Presentación del tema
El Concilio Vaticano II, en su constitución «Lumen Gentium», nos ha dado de la Iglesia una visión a la que no estábamos habituados. La Iglesia era sobre todo una jerarquía, ahora bien, ella es ante todo un pueblo, el Pueblo de Dios. En su seno sé, distribuyen los servicios y las responsabilidades. Algunos los asumen los clérigos, que constituyen la jerarquía, otros los asumen los laicos.
Los clérigos han mantenido hasta el presente el lugar preponderante y la iniciativa. Pero vamos caminando hacia un tipo de Iglesia, en la que los laicos desempeñarán una función cada vez más activa: están situados en el mismo centro de las cuestiones que el mundo plantea a la Iglesia.
Después del concilio de Trento, la tendencia general en la Iglesia se orientó a reforzar su aspecto jerárquico; son los clérigos los que toman en sus manos y llevan a cabo las reformas necesarias, y son otros clérigos, los que con su conducta obstaculizan la evolución de la Iglesia.
San Vicente tuvo tentaciones de hacerse con un sitio en esa jerarquía confortable. Pero los laicos le van a hacer desistir de ese proyecto. Son los laicos quienes le plantean en su vida las cuestiones decisivas:
¿Va a dejar a los campesinos sumidos en la ignorancia religiosa?
¿No haría falta crear unas asociaciones que se encargaran de las miserias más escandalosas?
Más cerca que él de los problemas que había que resolver, serán ellos quienes vayan por delante, con sus ideas. Por ellos, san Vicente se va a dejar interrogar, impulsar y orientar hacia unos horizontes que no había previsto.
Su genio organizador, su talento para captar las líneas de fuerza de los conjuntos, le permiten separar las dimensiones sociales y el aspecto colectivo de los problemas que le están sometidos. Devuelve a los laicos sus cuestiones, pidiéndoles que asuman sus propias responsabilidades, ayudándoles a organizarse para enfrentarse con ellas.
El universo donde él vivió era un mundo de violencia en el que, detrás de una fachada elegante, todo se regía por medio de la fuerza. En él los pequeños eran las eternas víctimas, bajo una pirámide social que los aplastaba con su peso. Era un tipo de civilización muy masculina, cuyos excesos disfrutaban de libre curso: guerras externas, duelos, exterminio de poblaciones, devastaciones de regiones enteras. Las mujeres, más que los hombres, fueron sensibles a las taras de ese mundo tan inhumano, y fueron ellas, sobre todo, quienes fueron sumisas a san Vicente.
Fueron ellas las primeras, a las que propuso una organización para canalizar su generosidad, para poner en su sitio unos remedios duraderos a los males del tiempo. Gracias a ellas, madres de familia, damas encopetadas, simples burguesas, modestas campesinas, solteras o viudas se consagran al servicio de los pobres. Por medio de ellas, hace entrever a sus contemporáneos lo que pudiera ser otro tipo de relaciones entre los hombres, un mundo humano y fraternal, donde los humildes no serían los oprimidos de siempre.
Desde hace 30 ó 40 años se habla mucho de los laicos y del laicado en la Iglesia, particularmente después del Concilio. Después de haber sido durante demasiado tiempo considerados como menores, los laicos, que tienen sus responsabilidades en el mundo, se hacen también cargo de sus responsabilidades en la Iglesia.
Por su misma vida están en el mismo nudo de los problemas actuales, ellos son los que pueden, en nombre del mundo, interrogar a la Iglesia y particularmente al sacerdote.
El diálogo entre san Vicente y los laicos de su tiempo fue el origen de iniciativas que cambiaron la faz de la Iglesia. De un diálogo parecido y de una búsqueda parecida entre laicos y sacerdotes esperamos nosotros las adaptaciones que los tiempos nuevos exigen a la Iglesia.
San Vicente y los laicos
Fueron los laicos del siglo XVII los que san Vicente descubrió, animó, organizó, laicos que vivían en una sociedad y en una Iglesia de «Cristiandad». Eso es evidente, pero es una evidencia que merece ser recordada y destacada. Será inútil e insensato querer hallar en san Vicente, en su experiencia y reflexión, una teología del laicado, tal como ha quedado elaborada y madurada después de 300 años.
