«El fin principal para el que Dios ha llamado y reunido a las Hijas de la Caridad es para honrar a Nuestro Señor Jesucristo como Manantial y Modelo de toda Caridad, sirviéndole corporal y espiritualmente en la persona de los pobres…»
San Vicente comentó con frecuencia este texto de las Reglas comunes antes de escribirlo. Le gusta insistir en que si han llegado jóvenes del campo, de pueblos y ciudades y se han reunido en Comunidad, ha sido para responder a las múltiples necesidades de los pobres. Para ello nació la Compañía en 1633.
«Sí, es verdad, hijas mías, Dios desde toda la eternidad tenía sus pensamientos y sus designios sobre vosotras yen vosotras… desde toda la eternidad tenla el designio de emplearas en el servicio da los pobres… Dios queda que hubiese una Compañía.., que se dedicase expresamente a servir a los pobres enfermos…»
Luisa de Marillac en el desempeño de sus responsabilidades de Fundadora y Superiora, va descubriendo a las Hermanas, a lo largo de los años, el significado profundo de ese servicio a los pobres. Las induce a que lleguen a ser en el mundo y en la Iglesia testigos del amor preferencial de Cristo hacia los humildes, los abandonados, los excluidos de la sociedad.
Los puntos de insistencia de Luisa van apareciendo diferentes según los períodos de la vida de la Compañía.
- En un primer momento van llegando las jóvenes. Todo es nuevo. Santa Luisa va a ayudarles a esclarecer su opción. ¿Por qué vienen? Pone el acento en las motivaciones del servicio.
- En un segundo tiempo, las muchachas, más numerosas, van a diferentes lugares más o menos alejados de París, donde las condiciones de la vida de trabajo son a veces difíciles. Y puede darse el riesgo de una relajación, por eso hace hincapié en las exigencias del servicio.
- Después sobreviene un período de crisis en la Compañía, un período de interrogantes por parte de las Hermanas. Al tener que enfrentarse en varios lugares con las autoridades civiles y religiosas, surge la pregunta: ¿Quiénes son? ¿Cuál es su identidad? Pone entonces el acento en las características del servicio de la Hija de la Caridad.
Estos diferentes períodos no están completamente delimitados; Luisa de Marillac va respondiendo en sus cartas a las preguntas de las Hermanas y aborda en ellas los problemas de distinta índole que se van planteando. Como Vicente de Paúl, ella «recibe amistosamente los acontecimientos que le llegan de la mano de Dios.»
Las motivaciones del servicio
En agosto de 1617, San Vicente funda la primera Cofradía de la Caridad en Chatillon-les-Dombes. Vuelve enseguida a casa de los Gondi y establece las cofradías de la Caridad en muchas localidades: Villepreux, Joigny, FoIleville, Montmirail… y desde 1630, en las Parroquias de París.
La Cofradía de la Parroquia de San Salvador, la primera de París, estuvo formada por Señoras de alto rango: Duquesas, Marquesas, Condesas, etc. Estas Señoras tenían gran deseo de asistir a los Pobres, pero, según explica San Vicente:
«…cuando llegaron a la ejecución, tuvieron muchas dificultades para prestarles los servicios más bajos y penosos. «
«les resultaba molesto llevar aquella olla, de forma que esto les repugnaba.»
Ante tal situación estas señoras piensan, e incluso llegan a hacerlo, descargar en sus criados aquellas tareas demasiado penosas. San Vicente se preocupa. Estos criados y criadas ¿estarán animados de la misma caridad cristiana, tendrán bastante afecto y amor a esos pobres a quienes se les manda servir?
Es entonces cuando, en el transcurso de una misión, se presenta a San Vicente, Margarita Naseau. Queda impresionado por aquella campesina de Suresnes de fe sólida y maravillado por sus iniciativas para enseñar a las niñas pobres. ¡Si las caridades pudieran tener jóvenes de esta calidad para servir a los enfarmos! Y pide a Luisa de Maniac, su colaboradora, que hable con Margarita.
«Le suplico me diga… si esa buena muchacha de Suresnes, que otras veces la ha visitado y que se dedica a la enseñanza de niñas, la ha ido a ver como me lo prometió el último domingo.»
¡Cómo sedan las conversaciones entre aquellas dos mujeres que eran poco más o menos de la misma edadl Luisa de Marillac tiene 39 años y Margarita 36. El texto de la conferencia sobra las virtudes de Margarita lo deja entrever cuando ella misma cuenta los diferentes episodios de su vida, su deseo de ser de Dios, su inquietud por la formación de los pobres. Es probable que raflexionaran juntas sobre el servicio a los enfermos, sobre aquel camino que, imperceptiblemente, Margarita Iba a abrir a las demás. Humildemente disponible, aquella campesina sale de su pueblo y va allí donde Dios la llama:
«…aquella buena joven se habla entregado a Dios para instruir a las niñas… Le propuse el servicio de los enfermos. Lo aceptó enseguida con agrado y la envié a San Salvador…»
Las Señoras de la Caridad de las demás Cofradias desean todas tener jóvenes semejantes para los humildes servicios que requieren los cuidados a los enfermos. Poco a poco se van presentando otras jóvenes campesinas y Vicente de Paúl las pone en manos de la Señorita Le Gres para que las forme y las ayude. Y el 29 de noviembre de 1633, las reune en su casa para vivir en Comunidad.
La principal preocupación de Luisa es comprobar las motivaciones de todas estas jóvenes que van llegando. Es importante mantener las Cofradías en su espíritu primitivo. Si estas jóvenes vienen, no es para ser criadas de las grandes Señoras, ni para ver París, sino para servir a los pobres a imitación de Jesucristo.
A la Superiora de las Benedictinas de Argenteuil que desea atraer a una de aquellas jóvenes como Hermana lega, Luisa explica quiénes son aquellas muchachas de las Caridades y qué es lo que hacen.
«Éstas buenas jóvenes, siervas de los pobres enfermos de las Caridades… se dan a Dios para el servicio espiritual y temporal de esas pobres criaturas a las que su bondad quiere considerar como miembros suyos…»
Y Luisa pide a la Madre Priora que no vaya en contra del designio de Dios, que no ponga trabas a la voluntad de Dios.
«No puedo… ni siquiera imaginar que los que conocen la importancia (de esta vocación) quisieran oponerse a los designios de Dios… privando a la vez de socorro a los pobres abandonados, sumidos en toda suerte de necesidades, que realmente sólo son atendidos por los servicios de estas buenas jóvenes…»
Esta carta de 1639, notable por su precisión, subraya la motivación teologal del servicio que llevan a cabo las Hijas de la Caridad, la mirada que dirigen a los pobres, la opción por los más abandonados.
El paso que dan las jóvenes que van a servir a los pobres es una actitud de Fe, una respuesta a la invitación del Señor de entregarse totalmente a El para ser todas de los pobres.
«¿No es razonable, queridas Hermanas, quol pues Dios nos ha distinguido hasta el punto de llamamos a su servicio, nosotras le sirvamos en la forma que a El le agrada?»
Servir del modo que agrada a Dios quiere decir amar al hombre como Dios lo ama, es querer que todos, y en especial los pequeños, los abandonados vuelvan a encontrar la dignidad que Cristo vino a traerles con su Encarnación redentora. Servir del modo que agrada a Dios es entrar en la lógica del Evangelio, que encuentra en el humilde, en el menospreciado, el rostro de Cristo.
«Cuando pienso en la felicidad de todas ustedes, admiro que la Providencia las haya escogido. Hagan buen uso de ello y agraden al Señor sirviendo a nuestros amos, sus queridos miembros, con devoción, dulzura y humildad.»
La Hija de la Caridad está por tanto llamada a comprometerse en ese servicio con toda su capacidad de Fe y de Amor. La meditación del Evangelio le comunicará cada día una fuerza nueva, un nuevo impulso para amar. La actitud de Cristo durante su vida publica es su punto de referencia.
«Hemos de tener continuamente ante la vista nuestro modelo que es la vida ejemplar de Jesucristo a cuya imitación estamos llamadas no sólo como cristianas, sino también por haber sido elegidas por Dios para servirle en la persona de los pobres.»
¡Qué sufrimiento para Luisa de Marillac cuando hay Hermanas que descuidan su servicio, que no respetan ya a los pobres!
«No puedo por más tiempo ocultarles el dolor que causan a mi corazón las noticias que he tenido de que dejan ustedes mucho que desear… ¿Dónde está el espíritu de fervor que las animaba en los comienzos de su establecimiento en Angers?»
