San Vicente de Paúl y su entronque hispánico (VI)

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: José Herrrera, C.M. · Año publicación original: 1963 · Fuente: Anales españoles.
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Capítulo III: Emparentamiento del afecto

SANV¿Conoció San Vicente de Paúl a España y a los españoles? Qué pensaba de ellos? ¿Le conocieron a él los españoles? ¿Tuvo proyectos de apostolado con respecto a España? ¿Exis­te algún atisbo para pensar que España entraba en su pen­samiento y en qué sentido? Los documentos nos dan para estas preguntas respuestas de sentido muy positivo.

Artículo I: San Vicente de Paúl conoció a España y a los españoles.

a) Conoció y admiró a sus sabios y a su cultura.—Ha quedado este hecho demostrado en el capítulo anterior, y además, que bebió en sus fuentes la claridad y la firmeza de su ciencia teológica y gran parte de su caudal ascético.

b) Conoció a Ana de Austria, la hija de Felipe III, espo­sa primera de Luis XIII y regente luego del reino en la mi­noría de Luis XIV. De ella fue director de conciencia y con­sejero el más calificado y el de más confianza para los asun­tos eclesiásticos del reino. Mazarino se queja en sus libros de notas del gran ascendiente que ejercía el Santo sobre ella y de la piedad típicamente española de la reina, que desba­rataba sus miras personales en la provisión de los beneficios eclesiásticos. A través de ella conoció a muchos personajes y cosas de España, entre ellas un dato curiosísimo para la his­toria de Carlos V, que acaso sea una novedad.

c) Al Emperador Carlos V. En su conferencia del 9 de diciembre de 1657 a la Hijas de la Caridad sobre el artículo 24 de sus Reglas acerca de las penitencias y mortificaciones, después de citar algunas de ellas, como las disciplinas, el cilicio, etc., y de haber citado el ejemplo del suavísimo Obispo de Ginebra, cita el del Emperador Carlos V. La cita es así: «Los mismos reyes, que temen a Dios, no se creen dispensa­dos de las disciplinas, con todo y ser reyes». El Emperador Carlos V, bisabuelo de nuestra Reina, a quien Dios guarde, tomaba la disciplina. Todavía se ve en el tesoro de España, como una pieza de raro valor, uno de los cilicios de que se servía. El Emperador practicaba estas mortificaciones porque se tenía por pecador, y creía que los pecados nos construyen en deudores de la Justicia de Dios, razón ésta por la que se tenía por obligado a castigarse a sí mismo, a fin de no tener que serlo en el otro mundo, a cuyo propósito, dice San Pablo: «Si hacemos justicia en nosotros mismos, Dios no la hará»; es decir: «Si nos castigamos a nosotros mismos, no lo sere­mos por Dios», porque es necesario satisfacer a la Divina Jus­ticia o en este mundo o en el otro’.

El ejemplo del gran Emperador tomando disciplinas y llevando cilicios, era para quedarse clavado en la memoria y en lo más hondo del espíritu de aquellas sencillas aldeanas, que tan pequeñas se sentían ante la majestad de los reyes. Por otro lado, es de notar la emoción con que el santo anota el detalle de ser Carlos V «el bisabuelo de nuestra Reina». Sería curioso saber por qué camino llegó a él este detalle de las penitencias del Emperador. Y el ser guardado uno de los cilicios, que usaba, en el tesoro de España, como una precia­da reliquia, que es un detalle desconocido.

¿Lo oiría en Zaragoza como una de tantas anécdotas que corrían del Emperador? ¿Se lo habría oído a la reina espa­ñola en alguna de sus conversaciones confidenciales con la hija de Felipe III y biznieta de Carlos V? De todas maneras ahí queda ese detalle, digno de engarzarse en la biografía del gran emperador, que si a veces dio al mundo algún escanda- ‘o, le dió después el ejemplo de la más perfecta renuncia y de la más austera penitencia en el monasterio de Yuste.

A Felipe II y a otros personales.—Felipe II es, sin duda, el rey español «de quien nadie murmuraba y a quien: lodos respetaban», teniendo su autoridad como venida de Dios, cosas todas estas que él observó cuando estuvo en Za­ragoza desde 1596 a 1598, al fin de cuyo año murió el gran monarca español. Con estos últimos años coincide la época de más paz y sosiego entre los españoles, que tanto impresio­nó al santo, y que es un argumento más que nos inclina a fijar la venida del santo en el bienio anterior a la muerte del »Rey Prudente». Entre otros personajes, que de seguro cono­ció, alude a la batalla de Lepanto, lograda por don Juan de Austria, como una de las más famosas de la cristiandad.

A los santos y teólogos españoles, cosa que ha queda­do demostrada al tratar de sus estudios en Zaragoza y en su entronque cultural con la ciencia española.

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