Por otra parte, frente a los laicos, como en cualquier otro dominio, san Vicente se presenta y actúa como misionero, atento a la experiencia y a la vida, y no como «un teórico».
I. Unos laicos revelan a San Vicente su misión y su responsabilidad de sacerdote.
Es curioso y significativo destacar que en numerosas ocasiones fueron unos laicos quienes atrajeron la atención de san Vicente sobre los «signos de los tiempos» y así llegaron a orientar y precisar su proyecto misionero. – «…Ay, Padre Vicente… ¿Qué remedio podemos poner… » (XI, 700).
En los relatos del suceso de Gannes-Folleville, importantísimo, como sabemos, para san Vicente, la iniciativa se presenta siempre como proveniente de la Sra. De Gondi: es ella quien —de entrada— da al acontecimiento todas sus dimensiones, quien ruega a san Vicente que predique para exhortar a la confesión general, ella también quien alienta a san Vicente a proseguir aquella primera experiencia misionera.
«Esa gracia fue la que realizó este efecto saludable en el corazón de aquel aldeano, cuando confesó públicamente, y en presencia de la señora esposa del general, de la que era vasallo, …los enormes pecados de su vida pasada, …entonces aquella virtuosa dama, llena de admiración le dijo al Padre Vicente: «¿Qué es lo que acabamos de oír? Esto mismo les pasa sin duda a la mayor parte de estas gentes. Si este hombre, que pasaba por hombre de bien, estaba en estado de condenación, ¿qué ocurrirá con los demás que viven tan mal? ¡Ah, Padre Vicente, cuántas almas se pierden! ¿Qué remedio podemos poner?» (XI. 699).
Aquel hombre murió y aquella señora, al darse cuenta entonces de aquella necesidad de las confesiones generales, quiso que al día siguiente se tuviera la predicación sobre aquel tema. Así lo hice, y Dios concedió su bendición de tal manera que todos los habitantes del lugar hicieron enseguida confesión general…
Esto dio origen a que se siguiera con el mismo ejercicio en otras parroquias de las tierras de dicha señora durante varios años, hasta que se le ocurrió la idea de mantener a varios sacerdotes, para que continuasen en las misiones…» (XI, 326-327).
«…Me hablaron de su enfermedad y de su pobreza…»
En Chátíllon, unos meses más tarde, son también unas personas, anónimas, las que vienen a llamar la atención del párroco, acerca de la situación dramática de un «enfermo pobre» y abandonado:
«…Yo era cura, aunque indigno, en una pequeña parroquia. Vinieron a decirme que había un pobre enfermo y muy mal atendido en una pobre casa de campo, y esto cuando estaba a punto de tener que ir a predicar. Me hablaron de su enfermedad y de su pobreza, de tal forma que, lleno de gran compasión, lo recomendé con tanto interés y con tal sentimiento«… (IX,202).
«…Aquella buena joven…deseo estar en aquella ocupación…»
En el origen de la fundación de las Hijas de la Caridad, es también una seglar, Margarita Naseau, quien parece que tuvo la primera iniciativa, que orientaría a san Vicente hacia un servicio de los pobres por los pobres.
«Las señoras de San Salvador fundaron la Cofradía de la Caridad en su parroquia: servían ellas mismas a los pobres, les llevaban el puchero, los remedios y todo lo demás; y como la mayor parte eran de familias distinguidas y tenían marido y familia..-hablaban entre sí de buscar algunas criadas que lo hiciesen en su lugar. Esta buena Joven, al oír hablar de aquel proyecto, deseó que la ocupasen en él y fuera recibida por las damas. Las de las otras parroquias hicieron lo mismo y me pidieron que, si era posible, les proporcionase algunas.
La señorita Le Gras… se encargó de tomarlas bajo su dirección… Así es como se hizo esto…» (IX, 416).
