- Susana Guillemin, H.C.
A las Hermanas que van a emitir los Votos por primera vez
Entre las manos de San Vicente y bajo su especial protección, van ustedes Hermanas, a pronunciar mañana sus Santos Votos, que las entregarán definitivamente al Señor. El, nuestro Santo Fundador, representado por su sucesor Nuestro Muy Honorable Padre, oirá sus promesas y, finalmente, las ofrecerá a Cristo, a quien tan bien imitó en su vida y a quien invita a ustedes, como él hizo, a servir y honrar en la persona de los Pobres.
Quien dice «San Vicente de Paúl», para el mundo, díce: «Genio de caridad bienhechora». Quien dice «San Vicente de Paúl», para la Iglesia y para nosotros dice «Gigante de santidad». Y a ustedes las llama ante todo a seguirle por ese camino de santidad, a adelantar cada día en el Amor de Dios y en la unión con El. Era él quien decía «Hijas de la Caridad, quiere decir Hijas del Amor de Dios» o Hijas llamadas y escogidas por Dios para amarle en la pobreza, la castidad y la obediencia, y para servirle en el cuerpo y el alma de los Pobres. Porque crecerán ustedes en el amor de Dios mediante sus santos votos, fielmente vividos y practicados hasta la extrema delicadeza de la virtud.
Y, por otra parte, será la divina Caridad, el Atnor de Dios, lo que les hará comprender todas las exigencias de los Votos y lo que les dará fuerza para responder a ellas. No se llamen a engaño: esas exigencias son grandes. Dios lo exige todo, y, por los santos votos, van ustedes a renunciar a todo lo que no sea El. En adelante, algo habrá cambiado en sus vidas y en ustedes mismas En cierto modo, por los santos votos, se habrán ustedes expropiado de los derechos que tienen sobre sí mismas y pertenecerán a Dios. El será quien tenga sobre ustedes todos los derechos, como dueño absoluto, con exdusión de cualquier otro.
Va a exigír de ustedes una vida realmente pobre. Y tendrán ustedes que prestar atención para despojarse de todo lo superfluo, de todo refinamiento en relación con las necesidades de la vida. En nosotras, todo lo que está a nuestro uso. alimentos, vestidos, muebles, etc… debe ser siempre pobre y sencillo. Tendrán que guardarse, sobre todo, del instinto de propiedad que nos arrastra continuamente a apegarnos a lo que nos rodea y a querer disponer de ello. Bienes materiales, oficio, casa, compañeras… todo pertenece a Dios y puede tomarlo para sí cuando quiera. Permanezcan libres de toda posesión.
Guarden su corazón puro y libre, desembarazado de todo apego. Que su única inquietud sea agradar al Señor. Que su conversación interior con El sea continua. Si su corazón está ocupado por el amor del Señor, no habrá lugar en él para los vanos sentimientos de susceptibilidad, celos, desaliento y otros, que provienen del amor a las criaturas. Un corazón lleno de Cristo está en cada instante disponible para la oración.
Permanezcan libres de toda voluntad propia. Sepan que Dios habla por medio de los Superiores. Tengan la suficiente Fe, la suficiente Esperanza como para abandonarse a lo que El disponga. Libres así de toda atadura humana, estarán disponibles para responder a las llamadas que el Señor quiera dirigirles en la persona de los Pobres. Su vida liberada estará entregada a Cristo en una disponibilidad total.
Mañana, cuando hayan pronunciado las palabras que las unirán a El, pidan al Divino Maestro la gracia de cumplir sus votos hasta la perfección. No se lo pidan únicamente para ustedes, sino para todas aquellas a que están unidas como hijas del mismo padre, San Vicente.
De él es esta súplica que podemos repetir nosotras hoy, rogándole que la presente al Señor por todas sus Hijas del mundo entero:
«¡Dios mío! nos damos totalmente a ti. Concédenos la gracia de vivir y morir en una perfecta observancia de la verdadera pobreza. Te lo pido para todas nuestras Hermanas presentes y alejadas. Te pido esta misericordia para todas las Hermanas de la Caridad y para mí y también la de vivir en una perfecta observancia. Nos damos también a ti, ¡oh Dios mío! para honrar y servir durante toda nuestra vida a nuestros Señores los Pobres, y te pedimos esta gracia por tu santo amor».