Luisa invita a las Hermanas a revisar sus actitudes, especialmente su comportamiento con los enfermos.
«¿Dónde están la dulzura y la caridad que han de conservar tan cuidadosamente hacia nuestros queridos amos los pobres enfermos? Si nos apartamos, por poco que sea, del pensamiento de que son los miembros de Jesucristo, eso nos llevará infaliblemente a que disminuyan en nosotras esas hermosas virtudes.»
El servicio a los pobres debe revelar el Amor de Dios hacia los hombres, testimoniar el amor de predilección de la Iglesia hacia los pequeños. Ese servicio no puede ser testimonio verdadero sino a condición de que la hija de la Caridad esté invadida por el Amor de Dios.
«A todas nuestras queridas Hermanas deseo que estén llenas (le un amor fuerte que las ocupe… suavemente en Dios y… caritativamente en el servicio de los pobres», escribe Luisa de Marillac a las Hermanas de Angers en 1642.
El 10 de enero de 1660, Luisa, enferma y presintiendo que se acercaba su muerte, escribe a Margarita Chétif, a quien ha escogido para reemplazarla a la cabeza de la Compañía, y le explícita con claridad las motivaciones que deben llevar a las jóvenes a entregarse al servicio de los pobres en la Compañia. Esta carta, última expresión de su pensamiento en este punto, reviste un carácter solemne.
« ¿No encuentra usted, pues, muchachas que tengan ganas de darse, en la Compañía, al servicio de Nuestro Señor en la persona de los Pobres? 113 sabe usted… que lo que se necesitan son espíritus equilibrados y que deseen la perfección de los verdaderos cristianos, que quieran morir a sí mismas por la mortificación y la verdadera renuncia, ya hecha en el santo bautismo, para que el espíritu de Jesucristo reine en ellas y les dé la firmeza de la perseverancia en esta forma de vida, del todo espiritual, aunque se manifieste en continuas acciones exteriores que parecen bajas y despreciables a los ojos del mins» pero que son agradables ante Dios y sus ángeles.»
Servir a los pobres en la Compañía es vivir plenamente la consagración bautismal, es oir las llamadas de Cristo a través del sufrimiento y la miseria de los más pequeños entre los hombres, es querer salir a su paso con una verdadera fraternidad.
Las exigencias del servicio
La Compañia va creciendo poco a poco. El número de Hermanas pasa de una docena en 1634 a unas 30 en 1639 y a un centenar en 1645. Las casas se van multiplicando: de 5 en 1634 (todas en Paris), pasan a ser 16 en 1639 y después unas 40 en 1645 (15 de ellas fuera de París).
Acontecimientos ocurridos en diversos lugares van a Nevar a Luisa, atenta siempre a sacar conclusiones de la vida, a puntualizar las exigencias del servicio de los Pobres.
La competencia.
En noviembre de 1646, Marta, una Hermana joven que parecía, dice Santa Luisa, una buena Hermana, está deseosa de convertirse en una sabionda enfermera. Sin decir nada a su Comunidad hace que su madre le regale un estuche con todo lo necesario para hacer sangrías. Después de ver cómo lo hacían los cirujanos y después de haber pedido algunos consejos, se pone por su cuenta a hacerlas a los enfermos, hecho que se conoce enseguida y del que pronto se entera Luisa, quien se preocupa, naturalmente. Marta no tiene la competencia requerida y corre el riesgo de perjudicar a los enfermos. Por otra parte, actúa con independencia y sin contar con su Hermana Sirviente ni con su Comunidad local. ¿Qué hacer? Luisa pregunta a Vicente:
«Cómo proceder en tales casos con justicia y caridad.»
- con justicia, con relación a los enfermos que necesitan Hermanas formadas y competentes; con justicia en relación a la organización de los servicios. En el S. XVII era la Hermana Sirviente quien coordinaba el trabajo, el servicio de enfermería;
- con caridad, con relación a aquella Hermana que pa-recia sencilla y buena, pero que, de hecho, se muestra muy emprendedora y segura de sí misma; con caridad, respecto a su madre que ha pensado obraba bien.
No hay ningún documento que permita saber cómo se resolvió el problema de Marta. Pero Luisa va a insistir en la competencia que necesita toda Hermana para cumplir su servicio y sobre la indispensable formación.
La boticaria es la que tiene el cometido de preparar los diferentes remedios para los enfermos. Se trata de un oficio importante, tanto en los hospitales como en la Casa Madre. Tiene la responsabilidad de distribuir las diversas preparaciones (jarabes, pociones, pastillas…) y, si es necesario, ver cuáles convienen a los enfermos. Las reglas relativas a su oficio especifican:
«Su primer cuidado será el de instruirse bien en la forma de hacer las mezclas.»
Después empleará su competencia para dosificar bien las drogas, prepararlas en tiempo oportuno según las estaciones, porque se elaboraban a base de hojas o de flores.
En Nantes se proyecta el cambio de la Hermana que está encargada de la botica. Luisa pide a Juana Lepintre, la Hermana Sirviente, que prepare una Hermana capaz de reemplazar a Enriqueta Gesseaume en aquel oficio:
«Le ruego me diga lo más pronto posible si no podría usted acabar de enseñar a una Hermana que ya sepa hacer remedios, a que haga las preparaciones de los medicamentos, porque ahora nos sería difícil enviarle a una ya formada del todo, por lo menos de inmediato.»
Las enfermeras, las cuidadoras de la época, deben recibir también una formación. En enero de 1653, Luisa anuncia su destino a Juliana Loret. Pero no puede dejar Chars sino a condición de que su compañera sea apta para cuidar bien a los enfermos, y de que sepa hacer correctamente las sangrías.
«Le ruego, Hermana, que regrese usted aquí en la primera ocasión que encuentre, y entre tanto, enseñe cuanto pueda a sangrar a Sor Juana Bonvilliers» (Hermana joven que habla entrado el año anterior a la Compañía).
La formación de enfermería en el S. XVII se hace «sobre el terreno» por la transmisión de la experiencia de las más antiguas a las más jóvenes, por la observación diaria y también mediante clases entre las Hermanas. San Vicente muestra toda la importancia que esto tiene en una Conferencia:
«Tened también mucho cuidado de fijaras en la manera con que los médicos tratfim a los enfermos en las ciudades, para que, cuando estéis en las aldeas, sigáis su ejemplo, o sea, en qué casos tenéis que sangrar, cuándo tenéis que retirar la sangría, qué cantidad de sangre tenéis que sacar cada vez, cuándo hay que hacer sangría en el pie, cuándo las ventosas, cuándo las medicinas, y todas esas cosas que sirven en la diversidad de enfermos con quienes podáis encontraras. Todo eso es muy necesario, y haréis mucho bien cuando estéis instruidas en toda Es conveniente que tengáis algunas charlas sobre este tema.»
Esta formación debe tener en cuenta, sin embargo, las posibilidades de cada Hermana. Luisa se lo recuerda a Ni-colase Georget, Hermana Sirviente de Nanteuil:
«No creo que deba enseñar usted a nuestra Hermana, ni permitir que aprenda de otros, porque no es capaz de ello, y no quisiera yo exponer a nadie a sus ensayos.»
Las Hermanas de enseñanza, encargadas de las escuelitas, reciben una formación adecuada: aprenden a leer y a escribir. Pero eso no basta para ser buenas maestras. En las cartas de San Vicente a Santa Luisa aparece la inquietud por una formación pedagógica.
«Hay que pensar un poco en la manera de enseñar a las Hermanas a llevar la escuela.»
«Hay que enseñara las Hermanas a llevar la escuela.»
A propuesta de Luisa, algunas Hermanas irán a formarse con las Ursulinas y después ellas enseñarán a las demás.
Luisa de Marillac continúa después la formación pedagógica de las Hermanas, insistiendo en algunas actitudes indispensables a toda buena maestra de escuela. Las Hermanas, a pesar de su saber, deben conservar la humildad y la sencillez de toda buena sierva de los Pobres.
«Pueden dar alguna explicación familiar, nunca cosas elevadas.» (25), explica Luisa a Ana Hardemont encargada de la instrucción de las niñas en Montreuilsur-Mer.
Es importante que las niñas comprendan bien lo que se les enseña. La regla para la maestra de escuela indica, entre otras cosas:
«La verdadera ciencia… consiste esencialmente en comprender bien lo que se aprende y en llevarlo a la práctica.»
