TRABAJOS APOSTÓLICOS
Los participantes en las conferencias, además de buscar el propio progreso en su vida espiritual, emprendían, orientados por Vicente de Paúl, diversos trabajos apostólicos, con carácter transitorio o permanente. En las misiones a veces colaboraban con los sacerdotes de la Congregación de la Misión y en casos particulares se organizaban por sí solos. Se responsabilizaron de la asistencia pastoral en el Hotel-Dieu a fin de catequizar y preparar a los enfermos para la confesión general. El cargo de director del Hospital General recayó en un sacerdote de las conferencias. Otros apoyaban la pastoral propia de los domingos.
Fuera de París emprendieron misiones de 1634 a 1637 en la Abadía de Pébrac, perteneciente a Juan Bautista Olier, en la que colaboraron sacerdotes de las conferencias y miembros de la Misión. J. S. Olier relata así su experiencia: «París, París, ¡tú detienes a personas que convertirían a varios mundos! ¡Ay! ¡cuántas buenas obras sin fruto, cuántas falsas conversiones y cuántos santos discursos perdidos, por falta de disposiciones que Dios reparte en otros sitios! Aquí una palabra es una predicación, y nada nos parece inútil. Aquí no han degollado a ningún profeta; quiero decir, que su predicación no ha sido despreciada como en las ciudades».
Cabe recordar otras dos misiones de envergadura en París. La primera en San Germain-en-Laye durante los meses de enero-febrero de 1638. Participaron junto con los sacerdotes de la conferencia los misioneros de la Congregación de la Misión. Asistía a los actos toda la corte, incluido el monarca. La misión se vio coronada por el éxito a pesar de las dificultades: «La misión de Saint-Germain se ha terminado con bendición, aunque al comienzo ha habido motivos para ejercitar la santa paciencia. Hay pocos de la casa del rey que no hayan cumplido con sus deberes junto con el pueblo y con una devoción digna de edificación»… «Yo tenía grandes dificultades de misionar en aquel lugar, mientras estaba allí la corte; pero, habiéndome hecho su majestad el honor de indicarme que lo deseaba así, hubo que pasar por encima de todas nuestras dificultades».
La segunda tuvo lugar el año 1641 en San Germán del Prado. Se trataba de un barrio de mala fama, en el que se aglutinaba un elevado número de personas marginadas. Vicente de Paúl invitó varias veces a los eclesiásticos de la conferencia a emprender esta misión, recibiendo la callada por respuesta. Puesto de rodillas, volvió a insistir y logró su propósito. Los eclesiásticos de la conferencia se hacían cargo de la misión. Aconsejados por Vicente de Paúl, adoptaron un modo sencillo de predicación. Se produjo el milagro. Todos acudieron en busca del perdón sacramental.
También misionaron la ciudad de Metz durante dos meses y medio. A raíz de esta misión quedó constituida en el lugar una conferencia de eclesiásticos.
Vicente de Paúl en ocasiones recurría a los eclesiásticos de las conferencias cuando necesitaba predicadores para los ejercicios de ordenandos y de sacerdotes.
Las conferencias de los martes realizaron grandes progresos. Formaron parte de ellas sacerdotes sencillos, párrocos, doctores y estudiantes de la Sorbona, y no pocos obispos, entre éstos Luis Abelly. Dirá Vicente de Paúl: «Entre estos señores de la conferencia que se reúnen aquí no hay ni uno solo que no sea muy ejemplar; todos trabajan con frutos notables”. De los participantes en la conferencia unos veinte accedieron al orden episcopal. Las conferencias permanecieron en pie hasta finales del S. XVIII. El vendaval revolucionario se las llevó por delante.
Vicente de Paúl hizo ante sus misioneros grandes elogios de las conferencias, no en vano eran un feliz complemento de la Congregación de la Misión: «Si saliera bien ese plan de los Vescovandi, sería un asunto importante. Los que han sido educados aquí se distinguen entre los demás prelados, de forma que todos, incluso el rey, advierten que están hechos de otra manera. Esto es lo que le ha inducido a Su Majestad a pedirme por medio de su confesor que le enviase una lista de los que me parecen capaces de esta dignidad”. Ambas entidades perseguían idénticos fines: la formación de los eclesiásticos y la evangelización de los pobres.
El Fundador puso en marcha las conferencias de los martes, convencido de su conveniencia en orden a la reforma de los eclesiásticos. Puso en ello todas sus energías, llegando a implicar a los obispos, misioneros propios y sacerdotes diocesanos. Una vez más le vemos echar mano de su ingenio y tenacidad para llevar adelante un nuevo proyecto. Tratándose de una obra querida por Dios, no se quedó a medio camino ni tiró la toalla.
En la actualidad calificaríamos a las conferencias de los martes de encuentros de formación permanente o jornadas de espiritualidad sacerdotal. La iniciativa se debía a varias personas. Antes nadie lo había previsto. Era, según el Fundador, obra de Dios. La compañía de la Misión asumía una nueva responsabilidad. Dios lo quería. Vicente de Paúl se interesó en grado sumo por esta obra. Un elevado número de participantes procedía del clero más ilustre. Tal vez por eso se sirvió de procedimientos y métodos sencillos, que fueron del agrado de todos. En cuanto director puso ante las conferencias dos retos: la reflexión en grupo sobre temas relacionados con la vida y funciones sacerdotales y la gestión de actividades pastorales, en particular, de nuevas misiones.
