Santiago Masarnau y Concepción Arenal
En 1855, independiente de la Sociedad de varones, nacieron las Conferencias de mujeres. Masarnau se opuso al principio a que fuera una rama de los hombres, «y aun procuró, sin lograrlo, que tomara diverso nombre, solícito en deslindar las dos instituciones por el inconveniente en confundirlas»; al fin, las mujeres adoptaron, con algunas leves modificaciones, el reglamento por el que se regían las Conferencias de varones. De las Conferencias de mujeres fue iniciadora y presidenta doña Encarnación Villalba de Hore; Masarnau, durante diez años (hasta el fallecimiento de la dicha doña Encarnación en 1866) la estuvo aconsejando y ayudando. Estas Conferencias se fueron extendiendo también por toda España, llegando también a Potes.
Este dato es importante, porque allí vivía Concepción Arenal, que fue una de las que compusieron la Conferencia de mujeres de Potes. Había nacido el 31 de enero de 1820, en El Ferrol, donde estaba destinado su padre Ángel del Arenal; fue bautizada al día siguiente por don Jaime O’Rafterry, «capellán párroco y castrense del segundo batallón de infantería de Burgos», ya que su padre era sargento mayor «de dicho cuerpo». Manuel Casás, en su libro sobre C. Arenal, dice que su padre, Ángel Arenal, «de ideas francamente liberales, sufrió por ello persecución y destierro, sobre todo desde que en 1823 se desencadenaron las furias reaccionarias»». La condesa de Campo Alange no llega a tanto; sólo dice que «la verdad es que fue sometido a expediente militar por sus ideas políticas. En el archivo militar de Segovia consta que el 26 de marzo de 1827 se solicita un informe sobre la conducta militar y política de don Ángel. Según tradición familiar, la causa de su prematura muerte fueron las penalidades sufridas, el confinamiento, la prisión». (p. 38). Murió, en efecto, en Puentedume en 1829, a los 39 de edad.
Dos observaciones pueden —y aun deben— hacerse a este propósito, dejando aparte el tópico liberal decimonónico de «las furias reaccionarias» de que habla Casás. Una de ellas se debe a la propia condesa de Campo Alange: «no es cierto, por tanto, la versión que ha corrido, apuntada por algún biógrafo, de que Ángel del Arenal huyese a Inglaterra como tantos otros liberales y muriese allí». Otra es que la causa de la muerte de A. Arenal fuesen «las penalidades sufridas, el confinamiento y la prisión». No hay ningún dato sobre ninguna de estas penalidades, ni del confinamiento ni de la prisión, ni siquiera del origen y transmisión de la tradición familiar. Por ahora, pues, habrá que prescindir de estas elucubraciones, así como de la influencia que esta supuesta (hasta que se documente) persecución tuvo en las ideas liberales y que luego sostuvo también su célebre hija.
En 1847 contrajo matrimonio Concepción Arenal con Fernando García Carrasco, «abogado y escritor distinguido» (Casás). En 1848 vivía el matrimonio en Oviedo, sin que sepamos la causa de su traslado a Asturias; en 1851 están de nuevo en Madrid y desde 1854 colaboraron en «La Iberia». Era éste un periódico fundado y dirigido por Pedro Calvo Asensio, farmacéutico, nacido como C. Arenal en 1820; «La Iberia» era de ideas aún más avanzadas que las que mantenía «El Clamor público», y en su redacción se contaban Carlos Rubio, Ruiz Aguilera, Evaristo Escalera y Ricardo Muñiz; no anduvo muy boyante, sino con pérdidas, hasta que Henao Muñoz se hizo cargo de la administración. Era, para aquellos años, un periódico revolucionario (Rubio, Muñiz, Henao y Ruiz Aguilera tuvieron que ver en la preparación y desarrollo de la revolución de 1868).