El fin primero de toda enseñanza es educativo: aprender a vivir como es debido, a vivir cristianamente.
«Sor Marfa— ha de continuar instruyendo (a las niñas de la escuela) en el temor y amor de Dios, más que… enseñarles a hablar mucho de ello.»
Las Hermanas de los Servicios Generales deben tener el perfecto conocimiento del trabajo de su oficio. Las reglas para la panadera, la cocinera, insisten en la competencia necesaria para cumplir bien el servicio que tienen confiado. La panadera debe saber que hay que vigilar la temperatura del agua para amasar el pan, vigilar también el calor del horno… A la cocinera se la enseña a dosificar bien los aderezos:
«Se las ingeniará para que la carne no esté ni demasiado cocida ni medio cruda; cuando se trate de carne guisada en trozos, preparará la salsa como es debido, ni demasiado picante, ni salada, ni con demasiado vinagre, ya que todo esto es perjudicial para la salud; pero tampoco debe estar sin sazonar, de tal manera que resulte incomible para las Hermanas.»
Lo que Luisa desea es que cada Hermana, cualquiera que sea su oficio, comprenda la importancia de su trabajo y lo haga con sentido común y con inteligencia. Por esta razón insiste tanto en la formación. Pero si esta formación es indispensable, si debe proseguirse toda la vida, no puede y no debe enfocarse sino con miras al servicio de los pobres.
Luisa se muestra reticente, en 1640, ante la petición de las Hermanas del Hospital de Angers que quieren aprender a leer y no tienen niñas a quienes enseñar. Más tarde la postura de Luisa será diferente con relación a la lectura y la escritura, porque se dará cuenta de la necesidad que ello supone para que las Hermanas puedan dar sus noticias y recibir las cartas de los Superiores sin tener que recurrir a ningún externo.
Es siempre de temer la búsqueda excesiva de formación. En 1659, Luisa señala los peligros que ello encierra:
«Otras entrarían con ansiedad en deseos de leer, aunque les costara trabajo y aparentar ser competentes, por lo que se esforzarían en aprender, dejando de lado los trabajos… Podrían pretender que se las exima de otros trabajos y hasta del trato con las que en ellos se emplean, lo que, al negárseles, pronto las empujaría a salir de la Compañía.»
La formación no hay que enfocada en favor de la propia promoción o para el propio placer, para saber cada vez más… La formación ha de llevarse a cabo con miras al servicio que se ha de prestar, con miras al bien de los pobres.
La atención a las necesidades de los pobres
Varios acontecimientos, insignificantes en apariencia, llevan a Luisa de Marillac a repetir a las Hermanas cómo la atención a las personas, a su vida, es una de las exigencias de todo servicio.
A Juliana Loret que vivió muchos anos en la Casa Madre, le gusta enviar hermosos frutos del campo durante su estancia en Chars y en Fontenay-aux-Roses. Luisa, al mismo tiempo que le agradece, llama su atención sobre las necesidades de los pobres que la rodean.
«Admiro su hermosa fruta; pero, querida Hermana, no vaya usted a perjudicar a sus Pobres, se lo pido por favor; mire siempre antes de nada sus necesidades para darles lo mejor que tenga, porque les pertenece.»
Uno de los habitantes de Chantilly regaló a Genoveva Doinel un hermoso pescado que acababa de coger en el Nonette, río que atraviesa la región. Al mismo tiempo se presenta la ocasión de hacerlo llegar por el correo a París. Gozosa de tener esta oportunidad, Genoveva envía ese buen pescado a las Hermanas de la Casa Madre. Luisa, en su respuesta, subraya la necesidad de servir primero a los pobres; pero como conoce el temperamento de Genoveva, le explica con mucha delicadeza cómo se ha utilizado este manjar suculento, que no podía conservarse mucho tiempo.
«Le agradezco de corazón, querida Hermana, en nombre de toda la Comunidad, el hermoso pescado que nos ha enviado: si hubiera sido posible devolvérselo con prontitud, le hubiera rogado diera usted con él un festín a sus pobres enfermos, porque bien sabemos que nuestra Campante no se regala de ese modo; pero como no podía hacerlo, su caridad ha servido para obsequiar a varias de nuestras Hermanas enfermas entre las que me encuentro yo.»
Bárbara Anglboust está en Bernay, en Normandía, la región de los hermosos manzanos. Le han dado magníficas manzanas y sidra excelente. Las envía a Luisa de Marillac quien la interpela:
«…lo que me hace pensar que la gran parte que de ello reservan a los Pobres no les permite considerarse como dueñas.»
El pobre ha de ser el primer servido, ésta es la divisa de la Hija de la Caridad.
Responder a las necesidades de los pobres implica conocerles. La buena sierva debe saber mirar, observar, escuchar, para descubrir las verdaderas necesidades de sus Amos y Señores. En Ussel, el servicio a los Pobres se organiza demasiado lentamente al parecer de la fogosa Ana Hardemont. Luisa le explica la importancia de «conocer bien las necesidades», de forma que el servicio esté adaptado a dichas necesidades. Ana no se acuerda ya de las recomendaciones recibidas en el momento de su partida a Montreuil-sur-Mer:
«En lo que se refiere a su comportamiento con los enfermos, ¡por Dios!, que no sea para salir del paso, sino llenos de afecto, hablándoles y sirviéndoles con el corazón; informándose con detalle de sus necesidades… proporcionándoles, sin importancia ni agitación, la ayuda que sus necesidades requieran.»
La caridad es atenta a la persona. Rehusa la rutina, esa repetición de los mismos gestos, sin ningún esfuerzo de adaptación. El enfermo no puede sentirse confiado y seguro, a no ser que tenga la certeza de que toda modificación de su estado de salud será detectada por quien le cuida:
«La Hermana Enfermera estará muy atenta para observar todas las alteraciones y accidentes que les sobrevengan a las enfermas para advertírselo al médico o ala Hermana Boticaria, y lo mismo si las ve decaer para que les administren los Sacramentos.»
Al instalar a los Niños Expósitos en el Castillo de Bicétre, Luisa se extraña de que los Administradores de la obra no hayan previsto lugar para la escuela. La instrucción de los niños (tanto niños como niñas) le parece esencial para aquellos pequeños que más tarde deberán afrontar un mundo más bien hostil hacia ellos. Muy organizadora, Luisa prevé las adaptaciones necesarias:
«Nuestras Señoras no han pensado en disponer un local para la escuela. Hemos visto uno en el piso bajo que sería muy indicado para los niños, a los que hay que separar de las niñas; no habría más que hacer una puerta y tapiar algunas ventanas; la de las niñas se haría en el piso de arriba.»
Luisa de Marillac encuentra, según parece, cierta oposición por parte del Señor Leroy, que se considera a si mismo Director General y Administrador de la Obra de los Niños Expósitos. Humilde pero firmemente, Luisa mantiene su proyecto educativo. El reglamento para las Hermanas que se ocupan de los Niños Expósitos prevé:
«A la una reunirá a los mayores para explicarles el catecismo y enseñarles a conocer las letras.»
Como reconoce la dignidad de toda persona humana, Luisa defiende el derecho a la instrucción de aquellos niños a quienes en el S. XVII se les miraba como el desecho de la sociedad. Del mismo modo invita a las Hermanas a que se dirijan a las Señoras, a los Obispos, e incluso a la Reina para dar a conocer las necesidades de los pobres con el fin de remediarlas.
Luisa en sus meditaciones considera con frecuencia «la libertad que Dios ha dado al hombre» creándole a su imagen. Obligar al pobre a ir al hospital le parece como una falta de respeto a esa libertad. Por eso pide a las Hermanas de Bernay que mantengan y defiendan, si es necesario, el servicio al enfermo en su casa, en su domicilio.
«¿Qué será del ejercicio de las Señoras de la Caridad si se obliga a sus enfermos a que se vayan al hospital? Ya verá usted cómo los pobres vergonzantes van a verse privados del socorro que era para ellos la comida ya preparada y las medicinas y que la pequeña cantidad de dinero que se les proporcionaba ya no se empleará en sus necesidades. Estamos obligadas, tanto como lo podamos, a través de nuestras caritativas advertencias, a impedir que esto ocurra.»
En Narbona, Francisca Carcireux actuará del mismo modo ante Mons. Fouquet que había llamado a las Hijas de la Caridad.
