Sor Concepción Crespo Bufanda

Mitxel OlabuénagaBiografías de Hijas de la CaridadLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Hilario Chaurrondo · Fuente: Anales españoles, 1967.
Tiempo de lectura estimado:

biografias_hijas_caridadNada la fue indiferente: Ni el bien a realizar,

Ni el mal a evitar.

El 14 de febrero de 1967 hacíamos el elogio necrológico de Sor Concep­ción Crespo y Bujanda en los funerales ofrecidos por su eterno descanso en el Colegio de la Inmaculada de La Habana. Había fallecido en Puerto Rico. Al recoger la prensa nacional «El Mundo» la noticia de su fallecimiento, miles de cubanos sintieron el efecto de haber perdido un algo familiar sen­tidamente amado.

No fue Sor Concepción Crespo solamente una Hija de la Caridad más. Sor Concepción pertenecía a la Congregación, en la que bebió las aguas puras y confortantes en las fuentes caudalosas de su ideario evangélico y paulino.

El concepto de León XIII sobre Colón, cuando escribió: «Colón es nuestro», guardada la debida proporción, también decimos nosotros:

—Sor Concepción es nuestra. De la Iglesia, de Cuba, de todos, porque todos le preocuparon en ámbito eclesial y cubano. Una auténtica Hija de la Caridad.

Seguramente que nunca nos hemos colocado frente al papel, teniendo que abarcar tanto material en tan pequeño espacio como el que podemos aspirar, dada la naturaleza de los trabajos adecuados a los Anales.

Nacida en una modesta aldea de Navarra, en Azuelo, a fines del siglo XIX, a la sombra de la Peña y del Santuario de Codés, ha muerto convertida en figura nacional de Cuba y miembro relevante del Instituto de las Hijas de la Caridad con eco en toda la Congregación.

Ya en 1903 penetraba por la boca del Morro de La Habana. Joven dotada de preclaro talento, firme voluntad y anhelo de santidad, que desde niña sintió ante la figura vibrante de su paisano San Francisco Javier, el primer navarro que corrió el mundo de las lejanías orientales, percibió en su niñez madura el impacto de una mujer que, místicamente unida a Dios, preocupóse por toda necesidad cuyo remedio estuviese a su alcance, pudiéndose decir de ella en pequeño lo que la lección de la festividad de San Vicente dice del santo de la Caridad: «No hubo género de mal alguno al que no tratase de poner remedio».

El recuerdo de aquella mujer, Sor Simona Oroz y Mina, como ejemplar de Hija de la Caridad le acompañó durante toda su vida.

Muy joven, de novicia, siéntese con el valor de Javier para lanzarse a la lejanía, cruzando los mares, al recibir el consabido papelito solicitando her­manas voluntarias para Cuba, todavía ensangrentada de su guerra de libera­ción nacional y en principios de su restauración e iniciación en la vida común de las naciones libres.

El primer impacto que recibió su alma, de un modo distinto al que había vivido, fue en New York en 1903, con sus ya desconcertantes rascacielos. Cayó en La Habana, en la Casa de Beneficencia. Allí se abría el libro grande de su vida.

EN LA BENEFICENCIA

Al lado de otra gran mujer, cubana, Sor María Campos, con anhelos de perfeccionamiento, bajo la bendición de la obediencia de Sor Laquidaín y Sor Clara, sus Visitadoras de aquellos años, deshace la desconfianza del doctor Agramonte, que no creyendo en la capacidad de las Hermanas para la estruc­turación de la enseñanza a base de los nuevos métodos venidos de Estados Unidos, da un plazo de seis meses para fallar luego en unos exámenes, en los que, como él atestiguó después, trataba más bien de examinar a las maestras.

El éxito fue rotundo, rogando el Director a continuación que también se hiciesen cargo de los muchachos.

Este duelo cubano-español había salvado a las Hijas de la Caridad de ser expulsadas de la Casa de Beneficencia de Matanzas y Santiago de Cuba, como lo habían sido de los hospitales, basándose el Gobierno interventor americano y el cubano en la falta de títulos de competencia preparatoria para el ejer­cicio de los servicios hospitalarios.

