SOR MARIA FRANCISCA LAREQUI

Mitxel OlabuénagaBiografías de Hijas de la CaridadLeave a Comment

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Author: Juan Esteve · Year of first publication: 1904 · Source: Anales Madrid.
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biografias_hijas_caridad1.-DATOS BIOGRÁFICOS
Sor María Francisca Larequi y Goñi era natural de Cizur Mayor, en Navarra, hija de una familia de labradores bien acomodados.
Tenía al morir, el 27 de Noviembre de 1903, setenta y cinco años, y desde joven mostró su vocación religiosa y caritativa, entrando a los veintiún años en la Congregación de las Hijas de la Caridad.
Cuando fue destinada al Hospital General de Madrid, la encargaron del oficio de Despensera, del cual pasó al de Superiora, que ha ejercido, sin otra interrupción durante más de treinta años, que la de haber sido nombrada Ecónoma, que es el segundo cargo de la Congregación, que le obligaron a aceptar, consiguiendo de sus Superiores que al poco tiempo la volvieran al Hospital General, que tanto amaba.
En este Establecimiento ha invertido sumas fabulosas, puesto que el solar de las salas de enfermería lo ha transformado por su cuenta, primero con pavimento de baldosín, y después, en muchas de ellas, de mármol.
Las mismas salas las ha estucado y puesto zócalos de azulejos.
Los antiguos jergones de esparto los transformó primero en jergones de paja de maíz, y después los reemplazo por colchones de muelles.
En todos los apuros de ropas para el Hospital, especialmente de sábanas, ha conseguido llenar los almacenes con donativos particulares.
Los socorros a los enfermos que salían con alta han sido incalculables. De los ferrocarriles conseguía para ellos billetes de caridad, y ella les costeaba el medio precio y daba auxilios en metálico para el camino a los que eran forasteros.
Las obras más notables que ha costeado, además de las hechas en las salas, han sido las de la cocina; el lavadero, en que se ha gastado más de veinte mil duros, y las’ del oratorio de San Felipe Neri.
Su caridad no se extendía sólo al Hospital. Los señores Marqueses de Vallejo se han valido de ella para establecer en Puerta Cerrada un Asilo de niñas, huérfanas de padre, en que se les da educación y almuerzo y comida, y en Valdemoro otro Asilo de ancianas inútiles para el trabajo.
Todo el Cuerpo médico del Hospital ha asistido a Sor Francisca, con un esmero y solicitud dignos, durante el principio de la enfermedad, hasta que se hizo cargo de la enferma, por acuerdo común, el Dr. D. Jaime Vera, quien le ha asistido con la mayor solicitud y cariño y no ha querido separarse de su lado hasta recoger el último suspiro.
II-BREVE ELOGIO.
Era Sor Francisca mujer de corazón magnánimo y de firmeza de carácter, mezclado con gran bondad, y modelo acabado de religiosas. Dotada de talento natural, poseía singulares dotes de gobierno.
Fue siempre madre solícita y cariñosa de los pobres, y jamás llegó a ella algún necesitado, madre de familia, viuda, huérfano, que la gran caridad de Sor Francisca para todo infortunio no socorriera y remediase. ¡Dios nuestro Señor conoce sólo las lágrimas que ha enjugado dentro y fuera del Hospital en los años que ha sido Superiora.
Y como su caridad era toda difusiva, fue Sor Francisca conocida de grandes y de pequeños, y su nombre llegó ser popularísimo. Así se comprende la confianza que en ella tenían los dichosos y los desgraciados, y que acudieran a su gran corazón, para enjugar infortunios los unos por medio de ella, y los otros para recibir el alivio de sus penas, y que en los días calamitosos por que ha atravesado el hospital, saliera Sor Francisca a la calle en demanda de recursos, no volviendo jamás sin los necesarios.
Obras deja hechas en el Hospital que atestiguan su grandeza de ánimo, su inquebrantable fe y plena confianza en el Señor, cuyos tesoros, depositados en poder del rico, son la providencia especial para remediar necesidades.
Los apuros y grandes conflictos de que ha salvado al Hospital, sabidos fueron sólo de Dios y de ella. Por esto, amigos y enemigos, porque también los tenía aquella angelical y rectísima alma, rindieron tributo a su gran celo y caridad, no fácil de reemplazar, porque Sor Francisca había llegado a ser en el Hospital Provincial una institución cuya pérdida no se llorará nunca bastante.
