Sor Giuseppina Nicoli. La Hermana de los «Muchachos de los cestos» (1863-1924)

Francisco Javier Fernández ChentoJosefina NicoliLeave a Comment

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Autor: Desconocido .
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Sor Giuseppina Nicoli desembarco en Cagliari el 1 de enero de 1885; apenas tenía 21 arios. En el breve periodo de un ario, dejó a su familia, entró en el Postulantado y en el Seminario y ahora, se encontraba ya en misión. Había dejado todo para seguir una vocación que le surgió de modo fulgurante: darse totalmente a Dios para servirle en los pobres, sobre todo en los jóvenes, hacia los que sentía un atractivo espontaneo.

Nació el 18 de noviembre de 1863 en Casatisma, pueblo de los alrededores de Pavía, en el seno de una familia burguesa: su padre fue juez y su madre hija de un abogado. La quinta de diez hijos, Giuseppina era querida por todos. Su dulzura era un don natural: la llamaban «pan de mantequilla». Hizo sus estudios primarios con las Religiosas Agustinas de Voghera, más tarde, en Pavía obtuvo el diploma de Maestra alcanzando la calificación más alta. Sor Nicoli realizo estos estudios con el secreto deseo de consagrarse a la educación de los niños pobres en un periodo en que el índice de analfabetismo era muy alto entre la gente pobre.

Su deseo maduró con la experiencia del sufrimiento que marcó a su familia con motivo de la muerte de varios de sus hermanos, pero sobre todo la de su hermano Giovanni para el que se convirtió en su servicial enfermera personal. En la escuela del sufrimiento, aprendió a considerar mejor el valor de la vida y se impresionó por la fragilidad de las cosas humanas. La vida mundana no la atraía. Guiada por un sacerdote de Voghera, Don Giacomo Prinetti, animador de la «Caridad» en Voghera, comenzó a profundizar en el camino de la perfección espiritual. Él fue quien le dio a conocer a las Hijas de la Caridad.

En octubre de 1883, hizo su postulantado en el Instituto Alfierri Carrù de Turín y después en el mismo Turín, entró en el Seminario de las Hijas c la Caridad en San Salvador. Al terminar el Seminario, pasó tres meses en Casa Sappa d’Alessandria, pero a finales de Diciembre, fue enviada Cerdeña, en Cagliari, donde llegó después de tres días de viaje por mar. En el primero de enero de 1885. Cuarenta arios después, el 1 de enero de 1925 una multitud conmovida, acompañó su ataúd al cementerio de Bonaria exactamente habían pasado cuarenta arios de su vida entregada a los pobres de Cerdeña.

En este primero de enero de 1885, se encontraba pues en Cagliari a la puerta del Instituto de la Providencia. Era un Instituto que tenía por objetivo la instrucción de las niñas. Fue fundado en el siglo anterior por un Jesuita de Turín, el Padre Battista Vassallo. Sor Nicoli se integrará con entusiasmo a este ambiente, que fue, durante 15 años, el lugar de una experiencia educativa, que la marcará para siempre. Sus ojos no se limitaban solo a mirar lo que pasaba entre los cuatro muros del Instituto, sino que en su deseo creciente de realizar el carisma de vivir para el servicio a los Pobres, la unión con el Señor Crucificado -a quien ella llamaba «su esposo»-, comenzó a ampliar su radio de acción en la ciudad. Aunque su salud no fue una ayuda no escatimó esfuerzos. A los 30 años tuvo su primer esputo de sangre y comenzó una tuberculosis pulmonar que la consumirá lentamente durante los treinta siguientes arios de su vida.

En 1886, el cólera estalló en la ciudad y en el poco tiempo libre que dejaba la escuela, ella se entregaba con las Hermanas de la Institución a socorrer a las familias pobres de la ciudad, ofreciéndose para el servicio en las «cocinas económicas», organizadas por la autoridad civil. Esta apertura permitió encontrar a los adolescentes abandonados a su suerte en las calles de «Castello», la parte alta de la ciudad de Cagliari. Sor Nicoli los reunía en la Escuela infantil «Humberto I y Margarita», enseñándoles el catecismo el Domingo y los organizó en una asociación llamada «I Luigini» (Los Luisitos). Los animó a llevar una vida de ayuda mutua, educándoles en una sana conciencia de la vida social. Gracias a ella, muchos encontraron la fuerza para cambiar de vida.

