«Y aparte de eso (los peligros externos), la carga de cada día, las preocupaciones por todas las comunidades ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién cae sin que a mí me dé fiebre? (II Cor 11, 28-29).
«Supuesto este fin, la Congregación de la Misión, atendiendo siempre al Evangelio, a los signos de la Iglesia, procurará abrir nuevos caminos y aplicar medios adaptados a las circunstancias de tiempo y lugar; se esforzará además por enjuiciar y ordenar las obras y ministerios, permaneciendo así en estado de renovación continua». (C 2).
El misionero tiene un compromiso especial con la Iglesia. Ha consagrado toda su vida a su servicio. Necesita estar atento a sus llamadas, vengan de la Jerarquía o del pueblo de Dios. Tres actitudes de San Vicente nos pueden enseñar cómo sentir con la Iglesia:
1. «Venga, pues, Padre, y no tarde».
Son los pobres los que, según San Vicente, llamaban al P. Du Coudray, ocupado en Roma en traducciones de la Biblia:
«¡Ah, padre Du Coudray, que ha sido escogido desde la eternidad por la Providencia de Dios para ser nuestro segundo redentor, tenga piedad de nosotros que estamos sumidos en la ignorancia de las cosas necesarias para nuestra salvación y en los pecados que jamás nos hemos atrevido a confesar y que, sin su ayuda, seremos infaliblemente condenados». (I 286).
2. «Haga entender a Su Santidad que el pobre pueblo se condena».
El sentir con la Iglesia lleva también la responsabilidad de comunicar lo que de ella se percibe, aunque sea el mismo Romano Pontífice. San Vicente estaba convencido de que si el Papa supiera el estado de abandono espiritual de los pobres, no dudaría en hacer cosas que, por no estar informado, no hace. El Papa aprobará la Congregación cuando sepa de qué se trata y de la necesidad que se intenta remediar:
«Es preciso que haga entender que el pobre pueblo ve condena por no saber las cosas necesarias para la salvación y no confesarse. Si Su Santidad supiera esta necesidad, no tendría descanso hasta hacer todo lo posible para poner orden en ello; y que ha sido el conocimiento que de esto se ha tenido lo que ha hecho erigir la Compañía para poner remedio de alguna manera». (1 176-177).
3. «He ofrecido a la Compañía para que vaya a donde el Padre la mande».
La voz de la Jerarquía es para San Vicente signo evidente de la llamada de Dios, sobre todo cuando era el Papa quien hablaba. Disponible personalmente a la voz de la Iglesia quiere que lo sea la Congregación de la Misión. De ahí esta ofrenda que de la Congregación hice al Papa, según lo que escribe al P. Lebrenton:
«…he ido a celebrar la santa Misa. Se me ha ocurrido el siguiente pensamiento: que como el poder de enviar «ad gentes» reside en la tierra únicamente en la persona de Su Santidad, tiene, por consiguiente, el poder de enviar a todos los eclesiásticos por toda la tierra para la gloria de Dios y la salvación de las almas, y que todos los eclesiásticos tienen obligación de obedecerle en esto; y, según este principio, que me parece digno de crédito, le he ofrecido a su divina Majestad nuestra pobre Compañía para ir a donde Su Santidad ordene». (II 45).
- ¿Puedo asegurar que conozco y siento los grandes problemas de la Iglesia en una medida razonable?
- ¿En qué grado estoy comprometido con alguna llamada urgente de la Iglesia?
- ¿Vivo en la Congregación de la Misión para mí o para la Iglesia?
Oración:
«Dios omnipotente, concédenos la gracia de estar atentos a las llamadas de la Iglesia y responder con prontitud y fielmente a ellas para que así colaboremos con tu Iglesia en la salvación del mundo y hagamos eficaz tu plan de santificación del mundo y de comunión entre todos los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén».