ACTA DE La JUNTA GENERAL CELEBRADA EN MADRID EL DÍA 8 DE DICIEMBRE DE 1880.
A continuación. el Sr. Presidente manifestó al Excmo. Señor Obispo, en nombre de todos sus consocios, lo mucho que le agradecía la Junta el favor de venir a honrarla con su presencia, y le pidió permiso para leer un discurso que se había preparado para este acto. Obtenida la venia de S. E., uno de nuestros consocios leyó lo siguiente:
Excmo Señor:
Señores:
Amadísimos consocios: al obedecer a nuestro querido y dignísimo Presidente del Consejo superior, que me encarga os dirija la palabra en este solemne día, en que nos reunimos todos los años para alentarnos a seguir en nuestras prácticas de caridad bajo la poderosa protección de la Virgen Inmaculada, confío en la benevolencia nunca suficientemente agradecida de los eminentes Prelados v Señores miembros de honor que se dignan honrarnos con su presencia, y en vuestra reconocida indulgencia, que, basada en el mutuo afecto que nos profesamos, prestará complaciente atención a las muy breves reflexiones que me propongo haceros.
Voy a hablar de la limosna espiritual, fin principal de nuestra Asociación, pensamiento que me suscitó la lectura del Boletín de noviembre último, donde el Consejo Superior recomienda la suscripción a esta Revista mensual, interesante bajo muchos conceptos, y especialmente porque mantiene el espíritu de nuestro Reglamento, nos une con lazos de mutuo afecto, reanima las fuerzas decaídas del corazón, y nos proporciona un dulce consuelo al considerar la multitud de nuestros hermanos que siembran por toda la tierra la semilla del bien, y nos refieren sencillamente sus hermosos actos de caridad.
Convencido el Consejo Superior de la utilidad de la lectura del Boletín, la recomienda eficazmente, como he dicho, rebajando el precio de la suscripción, para que se extienda más su benéfica influencia, y se aumente el amor a nuestra humilde Asociación.
Pero hay algo más, oculto implícitamente en esta oportuna recomendación y es el encarecimiento y utilidad de toda Obra buena, puesto que de tantas Obras buenas nos está dando continuamente el Boletín noticias en extremo interesantes, y eso es lo que en él nos deleita y edifica; y aun yo me atrevería a señalar contra ellas, como preferente, la propagación de las buenas lecturas, forma fácil y bellísima de la limosna espiritual que podemos dar a nuestros amados pobres, y darnos también a nosotros mismos, que tanto la necesitamos en nuestras perplejidades y dudas, en nuestros desconsuelos y penas, y en esos ratos de decaimiento que a veces siente nuestra fortaleza moral, o sea en la tibieza, que cual gusano imperceptible, si no hace infecunda, por lo menos deslustra la lozanía de nuestras mejores acciones.
La limosna espiritual, amadísimos consocios, puede hacerse en la visita a domicilio de nuestros pobres, Obra principal de nuestra Asociación, no solo con los consejos, exhortaciones y consuelos que les demos, inspirados en aquel amor y aquel respeto que debe infundirnos la altísima representación que a nuestros ojos tienen aquellos hermanos desvalidos, sino también, y muy principalmente, con la propagación de las buenas lecturas. Viviendo el socio de las Conferencias en un mundo sobre: todo encarecimiento egoísta, y por lo tanto injusto y cruel con los desgraciados, donde los ricos, indiferentes a los males sociales, solo se ocupan en sus placeres, ve campos abundantísimos de dolor y de aflicción en las pobres boardillas, en las cárceles y en los hospitales, donde prodigar con amorosa, solicitud el buen consejo, el inefable consuelo de la santa resignación y la dulce confianza en la Providencia divina. Con su palabra, inspirada por el cielo, fortalece los ánimos abatidos por el peso de crueles sufrimientos, levanta los postrados corazones, desvanece injustas preocupaciones, amansa las exaltaciones de la soberbia, tranquiliza las conciencias, y sustituye al odio y a la tristeza de los espíritus irritados, el amor cristiano, predisponiéndolos a la bondad y a la indulgencia.
Cuánto valga la palabra afectuosa que sale del corazón, todos lo sabéis perfectamente, y no dudo que más de una vez las lágrimas de gratitud de nuestros pobres habrán hecho correr también las vuestras, y habréis sentido, las emociones santas de la caridad, gratísimo recuerdo que dulcificará las horas penosas en que se aproxime vuestra muerte», y os atraerá las bendiciones divinas que están prometidas a los misericordiosos.
