Signo del amor del Padre

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Flores-Orcajo · Año publicación original: 1983 · Fuente: CEME.
Tiempo de lectura estimado:

«Yo te he revelado a ellos y seguiré revelándote, para que el amor que tú me has tenido esté con ellos y también yo esté con ellos». (Jn 17,26).

«Congregados, efectivamente, en comunidad para anunciar el amor del Padre hacia los hombres, le damos expresión en nuestra vida». (C 20,1).

asdLa revelación del amor del Padre a los hombres por jesucristo en la comunión del Espíritu Santo es el mis­terio más hondo y la fuente más caudalosa de bendicio­nes celestiales. La comunidad misionera vicenciana, con­gregada en el amor, se propone anunciar el amor de Dios, cuya expresión máxima fue enviar a su propio Hijo para salvar a los hombres. Aunque todas las Congregaciones religiosas se proponen idéntico ideal, los Misioneros de la Congregación de la Misión procuran no separar el amor afectivo del efectivo evangelizando a los pobres.

1. «La ley consiste en amar a Dios y al prójimo».

San Vicente no separa en la práctica el amor de Dios del amor al prójimo; sin éste, aquél sería sospechoso. En todo caso, para el Fundador de la Misión, que se apoya en la doctrina de Santo Tomás de Aquino, lo más perfecto es amar al prójimo por amor de Dios. He aquí su razonamiento:

«Dirigirse al corazón de Dios, encerrar en El su amor por completo, no es lo más perfecto, ya que la perfec­ción de la ley consiste en amor a Dios y al prójimo. Dadme a un hombre que ame a Dios solamente, un alma elevada en contemplación que no piense en sus hermanos; esa persona, sintiendo que es muy agradable esta manera de amar a Dios, de suerte que pareciéndole que lo único digno de amor, se detiene en saborear esa fuente infinita de dulzura. Y he aquí otra persona que ama al prójimo, por muy vulgar y rudo que sea, pero lo ama por amor de Dios. ¿Cuál de esos dos amores creéis que es el más puro y desinteresado? Sin duda, el segundo, pues de ese modo se cumple la ley más perfec­tamente. Ama a Dios y al prójimo». (XI 552-553).

2. «Amemos a Dios… pero que sea a costa de nuestros brazos».

Siguiendo la misma línea de no separar el amor afec­tivo del efectivo, sigue explicando el Fundador cómo ha de practicarse el amor de Dios:

«Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente. Pues muchas veces los actos de amor de Dios, de complacencia, de benevolencia, y otros semejantes afectos y prácticas interiores de un corazón amante, aunque muy buenos y saludables, resultan, sin embargo, muy sospechosos, cuando no se lleva a la prác­tica el amor efectivo: Mi Padre es glorificado, dice nuestro Señor, en que deis mucho fruto (Jn 15,8)». (XI 733).

3. «No basta con amar a Dios, si no le ama mi prójimo».

El resultado de esta práctica del amor afectivo y efectivo a Dios y al prójimo será el signo y resultado convincentes del amor que los Misioneros se tienen en­tre sí y del que el Padre sigue teniendo a los hombres:

«Es cierto que yo he sido enviado, no sólo para amar a Dios, sino para hacerlo amar. No me basta con amar a Dios, si no le ama mi prójimo. He de amar a mi prójimo como imagen de Dios y objeto de su amor v obrar de manera que a su vez los hombres amen al Creador, que los conoce y reconoce como hermanos, que los ha salvado, para que con una caridad mutua también ellos se amen entre sí por amor de Dios, que los ha amado hasta el punto de entregar por ellos a la muerte a su único Hijo». (XI 553-554).

  • ¿Separo en mi vida el amor de Dios, experimen­tado en la oración, del que me lleva a cumplir con todas las obligaciones de la Misión?
  • ¿Me siento tranquilo amando al Señor, aunque muchos conocidos míos no le amen?
  • ¿Puedo decir en verdad que anuncio el amor de! Padre a los hombres porque vivo el amor mutuo en comunidad?

Oración:

«Digámosle todos: Dios mío, ¡qué atrasado estoy en este punto! Perdóname las faltas pasadas y concédeme la gracia de que tu amor santo se imprima bien hondo en mi alma, para que sea la vida de mi vida y el alma de mis acciones, para que, al salir fuera, entre y actúe también en las almas a las que yo me entregue». (XI 554).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *