Dedicamos con verdadero cariño estas notas de nuestra angelical y bondadosa Sor Elvira Herrero Ibáñez, caracterizada así por cuantas personas la trataron y conocieron.
Nacida en Segorbe, 15 de enero de 1877, de familia muy cristiana y cariñosa, pronto se vio privada de las caricias de su buena madre. La epidemia de aquella época (el cólera) arrebató entre las víctimas al ser querido de aquel hogar.
Para estar mejor cuidada, se la llevó a Zaragoza un tío canónigo, cuya ama o encargada la prodigó los cuidados de una verdadera madre. Esta niña, graciosa y juguetona, embelesaba no sólo al tío Miguel (así se llamaba), sino a sus profesoras del Colegio de San Vicente, donde se educó, estudió y aprendió esmeradamante toda clase de labores, con tal primor hechos, que aún hoy admiramos su delicadeza en un bello muestrario que se conserva.
Las sobresalientes prendas encantaron a todos, de un modo especial a Nuestro Señor, quien la eligió a sus dieciséis abriles. Desprendimiento que causó la marcha dé su ama querida y no menos la impresión del tío, que poco después falleció. Motivo para darse a Dios más de lleno. Su fe sencilla y constante conseguía de la Santísima Virgen y San José cuanto pidiese.
Cumplidos a perfección la prueba y noviciado, fue destinada al Colegio de Nuestra Señora de los Remedios, de Santiago. Contaba, con sonrisa angelical y ojos vivarachos, el siguiente episodio : «En mi viaje al destino, me hubiera pasado de largo si no fuera por un caballero habido en la estación, semejante al San José que yo me imagino : joven y guapo, el cual me dijo : » ¡ Hermanita!, tiene que bajarse aquí», insistiendo como si alguien le hubiese avisado la llegada. Desapareció al insstante ; de nadie conocido, creí firmemente fuera el Santo a quien me había encomendado. Gracias a él no llegué a la frontera portuguesa.»
Llegada al colegio, pronto se percataron de su valer y disposición, colocándolas en seguida con las mayores. Desempeñó el cargo a satisfacción de Hermanas y colegialas. Al cabo de seis años, los Rbles. Superiores la enviaron a la fundación que se abría en Lugo por deseo del señor Obispo, con el nombre de Colegio de la Milagrosa.
Aqui, gracias a su buen humor, siempre alegre como unas castañuelas, supo afanarse y hacer frente (tanto de súbdita como de Supra.) a muchas dificultades, contratiempos y privaciones que las pobres Hermanas tuvieron que soportar.
La primera temporada residían con las Hermanas de la Beneficencia. El colegio carecía de lo necesario. Al instalarse sin muebles ni sillas, comida pobre y escasa, se puede decir vivían de socorro o limosna. Los pagos de externado eran muy bajos; no llegaban para cubrir las necesidades más urgentes; de ahí su excesivo trabajo en clases y después labores, a fin de aportar, a fuerza de duras vigilias, algo más con que adecentar la casa y comer mejor.
Contaba ella: «Yo esto lo sufría bien; pero al fin me resentí y quedé muy delicada ; perdí el apetito y me costaba mucho comer el libiano que traíamos, porque era lo más barato; otra cosa mejor no podíamos comprar. La nueva Superiora trató por todos los medios reponerme, y trayendo un médico excelente quedé nueva.»
El Señor tuvo en cuenta tanto sacrificio. Aumentaron progresivamente las alumnas; consiguieron tener internado; el colegio alcanzó gran fama, y Sor Elvira fue nombrada Supra., muy a satisfacción de sus compañeras. En el transcurso de 1915 a 1942 de superiorato, desplegó sus hábiles dotes de ordenada y educadora en alto grado. Su igualdad de carácter, no carecía de rectitud y energía en ocasiones necesarias; mas siempre comprensiva, buscaba un algo con que endulzar y complacer, haciendo así felices a los demás.
Aquel no sé qué de ángel en su cara de bondad y dulzura atraía, y como alguna Hermana ha dicho después de su muerte: «Recordaba a Su Santidad Juan XXIII.»
Por eso fue en todo momento guía y consejera de quien a ella recurría. Todos la respetaron y amaron. Las Hermanas colaboraron con gusto a sus deseos, especialmente Sor Juana, que siempre vivió a su lado, colmándola de atenciones bien merecidas, sobre todo al ser probada por Dios con la cruz de enfermedad dolorosísima, que la pobrecilla soportó con resignación y paciencia en los últimos catorce años, conservando hasta el final todas sus prodigiosas facultades.
La muerte de nuestra bonísima Sor Elvira, acaecida a las ocho y media del 20 de agosto de 1966, nos ha dejado una estela de virtudes y recuerdos que bien podemos darle calificativo de «un ángel de consuelo». Con la placidez de los santos dejó de existir, para volar al Cielo, donde descansa en el seno del Señor con el coro de las Esposas fieles.
UNA HIJA DE LA CARIDAD