La limosna tiene, en efecto, el poder maravilloso de consolar y hacer felices a los hombres. Con ella pueden comprarse la felicidad temporal y la eterna; y es una verdad de foque el que se compadece de los desgraciados y trabaja en su obsequio, se hace bien a sí mismo.
La prueba de que amamos a Dios y de que Dios nos ama, es tener caridad; amar a Dios v ser amados de Dios es la mayor felicidad que puede haber en este mundo. Además, ¿no es cierto, amadísimos consocios, que hay una inmensa dulzura en poder enjugar las lágrimas de los que padecen? ¿No habéis vuelto a vuestro domicilio, después de visitar a los pobres, con el corazón más tranquilo y más contento? Y si las penas y dolores de la vida laceraban vuestra alma antes de hacer aquellas dulces visitas, ¿no es cierto que perdieron su intensidad a la vista del infortunio de vuestros socorridos, y aprendisteis a sufrirlas con resignación? Ni deben sorprendernos estas ventajas de la limosna, porque Jesucristo es el pobre que se digna aceptar nuestros socorros, y sabe recompensarlos abundantemente.
Agonizaba en su lecho un hombre opulento, pero incrédulo en religión. Su buena esposa y un digno sacerdote oraban con fervor por aquella pobre alma; y Dios parecía sordo a sus plegarias. Toda esperanza estaba al parecer perdida, cuando la esposa delirante de dolor ante la idea de perder para siempre al amado de su alma, se levanta de pronto, sale de su casa, y corre por las calles buscando ¿creéis quizá que algún célebre médico que le curase, o algún amigo que le hablase afectuosamente y le convirtiese a Dios? No por cierto: iba buscando a un pobre.
Siempre tendréis pobres entre vosotros, dijo Nuestro Señor Jesucristo; y en efecto, no tardó mucho en encontrarlo; y cuando le socorrió abundantemente, y le pidió sus oraciones, el enfermo llamó al sacerdote, besó llorando su mano, y se reconcilió con Dios.
Algunas horas después murió salvado por la limosna y por la oración del pobre; y su resignada esposa esperaba volver a verlo en el cielo.
Decía pues que el consuelo, la exhortación y el consejo, son el primer medio de hacer al pobre la limosna espiritual; y que el segundo es la propagación de las buenas lecturas, que son alimento del alma, fortalecen contra las tentaciones, inspiran pensamientos celestiales, ilustran el entendimiento, evitan la ociosidad, y consuelan de las penas y aflicciones de este mundo.
En el artículo 43 de nuestro Reglamento se trata del cargo de Bibliotecario; y en su nota aclaratoria se encarga a las Conferencias que le secunden con todas sus fuerzas; y no sin motivo en verdad.
Un buen libro es el auxiliar más eficaz del socio para conseguir la mejora de costumbres del pobre.
El socio que presta o da un libro bueno, no puede calcular la trascendencia de la obra de misericordia que hace: tal voz se contiene en ella una vocación religiosa o una santa muerte.
No hay que desanimarse si no se logran desde luego los resultados: el bien no se exhibe como el mal; gusta del misterio y del silencio; y semejante a Dios, de quien procede, se hace invisible para producir o su tiempo inestimables beneficios, recompensando cumplidamente muchos años de temores y esperanzas.
Desde que V. me dio este librito, decía un pobre a su visitador, lo leo con frecuencia y no puedo estar tranquilo.
El libro tenía por título: Breves reflexiones a todos los cristianos por el venerable Sr. Claret.
Al fin el lector de este libro se confesó, y halló en la confesión la tranquilidad de su conciencia. Ved aquí el inmenso beneficio que le hizo la lectura de un buen libro.
Bien conozco, dirá acaso alguno de mis consocios, que la creación de Bibliotecas es una de las Obras de nuestra Asociación, y muy fecunda en buenos resultados; pero ¿no está ya satisfecha esta necesidad entre nosotros? ¿No hay ya establecidas por nuestra Sociedad varias Bibliotecas en las provincias? Y aquí mismo, en Madrid, ¿no hay una que funciona ya hace muchos años, y a la cual acuden nuestros socorridos? En efecto, amadísimos consocios, tenemos en Madrid una Biblioteca, pero con escaso número de lectores; y lo mismo se verifica en la mayor parte, si no en todas las establecidas en las provincias.
