1. Los orígenes
El país
A finales del siglo XVIII el país de Gex, así como sus vecinos, los países de Bugey y de la Bresse, pequeñas aldeas burguiñonas, que durante muchos años habían sido tributarias del ducado de Saboya, llevaban ya dos siglos unidas a la corona de Francia. En 1601 Enrique IV había conseguido su anexión después de difíciles negociaciones. Y Gex formaba parte de la provincia del Franco Condado.
El país se extendía de norte a sur paralelo a la cordillera del Jura, a lo largo de una de las principales cadenas de montañas que, desde el Col de la Faucille hasta la brusca bajada de la hendidura del Ródano, comprende cimas de 1.700 a 1.800 metros de altura, las más elevadas de toda la cordillera. Cabalgaba, sobre todo en la parte norte, a lomos de las dos vertientes de la montaña, pero más abajo, en la vertiente occidental, se abría a horizontes espléndidos, que pertenecían a los dominios del duque de Saboya incluso después del tratado de 1601. A lo largo de toda la montaña estaban esparcidas algunas pocas aldeas, muy modestas pero bien situadas; una de ellas tendrá precisamente importancia para nuestra historia. Más allá de Léaz, en la parte más meridional de la cordillera, se iba subiendo hasta Ballon, Lancrans, Confort, Chézery y, casi en lo más alto de Gex, la aldea de Lélex.
Tanto si se las consideraba simplemente como lugares de recreo en aquel magnífico país, o como puntos de apoyo adosados a la montaña frente a Francia, una especie de puestos de vanguardia entre Gex y Bugey de las posesiones del duque de Saboya, lo cierto es que Carlos Manuel había obtenido en contra de Enrique IV esta ventaja. Enrique IV le había dejado estas pobres aldeas, que durante siglo y medio siguieron en posesión de los duques. Fue solamente en 1760, en tiempos de Luis XV, cuando quedaron definitivamente en manos de Francia por un tratado de Turín.
Veinticinco años más tarde, cuando comience la hermosa historia de sor Rosalía, llevaba ya un cuarto de siglo perteneciendo su aldea natal al reino de Francia.
Este rudo país montañero estaba habitado por una raza robusta, bien equilibrada, honrada y sencilla, un poco tozuda, pero prudente. «En cualquier habitante del Franco Condado, aunque quizás un poco macilento, se dice que hay un jurisconsulto dormido».Esas personas sensatas, razonables, conscientes de su sentido común, son fríamente tenaces. Su rudo país forja caracteres fuertes.
A lo largo de toda la ladera occidental de la cadena montañosa corre de norte a sur por medio de un pintoresco valle un alegre río, la Valserine; nacido en las alturas que rodean al norte el Col de la Faucille, va derecho a desembocar en el Ródano por Bellegarde, mezclando con él sus aguas por la cañada de «la perte du Rhóne» para hundirse a continuación entre cañones tortuosos.
En la mitad de su curso, en Chézery, la Valserine pasa junto a las ruinas de una vieja abadía cisterciense, que en el siglo XII había sembrado el país de bendiciones divinas. No lejos de su monasterio, hacia el sur, por la carretera general de Bellegarde, en una aldea del municipio de Lancrans, los monjes habían erigido en honor de la Virgen de los Dolores una modesta capilla, donde se la honraba con el nombre de Nuestra Señora de Consolación o «Notre Dame de Réconfort». La Virgen atraía allí, sobre todo el 8 de septiembre, a numerosos peregrinos; decían que iban a «Réconfort» o más brevemente a «Confort». Y la aldehuela cercana se llamó y se sigue llamando todavía «Confort». El nombre no cambió, pero la aldehuela se ha convertido en municipio con ayuntamiento e iglesia de buena planta.
También san Francisco de Sales había pasado en otros tiempos por el país de Gex, donde había predicado, disputado, trabajado y sufrido. Había esparcido por allí, como los monjes de Chézery, semillas de santidad y había dejado el recuerdo de sus buenos ejemplos. Durante los días del Terror no faltaron en el país algunos héroes que defendieron sus reliquias y pagaron con su sangre su fidelidad.
En el siglo XVIII había en Confort solamente dos o tres casas, acurrucadas en la montaña, sobre las últimas pendientes del Jura, muy cerca del Ródano, en donde la montaña desciende bruscamente para dar paso al gran río que viene de Suiza y se encierra entre estrechos desfiladeros, entre el Jura y Saboya, bramando desde los abismos de sus cañones antes de ir a extenderse por la llanura y abrirse al cielo en el país del sol.
¡Confort! País rudo, pero rodeado por todas partes de los esplendores de la naturaleza y bien guardado por la Virgen del «Réconfort».
En Confort habitaba, por el siglo XVIII, Juan Antonio RENDU.
Su linaje
Era de una familia muy honrada que llevaba viviendo mucho tiempo en la región y que gozaba en ella de una fama excelente.
«En una bula de Eugenio IV, con fecha de 12 de abril de 1442, se encuentra ya el nombre de la señora Benoyste RENDU, hija del señor Anthelme RENDU de Lanchans y de la señora Isabel de Chastillon, a la que se concede dispensa para poder casarse con su primo hermano el gentilhombre Pedro PASSERAT, de Chastillon».
«A finales del siglo XV hay varias ramas de esta familia distribuidas por las diversas aldeas de que se componía la antigua parroquia de Lancrans: Confort, La Mulaz, le Petite-Cóte, Lancrans y Ballon, de manera que ellas solas formaban, en el siglo XVIII, 24 hogares, con más de 130 personas: la sexta parte de la población».