Según Casás, «en las columnas de «La Iberia» buscaron ambos refugio para defender sus ideas liberales. ¡Qué magníficas jornadas aquellas que prepararon la etapa constitucionalista de Rivero, Sixto Cámara, Calvo Asensio, Castelar, Becerra y Carlos Rubio!»; según Juan A. Cabezas, «Concepción está influida por su marido y por la redacción de La Iberia»». La condesa de Campo Alange, por su parte, escribe que la dirección de «La Iberia» o sea, Calvo Asensio, confió a Fernando García Carrasco la sección doctrinal, es decir, el artículo de fondo, «pero como iban sin firma no se puede saber» si Concepción vertió en esos artículos desde el primer día ideas y puntos de vista, o sólo cuando falleció su esposo tres años después, en 1857, de tuberculosis (Cabezas y Casás dan como fecha de su muerte la de 1855. La condesa de Campo Alange aduce la partida de defunción «que se incluye al final de este libro», pero olvidó incluirla. De todos modos la vio, de modo que es más fiable la fecha de 1857 que 1855).
Ese mismo año Nocedal, ministro de la Gobernación, dio una ley de imprenta, uno de cuyos artículos, el 19, decía: «Todo artículo político, filosófico o religioso se imprimirá en el periódico con la firma de sus autores».
Mes y medio después, el 30 de junio de 1857, se publica una nota en La Iberia en la que alude a la publicación de artículos sin firma escritos por Concepción Arenal, al tiempo que se anuncia su cese como colaboradora fija».
Al quedar sin este recurso económico con el que iba saliendo adelante, abandonó Madrid, retirándose a Potes. Allí conoció a Jesús Monasterio, de modo casi inevitable, pues la casa que alquiló era la solariega de doña Isabel de Agüero, madre de Jesús.
Jesús Monasterio fue uno de los mejores violinistas, junto con Sarasate, del siglo xix. Nacido en Potes en 1836 (era ocho años mayor que el navarro), de gran precocidad (a los seis años tocó para la reina Isabel II), estudió en Bélgica y a los 22 años había efectuado ya una gira por Europa. En Potes era casi —o sin casi— la única visita que recibía Concepción Arenal. Se ignora cuándo y cómo entró Monasterio en contacto con Santiago Masarnau, pero en 1860 era miembro activo de las Conferencias de San Vicente de Paúl: «En Potes funciona ya una Conferencia de San Vicente de Paul. Monasterio ha traído hasta el rincón montañés la nueva forma de piedad evangélica que había introducido en España su amigo el músico Masar-nau» (Cabezas, o.c, 129). A su influjo se debió que Concepción Arenal se integrara en la de mujeres.
En efecto, el establecimiento de una Conferencia de mujeres en Potes en cuyos comienzos participó Concepción Arenal parece estar confirmado en 1860 por una carta de ésta, dirigida a su padre, que publicó la hija de Jesús Monasterio:
Potes, y año 1860.— Considerando que ha llovido, llueve y lloverá, y que lloviendo no es muy divertido un viaje por caminos de piedra, he resuelto suspender el mío.
Será servicio de Dios y del prójimo que a bordo de las albarcas (sic) que mejor le vengan se lance usted a estas soi-disant calles hasta llegar a casa de Casilda y proponerle una sesión (secreta) para esta noche, en que se tratará de la futura asociación de señoras. Porque el tiempo está malo, y mi casa lejos, etc. etc., tal vez no esté muy dispuesto a venir a ella; yo, más andadora, no tengo inconveniente en ir a la suya a cualquier hora de la noche, porque todo el día le tengo ocupado.— Salud y fraternidad.— Concha».
El saludo de despedida —«salud y fraternidad»—quizá fuera una reminiscencia de sus años en «La Iberia», o simplemente un rasgo de humor (Jesús Monasterio fue siempre muy religioso).
Fuese —como como apunta, sin ninguna seguridad, la condesa de Campo Alange— por ver «lo poco preparadas que están las señoras de Potes para comprender la tarea de visitar en sus propias casas a los pobres y enfermos», sea por la experiencia que adquirió con las visitas a los pobres que ella misma hacía como miembro de las Conferencias, el hecho es que escribió un Manual del visitador del pobre. Su talante —según parece— era muy distinto del que dicen sus biógrafos que tenía en «La Iberia» en vida de su marido. En 1860 la Academia de Ciencias Morales y Políticas había
premiado su libro La Beneficencia. la Filantropía y la Caridad, cuya diferencia estaba explícita en el lema de la obra: «La Beneficencia manda al enfermo una camilla; La Filantropía se acerca a él; La Caridad le da la mano». Puesto que esto último es lo que se practicaba en las Conferencias, no resulta sorprendente (aunque por lo general este aspecto de C. Arenal no sea, precisamente, el más propagado) que escribiera por su propia experiencia lo de dar la mano al pobre.
