Siempre estamos en peligro de tentación y no sólo a causa de nuestra debilidad, sino porque tal es la condíción normal de todo ser que vive en este mundo. En reAlidad, Dios espera de nosotros una prueba —y espera que se la demos a lo largo de nuestra vida—, una prueba de que lo preferimos, lo elegimos por encima de todos los bienes que el mundo nos ofrece. Las tentaciones en cosas pequeñas son las que más nos hacen faltar a la fidelidad que debemos a Dios. Si nos acostumbramos a multiplicar las pruebas de que preferimos al Señor, cuando llegue la prueba suprema, no caeremos.
Recemos todos los días el acto de Esperanza.