COLEGIO DE LA INMACULADA

Ya, cuando en 1919 se hace cargo del Colegio de la Inmaculada, lleva Sor Concepción Crespo la visión de su futuro plan. Y lo logró con gran éxito. Ella organizó la Escuela de Párvulos, el Kindergarte, dicho en una oscura palabra alemana; luego pasaría la alumna a la primera enseñanza en el colegio. Más tarde la -acompañaría a las clases del Instituto, en los ómnibus del Colegio, para después montar su pequeño pero excelente Instituto en el mismo Colegio, donde estudiar, para sólo examinarse en el centro oficial. Y por último crearía la sección de universitarias, alumnas que viviendo la vida cristiana del Colegio asistieran a las clases en compañía, no acompaña­das de un grupo de Hermanas alumnas como ellas de la Universidad Nacional o de Santo Tomás de Villanueva, hasta dejarlas graduadas de profesionales, pero unidas al Colegio de la Inmaculada por la emoción de una vida entera vivida a su calor maternal.

Esta fue la obra de Sor Crespo, reducida a pocas palabras: un centro escolar de 140 alumnas al recibirlo y de 1.200 al entregarlo.

No caigamos en la candidez de creerla obra exclusivamente suya. Fue la obra de una brigada de Hijas de la Caridad, que contaron con un inteligente, perseverante y técnico comandante en pedagogía y acción llamado Sor Crespo. Pero el espacio aprieta y tenemos que avanzar.

 

El deporte, no la gimnasia decorativa, en cuya eficacia nunca creyó, el verdadero deporte, el que desarrolla el músculo, el que rinde al atleta, fue una de las más interesantes orientaciones que dio al Colegio, contratando los mejores entrenadores, el alemán Hayder, la maestra de atletismo doctora Meri­no, el sportman Canosa, María Porcj, en los tiempos de oro del mismo, cuando las atletas del Colegio formaron parte de las ligas nacionales, luchando no en competencias familiares entre sí o con otros coleigos de menor dis­ciplina, sino con carácter oficial, con los temas que le tocara en turno com­petir en la planificación nacional.

Hubo finales de curso que llevaron al Field Day 17.000 espectadores a la Tropical, dejando una utilidad de más de cinco mil pesos o dólares, después de cubiertos los gastos, cantidad que anualmente se dedicaba a las Misiones Parroquiales, Conferencias de San Vicente de caballeros, becas para Padres Palles y otras obras sociales del Colegio y de ella. Renunciando siempre el Colegio a beneficiar su caja con esos ingresos.

Sor Concepción convirtió el deporte en un medio de conseguir recursos para sus múltiples apostolados.

Sor Concepción Crespo vio siempre en el deporte un fondo moral y una defensa de la mentalidad femenina, estimando que refuerza el cerebro, la vo­luntad y los músculos.

«Un atleta —solía decir— que cae rendido en la cama, no es candidato propicio a la malicia de los vicios solitarios; suele contraer el hábito de alimentarse bien y adquiere el sentido de la justicia en la apreciación de los valores humanos, ya que vive siempre entre jueces que dictaminan sobre hechos concretos, que caen bajo la apreciación objetiva de la medida por metros y milímetros, por horas, minutos y segundos. El atleta aprende a per­der noblemente, porque está ante hechos innegables, en los que no juega preferencia por el amigo que corre o salta.»

¡Qué gran verdad ésta! Un padre rico, unos amigos de una candidata al reinado de la belleza, pueden, comprando los votos con dinero o ganando al tribunal, sacar por reina o estrella a una candidata fea. Pero difícilmente puede darse esa falsificación de valores en metros o saltar o correr o en pesos a levantar o lanzarlos a distancia.

Acostumbradas las niñas lindas de la casa a ganar en todos sus caprichos, sufrían recias perretas antes de habituarse a perder en el deporte.

«Un atleta rezando –solía comentar— impresiona y edifica más que un esmirriado o subdesarrollado medio hombre.»

Nunca estimó Sor Crespo que el atletismo fuera amortiguador de la femi­nidad; al contrario, lo consideraba como un gran cooperador a los futuros destinos de la maternidad de sus alumnas, aplicándole el ideal romano del hombre y de la mujer : Mens sana in corpore sano.

Sus atletas rezaban, como rezaron ante el stadium repleto María Poch y Graciela Martínez en las olimpíadas de Panamá y Jacksonville, portando la enseña del Colegio de la Inmaculada.

