Silencio: Palabras, oración, comunicación

Francisco Javier Fernández ChentoCatequesisLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Charlotte de Maintenant · Año publicación original: 2012 · Fuente: El Pan de los Pobres, 2012.
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PROFUNDIZAR en la importancia del silencio en nuestra vida es como encen­der una luz que permite vislumbrar verdades en el fondo de nuestro inte­rior. Se ha dicho: «el silencio es la pa­tria de los fuertes». Por encima de nuestra civilización de la imagen, en medio de los numerosos medios de comunicación, existe un valor subli­minal muy beneficioso para nuestra salud física, moral y espiritual que es precisamente el silencio. Será muy difícil de admitirlo para personas que no saben vivir sin conexión alguna, ruidos, móviles, televisiones, radios, ordenadores etc. Pero en el silencio se encuentra el hombre a solas consi­go mismo, a solas con su alma y su espíritu, según las creencias religiosas y es cuando se confronta con la au­téntica riqueza de todo su ser, con la viva sensación de que existe y de que su existencia es única e irrepetible. La capacidad productiva del hombre se forja primero en el silencio, en lo más profundo de su fuerza espiritual, que luego se materializará en todas las realidades posibles. Porque el si­lencio debe su importancia a su con­tenido, a su dinámica. Nos puede conducir a inspiraciones creadoras de las más sublimes.

Puerta de la vida interior

Para nosotros, católicos con­vencidos, el silencio es «la puerta de la vida interior». Es la única manera de conectar con la realidad humana y divina de Jesucristo, es entrar en ora­ción y así, tener experiencia personal de Dios.

Entonces pueden intervenir las palabras, expresiones humanas del pensamiento, que nos llevan al cami­no de la meditación, lentamente pero con fuerza, teniendo una dinámica extraordinaria. Tanto es así que el Se­ñor nos dejó esta frase: «los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». El Papa Benedicto XVI, en su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales, hace un paralelismo muy en profundidad entre el silencio y la palabra: «el si­lencio favorece el saber escuchar, el meditar, el establecer un auténtico diálogo y cercanía entre el Señor y nosotros mismos, entre dos personas. En el silencio aprendemos a conocer­nos mejor, nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos ex­presar. Se abre así una especie de es­cucha y se hace posible una relación de nuestra alma con el Señor.

En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento. El hombre se hace preguntas: «¿Quién soy yo?» «¿Qué puedo hacer?» «¿Qué puedo esperar?», «¿Qué debo ha­cer?». Si cada uno cultiva su propia interioridad, la soledad y el silencio son espacios privilegiados para ren­contrarse consigo mismo y con la verdad, que da sentido a todas las co­sas.

Gestionar el silencio

El Papa Benedicto XVI sigue di­ciendo: «el silencio es parte integran­te de la comunicación y sin él, no existen palabras con densidad de con­tenido. Saber gestionar el silencio co­mo un elemento fundamental en la comunicación, ayuda a que la infor­mación sea más efectiva y se com­prenda mejor. La comunicación es más exigente cuando brota del silen­cio, ya que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones. Allí donde los mensa­jes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para dis­cernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial».

Si Dios habla al hombre en el silencio, el hombre igualmente des­cubre en el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios. Esta con­templación silenciosa nos sumerge en la fuente de amor, pero un amor ope­rativo que nos lleve hacia nuestro prójimo, para ayudarle en su dolor y en sus problemas. Nos tenemos que zambullir dentro de las palabras para transformarlas en vida. «Señor, ensé­ñame tu rostro y que tu luz ilumine mi camino». Esto es lo hermoso de nuestra religión, hacer «vida» de toda palabra de Dios y esto se consigue con el silencio y la oración profunda para luego aplicarla a nuestro vivir y a nuestro comportamiento, sembrando mucho amor.

«Es el silencio donde se puede otorgar el justo significado a la comu­nicación para evitar verse sumergido por el volumen de la comunicación misma» (Benedicto XVI). Con este genial pensamiento, nuestro Santo Padre, gran conocedor de la realidad actual de la humanidad a nivel global, nos quiere decir que hay una estrecha vinculación entre el silencio, la pala­bra, la oración y la comunicación. Nos incumbe a nosotros los seguido­res de Cristo, defender la Verdad y con la ayuda de los medios de comu­nicación contribuir a conservar y op­timizar nuestros valores de siempre para el bien de la humanidad.

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