Cuando Monasterio, después de una de sus ausencias para dar recitales, regresó a Potes, tuvo ocasión de leer el manuscrito sobre el visitador del pobre y lo encomió con calor. Lo recomendó, pues, a Masarnau, el cual —según Cabezas, que no cita la fuente— puso reparos por prejuicios y porque creía que con la abundante bibliografía francesa existente estaba todo dicho, opinión que Monasterio hizo llegar a su amiga. Una carta de Concepción Arenal parece ser la respuesta a esta comunicación de Monasterio:
Querido Jesús: He leído las lecturas y consejos en que hay muchos para el visitador del pobre, pero que no constituyen un manual con todo lo que debe tener presente, en mi concepto; al visitador se dirige una mínima parte de la obra, y el resto, de un mérito innegable, tiene otro objeto. Continúo creyendo que convendría un Manual del visitador del pobre. Puede usted decírselo a Masarnau, y si le parece que así es en efecto, y si cree posible que una mujer llene este vacío, y si quiere que hablemos, que diga dónde y cuándo.
Esta carta —también publicada por la hija de Monasterio— va sin fecha. Campo Alange (p. 126) la supone escrita en 1859, cosa poco probable, pues evidentemente es posterior a la Conferencia de señoras de San Vicente de Paál que se fundó en Potes, y que según se vio antes se debió constituir en 1860. Como al final de la carta, y después de la firma, termina: «Su casa, 15 de marzo», debe fecharse, lo más probable, en marzo de 1861, pues si en 1863 el libro se anunciaba ya en el Boletín de la Asociación de S. Vicente de Pain, no hay demasiado margen desde marzo de 1861 para la entrevista de C. Arenal con Masarnau, las observaciones de éste al manuscrito y su aceptación por aquélla, y la impresión.
Ahora bien —prosigue diciendo Cabezas— cuando Monasterio fue a Madrid con el manuscrito y lo dio a leer a Masarnau, éste lo aprobó con plena convicción, y pidió autorización a la autora para publicarlo con algunas correcciones hechas por él. Dice la C. de Campo Alange que Masarnau expresó «el deseo de conocer personalmente a la autora. El propio Jesús Monasterio hizo la presentación», pero Campo Alange no da la fuente, ni dice cuándo tuvo lugar este contacto personal entre Masarnau y Concepción Arenal. Sí es cierto que se conocieron y se apreciaron: basta leer el artículo de la escritora al fallecer Masarnau.
Recibida la autorización, se imprimió en la imprenta de Gabino Tejado, siendo recomendada su lectura a los miembros de las Conferencias:
Se ha escrito un libro especial —escribió Masarnau— acerca de la visita, y este libro lo ha acogido el Consejo Superior de nuestra Sociedad en España y lo ha impreso a su costa, ofreciéndolo hoy a sus socios como una obra muy interesante para el buen cumplimiento de sus deberes (…) Dice lo que el corazón siente en presencia del pobre cuando el corazón ama como verdadero amigo y hermano en Jesucristo, cuando lo va a buscar con la noble mira de ayudarle en esta vida pasajera y de encaminarlo a una eternidad feliz (…) Si por ventura hubiese en alguna sociedad de caridad cristiana quien creyese que su misión acerca del pobre está reducida a llevarle de cuando en cuando dos o tres bonos y cruzar con él algunas palabras benévolas, ése habría de leer con interés el libro que le ofrecemos para conocer cuánta distancia hay entre él hasta el verdadero visitador del pobre.
Si Concepción Arenal alcanzó renombre en España —en cierto ambiente al menos— por la obra premiada por la R. Academia de Ciencias Morales y Políticas, su fama fuera de España, y más concretamente en Europa, la debió a la difusión de su Manual entre las Conferencias. «Es de seguro —escribe Casás— la obra de Concepción Arenal que ha sido y será más leída, pues aparte varias ediciones, ha sido traducida al francés, al inglés, al italiano, al alemán y al polaco», cosa que no resulta extraña si se considera que Masarnau le dio la categoría de libro de texto para los socios de la Conferencia, y éstas existían en toda Europa y sus socios se contaban por miles.