«Si se le pregunta su parecer, será para saber cómo se hace en París el servicio a los pobres. Si se trata de un hospital, no se olviden de hacer pensar en los pobres vergonzantes que se quedarían sin asistencia ya que nunca irían al hospital por más que se les quisiera forzar; por eso el establecimiento de la Caridad es del todo necesario.»
Las Hermanas no han de temer informar e inducir a quienes toman decisiones a que reflexionen en las consecuencias que pueden tener sus actos en relación con los más pobres. Incluso a la Reina Ana de Austria que ejerce la regencia desde la muerte de Luis XIII, una campesina, Bárbara Angiboust, irá a hablarle de las necesidSdes de los pobres.
«Según tengo entendido, querida Hermana, gozan ustedes de la dicha de tener ahí, en Fontainebleau, a nuestra bondadosa Reina; si su Majestad quiere hablarle, no ponga ninguna dificultad, aunque el respeto que debe a su persona le inspire temor de acercarse a ella. Su virtud y su caridad infunden confianza a los más pequeflos para exponerle sus necesidades; no dejen ustedes de hacerlo también, con toda verdad, con las de los pobres.»
La atención a la persona, el respeto a su dignidad, se traducen concretamente en gestos poco corrientes en el mundo de los pobres. Pero las Hermanas reconocen en ellos a sus Amos y Señores.
«No sé si tienen ustedes la costumbre de lavar las manos a los pobres; si no lo hacen, les ruego se acostumbren a ello.»
Las numerosas perturbaciones físicas y psíquicas que llevan consigo la enfermedad y la miseria, el estado de degradación en que a veces caen los pobres, no han de ser motivo para que se descuide la higiene tan poco desarrollada en el S. XVII.
«¿Tienen servilletas en las camas de los enfermos? ¿Las tienen limpias?«
El servicio corporal, por muy respetuoso que sea hacia la persona humana, no puede separarse del servicio espiritual. El hombre no encuentra su plenitud más que en el conocimiento de su Dios, de Jesucristo.
«Hagan por sus pobres todo lo que puedan, especialmente en relación con el servicio espiritual que les deben ustedes.»
En el S. XVII, epidemias, hambres, guerras, son causa de una mortalidad muy elevada. Luisa escribe desde el hospital de Nantes donde ha ido a acompañar a las Hermanas en 1646:
«Aquí casi todos los días vemos muertos o moribundos, lo que nos enseña… que esta vida no es sino un viaje que nos lleva a la eternidad.»
Ayudar a los pobres a bien morir es uno de los primeros deberes espirituales de la Hija de la Caridad.
«Quiero creer, queridas Hermanas, que ponen gran cuidado en ayudar a sus pobres enfermos a hacer una buena confesión antes de morir.»
Pero Luisa muestra la importancia de una sólida educación cristiana para los que hayan de curarse, educación que no pueden reducirse a una simple práctica de los sacramentos.
«En nombre de Dios, queridas Hermanas, hagan lo posible para ayudar a las almas de sus pobres enfermos a hacer actos de fe, esperanza y caridad, necesarios para la salvación. «
La formación cristiana, tanto de los adultos como de los niños, no ha de limitarse a un saber, sino que es toda la vida la que ha de transformarse:
«Le suplico por amor de Dios que tengan gran mansedumbre con los Pobres y mucho cuidado de su salvación, advirtiéndoles de la necesidad que tenemos de guardar los mandamientos de la ley de Dios, cumpliendo su santa voluntad, y después (enseñarles también) los medios.»
«Creo, mis queridas Hermanas, que ponen uestedes gran cuidada.. en instruir a las niñas no sólo en la doctrina, sino también en los medios para vivir como buenas cristianas.»
Tanto para Luisa de Marillac como para Vicente de Paúl el servicio corporal no puede separarse del servicio espiritual. Trabajar en la Humanización de los pobres, es trabajar en su Evangelización. Cristo Redentor, mediante la revelación de su Amor, descubre al hombre la sublimidad de su vocación y el sentido de su existencia en el mundo.
Respeto a los «profesionales»
En los lugares donde sirven a los Pobres, las Hermanas encuentran «profesionales» que trabajan por su propia cuenta: médicos, cirujanos, artesanos… En los hospitales encuentran empleados que ejercen diversas tareas: cuidado a los enfermos, economato, cocina, lavadero… Las relaciones entre estos «profesionales» y las Hermanas dan lugar a veces a dificultades. Algunos piensan que las Hermanas van a «hacerles la competencia» y a privarles de su trabajo. Luisa, con sus consejos, intenta mantener el equilibrio entre el respeto al trabajo de todos y la necesaria respuesta que hay que dar a las necesidades de los Pobres.
La competencia que han adquirido las Hermanas junto a los enfermos, no puede dispensarles de la obediencia a los médicos.
«Que la costumbre de tratar con los enfermos y lo que han aprendido de los médicos no las tome demasiado atrevidas, ni las !leve a hacerse las entendidas para no prestar atención a lo que recetan (los médicos) o no obedecer a las órdenes que puedan darles.»
Los enfermos de las parroquias, de los pueblos, reconocen la competencia de las Hermanas, su delicada bondad en los cuidados, y recurren más a ellas que a los cirujanos (palabra con la que en el S. XVII se designa a quienes se dedican a los cuidados sanitarios). Estos se quejan porque no tienen clientes. Juliana Loret somete el problema a Luisa quien sugiere que en los alrededores de Fontenay-aux-Roses se haga una distribución del terreno en el que han de ejercer.
«Evite, todo lo posible, ir a donde pueda ser él (el cirujano) llamado.»
En París se plantea el mismo problema. En el «Dispensario» (como lo llamaríamos hoy) de la Casa Madre se atenderá solamente a los enfermos que no tengan posibilidades económicas para pagar al cirujano.
«(La boticaria) hará que se vigile en lo posible, para no sangrar a nadie que tenga medios para acudir a los cirujanos.»
Cuando llegan las Hermanas a Montreuil-sur-Mer, encuentran un número de mujeres y de muchachas jóvenes al servicio del hospital. La colaboración se presenta difícil. Luisa aconseja a las Hermanas el respeto, la mansedumbre y una verdadera humildad en los menores actos y gestos.
«És necesario que nuestras Hermanas tengan mucho respeto a las mujeres y doncellas que desde hace tiempo gobiernan dicho hospital, que les demuestren mucho amor y cordialidad y no hagan nada sin su permiso, ni siquiera tomar un puchero, una sartén que puedan necesitar para ellas, ni ninguna otra cosa.»
En Chars, Juliana Loret elabora ella misma el pan destinado a los pobres enfermos que visita. Luisa piensa que seria preferible dejar ese trabajo al panadero:
«Si cuecen ustedes pan sólo para los pobres enfermos, dado que de ordinario no son muchos, no pueden consumir gran cantidad, y me parece que seda más conveniente comprar el pan.»
En todas las situaciones es bueno aprender a soportarse, a aceptar mutuamente los pequeños defectos. Este es el consejo que da a las Hermanas del Hospital de Nantes con relación al mancebo de la botica.
«Es preciso vivir en paz y sobrellevando mutuamente los defectos unos de otros.»
Competencia, atención, respeto a los «profesionales» son tres exigencias que subraya Luisa de Marillac. Pero estas exigencias son válidas para todo trabajo, no son especificas del servicio de la Hija de la Caridad.
Las características del servicio de la Hija de la Caridad
A partir de 1650-52, los Fundadores reciben muchas llamadas. Piden Hijas de la Caridad desde muy lejos: en Polonia las pide la reina Maria de Gonzaga, en Saint Fargeau la Gran Señorita, la célebra prima de Luis XIV, en Cahots y Narbona los Obispos del lugar, en Metz y La Fére la Reina Ana de Austria; en Santa Marfa del Monte y en Ussel la duquesa de Ventadour, etc.
Los Fundadores se preguntan si el contacto frecuente de las Hermanas con todas aquellos «grandes del mundo» no representa un peligro para aquellas campesinas que han ido a servir a los pobres. ¿No corren el riesgo de dejarse coger por ideas de grandeza? ¿No corren el riesgo de perder el sentido de su vocación?
Muy preocupada por la fidelidad al «carisma» recibido de Dios, Luisa, en sus cartas y sus avisos, insiste a las Hermanas en lo que le parece fundamental para las Hijas de la Caridad:
«Él recuerdo de su condición de Siervas de los Pobres es muy necesario a las Hijas de la Caridad para mantenerse fieles a su deber.»
¿Qué sentido da Luisa a esta expresión «Sierva de los Pobres» que utiliza tan frecuentemente los últimos años de su vida? Subraya dos aspectos complementarios:
- el primero, el más concreto, es de orden sociológico.