II. San Vicente revela a los laicos su misión y responsabilidad en la iglesia y para con los pobres
Alertado muchas veces por los laicos, san Vicente se da cuenta bien pronto de los recursos, hasta entonces sin explotar, que los seglares podían poner, en la Iglesia, al servicio de los pobres, y él se convierte en el gran «animador» de los laicos para los pobres.
«…El fuego en el corazón de tantas personas…»
En Chátillon, san Vicente —avisado de la situación de abandono de aquellos pobres enfermos— predica «vivamente y con mucho sentimiento» (cf. IX, 202). Les recuerda a sus feligreses su responsabilidad, y la mujeres acuden «en grupos» donde los pobres.
«Después de comer, se celebró una reunión en casa de una buena señorita de la ciudad, para ver qué socorros se les podría dar, y cada uno se mostró dispuesto a ir a verlos y consolarlos con sus palabras y ayudarles en lo que pudieran. Después de vísperas, tomé a un hombre honrado, vecino de aquella ciudad, y fuimos juntos hasta allá…Después de haberlos confesado y dado la comunión, hubo que pensar en la manera de atender a sus necesidades. Les propuse a todas aquellas buenas personas, a las que la caridad había animado a acudir allá, que se pusiesen de acuerdo, cada una un día determinado…no solamente a aquellos, sino todos los que viniesen luego;…«
Y san Vicente concluyó:
«¿Fueron los hombres los que pusieron fuego en el corazón de tantas personas que se dirigieron allá en gran número para ir a socorrerlos?… No, Hijas mías, no fue obra de los hombres, está claro que Dios actuaba allí con su poder…» (IX, 232-233).
«…Dejen ahora de ser sus madres para ser sus jueces…»
San Vicente desempeñará la función de «animador» de los laicos en favor de los pobres con dinamismo, perseverancia y éxito, hasta el fin de su vida. Conocemos, entre otras, la celebérrima exhortación a las Damas de la Caridad:
«Bien, señoras, la compasión y la caridad les han hecho adoptar a estas pequeñas criaturas como hijos suyos; ustedes han sido sus madres según la gracia desde que los abandonaron sus madres según la naturaleza. Dejen ahora de ser sus madres para convertirse en sus jueces, su vida y su muerte están ahora en manos de ustedes: voy a recoger ahora sus votos y sus opiniones; va siendo hora de que pronuncien ustedes sus sentencia y de que todos sepamos, si quieren tener misericordia con ellos. Si siguen ustedes ofreciéndoles sus caritativos cuidados, vivirán; por el contrario, si los abandonan, morirán y perecerán sin remedio; la experiencia no nos permite dudar de ello» (X, 943).
III. San Vicente organiza la acción de los laicos en la Iglesia… en favor de los pobres
Provocado con frecuencia por los laicos, san Vicente capta con rapidez la función irreemplazable que tienen que desempeñar en la Iglesia, en favor de los pobres. Pero es necesario poner orden en su abnegación y organizar su acción.
La reacción poco menos que espontánea de san Vicente, la tarde del acontecimiento de Chatillon, es particularmente significativa: el compromiso de los seglares, para el servicio de los pobres, debe ser colectivo y solidario. Es eso precisamente lo que afirma la introducción del Reglamento de la Cofradía de Chatillon, fechado en noviembre-diciembre de 1617.
«Puesto que la caridad para con el prójimo es una señal infalible de los verdaderos Hijos de Dios, y como uno de los principales actos de la misma es visitar y alimentar a los pobres enfermos, algunas piadosas señoritas y unas cuantas virtuosas señoras de la ciudad de Chatillon-les-Dombes, de la diócesis de Lyon deseando obtener de la misericordia de Dios la gracia de ser verdaderas hijas suyas, han decidido reunirse para asistir espiritual y corporalmente a las personas de su ciudad, que a veces han tenido que sufrir mucho, más bien por falta de orden y de organización, que porque no hubiera personas caritativas.
Pero, como pudría temerse que después de comenzar esta buena obra se viniera abajo en poco tiempo si, para mantenerla, no tuvieran alguna unión y vinculación espiritual, han decidido juntarse en una corporación que con el tiempo pueda erigirse en cofradía, con el siguiente Reglamento, todo ello. con el beneplácito del señor Arzobispo, su muy venerable prelado, al que queda totalmente sometida esta obra» (X, 574).