Concepción Arenal dedicó el libro a las Hermanas de la Caridad «y a cuantos procuran el consuelo de los pobres» (Casás); en realidad, la dedicatoria decía que «a las hijas de San Vicente de Paúl», y como aclaración en nota añadida que daba este nombre no sólo a las Hermanas de la Caridad, «sino a todas las personas que procuran el consuelo de los pobres siguiendo el sublime espíritu de San Vicente de Paúl, que es el espíritu del Evangelio».
Qué consuelo —decía en la dedicatoria— poner este libro en manos amigas en vez de llevarlo a la puerta de una tienda como un verdadero expósito. Aceptadle con el corazón, como os lo ofrezco (…) Yo no tengo más que decir que un poco de lo mucho que hacéis: reflejar imperfectamente vuestras ignoradas virtudes.
Salustiano Olózaga (antiguo amigo de Masarnau, y después de la escritora gallega) que ya conocía el anterior trabajo de Concepción Arenal sobre La Beneficencia, la Filantropía y la Caridad, recibió de la R. Academia de Ciencias Morales y Políticas el encargo de hacer un informe sobre el Manual del visitador del pobre, cosa que hizo comparándolo con una obra inglesa de parecido tema (The Charities of London), y en el que encomiaba el trabajo de C. Arenal. Fue Olózaga quien la puso en contacto con Juana de Vega, viuda y condesa de Espoz y Mina, antes de que fuera C. Arenal a La Coruña en 1863 cuando la nombraron visitadora de prisiones. La amistad entre ambas fue tal que al fallecer Juana de Vega no olvidó en su testamento a su amiga: «Dejo a mi querida amiga doña Concepción Arenal, viuda de García Carrasco, y a sus hijos don Fernando y don Ramón, la cantidad de 40.000 reales vellón de los 70.000 que tengo en parte de una acción en la fábrica de vidrios de esta ciudad. También se entregará a la misma señora de Arenal mi reloj, que tiene un sello que a mi salida de la emigración me regaló don Agustín de Argüelles, y la escribanía de plata de que uso y que era de mi buen padre»».
No es tan fácil, con los datos de que se disponen, conocer la relación que hubo entre Masarnau y Concepción Arenal. Un autor —Manuel Cossío y Gómez Acebo, citado por Casás— dice de Masarnau que al leer el Manual del visitador del pobre exclamó: «es lo mejor que se ha escrito en su género; me ha encantado, me ha entusiasmado». Probablemente le intimidó un tanto la personalidad de la autora, a juzgar por algunas expresiones de biógrafos de Concepción Arenal —y que esta misma en alguna de sus cartas corrobora—; así, la condesa de Campo Alange transcribe unas palabras de Masarnau. «Esa mujer sabe infinitamente más que yo, tiene una lógica fascinadora…, la verdad, la tengo miedo»». Cuando en 1863 o a fines de 1862, se trasladó de Potes a La Coruña, debió seguir en las Conferencias durante algún tiempo, a juzgar por las palabras a Monasterio en carta de
23 de enero de 1864: «Lo segundo para que me negocie usted algún socio honorario que me dé provecho, aunque sea poco, que soy presidenta de la Sociedad y necesito vivir del oficio», y la aclaración que hace Campo Alange confirma que la Sociedad a que alude C. Arenal son las Conferencias. Monasterio debió comentar con ella la frase de Masarnau, pues en una carta anterior (5 de enero) escribía: «Siento seguir intimidando a don Santiago, y por más que miro no veo la razón de su miedo; cuanto me examino con mayor sinceridad adquiero convencimiento mayor de que, después de todo, y antes, soy una pobre mujer. Diga usted al digno e inoportunamente tímido presidente que he recibido los 25 ejemplares del Manual; que ha tenido tan calladita la segunda edición que la autora se ha quedado con la gana de añadir alguna cosita, aunque poco, que se le había ocurrido, pero que no lo dejará así y se vengará en la primera ocasión».