Ella tuvo la satisfacción de oír muchas veces lo que se corría como voz común de boca en boca: Que las alumnas de la Inmaculada eran las que mejor comían, las que más alto saltaban, más largo corrían y mejor rezaban. Expresión social de agradecimiento para aquella mujer que tanto se cuidaba de las futuras madres de Cuba.

IRRADIACION SOCIAL

Decíamos que Sor Concepción Crespo fue la mujer de todos y para todos, como San Pablo en lo cristiano y Martí en lo cubano. Nada le era indiferente.

A medida que vamos avanzando en nuestra semblanza debemos ir cons­triñéndonos, pues el espacio se nos acaba con dolor de nuestra alma.

Al hacerse cargo Sor Concepción Crespo del Colegio de la inmaculada en 1919, recibió del Padre Juan Alvarez, su Superior, la encomienda de preparar a las Hijas de la Caridad de Cuba para la gran batalla de la en­señanza.

Rompió por dos caminos. El primero que estaba a su alcance consistió en reunirlas semanalmente para conferencias y vivencias pedagógicas en el Colegio, aunando a las Hermanas de todas las casas; formando más tarde un centro pedagógico, de la que fue nombrada oficialmente responsable, logrando del Gobierno un cursillo de perfeccionamiento, dado oficialmente por profe­soras del Estado, a fin de otorgar, mediante expediente, el título de capacidad para la mayoría de las Hermanas.

Pero todos esos esfuerzos, muy meritorios como defensa, eran en verdad parches que se incrustaban en las ruedas del carro de la enseñanza.

Afrontando el problema a fondo, no cabía más que una solución. Acre­ditar su competencia para la enseñanza, acudiendo a aprender allí donde se enseña, y eso se llamaba tener valor para aparecerse en el Instituto de La Habana y en la Universidad después. Tomar los títulos de pedagogía. Sor Crespo guardó durante toda su vida sentido agradecimiento a los Padres Juan Alvarez y Miguel Gutiérrez, que le dieron aliento para atreverse a subir las escalinatas de la Universidad, a fundirse con los profesores y alumnos de la colina turbulenta y rebelde.

No era el león tan fiero como lo pintaban, solía decir ; y pasearon ella y Sor Concepción Echeverría, dos navarritas con inquietudes javerianas, sus blancas tocas por la Universidad con honor por parte de ellas y con respeto por parte de alumnos y profesores. Tras ellas fueron muchas otras haciendo el enorme sacrificio, al que nunca se acostumbra un estudiante : sentarse para exámenes ante aquellos severos y graves profesores del primer centro nacional de enseñanza y de la Universidad de Villanueva, dándose el caso de tener que soportar dos Hermanas un suspenso en la materia que ellas explicaban en el colegio donde enseñaban; siempre y todas contaron con el aliento de Sor Con­cepción Crespo, que no era como el Capitán Araña, pues las había dado el ejemplo de ser la primera que abordó el paquebote de la Universidad.

En las dos primeras tesis estudian ella y Sor Echeverría un tema que cons­tituye la fuente primitiva para historiar el desenvolvimiento de la enseñanza religiosa en Cuba. Historial de la enseñanza de las Congregaciones religiosas femeninas en Cuba : durante la Colonia, la de Sor Crespo, y de la República, la de Sor Echeverría.

Sor Crespo tuvo la satisfacción de ver todos los centros de enseñanza, propios o de patronatos regentados por Hermanas doctoradas, gozando todos ellos de gran prestigio en el pueblo cubano y en los centros oficiales de enseñanza. El sacrificio había sido grande, pero la recompensa, en forma de éxito, había sido mayor.

EL COLEGIO, CUARTEL GENERAL DE OPERACIONES

Sor Crespo no fue sólo el Colegio de la Inmaculada. Su figura personal logró ambiente y calidad nacional. Sus servicios a la Iglesia y a la patria de origen y adoptiva, España y Cuba, la hicieron digna de tan meritorio renombre. ¡Que había congreso de mujeres! Allí estuvo Sor Concepción vigilando sus movimientos, reuniendo en el Colegio a un grupo de delegadas, llamadas Gui­llermina Portela, Margot López, Rosa Trina Lagomasino, Frances Guerra, Ana­ria María Bez, Amelia de Vera, para formar el frente cristiano dentro del congreso, redactora con nuestra cooperación de los tres discursos de las dele­gadas de su Colegio, incorporándose oficialmente al mismo, ejercitando luego a las delegadas en la defensa contra los ataques a esperar de las adversarias.

