San Vicente de Paúl y los Gondi: Capítulo 10

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Régis de Chantelauze · Traductor: Máximo Agustín, C.M.. · Año publicación original: 1882.
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Capítulo X

Nuevas misiones en las tierras de los Gondi. – Vicente de Paúl, Retz y Bossuet en San Lázaro.

Un año después de la entrada de Vicente de Paúl en los Bons-Enfants, el arzobispo de París, Juan Francisco de Gondi, aprobó la obra de las Misiones; el 24 de abril de 1626, ratificó todas las cláusulas y condiciones del contrato que la fundaba, sin añadir más que una cláusula nieva, en virtud de la cual los sacerdotes de la Misión tendrían la obligación de no ir sino a los lugares que les asignaría el arzobispo, y darle cuentas a su regreso, «de canto habrían hecho en dichas misiones»1. Al año siguiente, en mayo de 1627, el acta de fundación quedó revestida del sello de la autoridad real. A petición del P. de Gondi, Luis XIII concedió cartas patentes para la erección de la Misión. «No teniendo nada tan en consideración, dice en ellas el Rey, como las obras de tal piedad y caridad, y debidamente informado de los grandes frutos que estos eclesiásticos han logrado ya en todos los lugares donde han estado de misión, tanto en la diócesis de París como en otros lados, etc., aprobamos el acta de fundación, permitimos a los Misioneros formarse en congregación para vivir en común y entregarse, con el consentimiento de los prelados, a las obras de caridad, con la condición de que rogarán a Dios por nosotros y por nuestros sucesores, a la vez que por la paz y la tranquilidad de la Iglesia y del Estado». Luis XIII les autoriza a recibir todos los legados, limosnas y otros dones que les puedan ser hechos, con el fin, dice él, «que… se dediquen con tanta mayor facilidad a la instrucción gratuita de nuestros pobres súbditos»2. Finalmente, mediante una bula, con fecha del 16 de enero de 1632, Urbano VIII, aprobando todo lo que había sido hecho hasta entonces erigió en congregación a la compañía naciente con el nombre de Sacerdotes de la Misión, y aprobó la elección de Vicente como superior3.

El 7 de enero de ese mismo año, los religiosos de San Lázaro habían renunciado a este priorato y lo habían anexionado a perpetuidad a la Misión. El P. de Gondi, del Oratorio, garantizaba a estos religiosos una pensión anual de quinientas libras y, al día siguiente de la cesión de San Lázaro a Vicente y a sus discípulos, el arzobispo de París, J. F. de Gondi otorgaba el decreto de unión de este priorato a la nueva confraternidad . «Uno de los principales deberes de nuestro cargo, decía en esta acta, es recorrer y evangelizar los pueblos, a ejemplo de los santos Apóstoles y de los discípulos de nuestro Señor. Pero, no siendo capaces por nosotros mismos, nada nos puede ser más querido que escoger a hombres eminentes en doctrina y en piedad, inflamados del celo de la gloria de Dios y de la salud de las almas, a quienes confiemos este trabajo laborioso y casi abandonado de todos. Pues Dios, por su gran misericordia, ha suscitado en nuestros días en este reino de Francia, al maestro Vicente de Paúl y a sus discípulos, hombres verdaderamente apostólicos, muy amantes de la humildad cristiana quienes, por una inspiración toda divina, dejando a los habitantes de las ciudades, -donde ven a un gran número de sacerdotes, tanto seculares como regulares, aplicados al servicio de las almas,- recorren los diversos pueblos de nuestra diócesis y allí, buscan tan sólo los intereses de Jesucristo… exhortan a la confesión general, recomiendan la comunión frecuente, instruyen a los ignorantes, corrigen y destruyen las malas costumbres, establecen, con nuestra autorización, la cofradía de la caridad en todas las parroquias».

No hablaremos del desarrollo prodigioso que tuvo a partir de esta época la nueva obra: sería salirnos de nuestro plan; debemos limitarnos a decir en pocas líneas, y según la correspondencia de Vicente de Paúl, cuáles fueron sus diversas misiones por tierras de los Gondi.