En este texto se hallan los elementos esenciales del pensamiento y de la acción del Sr. Vicente, relacionados con la organización del laicado en la Iglesia en función de los pobres:
- la necesidad de estar y obrar juntos,
- un proyecto total: «espiritual y corporalmente», así los laicos no podrán contentarse con lo «temporal».
- una relación vital con el Obispo… etc.
Estos principios de organización y de acción, los hallamos prácticamente en cada uno de los Reglamentos de las Cofradías (cf. X, 569) y en todas las iniciativas de san Vicente con los laicos.
IV. El lugar y la función de las mujeres en la Iglesia
Ya lo hemos hecho notar en los textos anteriores, que se trata, sobre todo, de mujeres. San Vicente invitó igualmente al laicado masculino (cf. X, 594, etc.), pero, como las necesidades de los pobres, especialmente de los enfermos, exigían más bien una «cercanía» femenina, y también indudablemente porque las mujeres, como en Chatillon, se manifestaron más disponibles, san Vicente —en el laicado activo— concedió siempre un lugar preferente a las mujeres. Y haciendo eso, es perfectamente consciente de devolver a las mujeres una función y una responsabilidad, que recobran en la Iglesia, sobre todo en una iglesia para los pobres.
«…Nuestro Señor no saca menos gloria del ministerio de las mujeres…»
«Y como la asociación de hombres y la de mujeres no son más que una misma, que tiene un mismo patrono, …y solamente es el ministerio lo que las divide… y puesto que nuestro Señor no saca menos gloria del ministerio de las mujeres que del de los hombres…, por eso, los servidores de los pobres tendrán el mismo interés por la conservación y el crecimiento de la asociación de las mujeres, como de la suya» (X, 602-603).
«…Hace unos 800 años…»
«El segundo motivo es que todas tenéis que tener mucho miedo de que estas obras lleguen a disolverse y a perderse en vuestras manos. Señoras, sería sin duda una gran desgracia; una desgracia tan grande, como la gracia que Dios os ha concedido de utilizaros en una obra tan admirable. Hace ya alrededor de ochocientos que las mujeres no tienen ninguna ocupación pública en la Iglesia; antes existían las que tenían el nombre de diaconisas… Pero en tiempos de Carlomagno, por una disposición secreta de la Providencia, cesó este uso y vuestro sexo quedó privado de toda ocupación, sin que en adelante se le haya confiado alguna; y he aquí que esta misma Providencia se dirige actualmente a algunas de vosotras para suplir lo que se necesitaba para los pobres enfermos del Hotel-Dieu» (X, 953).
«…Una especie de dispensa que os hizo el Apóstol…»
La excelencia de este ejercicio aparece:
«…en que de esta manera entraréis en la práctica de las viudas de la primitiva Iglesia, que consiste en cuidar corporal mente de los pobres, como ellas los cuidaban, y también la atención espiritual de las personas de vuestro sexo, tal como ellas las atendían. En lo cual tendréis una especie de dispensa de aquella prohibición que les hizo el apóstol san Pablo en la primera a los Corintios, capítulo 14: «Que las mujeres se. callen en las iglesias, pues no les está permitido hablar allí». Y en la primera a Timoteo, capítulo 2: «No le permito a la mujer enseñar»» (X, 902).
V. «El orden y la jerarquía de la candad»
En el texto arriba citado (X, 902), «es el ministerio de la caridad», el que permite contravenir las severas normas de san Pablo y constituye «la dispensa de la prohibición. «Para san Vicente, en efecto, «el orden de la caridad» constituye —en el Reino de Dios— como la Jerarquía cimera y definitiva… la del Juicio final al cual serán sometidos sacerdotes y laicos por igual.