En el primero de esos congresos se convirtió en adalid de la ponencia que defendía la igualdad de los hijos habidos dentro o fuera del matrimonio.

«Quien engendra un hijo; quien concibe y pare un hijo, debe hacerlo con toda responsabilidad. No es justo hacer caer sobre el hijo la culpa del padre y de la madre que lo engendraron y lo concibieron fuera de la ley.»

Ante todo los derechos del nacido.

¿Se celebran Congresos Catequísticos o Eucarísticos?

Allí aparece ya Sor Concepción en el Eucarístico de 1919, disertando en la Comisión femenina, única religiosa participante en sus discusiones, mere­ciendo el reconocimiento de Monseñor Pedro Estrada, Obispo de La Habana.

El segundo Eucarístico, con el Cardenal Arteaga aparece en la Comisión organizadora, y cuidando de la tarea ingente de la distribución de la sagrada comunión, consiguiendo cientos de copones, iglesia por iglesia, con gran trabajo para lograrlos y devolverlos.

Igual labor realizará en el Congreso Mariano y en cuantas concentraciones litúrgicas públicas realiza la Acción Católica, disponiendo ya para entonces de su organización permanente : La Cruzada del Santuario.

Sus trabajos de organizadora, de dadora de clases prácticas de catecismo en la Asamblea general, de buscadora de recursos le merecen el reconocimiento público de Monseñor Ruiz, Arzobispo de La Habana, en el discurso cierre del Congreso en la Catedral, al lado de los Padres Ajuri y Chaurrondo.

Los congresos de pedagogía de los colegios privados vieron siempre a Sor Concepción ocupando un puesto en las comisiones organizadoras y en la tri­buna de los mismos, aportando sus ideas y sus realizaciones personales.

E interés que siempre manifestó Sor Concepción por ayudar económica­mente a la Iglesia fue una de las manifestaciones más sinceras de su univer­salidad de concepción católica, sin estrecheces congregacionistas. Toda obra general de la Iglesia le interesaba.

Sor Concepción y sus alumnas aparecían por lo común encabezando con respetable suma cuantas colectas organizaba la diócesis o la jerarquía, habiendo conservado siempre en su posesión la bandera del mayor contribuyente a la Obra de las Misiones Parroquiales.

En las conocidas cartillas recaudadoras, con las cuales se levantaron los fondos para construir la iglesia-capilla del Colegio en 1930, como recordación de las Apariciones, Sor Concepción y sus muchachas batieron el récord con la suma de 10.000 dólares, de los 40.000 que costó el total.

Las capillas de la Cárcel del Príncipe, de Arroyo Apolo, en unión de Sor Mercedes Alvarez, recibieron la cooperación generosa de Sor Concepción Crespo.

Hemos conocido tres o cuatro seminaristas patrocinados por la Inmaculada en el Seminario de La Habana. Ahí estaba Sor Concepción ayudando a la Visitadora con ayuditas, sacadas de no se sabía dónde. De sus obsequios reci­bidos el día de su santo, Natividad o por cualquier otro motivo.

La Escuela Apostólica de Pamplona, donde se formó; para Paúl, uno de sus sobrinos, el Padre Alvarez, ahogado en trágico percance en el Perú, ape­nas ordenado, recibió siempre el rocío beneficioso de la mano de Sor Con­cepción

en agradecimiento a los servicios recibidos de los Padres Paúles, compañeros de infancia y condiscípulos algunos de ellos en la Escuela Pre­apostólica de Viana.

La Escuela Apostólica de Matanzas supo de su gran interés económico por ella.

Siempre puso el mayor interés en la celebración anual de la fiesta folklórica de la Santa Infancia en la iglesia de la Merced, como medio para obtener recursos para esta misionera institución, que heredó floreciente de Sor Josefa Ortega, su predecesora en el Colegio.

Nada le fue indiferente.

Si la Patria que le vio nacer, España, sufre, víctima del odio de unos contra otros, Sor Concepción correrá en su ayuda, y con el lema «Recons­truyamos con amor lo que con odio se destruyó», organiza aquella enorme campaña en favor de las iglesias devastadas, logrando interesar a toda Cuba en aquella empresa, que produjo quince grandes cajas valuadas por expertos

en más de 50.000 dólares, que fueron remitidas al Cardenal Gomá, tras una gran exposición en la Embajada española, a cuya inauguración acudió casi toda la jerarquía eclesiástica de Cuba.