Concurren a la Biblioteca de Madrid 20 lectores, poco más o menos, por semana, y no ha pasado o ha excedido muy poco en algunos años de 2.000, el número de los libros prestados. ¿Qué son, pues, 1.500 o 2.000 préstamos de libros, guarismo que todavía se verá reducido en el presente año, en relación con el vecindario de Madrid?
¿Como se explica este triste resultado en una capital populosa, donde la mala prensa arroja diariamente a la circulación 400.000 o más impresos, que propagan la mentira y la impiedad, o por lo menos no hacen bien alguno a la religión y a la moral?
¿No hay algo de negligencia por nuestra parte en no dar a conocer nuestra Biblioteca a las familias socorridas, y en no estimular a concurrir a ella? Y cuando vemos que dos pobres ciegos van a ella asiduamente, porque han experimentado que los libros dulcifican su triste situación, ¿no extenderemos este beneficio a otros muchos, que padecen otro nial aún más grave, que es la ceguera espiritual?
Hay allí libros de varias clases: los hay religiosos y también instructivos; los hay que moralizan deleitando; y todos pueden producir algún fruto en las almas.
Propongámonos, pues, en lo sucesivo, mis amados consocios auxiliar y prestar nuestra cooperación personal a esta interesante Obra; utilicemos este sencillo y fácil medio de hacer limosna espiritual, que no nos cuesta trabajo ni sacrificio alguno: asimismo propaguemos, dentro y fuera de nuestra Asociación, las sanas lecturas, favoreciendo en lo posible la impresión y circulación de libros y folletos de buena doctrina.
Los enemigos del catolicismo saben perfectamente que lo que les atrae más prosélitos es el dinero (que nunca les falta), empleado en libros y periódicos; y trabajan con una perseverancia tal, que hace más culpable nuestra negligencia.
Nuestros pobres tienen hambre y sed de la palabra de Dios, que les enseña sus deberes morales v les abre el camino a la única felicidad posible en este mundo, que es la que va inherente a su exacto cumplimiento.
Recordad a nuestro divino Maestro, cuando viendo las turbas que le seguían, y considerando el cúmulo inmenso de sus dolores y males, se compadecía de ellas, y de su bendita boca salían palabras de sabiduría y de consuelo. Y como, derramando sobre aquella multitud toda la ternura de su corazón, decía conmovido: «La mies es mucha, pero los operarios son pocos”.
Acudamos a este divino llamamiento en la medida de nuestra pequeñez; fomentemos la propagación de la buena doctrina, y moralicemos en su nombre a las familias que su Providencia nos ha confiado, para merecer oír, después de nuestra muerte, aquellas dulcísimas palabras: «Entra, siervo fiel, en el gozo de tu Señor». Pongamos por intercesora a nuestra celestial Abogada, que triunfó de la infernal serpiente, y nos alcanzará la perseverancia en las buenas obras y mucho amor a Nuestro Señor Jesucristo, para que las practiquemos con aquel espíritu que puede hacerlas fructuosas y gratas en la presencia del Señor.
No malogremos las ocasiones que en el ejercicio de nuestras tareas de caridad se nos ofrecen, para sacar a tantos infelices extraviados del camino de la perdición o para fortalecer en la fe a los que han tenido la dicha de no perderla; y pongamos para ello en práctica, no ciertamente como el único, sino como uno de los más fáciles, sencillos y fructuosos, el medio de que acabamos de hablar.
Tengamos siempre presente que en medio de los rudos ataques que por todas partes sufren las creencias santas de nuestra Religión, no puede haber obra más meritoria que la de trabajar para defenderlas; ni podremos hacer nada más provechoso en nuestra vida, que contribuir eficaz y celosamente, con la difusión constante de las buenas doctrinas, y con el recuerdo de las verdades eternas, a salvar de la perdición a nuestros hermanos, y muy principalmente a aquellos cuya guarda se nos confió en cierto modo, al encomendarlos a nuestra caridad.
Sea, pues, esta caridad activa, diligente y celosa, como cumple a los que se han reunido bajo sus banderas para trabajar en la salvación do las almas.
Y a fin de conseguirlo, además de formar para en adelante un firme y decidido propósito, pidámoslo a nuestra excelsa Patrona María Santísima, a quien en el misterio hermoso de su Concepción Inmaculada, hemos tributado nuestros homenajes en este solemne día.»