- el segundo, que resulta de su meditación, es de orden teológico.
Aspecto sociológico.
La sociedad, en el siglo XVII, está muy jerarquizada. En la cumbre de la escala social están el Rey y la Reina. Después vienen los nobles, con la nobleza de espada, la vieja nobleza a la que pertenece la familia Marillac, y la nobleza de toga, de los qua han comprado su titulo recientemente (los nuevos ricos). La Nobleza reside en Paris o en los numerosos castillos que posee en medio de sus tierras explotadas por el pueblo sencillo. Estos nobles llevan una vida agradable: paseos, distracciones, bailes, teatros… Viven de sus rentas.
La tercera categoría social está constituida por la Burguesía. Pueblo de gentes laboriosas, los burgueses tienen una profesión: son médicos, abogados, negociantes, armadores… Son ricos y tienen cuidado de no dilapidar sus bienes.
La última categoría social es la del pueblo sencillo de campos y ciudades, que viven lo más a menudo en la necesidad y la inseguridad. Dependen de las cosechas, de los impuestos más o menos elevados exigidos por el Rey (para la guerra) y los exigidos por el clero y el señor del castillo. Son campesinos que trabajan la tierra y guardan los rabaños. Algunos (como los padres de Vicente) posee unas tierras, otros «alquilan» sus brazos como jornaleros. Si viven en la ciudad, ejercen numerosos oficios sencillos: aguador, vendedor de leña, de verduras, afilador…
Para todo este pueblo pobre, el trabajo es el medio de ganaras el pan; si les llega a faltar como consecuencia de la guerra, de la enfermedad, caen en la miseria y todos, hombres, mujeres y niños van a engrosar la multitud de mendigos que asedian las ciudades.
Cuando Luisa recuerda a las Hermanas que son Siervas de los Pobres, subraya a la vez el origen de la Compañía y la opción que han hecho de permanecer fieles a esta categoría social, con el fin de garantizar el servicio que las Señoras no han podido prestar.
«Dios ha escogido a jóvenes aldeanas para el establecimiento sólido de las Siervas de los Pobres enfermos.»
Con firmeza y tenacidad, Luisa repite, bajo formas diversas, la convicción que le parece responder al designio de Dios sobre la Compañía: Sois Siervas, no os hagáis Señoras; a ellas tenéis que respetarlas, pero vosotras seguid siendo siervas.
No os hagáis unas Señoras: Uno de los grandes peligros que acechan a las Hijas de la Caridad llenas de celo, emprendedoras, abiertas, consiste en olvidar su origen, encontrar gusto en tratar con las Señoras, con la Reina, conversar con ellas y programar su propio modo de vida imitando el de dichas Señoras.
«Una cosa que llevarla ala Compañía a su ruina total es que las Hermanas, por olvido de lo que son y por una larga costumbre de estar entre las Señoras, manejando el dinero de las limosnas, viviendo holgadamente y sin pensar en que tienen que ganarse la vida, se rodearan de una vana complacencia… que iría acompañada del deseo de crecer…»
Los temores de Luisa no son infundados. En 1666, cuenta al Señor Portail, que está redactando lis reglas, lo que ha ocurrido en la parroquia de Saint Merry (San Mederico):
«Omitía, Señor, decirle que el articulo trece necesita más de brida que de espuela, porque tan pronto como una Hermana cae enferma, tiene que contar con pollo o ternera en el puchero, e instalarse en su cama como una señorona; cuando usan así de cosas superfluas o acomodan sus habitaciones de tal forma, suelen pretextar que son las señoras las que lo quieren, y seguramente éstas se contentarían con verlo todo limpio y ordenado.
Quedará usted tan sorprendido como yo cuando sepa que una de nuestras Hermanas ha hecho o mandado hacer una bata, y su Hermana enferma la tenía puesta ayer cuando estaba levantada; era de San Mederico. Es verdad que es muy cómodo, pero hay señoritas y burguesas en París que no la tienen; y además, señor, trae consigo consecuencias de importancia.»
En 1659, Renata cae enferma en Morainvilliers. La Señora Duquesa de Bouillon la hace ira su castillo para cuidarla. Renata se encuentra a gusto en aquella vida del castillo y por su parte a la Señora Duquesa le gusta mucho estar rodeada de Sirvientas tan entregadas y agradables.
«Hace ya más de un mes que me habían dicho que no salían del palacio, y es costumbre de la Señora mandarlas ir allí con frecuencia para que le den conversación, y ésta sabe hacerlo.»
Este comentario lo dirige a San Vicente. Poco después Luisa envía una carta bastante firme a la Duquesa de Bouillon, recordándole que las Hijas de la Caridad están para el servicio de los Pobres y que no hay que desviarlas de ese servicio.
Francisca Carcireux gusta de escribir a la Superiora de las Salesas de Toulouse, hermana del Obispo de Narbona, con quien hizo el viaje París-Narbona. Luisa, que está al comente de la vida de las Hermanas, le escribe el 30 de diciembre de 1659.
«Creo, querida Hermana, que no tiene usted tiempo que dedicar a otra cosa ni a otro fin que al servicio de los pobres y que no se le ocurrirá que tiene usted obligación de visitar o escribir a las personas religiosas o a las Señoras, a menos de que haya grande necesidad para ello.»
Francisca Carcireux no es de origen campesino sino que pertenece a la baja burguesía de Beauvais. Luisa le pide que viva como humilde sierva, abandonando las formas de obrar y actuar del ambiente del que procede. Que no es que sean malas en si, pero que pueden hacer perder el tiempo a la sierva de los Pobres.
Si Luisa reacciona tan firmemente cuando las Hermanas adquieren o conservan costumbres burguesas, costumbres de Señoras, es a causa del servicio de los Pobres. El Pobre, a quien se mira con la mirada de Cristo, es el Amo y Señor y necesita siervas humildes y disponibles.
Al mismo tiempo que pone en guardia a las Hermanas contra el peligro de querer asemejarse a la Burguesía, a la NObleza, Luisa de Marillac les recomienda un gran respeto hacia las Señoras.
«¡Por amor de Dios, Hermana! Practique una gran afabilidad con los pobres y con todo el mundo, y trate de contentar tanto de palabra como con hechos; esto le será fácil si conserva en usted una gran estima hacia su prójimo; hacia los ricos, porque están por encima de usted; hacia los pobres porque son sus Amos.»
En las Cofradías, son las Señoras de la Caridad quienes dan a las Hermanas lo necesario para servir a los pobres. Todos los días, la Harmana va a buscar el «puchero», la marmita de sopa, a casa de la Señora que se encarga de hacerlo y recibe el dinero necesario para las pequeñas compras. Son las Señoras quienes deciden la admisión o no admisión de un enfermo en la Cofradía. Toda la Administración, como diríamos hoy, la llevan las Señoras de la Caridad, las Hermanas son las «ejecutoras» que están en contacto más directo con el pobre, con el enfermo.
Las relaciones entre las Señoras y las Hermanas no son siempre fáciles. Algunas Señoras son muy exigentes, desean tal o tal Hermana y no otra y se injieren en la vida de la Comunidad. Las Hermanas se muestran a veces rudas y groseras y se niegan a someterse a los deseos de las Señoras, pretextando que conocen mejor las necesidades de los enfermos.
Con frecuencia Luisa recuerda a las Hermanas el respeto que deben a las Señoras, pero siempre da la razón de ello: el servicio de los Pobres.
«Respete a todas las señoras y mujeres alistadas en la Caridad, mirándolas como a personas a quienes debemos gratitud por admitimos a servir a los pobres con ellas.»
«Debemos respeto y honor a todo el mundo: a los pobres porque son los miembros de Jesucristo y nuestros amos, y a los ricos para que nos proporcionen medios de hacer el bien a los pobres.»
Las Señoras son un eslabón indispensable para el servicio de los Pobres. Sin ellas no hay fundación, no hay dinero, no hay medio de subsistencia. Es la realidad concreta del S. XVII.