Esta ardiente actividad fue interrumpida en 1889, cuando fue nombrada Hermana Sirviente del Orfanato de Sassari, otro Instituto creado a partir del modelo de la Institución de Cagliari. Apenas tenía 36 años. Sin embargo fue allí donde su vitalidad de mujer espiritual y apostólica apareció aún más madura. Sor Nicoli dio un nuevo impulso a la Asociación de las Hijas de Maria, reunió a las Damas de la Caridad y las guió hacia el servicio e los pobres, estimuló la Escuela de catecismo del domingo, reuniendo cada vez cerca de 800 niños, chicos y chicas, y sobre todo fundó «la Escuela de Religión» para las jóvenes de las Escuelas superiores y universitarias, preparándolas a ser buenas maestras, penetradas de Fe, con vistas a las regiones del interior de Cerdeña. Tuvo como ayuda preciosa al Padre Manzella, que aportaba con mucho gusto su ayuda misionera a la vida espiritual del Orfanato. Para el apoyo a los presos, Sor Nicoli introdujo a las Hermanas en el servicio de la Prisión; por último, elevó el nivel de estudios el Instituto para combatir las ideas masónicas presentes en Sassari, las cuales intentaban debilitar la influencia de los católicos en la ciudad.

En 1910, ante la sorpresa de todos y mientras estaba en plena actividad, Sor Giuseppina fue nombrada Ecónoma provincial. Obediente, parte hacia Turín pero no sin sufrimiento, incluso si en adelante aprendió a sublimar sus desprendimientos. Dieciocho meses más tarde, la Directora del seminario cayó enferma y fue a ella a quien escogieron para reemplazarla. Entonces se entregó totalmente a la formación de las jóvenes que se preparaban para ser Hijas de la Caridad. De este servicio nos han quedado  sus notas de vida espiritual con las que formaba a las Hermanas del Seminario. En este oficio solo estuvo nueve meses; a su vez, ella cayó gravemente enferma y por proscripción del Médico, fue enviada de nuevo a Cerdeña donde el clima, más suave y templado, podría ayudar a sus bronquios, atacados de tuberculosis, a recuperarse.

Es así como volvió a su antigua y querida casa del Orfanato de Sassari donde recuperó su salud pero comenzó para ella un verdadero calvario interior. Malentendidos y calumnias por parte de la Administración, obligaron a los Superiores a darle el cambio. Ella estuvo a su entera disposición, aceptando en silencio la acusación más humillante que podía hacérsele: la de ser incapaz de gestionar el Orfanato. Ante esta humillación, se repetía a si misma: «Es bueno para ti, Giuseppina, aprende a ser humilde».

Así es como el 7 de agosto de 1914 y como última etapa de su vida, la Providencia la conduce a Cagliari, a la «Escuela Infantil de la Marina». El barrio de la «Marina», situado muy cerca del puerto y de la estación de tren, era el centro de un gran desarrollo urbano, pero también de una superabundancia de familias pobres. Muchas Vivian harapientas y sin trabajo, sobrevivían gracias a recursos poco honrados. Como los niños eran pobres, se le había negado el derecho a estudiar y la ausencia de educación favorecía en ellos comportamientos degenerados. Además, la declaración de la primera guerra mundial, complicó aún más la situación.

Frente a frente con la pobreza y la indigencia materiales, Sor Giuseppina descubrió también las heridas aún más escondidas de la pobreza moral y espiritual. Hizo frente a la necesidad de formación de los Jóvenes que reunía gracias a la Escuela de Religión y a las clases de la Escuela Infantil de la Marina. Se ocupó también de los jóvenes de la ciudad; muchos de ellos trabajaban en las manufacturas de Tabaco y los reunía en la obra de los Ejercicios espirituales.

Se preocupó también de las jóvenes empleadas de hogar que llegaban de Campidano a la ciudad para servir a las familias acomodadas. Además de los momentos de alegría y de descanso que pasaban juntas, Sor Giuseppina enseñaba el catecismo y les daba lecciones para aprender a leer y a escribir. Estableció para ellas la simpática Asociación llamada «Zitines» – porque la puso bajo la protección de Santa Zita-.

Fue nombrada por el Obispo animadora espiritual de las «Doroteas», jóvenes consagradas en el mundo, que Sor Nicoli reunía en los locales de la Marina» y las estimulaba al servicio de la Caridad.

Instituyó también el primer círculo de la Acción Católica femenina en Cagliari y el círculo de Santa Teresa en la Parroquia de San Agustín.

La preocupación por los pobres no le concedía descanso. En el barrio, había demasiadas familias que ella, con sus Hermanas no llegaba a atender. Entonces, escogió entre las jóvenes a las más emprendedoras y fundó «Las Pequeñas Damas de la Caridad» para la visita de los pobres a domicilio -fue primera fundación en Italia- . Con ellas, en 1917, se ocupó también de aliviar los casos de niriosniños escrofulosos y raquíticos o afectados de tracoma, abriendo una «Colonia de la Marina» en Poetto donde fueron acogidos centenares y centenares de niños.