No es extraño que esta plenitud de vida desbordara de los estrechos límites del país natal y que después de haber prosperado en las diversas aldeas del municipio de Lancrans, la familia creara nuevos hogares, no sólo en aquel Chátillon-de-Michaille que atrae las miradas desde la otra parte del valle de la Valserine, sino incluso por diferentes provincias de Francia, asentándose en Lión, en Clermont-de-1’Oise y en París.
«Uno de los Rendu de La Combe-d’Evuaz, Francisco Javier, establecido en 1839 en Chátillon-de-Michaille, fue el padre del abate José Rendu, de Carlos Rendu caballero de la legión de honor y del doctor Juan Rendu, cuyo hijo Roberto, interno de los hospitales de Lión, es además un erudito arqueólogo.
«En la aldea de Lancrans había una familia Rendu en la que el cargo de notario iba pasando de hijos a nietos durante siglos. Esta familia ha dado a la magistratura un presidente de Hacienda de Genevois en Annecy, Fran cisco Rendu (1575), y al clero varios ilustres sacerdotes. Por el año 1720, uno de los miembros de esta familia, Bernardo Rendu, de La Mulaz, fue el bisabuela de monseñor Luis Rendu (1789-1859),obispo de Annecy».
En el siglo XVIII encontramos en Clermont-de-1’Oise una familia de notarios tan importante como la de Lancrans, un Claudio Rendu y detrás de él varios Sebastián Rendu, uno de ellos notaria en París a finales de siglo.
Este Sebastián, fundador de la dinastía parisina, tuvo cuatro hijos: Atanasio, Armando, Ambrosio y Aquiles, que tendrán en su abundante descendencia juristas y médicos, muchos de ellos altos dignatarios de la legión de honor. Son contemporáneos de sor Rosalía. Es grato encontrar en ellos piedad, abnegación, espíritu de iniciativa, ciencia preclara. En una de las familias, la del barón Atanasio, la santísima Virgen ha escogido a la hija más pequeña para convertirla en hija de la Caridad. En otra, la de Armando Rendu, la vida del mar fue la que sedujo a uno de los hijos. Atanasio Rendu fue procurador general de Hacienda y comendador de la legión de honor. Ambrosio Rendu, también comendador de dicha legión, fue consiliario de la Universidad; descendientes suyos y de otro pariente, Eugenio Rendu, inspector de escuela y jefe de protocolo del ministerio de Instrucción pública, hay varios Ambrosias Rendu: un abogado en la corte de casación y en el consejo de estado, un concejal del ayuntamiento de París, un diputado…, y la línea continúa. Aquiles Rendu será agricultor. Tendrá un hijo, Víctor, también agricultor e inspector general del ministerio de Agricultura, y un segundo hijo, Alfonso, que será médico. El mayor, Víctor, tendrá toda una descendencia de médicos. Su hijo, el doctor Enrique Rendu, será miembro de la academia de medicina y médico del hospital militar de París. Tendrá también un hijo, el doctor Enrique Rendu, y un sobrino, el doctor Carlos Rendu, médicos del hospital Saint-Joseph de París,.
Un esplendoroso y pujante linaje, lleno de vida y confiada en la vida. Sor Rosalía era de buena cepa; estaba arraigada en buena tierra.
La familia
El padre de sor Rosalía, Juan Antonio Rendu, descendía de la rama de los «RENDU-L’ENFANT» de Confort.
Hijo de Juan José Rendu 1’Enfant y de María Ana Gras, Juan Antonio se casó el 7 de febrero de 1785 con María Ana LARACINE hija de Juan Claudio LARACINE y de María VOLLERIN, excelente mujer que sería una excelente ama de casa y una excelente madre de familia. Los dos esposos recibieron la bendición nupcial del abate Genolin, en presencia y con el conocimiento de sus padres respectivos, y, además de Juan Ducrest, Claudio Laracine-Trélin, Francisco Belmont y Claudio Francisco Cloutier.
El nuevo hogar se instaló en una de las pocas casas de Confort, situada junto a la carretera que va de Bellegarde a Morez, adosada a la montaña.
Juan Antonio era labrador. La vida era difícil en aquel difícil país. Se labraba la tierra: se vivía de los productos de la tierra; se amaba a la tierra nutricia. No eran ricos, pero disfrutaban de cierto bienestar, tenían varios criados vinculados fielmente a la familia desde hacía tiempo; entre ellos un hortelano y un mazo de cuadra. La casa era grande; por detrás se extendía un huerto grande rodeado de una gruesa pared. Había sitio para una familia feliz.
En 1786 un primer hijo vino a alegrar aquel hogar. Era el día siguiente de la fiesta de la Natividad de la Virgen. El hijo, una niña, bautizada el mismo día de su nacimiento, el 9 de septiembre, por el sacerdote Genolin. Recibió el nombre de Juana María. Un día recibiría el de sor ROSALIA y hablaría de ella todo París. Haría honor al hábito de las Hijas de la Caridad y a aquel Dios que la había traído al mundo para hacerle amar.
El registro del libra de bautizos indica que fue madrina Nicolasa Rendu y padrino Juan José Rendu; pera este último, el abuelo, no hacía más que representar a un amigo íntimo, al que Juana María consideró siempre como su verdadero padrino, un compatriota, sacerdote de gran renombre y de mucha autoridad, el señor EMERY, a quien sus cargos retenían en París. Superior General de los sacerdotes de San Sulpicio y superior del seminario, no podía dejar su puesta, pero el padrinazgo ejercido por aquel eminente sacerdote era una bendición; fue siempre un verdadero padrino y muchas veces en la vida de Juana María un poderoso protector, un guía, un apoyo.