SANTIAGO MASARNAU: TESTIMONIOS DE SU FAMA DE SANTIDAD (I)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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SANTIAGO MASARNAU: SU PERSONALIDAD

Es importante, en estos momentos en que la Sociedad

de San Vicente de Paúl en España acaba de celebrar el 150 Aniversario de su fundación, se reflexione sobre la biografía de SANTIAGO MASARNAU FERNÁNDEZ, y no sólo porque a él se debe la fundación en España, sino porque su permanencia durante 32 años consecutivos al frente de ella, le permitió ser su «norma directriz», «su alto ejemplo y su espíritu vivificador». La última etapa de su vida puede ser considerada como un manual prác­tico de los socios de las Conferencias de San Vicente de Paúl.

Hemos perdido un artista, un sabio y un santo, así lloraba Doña Concepción Arenal cuando se enteró de la muerte de Santiago Masarnau Fernández desde una esquela mortuoria publicada en la Revista «La Voz de la Caridad» el día 1 de enero de 1883. Apenas hacía 15 días que había partido a la Casa del Padre es­te gran hombre aunque muy pequeño y humilde en su actuar.

COMO ARTISTA

En primer lugar hablaremos del artista. Fue un músi­co famoso, pianista y compositor. Nació en Madrid el 10 de diciembre de 1805. Hijo de Santiago Masarnau Torres, natural de Copons (Cataluña) y Dª Beatriz Fernández Carredano, natural de Omoño (Cantabria).

En 1808 su padre fue nombrado Secretario de las Reales Caballerizas de Córdoba al servicio del Conde de Miranda. Este año marcó su infancia de un modo decisi­vo, ya que, por un lado muere su madre cuando él cuenta tan solo tres años de edad y por otro, comienza la Guerra de la Independencia contra el invasor francés. En esta época la familia Masarnau, padre y sus tres hijos, viven en Andalucía.

Por estos años, Santiago comienza a dar muestras pre­coces de estar muy bien dotado para la composición e in­terpretación musical, iniciando su formación, en este campo artístico, con el organista de la catedral de Grana­da, José Rouré y Llamas.

Cuando en 1814 termina la tempestad bélica y el rey Fernando VH ocupa el trono de España, la familia vuel­ve a instalarse en Madrid, donde el padre fue nombrado secretario de la Mayordomía Mayor del rey. Mientras tanto él continúa su formación en piano y composición con José Boxeras, José Nonó y Angel Inzenga. Además, es­tuvo matriculado en el Colegio de W María de Aragón, regentado por los Agustinos, de 1818 al 20 como estu­diante de Filosofía para luego continuar estudiando Ma­temáticas, entre 1820 y 1822 en los «Estudios nacionales de San Isidro».

Por el trabajo de su padre, su infancia estuvo muy re­lacionada con el Palacio Real, donde tuvo oportunidad de participar en las actividades musicales de la Corte. Muy pronto destacó como niño prodigio y con sólo diez años ejecutó, ante Fernando VII y su corte, un concierto al ór­gano en El Escorial, interpretando sus propias composi­ciones dedicadas a la Reina Isabel de Braganza, esposa de Fernando VII. Tres años más tarde estrenó una Misa que fue interpretada por la Capilla Real de Palacio en la Pa­rroquia de San Justo y Pastor el día de San Pedro de Al­cántara participando él al órgano.

Los años 1820-23 son también importantes en su vida, ya que siendo joven adolescente fue testigo del llamado «Trienio Constitucional» con la exaltación de los valores liberales que ello supuso en todo el país. La simpatía por la nueva ideología es patente en su juventud y primera madurez, además de suponer para él y su padre, por circunstancias poco claras, la pérdida del favor Real: la supresión del título honorífico de Gentilhombre de la Real Casa que le había sido concedi­do en el año 1819 con una pensión vitalicia de 300 ducados y la jubilación del padre de sus empleos y cargos. Estas me­didas siempre las consideró totalmente injustas y varias ve­ces reclamó estos favores. pero tuvo que esperar a 1843 pa­ra ser repuesto en dicho título con motivo de la declaración de la mayoría de edad de la reina Isabel II.

Buscando otro ambiente político-social y deseando completar su formación musical, abandonó definitiva­mente la idea de hacer la carrera de ingeniero de caminos y marchó a París, pocos meses después de que hubiera muerto su hermana Dolores, para ampliar sus estudios y labrarse un porvenir de éxito. Se abre de esta forma un importante período en la vida del Siervo de Dios: sus resi­dencias en el extranjero. París y Londres fueron los pun­tos referenciales de esta larga etapa. Todo ello supone que se sumerge e integra plenamente en el ambiente cultural del momento: el Romanticismo, con toda la carga afecti­vo-intelectual que ello supone. Viaja mucho para la épo­ca, conoce y trata con lo más florido de la intelectualidad europea del momento, así como con los exiliados españo­les por razones políticas.

Esta residencia se vio interrumpida en varias ocasio­nes por viajes y estancias prolongadas, más o menos, en España. En la primera de ellas acompaña a su amado pa­dre en el momento de su muerte; en otras será testigo de los excesos de los gobiernos liberales que ocupaban el po­der después de la muerte de Fernando VII en 1833. Varios años estuvo enrolado en la Milicia Nacional, en el Sexto Batallón, Compañía de Granaderos, al que también per­tenecieron importantes músicos como José Melchor Gomis. Pedro Albéniz, etc.