Las Hermanas van a manifestar día a día este respeto a las Señoras. Luisa insiste mucho en una actitud humilde, impregnada de mansedumbre. En Bemay, las ralaciones entre las Señoras y las Hermanas se han hecho difíciles como consecuencia de distintas opiniones sobre la orientación que se había de dar a la Cofradía. Las Señoras quieren un hospital en el que se atendiera a todos los Pobres, y las Hermanas insisten en continuar el servicio a domicilio e ir a veces a los Pobres en sus casas. Luisa da algunas orientaciones a Lorena Dubois:
«No me extrañan todas sus dificultades con las solio-ras; es corriente allá donde hay hospitales unidos con la Caridad de las parroquias, que se den desavenencias, sin que haya culpa por parte de unos ni de otros… Lo que tiene usted que hacer en medio de todas esas pequeñas divergencias, es ser muy humilde poner gran cuidado en que no se la pueda acusar de arrogancia o de suficiencia; debe más bien pensar que está sujeta a todos, que es la última de todos… ¡Si supieran ustedes, queridas Hermanas, qué humildad, qué mansedumbre y sumisión quiere Nuestro Señor de las Hijas de la Caridad, sufrirían si advirtieran que no lo practicaban.»
No mostrar arrogancia, considerarse como la última, es la actitud del pobre, siempre en situación de inferioridad frente al rico. Si para las primeras Hermanas esta actitud es «natural», Luisa les pide que superen esta realidad humana, que la trasformen en virtud de humildad, a imitación de Jesucristo, «que de Dios que era se hizo hombre y se anonadó hasta el suplicio de la Cruz».
Esta virtud de la humildad que permite reconocer delante de Dios la propia debilidad, insuficiencia, pequeñez, va a convertirse en la «fuerza» de las Hermanas que les permitirá hablar a las Señoras cuando se trate del bien de los Pobres. A propósito de los conflictos de Bemay, Luisa escribe:
«Si tiene usted necesidad de negar alguna cosa, hágalo con mansedumbre y humildad, porque no tenemos derecho a hacerlo de otro modo, ya que Dios nos ha llamado a nuestra vocación para ayudar a las Señoras en el servicio a los Pobres y por consiguiente somos las servidoras de unas y otros.«
Esta virtud de la humildad debe reflejarse en todo el comportamiento. Así, a las Hermanas de Angers, Luisa las invita a que acojan a las Señoras con amabilidad, y es que, en efecto, a las Hermanas no les gustan las visitas de las Señoras de la Caridad al hospital. Les parece que les hacen perder el tiempo: hay que prepararles la colación que distribuyen, hay que acompañadas… Luisa hace reflexionar a la Comunidad: es siempre el servicio a los Pobres lo que les presenta como, primera motivación.
«Tenemos que acoger con agrado a los que vienen a ver a los pobres, sin tener en cuenta nuestro interés particular, sino sencillamente porque hay que hacerlo así y porque puede resultar un bien para aquellos.»
Y en otra carta, Luisa propone a Cecilia, la Hermana Sirviente, que organice un turno de guardia para recibir a las Señoras.
«Cuando van las Señoras podría usted encargar a una Hermana, una vez a una, otra a otra, de que las atendiera lo mejor que perdiese… Un buen entendimiento entre ustedes lo arreglarla todo.»
Luisa de Marillac va todavía más lejos a propósito de la humildad. Piensa que la actitud de la Hija de la Caridad puede ser un testimonio para las Señoras que las estimule a servir bien a los Pobres, según sus posibilidades. El Pobre es el que puede enseñar al Rico, parece decir Luisa:
«Para cumplir con sus obligaciones de buena Hija de la Caridad, preciso será que intente por todos los medios a su alcance que las Señoras de la Caridad se empleen en visitar a los enfermos.»
«Espero que si ustedes están muy sometidas a sus señoras con relación a los enfermos de la ciudad, el ejemplo que den les servirá, mucho más que cualquiera otra cosa, a entrar en sentimientos de fervor.»
Respetar al rico no significa dejarse pisar por él, como hoy se diría, sino, sencillamente, aceptar la diferencia, tomando conciencia de la propia identidad. Respetar al rico es también respetar la vocación de cada uno en el seno de la Iglesia.
Seguid siendo siervas: Luisa de Marillac desarrolla dos puntos concretos: la vida de trabajo y la vida pobre.
En 1648, Luisa recuerda con cierto rigor a Isabel Turgis una de las reglas de la Compañía de las Hijas de la Caridad.
«Recuerde esa práctica nuestra de que debemos trabajar para ganamos la vida.»
Los Fundadores en el S. XVII establecen una clara diferencia entre el «trabajo» para ganar la propia vida y los «empleos» del servicio de los Pobres.
El término empleo que significa función, cargo, misión, está reservado a todo lo que concierne al servicio de los Pobres. Estos empleos muy variados (servicio a domicilio, escuelas, hospitales, forzados, orfanatos…) dependen todos de fundaciones. Antes de enviar una pequeña Comunidad a un lugar determinado, se establecía una fundación, es decir, que quienes habían solicitado la ida de las Hermanas pagarían regularmente una cantidad, ya se tratare de Señoras de la Caridad, Cofradías de la Caridad, Párrocos, Obispos, Administradores…, Esa cantidad estaba destinada a sostener el servicio de los Pobres: (cuidados, alimento, educación…) y también la vida de las Hermanas (vivienda, comida).
Las cantidades que se abonaban a las Hermanas (actualmente hablaríamos de «asignación»), no eran propiamente un sueldo. Tanto los Fundadores como las Hermanas no quieren que tos emplaos del servicio de los Pobres sean considerados como un trabajo remunerado. En 1645, Santa Luisa habla a San Vicente de las Hermanas de la parroquia de San Gervasio.
«La Señora de Chavanas quiere que nuestras Hermanas de San Gervaslo perciban los cinco sueldos que las señoras que se encargan de preparar la comida para los pobres daban como salario a la mujer que llevaba el puchero antes de que fuesen las Hermanas a esa parroquia… Las Hermanas están disgustadas con esto porque las Señoras les preguntan si están a sueldo…»
Las Hermanas, al negarse a recibir un sueldo de parte de las Señoras, muestran claramente que ellas no son sus criadas, que no dependen de ellas. Las Hermanas sitúan el servicio que prestan a los Pobres y a los enfermos a otro nivel. El servicio de los Pobres es su misión.
Con la palabra trabajo, que tiene un sentido de esfuerzo, de fatiga, lós Fundadores se refieren siempre a aquello que reporta dinaro para vivir. Ese término «trabajo» designa en el S. XVII el trabajo manual del pueblo sencillo de las ciudades y de los campos.
En la Conferencia sobre el amor al trabajo, del 28 de noviembre de 1649, San Vicente explica detenidamente las razones que tiene este trabajo manual para las Hermanas. Hay que trabajar para imitar a Jesucristo, para cumplir el mandamiento de Dios: «Comerás el pan con el sudor de tu frente», para huir de la ociosidad, madre de todos los vicios. En esa Conferencia una Hermana intervino subrayando la importancia de este trabajo para las Hijas de la Caridad:
«La mayoría de nosotras estaríamos obligadas a ganamos la vida, si estuviéramos en el mundo.»
Y otra añadió:
«Si se introdujese en la Compañía la idea de que no tenemos nada que hacer para ganamos la vida, pronto caeríamos en la ociosidad.»
Trabajar manualmente, trabajar para ganarse la vida, es para las primeras Hermanas un medio concreto de permanecer en su estado de sirvientas, de evitar convertirse en Señoras que viven tranquilamente de sus rentas. En el transcurso de la conferencia aludida, San Vicente prolonga su reflexión:
«Cuando se vean nuestras Hermanas bien establecidas y que no tienen mucho en qué ocuparse, no se preocuparán de trabajar y no se cuidarían de ira ver a los pobres. Y entonces habría que despedirse de la Caridad… Habría que celebrar entonces las exequias de la Caridad.«
El trabajo que llevan a cabo las Hermanas es un trabajo artesanal, semejante al de las mujeres del pueblo, al de las mujeres del campo. María Joly lava ropa cuando está en la parroquia de San Germán; las mujeres del Hotel-Dieu hacen mermeladas; en Montreull, Sedan, Chem, Bemay, las Hermanas crían animales y venden sus productos; muchas hilan y cosen. Este trabajo se hace siempre fuera del servicio a los Pobres y en nada puede serle perjudicial.
«Trabajo manual quiere decir lo que hacéis fuera de las horas en que estáis ocupadas con los enfermos, en el tiempo que os quede…»
Luisa estimula con frecuencia a las Hermanas al trabajo manual: les recuerda que son pobres siervas y que el trabajo forma parte de su modo de vida.
«Si acaso tuviera usted algo de tiempo de sobra, creo que lo empleada mejor en ganar algunos sueldos trabajando para los pobres… que en dedicarlo a hacer cumplidos.»