El amor a sus hijas, las piadosas Hermanas del Hospital, no tenía medida. Las amaba como la más amante y cariñosa de las madres, y así se explica la desolación que llena aquellos corazones, que sólo laten estos días para orar y llorar a la que las nutrió con su piedad, con sus consejos y ejemplos hasta momentos antes de morir. Creemos, piadosamente pensando, que su alma ha volado al Cielo; porque hasta la misma enfermedad larga y penosísima, llevada con santa resignación, la habrá de seguro purificado y llevado desde el lugar de abnegación y sacrificio en que ha vivido y luchado cincuenta o más años, a la mansión celestial a recibir el merecido galardón.
¡Dichosa Sor Francisca!
Ruegue al Señor por sus Hijas, por los enfermos cid santo Hospital y por los que fuimos sus admiradores y amigos.
III.–EL ENTIERRO
Un periódico católico de esta capital publicó, acerca del entierro de Sor Francisca el siguiente artículo:
Ayer 29 de Octubre de 1903 recibieron cristiana sepultura los restos mortales de Sor Francisca.
¿Quién fue, preguntan ustedes?
Cedamos gustosos la palabra a El Imparcial, que lo dice:
«Era la Superiora de las Hijas de la Caridad del Hospital Provincial. Cincuenta y tres años hace que, rindiendo los votos ante la regla de ese instituto admirable, se consagró a cuidar de los enfermos. En plena juventud, cuando, sin duda, la rodeaban los atractivos de la vida, María Francisca Larrequi dedicó todas las ternuras de su alma y toda la resistencia de su cuerpo fuerte y sano a la generosa encargada de llevar al mísero doliente el confortador aliento de caridad. Cincuenta y cuatro años—una vida—eso ha empleado Sor Francisca en aliviar las desdichas humanas, en sustituir cerca del lecho del enfermo sin familia a los sesga queridos del paciente, en rodearle de una atmósfera de tino celoso e inteligente, en ser la eficaz colaboradora del médico, en derramar el bálsamo de dulce poesía sobre sequedades de la beneficencia oficial.»
Y en luchar a brazo partido contra los abusos, horrores iniquidades a que da pretexto y de que es amparo y cobertera esa misma beneficencia oficial, hubiera podido añadir, en justicia, El Imparcial, sin temor a que nadie le rectificase.
Sor Francisca era popularísima, querida y admirada de todos.
Lo atestigua El Imparcial cuando añade a lo dicho anteriormente:
«La Superiora de las Hijas de la Caridad en el Hospital de la provincia de Madrid era una institución popularísima entre los pobres. Modesta, humildísima, dedicando mucho tiempo a la ímproba tarea, rezando en los momentos de descanso, poniendo en cada uno de sus rasgos de unta energía las efusiones de una oración, Sor Francisca ha llegado a la hora definitiva con la alegre esperanza del bien supremo, segura de alcanzarle y de encontrar en él el premio apetecido.»
Y aun dice más el Diario Universal, que encabeza la noticia de la muerte de Sor Francisca con estas líneas:
«Sor Francisca era una personalidad tan simpática, tan grande, tan venerable, que está por encima de las bajas pasiones humanas. Su obra ha sido tan meritoria, tan cristiana, tan hermosa, que ante ella se resiste toda crítica para dejar Faso a la admiración.
El menos creyente, el más enemigo de todo lo que huele a monja, habrá de prosternarse ante el cadáver de Sor Francisca, como se prosternan las almas buenas ante los monumentos de la virtud.»
Y algo de eso de prosternarse ante su cadáver, los menos creyentes y más enemigos de lo que huele a monja, ha ocurrido en esta ocasión, según la reseña del entierro que publica hoy El Liberal, y de la cual son estos párrafos:
«A las diez de la mañana de ayer, y en hombros del Presidente de la Diputación, Sr. Bernad; del Visitador del establecimiento, Sr. Raboso, y de los Diputados Sres. Cárdenas, Magnín y Barranco, era conducido el féretro desde la capilla ardiente al atrio de la puerta principal.
Organizado difícilmente el fúnebre cortejo, por la inmensa muchedumbre que invadía la plaza y calles inmediatas, formaron en él cuatro guardias municipales de a caballo, los niños del Hospicio, las niñas del Colegio de la Paz, las de las Mercedes, las de la Inclusa, todas las Superioras y Hermanas de la Caridad de los distintos establecimientos de la Corte y sus inmediaciones, hermandades y cofradías.
