… hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo».

Las acciones humanas se transforman en acciones de Dios, ya que las hacemos en él y por él.

El encuentro de la presencia amante y activa de Jesús con la voluntad humana, no siendo más que una expresión de la voluntad de Dios, instaura la acción verdadera, sostiene la co­munión continua y asegura el amor indefectible.

  1. b) El modelo, Jesús

Cristo presente en el cristiano no es un Cristo inmóvil, sino amante, activo, laborioso. «Nuestro Señor posee abundantemen­te todas las virtudes… ellas no están en él y para él solamente, sino para los que él emplea en la realización de sus designios y para los que ponen toda su confianza en su auxilio». «No pongáis la mirada en lo que sois, sino en Nues­tro Señor que está junto a vosotros y en vosotros, dispuesto a actuar tan pronto como acudáis a él y veréis cómo todo irá bien». Su acción se prosigue en los cristia­nos, de los que él es el alma y la vida. «Consumirse por Dios, no tener bienes ni fuerzas más que para gastarlos por Dios, es lo que hizo Nuestro Señor, que se consumió por amor a su Padre».

  1. c) La experiencia vicenciana

Lo que la Revelación y la imagen de Jesús hacían revivir en el alma del señor Vicente, las convicciones que grababan profundamente en su carne, no eran tanto la precariedad de la palabra humana, la vanidad de las grandes frases, la hipocresía de los hermosos sentimientos envueltos en egoísmo, sino más bien la irrealidad de lo que no es acción de Dios.

El recordaba que hasta los 32 años, no había tenido, a pe­sar de ciertas pretensiones religiosas, la impresión de que Dios bendecía su vida y la tomaba a su cargo. En aquel tiempo hacía los asuntos personales, pero no los de Dios.

Desde el instante en el que se decidió a darse a Dios, de ponerse a su servicio y hacer sus asuntos, Dios hacía los suyos.

  1. d) La enseñanza del señor Vicente

Durante más de cuarenta años la existencia vicenciana se esforzará en transformar las frases y los sentimientos en acción y en compromiso concretos.

Pero esta mutación, esta elevación no estarán garantizados más que por una consagración divina. Las notas fundamentales de la enseñanza del señor Vicente, que son los harmónicos de su existencia y de su expresión, son:

  • ante todo se ha de mirar a Dios
  • a continuación, se ha de movilizar todo el ser para llegar a ser un buen instrumento de Dios.
  • por fin y sobre todo, todo será cumplido haciéndose uno con este amor preventivo y activo. «Entreguémonos a Dios y él será todo nuestro, y con él tendremos todas las demás cosas». «Aunque no digáis palabra, si estáis entregados a Dios, conmoveréis los corazones con vuestra sola pre­sencia.»

No hay más que una vida, no hay más una acción, no hay más una misión, la que continúa la misión de Jesús.

  1. Unión

Estando asegurada la relación vertical de transcendencia por la donación a Dios y por la acción de Dios en el hombre, el aspecto unión y cohesión se apoyará sobre otras verdades reve­ladas, se fijará en otra faceta del Verbo encarnado, utilizará otra experiencia, organizará otra enseñanza.

Revelación

El dogma que el señor Vicente va a utilizar como apoyo y hará florecer vitalmente es el del cuerpo místico de Cristo. Cuando Francisco de Sales no habla de él, cuando Pierre de Bérulle y J. Olier se quedan en consideraciones abstractas, Vi­cente utiliza con frecuencia y de manera concreta la doctrina y la imagen paulinas que nos dan acceso al misterio de Dios. Dos aspectos de esta doctrina son particularmente explícitos. La pertenencia al cuerpo místico de Cristo alimenta y desarro­lla sobrenaturalmente la compasión. Me invita no solo a amar a Dios, sino que me fuer­za a proporcionar plenitud y verdad a este amor, ayudándome a amar al prójimo. En pago y en reconocimiento, se diría, del mismo modo que Dios se sirve de mí para que el prójimo le ame, así se servirá de la unión con el prójimo para acceder a Dios. «Debemos despegarnos de todo lo que no es Dios, y unirnos con el prójimo por la caridad para unirnos con Dios mismo por Jesucristo.»

