A las Hermanas que van a emitir los Votos por primera vez
Hermanas, mañana van ustedes a hacer el acto ciertamente más importante de su vida, el que va a determinar a los ojos de Dios su calidad y su valor. Por medio de los votos que van a pronunciar, van a orientar toda su vida hacia Dios. Visto desde fuera, este acto puede parecer una locura, y podríamos repetir con San Pablo: «Locura para los gentiles, escándalo para los judíos»… Centrar su vida en Dios, renunciando a todo lo que el porvenir podría prometerles en cuanto a bienes humanos, bienes del espíritu, bienes del corazón, bienes materiales… aun cuando este acto que van a hacer no tenga como primer objeto empobrecerlas, crear en ustedes un vacío: esto no puede ser un objetivo, una finalidad.
Sí mañana van a comprometerse a vivir pobres, castas, obedientes, es porque un día comprendieron ustedes lo que era Dios, lo que debe ser para toda existencia humana y lo que podía representar en su vida, comprendieron que El solo era digno de ser amado aquí en la tierra. Esta consagración de ustedes mismas, de todo su ser, que van a hacer mañana, la empezaron inconscientemente el día en que su Bautismo depositó en ustedes los gérmenes de Fe, Esperanza y Caridad que, el día de mañana, habrían de producir en ustedes tan hermoso florón. Ese día se convirtieron ustedes en hijas de Dios, entregadas para siempre a su servicio, consagradas a su culto. Mañana ratificarán ustedes de una manera más absoluta, más perfecta, lo que todo cristiano trata de hacer en su vida. Pero este acto, Hermanas, no es muy difícil de hacer; lo que es difícil es mantenerlo.
eQué es lo que será coronado en nuestra vida? La fidelidad. Mañana, en el encuentro con su Dios en la Comunión, pídanle con insistencia esa gracia única, primero para ustedes mismas, luego, para todos los que les son queridos, para todas aquellas, Hijas de la Caridad, que, al mismo tiempo que ustedes, a lo largo y a lo ancho del mundo, pronunciarán el mismo compromiso, los mismos votos que ustedes. Pídanle la gracia de la fidelidad, de la fidelidad perfecta que habrá de conducirlas hasta el final, hasta el último punto de la voluntad de Dios.
La fidelidad no consta de grandes actos heroicos. Esa perfecta fidelidad que admiramos en los santos, consta de todas las pequeñas fidelidades diarias. Porque nuestra fidelidad no la construimos sólo durante algunos días al mes, frente a circunstancias difíciles, o algunas veces en nuestra vida cuando se nos piden grandes renuncias; la construimos en cada instante de nuestras jornadas. Continuamente, cada minuto, tenemos que hacer constar nuestra preferencia por Díos y nuestra renuncia a la tierra; tenemos, por consiguiente, que tener nuestra atención vuelta de continuo hacia la voluntad de Dios. Tenemos que vivir en la presencia de Dios. Su Santidad el Papa Pablo VI nos decía hace sólo unos días: «Toda vida religiosa lleva consigo, obligatoriamente, como inherente a sí misma, cierto grado de contemplación».
Nuestra contemplación propia, como Hijas de la Caridad, no es mantener una atención del espíritu que nos sería imposible, sino una adhesión constante de nuestra voluntad a la voluntad de Dios, en los más pequeños detalles. Atención, renuncia y, además, deseo y oración. El deseo y la oración tienen que estar activando siempre nuestro amor, haciéndolo más fuerte, más auténtico.
Pienso, Hermanas, qu.e el examen de conciencia que hacemos todas las noches, en lugar de detenerse en las pequeñas faltas que, a lo largo del día, se nos hayan podido escapar, podría centrarse en estos puntos: ¿He estado hoy continuamente atenta a la voluntad de Dios, haciendo pasar su Amor por encima de mis propios deseos? ¿Mi deseo y mi oración se han elevado hasta El, de verdad, en los momentos fijados por los ejercicios de Comunidad, pero también fuera de esos momentos, mediante impulsos fervientes de mi alma?
Estos dos puntos son de una extrema importancia. Por eso, Hermanas, mañana, en su encuentro con Dios, pídanle, para ustedes y para todas, una gran fidelidad en las cosas pequeñas de cada día. Entonces, cuando el último día de su vida, se presenten ustedes ante Aquel a quien van a darse plenamente, no tendrán ningún sobresalto, sólo tendrán que continuar, en la alegría, en la gloria, lo que habían empezado a hacer muy humildemente, muy oscuramente, durante su vida en la tierra.