San Vicente, un hombre de humildad (IX)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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CONCLUSIÓN

San Vicente de Paúl, un hombre humilde, con quien nos alegramos en las celebraciones de este 350 Aniversario (1660-2010), por quien damos gracias a Dios como Familia Vicenciana, abre delante de nosotros un sorprendente desafío: la aventura de un camino espiritual donde la humildad sea contraseña de identidad.

Impresionados por las expresiones con que Vicente de Paúl ha hecho vida la actitud humilde de Jesucristo, podemos recurrir a la excusa fácil de que vivimos otros tiempos y que no hemos nacido para ser héroes. Pero, si no somos ciegos, Vicente de Paúl nos seguirá interpelando con insistencia.

Si la encarnación de Jesucristo y su entrega por nosotros hasta la muerte en cruz es la mejor expresión de la humildad, ¿podremos dejar de recorrer este camino quienes pretendemos prolongar su existencia? Si la salvación de Jesucristo pasa por asumir las miserias de todos, de los últimos, ¿podremos pensar en una Misión y una Caridad que no sean desde el último lugar?

Vicente de Paúl es contundente: sólo la humildad manten­drá viva y vivificadora la herencia de la que somos responsables después de 350 años. Es lo mismo que ha ocurrido también con otras órdenes y comunidades de la Iglesia de Dios, que se han relajado de su primera observancia de las reglas y de la prácti­ca de las virtudes. Y es lo mismo que ocurrirá con todas las comunidades que se relajen. En una palabra, sucederá exacta­mente lo mismo que le ha pasado al castillo de Ventadour, que está situado en la montaña… Antiguamente vivían allí personas virtuosas, temerosas de Dios, hombres distinguidos; en la actua­lidad, ¿sabéis quien vive allí? Sapos, cornejas, lechuzas y demás viles animales. Se ha caído toda la techumbre; quedan sólo las paredes. Del mismo modo, las casas en las que empieza a fallar la virtud se encuentran en poco tiempo habitadas por personas viciosas, llenas de pasiones y de pecados. En fin, que da lástima de ellas. Bien; así pues, ánimo, padres y hermanos míos. Pongá­monos en manos de Dios con todos nuestros ánimos; trabajemos sólidamente por conseguir la virtud, y especialmente la humil­dad, sí, la humildad; pidámosle insistentemente a Dios que quie­ra dar esta virtud a esta pequeña compañía de la Misión. La humildad, sí, la humildad. Lo repito: ¡la humildad!

CEME

Corpus Juan Delgado

 

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