Las mismas observaciones hace a Marta en Chars y a Ana Levies en Bemay.
«Cuánto temolos lugares en donde se está con demasiadas comodidades para nuestra condición (nuestra condición de siervas). Cuide… de que (nuestra Sor Marta) esté ocupada, y en trabajos fuertes, lo más que pueda.»
«Sor Ana ¿qué hace usted?… le diré lo que otras veces le he dicho, que hay que trabajar, porque la holgazanería fomenta el pecado en el alma y la indisposición en el cuerpo.»
El dinero que ganan con ese trabajo manual sirve a las Hermanas para alimentarse, vestirse y compartir con los Pobres. A menudo es un complemento a las cantidades que las Señoras pagan con mucha Irregularidad. Pero, lo que queda, el sobrante, se envía a la Casa Madre para los gastos de formación de las Hermanas jóvenes y para los gastos que originan los cuidados a las Hermanas enfermas.
No obstante con los años aparecen abusos. Las Hermanas quieren tener dinero para ellas, desean poder alimentarse mejor. San Vicente interviene:
«No hay que tener ante la vista la ganancia… no, eso lo estropearía todo.»
Tener dinero, manejarlo, es siempre un peligro. Las Hermanas que en su mayor parte proceden del campo, no están aconstumbradas a tener dinero, ya que los campesinos poseían muy poco. Si tenían algunas monedas las guardaban en el calcetín de lana y con frecuencia las gastaban en la feria anual del pueblo vecino.
Las Hermanas, en las Cofradías, en los pueblos, son responsables del dinero que se les entrega para los Pobres, del que tienen para vivir y del que han ganado con su trabajo. Por eso reciben directivas concratas y precisas con relación al manejo de ese dinero. Es necesaria una administración rigurosa que distinga bien lo que pertenece a los Pobres y lo que es para la Comunidad.
«Sean muy exactas en no tomar en provecho suyo nada que pertenezca a los Pobres, y si crían algunos animales para ~dad de ustedes, sean también muy exactas en pagar lo que gasten en piensos… Tengan también cuidado en no pagar con dinero de los Pobres lo que les cueste cuidar esos animales o guardarlos, o cualquier otra cosa que pueden hacer para su utilidad particular.»
San Vicente, sin duda informado por la Señorita, cita en las conferencias pequeños detalles en los que las Hermanas faltan a la justicia respecto a los bienes de los Pobres.
«Una Hermana que se sirve del dinero de los pobres para utilizarlo en estampas o en otras cosas de devoción, comete un robo, dado que aquel dinero se le entregó sólo para auxiliar a los pobres.»
«Én cuanto a las que tienen que administrar el bien de los pobres, es menester que cumplan fielmente con su encargo… y que no digan jamás que una medicina costó más de lo que costó…»
Luisa conoce todas las tentaciones que puede procurar el manejo del dinero: tentación da satisfacerse a sí misma en pequaflas o grandes cosas, tentación de querer aparentar, tentación más sutil de mandar ayuda a las personas queridas. Reflexionando sobre las razones que podrían causar la ruina de la Compailla, Luisa escribe:
«Én cuanto al manejo del dinero, podrían llegara apropiárselo y a usar de él según su inclinación (pasión de poseer), a hacerse con cosas inútiles porque han visto que otras las tienen y, hasta a dárselo a sus familiares… no sólo de lo suyo sino del bien de los pobres.»
Para evitar toda confusión entre el dinero que está destinado a los Pobres y el que está destinado a la vida de Comunidad, se pide expresamente que se lleven las cuentas por separado. Luisa de Manliac recomienda a Ana Hardemont y a María Lullen que van a Montreuil:
«Que una manejase el dinero de sus gastos y la otra el de los pobres.»
En 1658 Luisa pide al Padre Portal, que redacte el reglamento para las Hermanas que van a Ussel:
«…sus gastos (los de las Hermanas) irán separados de los gastos de los Pobres.»
El respeto hacia el dinero de los Pobres, la separación de las diferentes cuentas, el rigor en la contabilidad, irán acompañados por una rendición de cuentas periódica.
«En nombre de Dios, Hermana, administre el bien de los pobres lo mejor que pueda y esté atenta para que nuestras Hermanas lo hagan también así con cariño. Creo que da usted cuenta de sus ingresos y gastos lo más exactamente posible.»
A Bárbara Angiboust cuando deja Brienne, Luisa que siempre ha mostrado una gran prudencia, le pide que haga por escrito su rendición de cuentas y que lleve una copia a la Casa Madre, con el fin de evitar después toda reclamación por parte de las Señoras:
«Deje por escrito todo lo que tiene ahí que pertenece a los pobres y fírmelo, trayendo una copia que hará usted firmar a la persona en cuyas manos entregue usted todo.»
¡Una buena administración no puede desdeñar la prudencia!
El reglamento de Angers, redactado entre 1639-40, explica las Hermanas el estilo de vida que han de adoptar en el interior del hospital:
«Se acordarán de que han nacido pobres, de que tienen que vivir como pobres, por amor al Pobre de los Pobres, Jesucristo, Nuestro Señor y de que, en calidad de tales, tienen que ser muy humildes y respetuosas con todo el mundo…»
Las Hermanas son pobres de nacimiento. La vida sencilla y sobria les resulta natural. Pero muy pronto, el contacto con los ricos, el manejo del dinero, influyen en su comportamiento. Ya en 1639, Luisa de Marillac, interpela a Luisa Ganset que está en Richelieu:
«Yo creo que la causa de la mayor parre de las faltas que comete es que maneja usted dinero y que siempre le ha gustado tenerlo. SI quiere seguir mi consejo, deshágase de esa afición; póngalo todo en manos de Sor Bárbara (la Hermana Sirviente)… y excítese al amor de la santa pobreza, para honrar la del Hijo de Dios, y por este medio conseguirá lo que necesita para ser verdadera Hija de la Caridad.»
Encontramos, durante estos primeros años de la Compañía, la insistencia en la dimensión espiritual: imitar a Jesucristo. En los años siguientes, sin dejar de mantener esta mirada en Cristo, Luisa entra en lo concreto de la vida.
En 1654, en Bemay, las Señoras de la Caridad desean comprar una casa para alojar a las Hermanas e instalar después en ella una especie de hospital. Luisa, después de haber sido informada del proyecto, escribe a Bárbara Angiboust:
«Cuando se trate de buscarles alojamiento definitivo, tendrá usted cuidado en elegir una vivienda propia para unas pobres Hermanas.»
No se tienen en cuenta los consejos de Luisa. Las Señoras de la Caridad compran la hermosa casa que tenían en perspectiva. En octubre de 1656, unos dos años después de la primera carta, Luisa vuelve a intervenir en este asunto e invita a las Hermanas a Interrogarse:
«¿Y qué le diré de esa hermosa casa en que habitan ustedes? Su profesión de pequeñez y pobreza ¿no le hace sentir a veces como oleadas de temor? Si es así, quiero creer que hace usted actos de heroica virtud interior y exteriormente, de tal manera que hasta le dará vergénza presentarse ante la gente, considerándose usted como la menor de todo el lugar.»
Francisca Carcireux, en Narbona, deberá decir al Señor Obispo y a las Señoras de la Caridad la opción que han hecho las Hijas de la Caridad de vivir pobremente:
«Pero sobre todo como en ese lugar no conocen su forma de vivir pobremente, también en lo que se refiere al alojamiento, no deseen que se las trate de otro modo aunque sólo fuera con poca diferencia; no discutan, pero expongan humildemente, con firmeza, con dulzura y con brevedad, sus razones.»
Vivir pobremente es aceptar también la moderación en la cantidad y calidad de la comida. Luisa escribe a las Hermanas de Chars:
«Una y otra saben muy bien, queridas Hermanas, quek en cualquier lugar en que se encuentren, han de practicar siempre la sobriedad, tanto en la cantidad como en la calidad de los alimentos…»
Pero la pobreza que exige Luisa es una pobreza llena de sentido común. Ser sobrio no significa carecer de lo necesario hasta el punto de caer enfermo. Varias veces, Luisa suplica a las Hermanas que pidan dinero prestado para poder alimentarse; así ocurre en Chantilly en 1653 (98), en Arras en 1657 (99), en Brienne en 1659:
«Le ruego por el amor de Dios, querida Hermana, que no carezcan de nada de lo necesario, en su alimentación: Sor Genoveva se ha quedado espantada al verla tan fiaca, es verdad que no recuerda que por contextura natural es usted así. No obstante, ponga cuidado en no estar tan delgada porque pase necesidad; pida prestado dinero, con toda libertad, cuando lo necesite, que• ya sé muy bien que no ha de abusar.»