Como en otras ocasiones el Fundador procuró hacer partícipes de su entusiasmo por esta obra a sus misioneros. Les recordaba a este propósito que, siendo una obra nueva, contaba con el aprecio de los obispos y que se había implantado en diversas diócesis. Se sentía impresionado y conmovido por la evolución de las conferencias. No eran pocos los asistentes a los encuentros que le manifestaban su satisfacción por el provecho conseguido. Por otra parte, los fines de la Misión y los de las conferencias coincidían en gran medida. Ambas entidades se proponían la formación sacerdotal y la evangelización de los pobres. Las conferencias de los martes eran un complemento de la Congregación de la Misión.
Nada mejor que acudir a sus propias valoraciones para constatar su interés y celo apasionado por la reforma de los eclesiásticos a través de las conferencias de los martes.
Es una obra nueva: «Nunca se había visto hasta nosotros que se hablara de las virtudes propias de su estado entre los eclesiásticos diocesanos, al menos no lo he visto ni he oído hablar de ello».
Estamos obligados a servirles: «Es a esta pobre compañía a la que Dios ha querido dirigirse en este siglo para establecerla fuera, no sólo como un antídoto adecuado para los buenos sacerdotes que están expuestos por el servicio de las almas al aire corrompido del mundo, sino también para ayudarles a perfeccionarse en su profesión”.
Siguiendo el pequeño método y con mucha sencillez: «Se trata aquí de los motivos para adquirir esas virtudes, de su naturaleza, de sus actos particulares y finalmente de las obligaciones de nuestro estado, tanto para con Dios como para el prójimo. Esta es la finalidad de las conferencias».»La compañía de externos, que vienen a tener las conferencias en San Lázaro, hace profesión de tratar las materias con mucha sencillez; y apenas alguno se pone a ostentar mayor doctrina o adornar su lenguaje, inmediatamente se me vienen a quejar para que lo remedie; el último que ha venido a hacerlo ha sido el Señor Tristán, doctor en teología».
Nada me conmueve tanto: «He de confesar desde mi propia experiencia que no hay nada tan impresionante, nada que me conmueva tanto, ninguna cosa de las que oigo, leo o veo, que penetre tanto en mi alma como estas conferencias».
La conferencia de esta ciudad sigue cada vez mejor: «La conferencia de los señores eclesiásticos de esta ciudad sigue cada vez mejor, según creo. Acaban de salir de allí tres obispos: el Señor Godeau para Grasse, el Señor Bouquet para Bayona y el Señor Pavillon para Alet».
Cuentan con el aprecio de los prelados: «Los señores prelados de la asamblea han tomado la decisión de fundar las conferencias de eclesiásticos en sus diócesis, siguiendo nuestro mismo método».
Reina allí la sencillez: «En la conferencia de los martes, compuesta de eclesiásticos externos, se han tenido algunas charlas sobre el espíritu de la compañía; casi todos decían que se notaba en ella esa sencillez. Es verdad. Los que vean su comportamiento, dirán que reina allí, pues todos refieren sencillamente y delante de Dios lo que piensan sobre el asunto que se les propone».
No me es posible asistir a la conferencia de Bons-Enfants: «Sigo cada vez peor de las piernas, por eso mismo no me permiten asistir a la reunión desde que se celebra en Bons-Enfants. Las cinco conferencias que se han celebrado desde el día de Todos los Santos han tratado de las cinco primeras bienaventuranzas, se continuará con las otras tres siguiendo siempre el método ordinario».
Virtudes del difunto Abad Olier: «Los señores sacerdotes que se reúnen aquí tomaron como tema de su conferencia, el martes pasado, las virtudes que cada uno de ellos había observado en el difunto Abad Olier'».
Quince conferencias para evaluar su propia vida: «Hemos tenido quince conferencias para ver de dónde venía el estado lamentable de la Iglesia y de los eclesiásticos, tan apegados a las riquezas y al deseo de poseer».
Para reflexionar sobre la cuaresma: «Pude verlo hace poco en una conferencia de esos señores que se reúnen aquí. Tenía como tema para su charla lo que había que hacer para emplear útilmente el tiempo de la cuaresma. Era tema muy ordinario, del que solían hablar todos los años».
Colaboran en las misiones: «Muchos buenos eclesiásticos han salido de París, la mayor parte de los cuales son de nuestra reunión de los martes, para ir a otras ciudades a tener también misiones».
También en Italia: Trataré «también del deseo que muestran esos señores de la conferencia de Génova de que asista a su reuniones un padre de la Misión. El padre Blatirón llevará una copia de la regla y prácticas que observan los de la conferencia de París; después de leerlas, él verá con usted cómo habrá que ajustarse a ellas a propósito de esta asociación».
Una conferencia según el modelo de la de París. Jacobo Benigno Bossuet a Vicente de Paúl: «Ha querido Nuestro Señor establecer aquí por su medio una compañía poco más o menos según el modelo de ustedes, ya que permitió la divina bondad que entre los papeles de ese excelente siervo de Dios, que es el señor de Blampignon, se encontraran sus reglamentos. Esta compañía se ha tomado el honor de escogerle a usted como superior, ya que esperamos se nos conceda la gracia de asociarnos a la de San Lázaro, si usted y esos señores lo juzgan oportuno».
También los de Pontoise: «La compañía de la conferencia de eclesiásticos de Pontoise me ordena escribirle, para testimoniarle la satisfacción que todos sentimos de nuestra reunión».
Vicente de Paúl moribundo bendice las conferencias. Poco antes de que partiera de este mundo el Padre Dehorgny le pidió que bendijera a las conferencias de los martes y a los eclesiásticos que las frecuentaban. El Fundador respondió afirmativamente. Es así como Vicente de Paúl culminaba un largo camino al frente de las conferencias de los martes. Él las había creado y acompañado con inusitado celo misionero.
CEME
- Ignacio Fdez. Mendoza