«…Una pobre mujercilla, igual que los sabios…»
A los Hermanos coadjutores san Vicente les decía:
«En esto podéis llevar vosotros la virtud tan adelante como los sacerdotes. Y si trabajáis fielmente en la adquisición de las virtudes, se podrá decir con razón que estáis en un estado perfecto. Y si hay un sacerdote que trabaja en ello de una forma ruin, como yo, que soy un miserable pecador, habrá que confesar que seréis mucho más perfectos que él, aunque sea sacerdote, aunque sea anciano, aunque sea superior. ¿Por qué todo esto? Porque no es la dignidad ni la edad lo que hace que el hombre merezca, sino las obras, que lo hacen más semejante a nuestro Señor. Por ellas es por lo que se perfecciona; es la práctica de las virtudes lo que le salva. Eso es lo que se aprecia en el Evangelio del juicio, donde se dice que nuestro Señor pondrá a su derecha a los que hayan trabajado en las virtudes, especialmente en la virtud de la caridad, y que solamente ellos entrarán en el reino de los cielos. Por tanto, la práctica de las virtudes es la que nos liga a su amor, y es su amor lo que os lleva a hacer nuevos actos de virtud.
Si amaseis mucho a Dios, obraríais de ese modo. Pues bien, vosotros podéis amar tanto a Dios como los sacerdotes; y una pobre mujercilla, tanto como los sabios» (XI, 404).
«…No es la cualidad…sino más bien la caridad…»
«…cuando un sacerdote celebra la misa, hemos de creer que es el mismo Jesucristo, nuestro Señor, principal y soberano sacerdote, el que ofrece el sacrificio; el sacerdote no es más que ministro de nuestro Señor, que se sirve de él para realizar externamente esa acción. Pues bien, el acólito que sirve al sacerdote y los que oyen la misa, ¿participan, como el sacerdote, del sacrificio que él hace y que ellos hacen con él, como él mismo dice: Sin duda que participan, y más que él, si tienen más caridad que el sacerdote. «Las acciones son personales».
No es la cualidad de sacerdote o del religioso lo que hace que las acciones sean más agradables a Dios y merezcan más, sino la caridad, si ellos la tienen mayor que nosotros» (VI, 646).
Los laicos en la actualidad
Cuestiones para los intercambios.
1. La señora de Gondi, las mujeres de Chátillon, Margarita Naseau…tantos encuentros que han interpelado al Sr. Vicente dictándole la voluntad de Dios y provocándole a actuar.
- Como a san Vicente, algunos cristianos, ¿no nos han revelado la voluntad de Dios, en momentos importantes de nuestra existencia, con el testimonio de su vida, sus sugerencias, sus iniciativas?
- ¿no es ésta una cuestión que permite una reflexión personal y un intercambio fraterno?
2 Interesado en realizar la voluntad de Dios y la misión de la Iglesia, san Vicente se dejó interpelar por los laicos. Por su parte, no tuvo miedo en interpelarlos y en lanzarlos a la acción. Tuvo además la preocupación constante de agruparlos, organizarlos, para que su acción fuera eficaz y duradera.
Actualmente, ¿nos interrogamos acerca de colaboración entre sacerdotes, laicos, religiosos, religiosas?
- En el sitio en que estamos, ¿qué lugar se les reserva a los laicos?
- ¿Cómo, en concreto, les ayudamos a concienciarse de su función y de sus responsabilidades?
- ¿Cómo reaccionamos ante sus iniciativas?
- En el sitio en que nos encontramos, ¿de qué modo, todos juntos, sacerdotes, laicos, religiosos, religiosas, somos en el mundo un signo colectivo de evangelización?
3. Comprobamos que, entre los laicos, las mujeres ocupan un lugar preponderante en la obra misionera de san Vicente. Escuchó a la señora de Gondi, a Luisa de Marillac…, tuvo en cuenta su intuición femenina. Respetó las iniciativas de las Damas de la Caridad, admiró las reacciones de una Margarita Naseau, de una Bárbara Angiboust y de otras. Tuvo una confianza inaudita en ellas mandándolas a las galeras, a los ejércitos, confiándoles la iniciación cristiana de los niños y hasta de los adultos. Él revaloriza el lugar de la mujer en el pueblo de Dios, la Iglesia.
- Y nosotros actualmente: como hombres… como mujeres… ¿ qué pensamos del lugar de la mujer en la misión de la Iglesia?