Este sentido común de Luisa de Marillac vuelve a encontrarse cuando hay que hacer compras. A las Hermanas que van de viaje da sencillos consejos de economía:
«Y como de ordinario el pan cuesta caro en los mesones, harán bien en comprar uno grande en la panadería y tener así lo suficiente».
En 1656, Luisa agradece a Bárbara la tela tan buena que le ha enviado de Bemay, región en la que hay ricas manufacturas. Pero la carta indica que dicha tela resulta cara teniendo en cuenta su poco ancho (102). Bárbara se fijó en el precio pero sin comprobar más detalles. Cuando se trata de enviar mantecas de Brienne a París, Luisa pide que se informen cuánto costaría con los portes una libra de manteca.
«Me habla usted dicha querida Hermana, que la manteca estaba ahí a muy buen precio y que podría procurárnosla derretida. Le ruego que se informe cuánto costarla puesta aquí, es decir, con los portes, y si te que no nos saldría a más de seis sueldos la libra, nos haría usted un gran favor, mandándonos la mayor cantidad que pudiera, cien libras o más.»
Se percibe, a través de estos múltiples ejemplos, que Luisa desconfía de las palabras bonitas sobre la pobreza si no van acompañadas de realizaciones concretas.
» …(le) ruego ame mucho la santa pobreza, no sólo por la estima y con las palabras, sino en la práctica, en todos sus efectos.»
Ser sierva significa someterse de grado a la ley del trabajo manual, trabajo que se despreciaba en el S. XVII; significa vivir pobremente, con prudencia, con sobriedad y sencillez.
Aspecto teológico.
En su oración y meditación, Luisa de Marillac contempla a Cristo, el Redentor del mundo, y se esfuerza por aprender de El cómo servir a los Pobres.
«Todas las acciones del 1-10 de Dios son sólo para nuestro ejemplo e instrucción.»
Cristo vive en medio de sus discípulos como el que sirve y va hasta el extremo de las exigencias del amor dando su vida por la Redención de los hombres. Luisa desea a las Hermanas que imiten a Cristo Servidor de los designios del Padre.
«Nuestro Señor siempre se sometió a la voluntad da.. su Padre… Suplico a la bondad de Nuestro Señor que disponga nuestras almas para recibir al Espíritu Santo y que así, inflamadas con el fuego de su santo Amor, se consuman ustedes en la perfección de ese amor que les hará amar la santísima voluntad de Dios.»
Penetrada por la palabra de Cristo: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a MI me lo hicisteis», Luisa vive una inversión de valores. Aquellos a quienes, con frecuencia, el mundo desprecia, ella los presenta como Amos. No hace falta puntualizar más. Cada una, dentro de esta inversión, totalmente evangélica, ve a un Amo, en aquel a quien sirve, consuela o educa.
En agosto de 1640, Luisa se acuerda de su estancia en Angers a principios del año. Le parece que se está viendo con las Hermanas en la gran sala del hospital San Juan:
«Parece que me estoy viendo en medio de todas ustedes al servicio de nuestros amados Amos, dándoles la cena.«
En 1652, la región de Angers ha sufrido mucho por los disturbios de la Fronda. Muchos campesinos arruinados hablan ido a refugiarse en la ciudad y a buscar un poco de alimento. Más de 20.000 mendigos vagan por las calles. Cecilia ha comunicado a Luisa de Marillac todo este sufrimiento y las angustias que experimentaron.
«La lectura de todas las aflicciones y calamidades ocurridas en Angora, me han causado honda pena por todo lo que los pobres tendrán que sufrir; suplico a la divina bondad los consuele y les dé el socorro que necesitan. También ustedes, queridas hermanas, han tenido gran trabajo y dificultades, pero ¿han pensado que era justo que las siervas de los pobres sufriesen con sus Amos…?»
San Vicente, profundamente convencido de la «eminente dignidad de los Pobres», exclama en una Conferencia:
«Los pobres son nuestros amos, son nuestros reyes; hay que obedecerles; y no es una exageración llamarlos de ese modo, ya que Nuestro Señor está en los pobres.»
Las primeras Hermanas viven con toda sencillez esta inversión evangélica de valores. La Duquesa de Alguilion pide a San Vicente tener a su lado a una Hija de la Caridad. No atreviéndose a darle una negativa, San Vicente pide a Bárbara Angiboust que vaya al palacio de dicha Dama. Después de una breve parada, Bárbara pide salir de allí, provocando la extrañeza de la Duquesa, a quien manifiesta:
«Señora, he salido de casa de mis padres para servir a los pobres, y usted es una gran dama, rica y poderosa. SI usted fuera pobre, señora, la servida de buena gana.»
Las Hermanas van hacia sus verdaderos Amos con mucha alegría. Todo el respeto que habitualmente se prodiga a los Ricos y Poderosos las Hermanas lo otorgan prioritariamente a los Pobres. En ellos saben descubrir y reconocer, más allá de las apariencias, la grandeza de todo hombra. Con paciencia y amor se esfuerzan por comprender y compartir sus penas y sufrimientos. Dulzura y delicadeza son la prueba de su profundo amor hacia ellos.
Juana Francisca está encargada de un orfanato en Etampes. Luisa la anima evocando la grandeza de aquellos niños a quien sirve.
«Continúe sirviendo a nuestros queridos Amos con gran dulzura, respeto y cordialidad, viendo siempre a Dios en ellos.»
Los soldados heridos a quienes Ana Hardemont atiende en Chillona tienen derecho al mismo respeto, a la misma mansedumbre.
«…sirva a sus pobres enfermos con espíritu de mansedumbre y gran compasión, a imitación de Nuestro Señor que así trataba a los más molestos.»
Cuanto más desamparado, abandonado, despreciado sea el Pobre, tanto más se hace grande a los ojos de su sierva. Los Niños Expósitos a quienes Luisa tanto amó y defendió, son en el siglo XVII el tipo mismo de esos pobres abandonados de todos, excluidos de la sociedad. Lo mismo ocurre con las niñas a quienes las Hermanas instruyen en las aldeas; a éstas el mundo no las toma en consideración porque son pobres y además niñas.
En tiempo de los Fundadores la miseria es inmensa en el campo, tanto desde el punto de vista material como espiritual. Luisa de Marillac, reflexionando en el futuro de la Compañía, desea que:
«…acaso reciba algún día (la Compafita) la gracia de ser empleada más en el servicio de los aldeanos que en las ciudades, como fue su primitivo designio o más bien el de Dios, cosa que podría ocurrir a causa de las mudanzas ordinarias del mundo.»
Luisa parece desear que la Compañía dependa menos de los Grandes, de los Ricos que son quienes aportan las finanzas para el servicio; desea igualmente que pueda dedicarse, según su opción, a aquellos a quienes el Señor reconoce como «sus miembros».
«¡Ah!, ¡qué dicha si la Compañia, sin ofensa de Dios, no tuviera que ocuparse más que de los pobres desprovistos de todol Y por eso la Compañia no debe apartarse del ahorro ni cambiar de manera de vida con el fin de que si la Providencia le da más de lo necesario, (las Hermanas) vayan a servir a sus expensas a los pobres, espiritual y corporalmente, sin ruido, con sordina, con tal de que la almas honren eternamente los méritos de la Redención de Nuestro Señor.»
Los pobres participan de un modo especial en la Pasión de Cristo. Eternamente ellos y todos los elegidos glorificarán a Dios por la inmensa gracia de la Redención.
Cuando pide a las Hijas de la Caridad que sean Siervas de los Pobres, Luisa de Manilac desea que todos tengan la «obsesión del pobre», del que no tiene nada, del que está destituido de todo, del que no puede vivir como hombre libre.
Servir como Hija de la Caridad es responder a la llamada de Cristo, esa llamada a une entrega total a los pobres, sus miembros preferidos.
Servir como Hija de la Caridad es ir hacia los más abandonados, prestando atención a sus verdaderas necesidades.
Servir como Hija de la Caridad es ponerse humildemente al servicio de los Amos según el Evangelio y trabajar por devolverles su dignidad.
«Sean muy afables y bondadosas con sus pobres; ya saben que son nuestros Señores a los que debemos amar con ternura y respetar profundamente.»