 

¿Que las iglesias del campo necesitan ornamentos sagrados? Sor Concep­ción convertirá su organización de ayuda a las iglesias españolas en organiza­ción nacional con el título de «Cruzada del Santuario», que lograra cada año un estimado de 7.000 pesos, distribuidos en las iglesias del campo, gracias al aporte económico de los socios y al trabajo de casi todas las entidades reli­giosas, aunadas en un esfuerzo común por Sor Crespo.

¿Que se organiza la mujer cubana para la defensa de su cultura y de su salud, a iniciativas de un grupo de universitarias y bajo la dirección de los Padres Juan Alvarez y Miguel Gutiérrez? Allí está Sor Crespo para lograr socias, comenzando por inscribir a sus internas y estimular a las externas, logrando cientos de altas en la Asociación de Católicas Cubanas, que con­siderara siempre como algo suyo, asesorando en sus juntas generales, a las que acudirá siempre que haya un problema de interés y defenderá en sus luchas con la Federación Médica, conservando su fe, cuando casi todos, incluso sus superiores, la perdieron. Sor Concepción Crespo siempre en su supervivencia.

¿Que Sor Mercedes y el Padre Chaurrondo emprenden el apostolado de las prisiones?

Allí está Sor Concepción, inspirando aliento con sus palabras y estimulan­do con su presencia personal en casi todos los actos extra de religión, de cultura y de esparcimiento de los presos. Pero tiene unos actos que son de su preferencia; el repartir chucherías a los reclusos en Navidad o al final de las Misiones, para gozar de la oportunidad de hablar con ellos.

Sor Crespo amó tiernamente a la Obra de San Vicente al Servicio de los Presos, viendo en éstos a otros Cristos. Fundida su alma con la de Sor Mercedes Alvarez, en este amor a Cristo Preso, gozó espiritualmente pre­parando sus cosas para ellos; detentes, rosarios, escapularios, etc.

A impulsos de nuestro amor a las Misiones, surgió la Obra de las Misio­nes Parroquiales, extendida a toda la nación en el correr del tiempo; pues bien, bajo el amparo de la escuela de párvulos, cuyas oraciones pedimos a Sor Concepción, la fundamos en 1926. Ella la siguió protegiendo con sus oraciones y sus dineros

, aportando más de $ 50.000 (cincuenta mil pesos), según el archivo económico de la obra que radica en nuestro poder.

La Misión de Cutack encontró siempre en Sor Concepción Crespo una impulsora generosa entre la buena sociedad para obtener recursos, incorpo­rándola a las Obras apostólicas del Colegio en cuanto se puso en contacto con otra alma javeriana y paisana, la del P. Jesús Taboada, ascendiendo a muchos miles de pesos por ella, logrados para su empresa misional.

¿Que el P. Chaurrondo organiza la Hora Católica por la radio?

Sor Concepción tomará a su cargo el abono de una transmisión mensual, como medio también de propaganda de su colegio. Nada le era indiferente.

¿Que Manolo Alonso forcejea para crear en Cuba un buen Noticiero Na­cional por radio-cine?

Sor Concepción se conectará con él, para ayudarle, sufragando la confec­ción de magníficos finales de curso y Field-Days.

Sor Crespo patrocinó siempre los desfiles de las fiestas nacionales, ne­gándose año tras año a la conmemoración del fusilamiento de los estudiantes en 1871, por estimarlo como una recordación del odio de dos pueblos, que debía olvidarse, en vez de renovarlo cada año.

Testimonio de la celebración de las Bodas de Oro del Colegio, 1874-1924, lo constituye la hermosa Memoria del Cincuentenario, que preparada en co­mún por ambos, fue lujosamente editada por Artes Gráficas, de Madrid, bajo la dirección del experto P. Ponciano Nieto. A su gestión se debió la publi­cación de la Historia de la Iglesia que escribimos para la Normal Catequís­tica, utilizada luego en diversas ediciones por otras Instituciones similares.