En octubre del mismo año escribía a Monasterio que había aceptado el nombramiento de visitadora de las prisiones de mujeres y que con tal motivo iría a Madrid. Quadrado menciona entrevistas o visitas entre ambos en Madrid. La amistad y estima que se profesaron fue grande, profunda y constante, aunque Concepción Arenal dejó las Conferencias (ignoramos cuándo) y comenzó a girar en la órbita de Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, pero manteniendo siempre su independencia y libertad de criterio.
La condesa de Campo Alange concede amplio espacio a esta nueva (si así se puede llamar) actitud de Concepción Arenal. Transcribe una copiosa correspondencia con Giner de los Ríos, con quien tenía ya en 1875 suficiente amistad para escribirle con motivo de la renuncia de Giner y Azcárate a sus cátedras como protesta por la prohibición de enseñar doctrinas contrarias a la fe católica, siendo desterrados ambos, el primero a Cádiz y el segundo a Mérida. El mismo hijo de Concepción Arenal, Fernando García Arenal, llegó a escribir a su madre a propósito del destierro de Giner: «me indignó de tal modo que reniego de todo lo renegadle, la patria inclusive; daría lo que tengo por no ser español, y de serlo, por dejar este aborrecido país tan injusto con sus buenos hijos». Concepción escribó a Giner con frecuencia (24 cartas en tres meses) referente la mayor parte a la enfermedad de su nuera. La amistad con Giner, con Gumersindo Azcárate y otros institucionistas formados en la escuela de Sanz de Río no pudo menos de ejercer influencia sobre su pensamiento».
Por su parte, Quadrado, resumiendo esta mudanza, escribió que el idealismo de Concepción Arenal extravió su corazón, y lo que es más sensible, el espíritu de la excepcional mujer por vías aventuradas e inseguras, donde no podía seguirle su admirador, libre también y elevado, pero tan humilde y rígido en sus creencias. Doña Concepción no sólo dejó de pertenecer a la Sociedad de señoras, sino que cediendo a las veleidades de su razón y a los halagos de los librepensadores, quiso fundar a su vez las Decenas, más propias que de la caridad, cuya voz tomaba su órgano, de la filantropía a que inspiraba los socorros puramente materiales repartidos a los clientes, a los cuales muchos de éstos preferían la menor pero más cariñosa ayuda de las parejas paulistas. Jamás se desmintió, sin embargo, su respeto personal al que tan opuestos principios profesaba, y que estimándola siempre, ningún día dejó de rogar a Dios para que conservara en el regazo de la Iglesia Católica a aquella superior inteligencia.
La Institución Libre de Enseñanza intentó «capitalizar» el prestigio de Concepción Arenal, pero a juzgar por el estudio de Alarcón y Meléndez ya citado, que adujo multitud de textos, se demostró que ni era librepensadora ni participaba del sectarismo anticatólico de los afamados institucionistas, aunque le uniera amistad con Giner de los Ríos, Fernando de Castro, Azcárate, etc., y aunque en algún escrito (un epílogo a una Antología de Fei-joo) hubiera emitido alguna opinión no muy ortodoxa. Quizá tenga razón Juan A. Cabezas cuando afirmó que pensaba en liberal y sentía en católico. Sí parece cierto que con el trato de los hombres de la Institución, su caridad se convirtió en filantropía. En lugar de las Conferencias —que no sólo se preocupaban en las visitas a los pobres, de aliviar sus necesidades materiales y llevar algún consuelo a sus sufrimientos, sino que buscaban también hacer algún bien a sus almas— C. Arenal fundó las Decenas o Patronato de los Diez, «inspiradas en la iniciativa de Mons. Silbour, Arzobispo de París, que tomó como norma para su proyecto el pensamiento de un economista, sintetizado en este principio: Si diez familias o individuos se asociasen para auxiliar a una familia indigente, la llaga de miseria, cicatrizada al punto, no tardaría en desaparecer»». La Voz de la caridad sirvió para explicar esta benéfica iniciativa; también tuvieron allí las Decenas su oficina principal. No es posible saber cuál llegó a ser su extensión (aunque sí se sabe, en cambio, que C. Arenal fundó varias en La Coruña), ni cuánto tiempo duraron.
Federico Suárez