A la comunidad
Por designios de la divina Providencia, este retiro mensual lo estamos haciendo este año durante la octava de Navidad.
Por un designio providencial, porque todo es Providencia én nuestra vida, nada es fruto del acaso.
Durante la octava de Navidad, porque Dios ha querido sin duda hacer que cada una de nosotras y la Casa Madre se penetrara más de las lecciones de Navidad.
Una vez más, la Iglesia acaba de reunir a sus hijos y prepararlos durante las cuatro semanas del Adviento.
Una vez más, Cristo ha venido a nosotros. ¿Estamos prestas a escucharle, a acogerle, a seguirle?
Estamos demasiado habituadas a los misterios de la Infancia, quizá nos dejamos impresionar por lo que tienen de enternecedor, y no comprendemos bastante su grandeza y sus enseñanzas.
Miremos con los ojos de la Fe a Cristo Niño en el misterio de su incomprensible anonadamiento.
Si hay un escándalo y una locura de la Cruz, ¿no hay también una locura y un escándalo del Pesebre?
El Dios hecho Hombre para convertir al mundo, salvar a los hombres, fundar la Iglesia… duerme apaciblemente en brazos de su Madre, pobre y desprovisto de todo medio humano… Se clasifica entre los humildes, sin nombre, sin prestigio, y la mayor parte de su vida habrá de transcurrir en la oscuridad y la inacción.
La misión divina, inaugurada en la oscuridad del Pesebre, acabará en el fracaso de la Cruz.
Mirando al Pesebre, aprendamos la lección de pobreza que nos da: De pobreza material, que nos envuelve en su austeridad y renuncias. De pobreza «de espíritu» que nos hace libres en el servicio de Dios. Cuando resistimos a Dios, o cuando le servimos con tristeza, es porque poseemos algo y tememos perderlo. Abandonémonos a Dios con desprendimiento y alegría.
Aprendamos también de Dios Niño su lección de humildad: grabémosla en nuestra vida.
La humildad es la que ahonda el vacío en que se aloja la esperanza.
La humildad es, también ella, fuente de alegría. Seamos humildes de cara a nuestras miserias, reconociéndolas, confesándoselas a Dios, a nosotras mismas, a nuestros Superiores.
Que el Pesebre nos revele, asimismo, el valor de la vida oculta, sin acción aparente.
La misión divina de Cristo se inauguró en el silencio del Pesebre y terminó en el fracaso de la Cruz. La mayor parte de su vida fue inactiva. Y, sin embargo, tanto predicó y evangelizó en la dulce pobreza de Belén y en la humildad de sus primeros años, como durante su vida pública. Lo que importa, Hermanas, es asemejarnos al Niño pobre, al Niño humilde.