Pero por encima de todo, el nombre y la fama de Sor Nicoli estaban unidos a «los muchachos de los cestos» muy conocidos en la ciudad por su particular instrumento de trabajo, «su cesto». Estos muchachos llegan a ser para ella su preocupación y su tormento. Muchos de estos adolescentes descalzos, mal vestidos y mal alimentados se apiñaban cerca del mercado de la ciudad, próximo a la Escuela Infantil de la Marina. Ganaban su vida llevando a la estación o al puerto, el equipaje de los que se paraban en la ciudad, o transportando las compras que las señoras hacían en el mercado. A menudo llamaban a la puerta de la Escuela para pedir algo para comer. A veces, robaban para alimentarse. El poder municipal no sabía cómo liberar de estos golfillos las plazas y los mercados del barrio. Pensó en ficharles y obligarles, a medida que la policía los detuviera, a llevar al cuello una pequeña cadena con un número, de modo que les pudieran identificar rápidamente en caso de delito. El método parecía enérgico pero no tenía en cuenta su triste situación de abandono.

Sor Nicoli al contrario, en los momentos que la Escuela le dejaba libre, se acercaba con las Hermanas jóvenes a estos adolescentes, con la delicadeza de una buena madre. Los conquistó: para ellos esto respondía a una fuerte e inexpresable necesidad y aunque a menudo ellos se mostraban con ella groseros y mal educados, Sor Nicoli soñaba con que tuvieran un futuro mejor. Poco a poco, con paciencia, los atrajo a confiarse a ella y a encontrar al Señor. Los rebautizó con el nombre de «Marianelli» o también «los pilluelos de Maria», confiándoles así bajo la protección de la Virgen. Les daba clase, los preparaba a ejercer una profesión, los instruía en la Fe, conviniendo con ellos un acuerdo educativo que los devolvía a la vida social enriquecidos con la conciencia de su propia dignidad.

Cada día, a las cinco de la mañana, una Hermana pasaba bajo los arcos de la calle de Roma o por las calles del barrio, con una campana para despertar a estos jóvenes que participaban en la santa Misa celebrada para ellos, en la capillita de Santa Lucia, ofrecida por el Obispo para este fin. Después, iban a la Escuela de la Marina, a desayunar. Los niños que seguían así a las Hermanas, eran unos cien.

A pesar de todo este bien, en 1924, último año de su vida, Sor Nicoli y sus compañeras, tuvieron que soportar un agravio que apareció en los periódicos de la ciudad.

Era entonces la época en que desde hada poco el fascismo estaba en el poder y el nuevo Director de la Escuela de la Marina pertenecía al movimiento fascista. Él hubiera querido, que la enseñanza de las Hermanas estuviera bajo su control. Ellas no aceptarían, al contrario, estaban incluso decididas a romper el convenio con la Administración antes que someterse a, u control. Entonces una serie de artículos en los periódicos, denigraron a las Hermanas, diciendo que ellas se divertían con «comidas suntuosas» mientras que a los niños de las escuelas les daban «caldos poco nutritivos». En comunión con la Visitadora, siempre bien informada de la evolución de la situación y con el Obispo, Sor Nicoli acepto en silencio la calumnia, hasta jue el Director de la Administración dio marcha atrás y reconoció su error.

En su lecho de muerte, Sor Nicoli, con su humilde caridad, lo mandó acercarse y le concedió su perdón con una amplia sonrisa.

Murrio el 31 de diciembre de 1924 y el 1 de enero de 1925, tuvieron lugar sus funerales.

Su proceso de Beatificación, iniciado por el Obispo de Cagliari, Monseñor Ernesto Piólela, terminó en 2006. La firma del decreto de beatificación del Papa Benedicto XVI ha sido realizada hace poco: a partir de ese momento puede tener lugar la celebración de su beatificación, que se ha fijado para el 3 de febrero de 2008. Numerosas son las gracias debidas a su intercesión. El milagro por el cual ha sido proclamada beata, concierne a un joven militar de Milán, súbitamente curado de un tumor de huesos con tumefacción lumbar.

Sor Tambelli, que fue la colaboradora más cercana de Sor Nicoli en el tiempo de la Escuela infantil de la Marina, pudo decir de ella que la Caridad fue «la regla de todos sus pensamientos, palabras, acciones». En el camino de la humildad, en el que se escondía de los aplausos de la gente para hundirse en el amor de Cristo, penetró en el misterio de la Caridad hacia los Pobres como un acto de Amor hacia el Señor que la ha glorificado.

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