En la presidencia figuraban el Gobernador, Sr. Lacierva, el Marqués de Santa Genoveva, en representación de la Reina; el Presidente de la Diputación, Sr. Bernad; el señor Raboso y el Capellán mayor, D. Juan Manuel Cabrera. Venían después los ex-Presidentes Sres. Pérez de Soto, Cemborain y España, De Blas y Romero; los Diputados provinciales señores Marqués de Ibarra, Benito Moreno, Cárdenas, Magnín, Díaz Agero, Barranco, Mediano y otros; ex-Diputados señores doctor Pulido, Vallejo, Aramburo y muchos más; el Secretario de la Diputación, Sr. Viñals; el Contador, Sr. Corrales; el Tesorero, Sr. Agustín, y, en suma, todos los empleados de la Corporación.
Del Cuerpo médico de la Beneficencia provincial iban el Decano Dr. Alcaide, y los Doctores Sres. Isla, Valdés, Ergueta, Espina, Huertas, Campesinos, Mendoza, Bravo (D.J.) y Bravo (D. A.), Gaztelu, Mansilla, Cisneros, Sáez, Ortiz de la Torre, Capdevila, Elizagaray Pérez Obón, Briz, Hurtado Fidel y todos los jefes clínicos, alumnos internos y enfermeros del Hospital.
Entre la inmensa comitiva, formada por personas de todas las clases sociales, entre las que descollaba el verdadero pueblo, vimos a los Sres. Maura, General Azcárraga, Aguilera y otros caracterizados políticos; los abastecedores Sres. D. Pedro Rodríguez, D. Antonio Candelas, Don Vicente Torres, D. Clemente Fernández y otros; los Directores, Interventores y demás personal de los establecimientos benéficos provinciales, etc., etc.
Un coche de palacio, la carroza de gala de la Diputación y más de 200 coches particulares cerraban la comitiva, que en todos conceptos llamó la atención a su paso por las calles de la Corte, que atravesó hasta la Sacramental de San Isidro, donde reposan los restos de la por todos conceptos digna de tan espontánea como sincera manifestación de dolor.»
Mucho podríamos añadir de nuestra cosecha sobre la santa vida y piadosa muerte de la Venerable Superiora de las Hermanas de la Caridad, que tienen a su cargo el Hospital Provincial de Madrid; pero no hay necesidad, ni es hoy nuestro propósito.
Nuestro propósito es hacer resaltar la feliz inconsecuencia de los periódicos liberales, que con razón se han sentido conmovidos y entusiasmados por la santa vida y piadosa suerte de Sor Francisca, cuya muerte ha sido sentidísima y cuyo entierro, conforme lo deseaba El Imparcial, ha superado al de los grandes de la tierra.
Dice, que humilla a los soberbios y exalta a los humildes, ha querido que la muerte de Sor Francisca fuese un acontecimiento de primen orden en este Madrid, de ordinario indiferente a los dolores y alegrías de las comunidades religiosas.
Pero la vida y muerte de Sor Francisca no son una excepción de la regla, sino la regla misma; la práctica constante, mediante la divina gracia, de las obligaciones que impone «ese instituto admirable», en frase de El Imparcial, uno de tantos casos, y por fortuna para el mundo son innumerables, de gentes que, renunciando a las satisfacciones legítimas y dando de mano a los intereses lícitos y a los más dulces afectos de la sangre, abrazan vida de perfección, porque lo que se dice de ese Instituto puede decirse de todos los Institutos y Congregaciones y reglas y órdenes de vida religiosa aprobados por la Iglesia. Todos son admirables y todos son santos.
Y es, en verdad, inconsecuencia dolorosísima, y parece cosa inexplicable, que los que en la persona de Sor Francisca Larequi rinden tributo a la virtud, aúllen contra frailes y monjas, y con sus gritos e injurias, y mentiras y apasionamientos inicuos, engañen a las gentes y corrompan los razones y armen el brazo de esas muchedumbres desvelo radas que apedrean é incendian las casas de religión, respirando odio y venganza y escupiendo al Cielo.
Si tales infelices discurrieran por cuenta propia, ¿qué dirían al ver y palpar esa monstruosa contradicción, que permite a la prensa liberal ensalzar las virtudes religiosas y ser rabiosa enemiga de las mismas, honrar la memoria de Sor Francisca y luchar y trabajar desesperadamente para ahogar la bendita semilla de donde brotan esas flores preciosísimas?
JUAN ESTEVE.

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