El rostro de Jesús

Con toda naturalidad, el rostro misericordioso y tierno de Cristo se yergue ante nosotros. «¡Qué cariñoso era el Hijo de Dios! Le llaman para que vaya a ver a Lázaro; va; la Magdale­na se levanta y acude a su encuentro llorando; la siguen los judíos llorando también; todos se ponen a llorar. ¿Qué es lo que hace nuestro Señor? Se pone a llorar con ellos, lleno de ternura y compasión. Este cariño es el que lo hizo venir del cielo; veía a los hombres privados de su gloria y se sintió afectado por su desgracia».

Este rostro de amor, de cariño, divinizando la compasión, iluminaba y daba seguridad al señor Vicente. «Un día, apia­dándose de un Doctor tentado contra la fe, se puso en oración para rogar a la Bondad Divina que tuviese a bien liberar al en­fermo de este peligro y se ofreció a Dios, en espíritu de peni­tencia, para soportar en sí mismo, si no los mismos sufrimien­tos, al menos los efectos de su justicia que le fuese grato hacer­le sufrir».

El pagó caro esta obligación. Pero ¡qué importa!: se ha de pagar lo que debemos y podemos ser en Jesucristo. Al final de su vida, Vicente no dudará en afirmar: «¡Cómo! ¡ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfer­mo con él! Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura; es carecer de humanidad; es ser peor que las bestias”.

La quintaesencia de la enseñanza de Vicente de Paúl sobre la caridad nos viene dada en la conferencia del 30 de mayo de 1659. Cuidadosamente Vicente estudia 7 actos cuya convergencia constituye el clima de caridad. Concluye: «hacerse todo a todos para ganarlos to­dos para Jesucristo. Pero la manera de hacerse a los otros no es el mimetismo del camaleón que toma el color de aquel al que se aproxima, sino, simplemente, la adopción del modo de amar que nuestro Señor practicó y enseñó. Así co­mo nosotros solo comprendemos a Dios y a los hombres por el corazón, del mismo no podremos comprenderlos, a Dios y a los hombres, más. amándolos y, únicamente en este amor, ellos nos podrán amar y comprender. «No se le cree a un hombre por­ que sea muy sabio, sino porque lo juzgamos bueno y lo apre­ciamos… Fue preciso que nuestro Señor previniese con su amor a los que quiso que creyeran en El. Hagamos lo que hagamos nunca creerán en nosotros, si no mostramos amor y compasión hacia los que queremos que crean en nosotros

CONCLUSIÓN

Tomando un poco de distancia, sobrevolando, por decirlo así, esta exposición de la caridad vicenciana, en conclusión, me limitaré a señalar su actualidad y su permanencia vital.

Lo que caracteriza a esta dinámica caritativa es que es mu­cho más que una filosofía, más que una teología y una espiri­tualidad anémica, es, más bien, el brote de la revelación viva, infinita y misteriosa, a través de la persona de Cristo.

Este Cristo, no es un espectro más allá de las estrellas, sino que es, a la vez, Cristo eterno y transcendente, Cristo místico expandido en la humanidad pecadora en donde se perpetúa su agonía. Porque es transcendente e inmanente, nos sostiene y nos reconforta; porque nosotros somos demasiado nosotros mis­mos y no suficientemente él, nos inquieta, nos condena y nos estimula.

Discreta pero vigorosamente nos mantiene en este cara a cara. El retiene nuestras manos huidizas en sus grandes manos febriles y fatigadas. Aunque nos moleste o irrite, no importa, siempre tendrá razón, ya que nuestra mirada puede iluminarse con esta luz eterna que nos hace ver lo invisible.

ANDRE DODIN

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