A su esfuerzo personal se debió la traducción y la publicación en la Ar­gentina de la «Pequeña Catalina», biografía popularizada de la vidente de Rue de Bac y de «Una mujer llamada Luisa», ambas traducidas del inglés, como medio de ocupación de su vida, cuando ésta cedía un poco su ten­sión de trabajo oficial. «Una mujer llamada Luisa» ha sido publicada en Méjico.

Sor Concepción Crespo, la doctora, la docta, decimos nosotros, reservó siempre en su colegio un menester para ella. La preparación de las peque­ñas para la primera comunión, con la precaución de que siempre estas almas infantiles recibieran dos o tres lecciones del sacerdote, porque, decía Sor Concepción:

— El recuerdo del sacerdote; su actuación debe ir siempre unida al re­cuerdo de la primera comunión.

Sor Concepción Crespo ha dejado la historia gloriosa del Colegio de la Inmaculada recogida para el futuro historiador en la colección de sus her­mosas Memorias, impresas lujosamente y preparadas con esmero por compa­ñeras expertas, como Sor Concepción San Martín y otras hermanas, bajo su dirección, siempre vigilante sobre el texto y contenido gráfico.

Todo esto y mucho más fue Sor Concepción Crespo gracias a su genio y habilidad de organizadora de ajenas fuerzas, de su cultura adquirida en los libros que, después de Dios, fueron sus mejores y más frecuentados ami­gos y su instinto de institución para aprender en el gran libro de la vida, sacó luz y energía para su vida.

Todo esto es lo que se vio, pero que descansaba en lo que no se vio en la captación externa de su vida. Sobre su fe en Dios, en la Congregación a que pertenecía y el amor a la doble patria, logró hacer descansar su fecun­da vida.

No hablemos de la justicia con que Dios habrá reconocido un esfuerzo por servirle, pues Dios siempre queda bien en sus pagos.

De esa Sor Concepción de adentro, Sor Hilda Alonso y alguien más tie­nen la palabra, según lo han ofrecido. Cumplan pues sus compromisos con Sor Concepción Crespo, que hizo de madre de todas ellas; de compañera cariñosa; de maestra insuperable; de ejemplo de vida como Hija de la Ca­ridad, que en Sor Concepción fue su anhelo supremo como lo fue de los dos grandes franciscanos tan familiares a ella en la vida cotidiana y cultural. El volcán de amor que fue el de Javier; el encantador y seráfico poverello de Asís, todo convertido en realidad de vida, sirviendo a Dios que no se ve, en sus hijos que sí se ven, como norma vicenciana de su vocación.

España agradeció a Sor Concepción, reconociendo sus servicios, el otor­garle la Cruz de Isabel la Católica por mediación del Sr. Seminario, emba­jador de España en Cuba, otro navarro de meñerú, como ella. Cuba colgó de su pecho la Orden de Carlos Manuel de Céspedes, el mayor testimonio de honor que se otorga en Cuba a los buenos ciudadanos, servidores leales y esforzados de la Patria, como lo fue Sor Concepción Crespo.

La Iglesia no se olvidó de ella, pues el Cardenal Arteaga le otorgó la Me­dalla de honor por sus servicios a la Diócesis de La Habana y en ella a la Iglesia de Cuba.

Pero nos urge terminar, puesto que los Anales no son de goma, para es­tirarlos a gusto de nuestra máquina de escribir.

Sor Concepción se fue de Cuba. Ya hacía tiempo que casi se había ido de este mundo. ¿Efecto de arterioesclerosis? ¿Efecto de su unión con Dios, que había borrado de su alma el interés por las cosas y los problemas humanos, por los cuales tanto se había interesado en Cuba? Quizá fueran ambas co­sas. Pero se fue. Yo no sé por qué.

Le escribí una vez; no acusó recibo. Le escribí hasta cuatro veces, y lo mismo. Hasta que pregunté a la Superiora de su casa por ella, recibiendo esta desconsoladora respuesta:

— Ni se da cuenta de que usted le escribe.

Sor Crespo había muerto para mí en vida.

Con la esperanza de encontrarla en el cielo, quiero llevarla, mientras viva, continuamente en el recuerdo de mi vida, mientras le pido sea mi ángel tu­telar desde la gloria, que esté gozando.

Hilario CHAURRONDO, C. M.

NOTA.—Extracto de su biografía, remitida a Puerto Rico para su publi­cación, bajo el cuidado y diligencia de Sor Hilda Alonso, que tanto la qui­so y veneró.

Habana, marzo 1967.

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