Sor Ana María Bonfill

Mitxel OlabuénagaBiografías de Hijas de la CaridadLeave a Comment

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Autor: Elías Fuente .
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biografias_hijas_caridadAhora sí fue verdad: se nos fue de Madrid al cielo la ex misionera de la India Sor Ana María Bonfill, que había vuelto, enferma, a España, el 4 de marzo de 1971.

No porque Madrid llegara a ser para ella un cielito lindo, sino, más bien, lugar de sufrimiento. Venía fatídicamente herida de muerte por cáncer en el pecho, de que ya había sido una vez en la India operada, desventajosamente, pues había tardado en denunciar su mal.

Del primer conato de injerto en el Clínico de Madrid, decía y reía esperanzada: «Me han hecho una filigrana». La mejoría duró poco y los dolores crecieron mucho. La estancia en el Guadarrama, por marzo del 72, pareció al principio beneficiosa. Luego, los dolores se le generalizaron en todo el cuerpo, creyendo ella que era reúma. Con más de 200 puntos se puso fin a la tercera intervención quirúrgica, la última y desalentadora. Después, la consumición lenta de la que fue su naturaleza robusta. Fa­lleció el 7 de enero.

Sus compañeras en la Misión, Sores Catalina Siquier, Visitadora, y Antolina Díaz de Cerio, que habían sido vecinas de cuarto, unos días, en la enfermería de la Casa Central de la Provincia de San Vicente, se fueron —dura y penosa fatalidad— a Mallorca y Pamplona justamente en la víspera de su muerte, para despedirse de los familiares, con el billete de avión para su vuelta a la India el 21.

Los dolores de la enferma habían remitido notablemente, señal inequí­voca de la falta de resistencia en el atormentado y gastado organismo. Mas no parecía inminente su defunción. La antevíspera, sentía como can­sancio general, decía, y dolor al devolver los alimentos que su estómago no retenía. Su inteligencia era lúcida; su conversación, apacible; sonreía alguna vez; la mirada, dulce y serena. Su última comunión, el día de Reyes por la mañana.

Había nacido Sor Ana María el 15 de diciembre de 1917, en Gerona. Ingresó en la Compañía de las Hijas de la Caridad el 29 de febrero de 1940. De su primer y único destino en España, San Cayetano, de Sevilla, salió para la India. A primeros de abril de 1947, en el grupo de diez hermanas, la recibí yo, en Bombay, en el mismo tren, rumbo a Cuttack, con llegada el día 14 a la Misión. Testigo personal fui de parte de su actuación misionera, particularmente en Katinga. He compartido sus pa­decimientos y me he ejemplarizado a la vista de sus virtudes, en Madrid. La he rezado el Primer responso. Con los también misioneros Gregorio y Taboada he concelebrado su misa de «corpore insepulto». Descanse en paz. ¡Bien ha merecido el cielo!

Era Sor Ana María alta, esbelta de talle, de faz sonrosada aun avan­zada su enfermedad, de sonrisa amable, con rictus labial entre escéptico e irónico. Fue recia de carácter, mujer prudente y talentuda.

A una paisana de Katinga, que esbozaba su presunción de que las hermanas españolas (nada extraño en el país de la discriminación de castas, de los parias) tratarían a las hermanitas indias en complejo de su­perioridad, empleándolas en servicios domésticos, de comunidad, humil­des, como la cocina, Sor Ana María la espetó: «Rondaluni, mu! La co­cinera soy yo».

Recién instalada en Raikia, como Hermana Sirviente (del 58 al 61), le dijo al socarrón P. Echávarri: «A mí, bromas, no!» «Pues se las tendrá que aguantar»… Se las entendieron buenamente el vasco y la catalana.

En cambio, aludiendo Sor Ana María a su estancia en la Misión Je­suítica de Madmad, decía: «Todos éramos catalanes y no nos entendía­mos». Había sido ésta una fundación patrocinada por el P. Angel Mon­talvo en el feudo del famoso P. Ferrer, con el cual Sor Ana María tuvo varios altercados, ocasionados por el concepto de él por una generosidad desbarajustada, que había producido un déficit grande, y el de caridad bien ordenada, que a ella tanto la acreditó, sin merma de la debida aten­ción al necesitado. En otro aspecto, la clarividente Sor Ana María hizo observaciones discretas y futuribles al Provincial de la Misión de Bombay, a la que pertenece la de Madmad. Daba ella prioridad a la espiritualidad sobre la excesiva actividad pastoral, a la evangelización directa por encima del afán absorbente en pro del desarrollo material, a la observancia y dis­ciplina regular como incompatible con el espíritu de independencia. Por ello, posteriores sucesos de escándalo de todos conocidos no la cogieron a ella, ya en Gopalpur, de sorpresa.

Sólo alabanzas mereció su actuación en el difícil puesto de primera superiora del flamante sanatorio para niños minusválidos, en la ciudad de Janshedpur. Como todas las nueve casas de este género fundadas en la India por el famoso capitán inglés L. Chelsire, converso y ahora ejemplar católico, impresionado e impulsado a actuar en vista de la apocalíptica hecatombe de Hiroshima, ésta de Janshedpur está bajo el patronato de una junta de personas católicas, protestantes y paganas, cuyo trato re­quiere, dentro de la sencillez vicenciana, mucho tacto y delicadeza exqui­sita. Sor Ana María la rigió desde 1964 al 67 con verdadero acierto. Sor Ana María se sintió feliz al dejar estas sus dos fundaciones de Madmad y Sanshedpur en manos de superioras indias.

Por aquel entonces, Sor Ana María fue elegida Consejera Provincial de las Hijas de la Caridad en la India, cargo que desempeñó fielmente durante doce% años, sirviendo de gran ayuda a la Provincial, como Sor Siquier testifica.

Igualmente desempeñó con acierto su nuevo servicio como Superiora en el complejo institucional de Gopalpur, donde mansa y traicioneramente se le fue infiltrando en su organismo el enemigo que la ha llevado al sepulcro.

Durante el curso de su enfermedad en España, Sor Ana María recibía correspondencia frecuente de las Hermanas de la India, españolas y na­tivas, testimonio de aprecio y condolencia.

La sinceridad y la prudencia, tal vez, fueran las virtudes por ella más cultivadas. La adulación le era completamente ajena. De pecar de algo, quizá de rigidez y tiesura.

«A finales de 1969 —escribe Sor Catalina Siquier—, con su primera tardía operación, pues no declaró a su debido tiempo la enfermedad, empezó su calvario.

¡Dios sabe cuánto ha sufrido- Tres días antes de su muerte me decía: «¡Cuándo me moriré, Jesús mío!». «¿Está usted preparada, Sor Ana Ma­ría?», la pregunté. «¡Sí!», me respondió.

Al verla en la cama, me servía de meditación, muy seria, el contraste entre una vida de valentía, energía y valor para hacer frente a las dificul­tades, y ahora, en la cama, acobardada y sensible a todo. Sin duda, en la balanza de lo eterno habrán pesado más los tres años de enfermedad que los veintitrés de vida misionera.»

Mirando, en efecto, los sucesos con visión y espíritu sobrenatural, no está fuera de razón el pensar que la querida enferma misionera ha seguido misionando, atrayendo sobre aquella parcela de la viña del Señor bendi­ciones celestiales, como el señalado triunfo judicial, que aparte vamos a reseñar. Ya no será el dolor su instrumento de intercesión, sino el amor acendrado en la unión beatífica con Dios.

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