En París tuvo como profesor a Monsigny y en Londres a Cramer, primer pianista de Europa. Fue amigo de Rossini, Mendelsohn, Paganini, etc. y mantuvo relaciones con los compositores españoles que residían en estas capitales. Hay que destacar a José Melchor Gomis un joven valenciano con el que vivió con gran intimidad. Pronto empezó a com­poner. a dar lecciones y a figurar en programas de concier­tos al lado de las más destacadas celebridades como un vir­tuoso del piano, sólo comparable al propio Cramer y a Liszt. Gracias a las recomendaciones de Rossini, tuvo dis­cípulas como las hijas del infante D. Francisco de Paula.

Hoy día nos estamos llevando la sorpresa que está sien­do revalorizada la figura musical de Masarnau por los especialistas e incluso se están dando conciertos a partir de sus composiciones (alumnos de la Universidad Complu­tense acaban de presentar un trabajo sobre la Obra musi­cal de Santiago Masarnau). Una tesis doctoral sobre su obra de piano ha sido leída en Oviedo y se ha editado un libro de una parte de sus partituras. Su obra como músi­co tiene dos partes; una que podíamos llamar profana: música española, vals, conciertos, sonatas… y otra parte música religiosa. Esta última más abundante a partir de su conversión en 1838. Desde 1843, que regresa definiti­vamente a Madrid, sólo compuso música religiosa.

COMO SABIO

No hay duda que Masarnau fue un hombre muy culto. Participó plenamente en la cultura romántica de su épo­ca. El señor Masarnau quiso hacer de su hijo un matemá­tico, pero sus aficiones y aptitudes orientaron su vida ha­cia la música; no obstante, sabemos que aventajaba en conocimientos a la mayor parte de sus camaradas. El cír­culo de sus amistades abarcaba, no solamente celebrida­des del mundo musical, sino otras muchas destacadas en Literatura, Humanidades, Políticas y Sociales. D. Manuel José Quintana, D. Pascual Gayangos, Pedro Madrazo, Donoso Cortés, Olozaga, embajador en Francia, Argüelles, Mendizábal, Patricio Escosura, Mesonero Romanos, D. José María Quadrado, su biógrafo, Vicente de la Fuen­te. Con Concepción Arenal tuvo una estrecha relación. In­fluyó bastante en sus libros: «El Visitador del Preso» y «El Visitador del Pobre», del cual corrigió las pruebas antes de ser enviado a la im­prenta.

Fue miembro del Ateneo de Madrid, como nos lo confir­ma el Acta de Fundación y posteriores Juntas Genera­les. Allí se relacionó con per­sonalidades que alcanzaron un puesto importante bien en la política, en el mundo de las Artes o en la aristocracia de la Nación, tales como el Duque de Rivas, Alcalá Galiano, Larra, etc.

Dominaba el francés y el inglés como su propia lengua y leía el alemán y el italiano. Sus estudios de Matemáticas, de Física, de Astronomía, así como un amplio conocimien­to de Humanidades, hicieron de él un hombre polifacético en el campo del saber. No en vano participó en las tertu­lias intelectuales decimonónicas en Londres y en París junto con los hermanos Madrazo, Ochoa, Andrés Borre­go; se conservan cartas cruzadas que confirman esta es­trecha relación.

COMO SANTO

El santo es aquel que cristianiza en sí mismo todo lo humano de su época.

Esta última faceta, la de Santo, la labor de perfección santidad que llegó a alcanzar Santiago Masarnau, es lo que se está investigando en la actualidad y lo que ha lle­vado a comenzar el Proceso de Canonización que se inició el día 5 de junio de 1999 a fin de que toda la Iglesia reco­nozca su calidad de vida entregada, admire y tenga como ejemplo a este hombre que desde su actuar en su mundo, en la época que le tocó vivir, supo hacer de su vida una entrega al servicio de los más amados de Dios: los po­bres.

En este inundo materializado e invadido por el consumismo, necesitamos modelos de referencia, hombres de carne y hueso como nosotros que nos hagan recordar la trascendencia. Es cierto que muchos sectores de la socie­dad actual están valorando el servicio a los demás, a los más desvalidos. Son la pléyade de voluntarios que, desde diferentes motivaciones, ya sean religiosas, humanitarias o filantrópicas, están entregando, muy generosa y gratui­tamente parte de su «haber». Es en este contexto donde hay que recuperar la figura de este hombre que desde el laicado, con un espíritu profundamente cristiano e impul­sado por el motor de la Caridad, se fue entregando poco a poco hasta poder decir a la hora de su muerte; he entre­gado todo.

Cuando un ser humano tiene una fuerte experiencia de Dios como Santiago Masarnau, a medida que va profun­dizando en su amistad, se hace más capaz de ayudar a sus hermanos, creciendo en caridad y produciendo frutos de santidad.

El Siervo de Dios Santiago Masarnau, por su estatus social, su cultura, el cargo de su padre en el Palacio Real y el suyo propio (Gentilhombre de Palacio de Casa y Bo­ca), por su contacto con la Corte y con la aristocracia de Madrid. París y Londres, pudo haber sido un hombre bri­llante de la sociedad de su tiempo, pero una vez converti­do v convencido de ese amor a Cristo, que experimentaba en la Oración, en la Sagrada Comunión y sobre todo en el contacto con los Pobres, supo renunciar a todas las glo­rias humanas, a su fama como artista musical, para dedi­carse a una callada y humilde actividad de «voluntario de la caridad» que para él era lo más preciado. En realidad, al fin de su vida se le recordó más por la fundación de la Sociedad de San Vicente de Paúl en España que por su la­bor como pianista y compositor. Su fama de santo eclipsó a la que tuvo como músico.

María Teresa Candelas Antequera

Madrid, 2000

 

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