Susana Guillemin: Repetición de oración, 24 de marzo de 1963

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Susana GuilleminLeave a Comment

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Author: Susana Guillemin, H.C. .
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Susana Guillemin, H.C.
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A las Hermanas que van a emitir los Votos por primera vez

A imitación de la Virgen y como un eco a su palabra, van ustedes, Hermanas, a pronunciar mañana su propio «Fiat» a Dios. Como Ella, han reflexionado antes de comprometerse; como Ella también, inclinan ustedes ahora su cabeza, repitiendo: «Hágase en mí según tu palabra, según tu voluntad».

Esa aceptación, ese «hágase» va a ser en adelante su consigna, el santo y seria, la regla de su vida. Desde el corazón habrá de subir a los labios a cada manifestación de la voluntad divina en su vida.

Fíat, hágase, a las exigencias de la santa Pobreza que tendrán que practicar sujetándose a los mínimos permisos cotidianos; que tendrán que aceptar en la renuncia a las comodidades de la vida, a todo lo superfluo. Si son fieles a la gracia, de la pobreza material pasarán, como Cristo, a la pobreza de espíritu, y descubrirán que no sólo no poseen nada en la tierra de que puedan disponer, sino que no son nada delante de Dios. Lejos de poner su confianza en su inteligencia, su habilidad, su acción, pondrán toda su esperanza en el Señor de quien lo esperan todo.

Fíat, hágase, a las exigencias de la Castidad. El amor que Dios les tiene no admite división; debe reinar en su corazón y a ese amor tendrán que hacer referencia todas sus acciones, intenciones y deseos. Ello requiere por parte de ustedes una voluntad firme de poner en Dios solo su alegría y felicidad y de velar con diligencia constante para no dejar que su imaginación y su sensibilidad se detengan en las criaturas. La castidad no está segura más que bajo la guarda de la oración y la mortificación. «Velad y orad», dice el Señor.

Fiat, hágase, a las órdenes de la obediencia, obediencia tan dura, tan difícil de comprender en nuestra época; pero obediencia que garantizará el cumplimiento de la voluntad de Dios. Obedezcan a sus superiores; todo lo demás es ilusión. Tengan el culto de la voluntad de Dios y de los intermediarios que El se ha escogido para dárnosla a conocer. Las enseñanzas del Santo Padre, de la Iglesia, transmitidas por los Superiores; las prescripciones de las Santas Reglas y Constituciones… bajo la dirección de su Hermana Sirviente, todo ello debe constituir su línea de conducta y hacerse acreedor a su obediencia filial.

Fiat, hágase, también ante las llamadas de la caridad corporal o espiritual hacia los Pobres, verdadero Cuerpo del Señor, que han llegado a ser para ustedes «sus Amos y Señores». El trabajo de la caridad es pesado de llevar y la obra evangélica, difícil de cumplir. Requieren algo más que una abnegación puramente natural o que una buena voluntad. Para realizar la obra de Cristo en las almas, necesitan ustedes vivir de sus enseñanzas y, como decía San Vicente, reproducirlas «a lo vivo». No olviden que sólo la Caridad suscita la Fe: sea, pues, la Caridad la que inspire todas sus actitudes y las una a todos aquellos —Hermanas, Sacerdotes, Religiosas, Seglares— que trabajan con ustedes por el Reino de Dios.

Sean, de verdad, a lo largo de toda su vida, «la esclava del Señor», consagradas a su amor y a su servicio como lo fue la Santísima Virgen. «El mundo de hoy —decía el Santo Padre en la beatificación de Madre Seton— necesita más que nunca de religiosas que le presenten el Evangelio vivo». Séanlo ustedes.

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