Vicente, como ya lo hemos visto, se había comprometido a hacer en ellas cada cinco años una visita con sus misioneros. Cumplió más de lo prometido, pues se ve por su correspondencia de 1630 a 1640, en la que se ve mezclado con frecuencia el nombre del P. de Gondi, que dio al menos seis o siete misiones en sus dominios.

Había elegido como a uno de sus preciosos auxiliares a Luisa de Marillac, hija de Luis de Marillac, hermano del guardasellos y del mariscal de este nombre; desde 1625, estaba viuda de Antonio Le Gras, secretario de los mandos de María de Médicis. Joven aún, ella había renunciado al mundo para entregarse del todo a las buenas obras. Pierre Camus, obispo de Belley, su director, la puso en manos de Vicente, quien encontró en ella tan nobles y tan generosas disposiciones, que le confió la dirección de varias de su obras caritativas. Ella fue, con él la fundadora de las Hermanas de Caridad. Él la envió a visitar las cofradías que él había establecido en los campos para el alivio de los obres enfermos. Él la colocó luego a la cabeza de una comunidad de jóvenes que había reunido en la parroquia de Saint-Nicolas du Chardonnet, para el mismo destino. La Señorita Le Gras4 tuvo la idea de emplearlas en el servicio de los enfermos del Hospital General, donde ellas hicieron el mayor bien. Al frente de ellas, ella se entregaba a los servicios más viles, consolaba a los enfermos, exhortaba a los moribundos a morir con sentimientos religiosos. Pronto esta obra de las Hermanas de Caridad, de quienes tendremos que hablar más adelante con más extensión, abrazó a los niños expósitos, a los galeotes, a los alienados y hasta a los apestados. Las hijas de Vicente y de la señorita Le Gras se extendieron pronto por todas las parroquias de París, los Inválidos, los Incurables, en las cárceles, en todas partes donde había desdichados que socorrer. La señorita Le Gras, con un celo, una actividad, una caridad sin igual, daba abasto a todo, y empleaba sus rentas bastante modestas en alquilar casas para los diversos establecimientos que fundaba con el concurso de Vicente de Paúl5.

En la correspondencia del santo, que acaban de publicar para su uso los RR. PP. Lazaristas, encontramos un gran número de cartas inéditas por él dirigidas a esta admirable mujer, al igual que a otras personas, cartas que tienen por objeto las buenas obras por fundar o extender en las tierras de la casa de Gondi. «Sr, R. P. de Gondi, escribe Vicente al párroco de Bergier, habiendo visto el gran bien que hace la señorita Le Gras, en Montmirail y en Villepreux6, por la instrucción de las jóvenes, ha deseado procurar el mismo bien a las de vuestra parroquia7, y ha rogado a esta buena señora que os vaya a ver para eso, lo que su caridad ha concedido… Pues bien, con el fin de que vuestro pueblo esté informado de la intención de monseñor el R. P. de Gondi, tendréis a bien, si os place, decírselo en la homilía y animarlos a que envíen a sus hijas a la residencia de dicha dama, en las horas que ella os proponga; ella es muy entendida también en el asunto de la caridad. Os suplico, Señor, que le mostréis a las mujeres de su confraternidad, etc.»8.

El mismo día, Vicente decía en una carta con la dirección de la Señorita Le Gras: «…escribo al P. de Gondi que me parece que es bueno que vayáis a comenzar en el Mesnil9, y a medida que la cosa vaya a más, avisaremos a otro lugar; y si no os dirijo otras, el de Bergier me parece el más conveniente, luego Loisy10. El sr Ferrat, bailío de las tierras, que reside en Vertus11, os llevará por todas partes. Escribiré a dicho sr Ferrat y al sr párroco del Mesnil; recibiréis las cartas el viernes por la mañana, en Montmirail…» Él le decía en otra carta: «El R. P. de Gondi me ha escrito declarando el afecto con que os esperaba; confío en que quedéis satisfecha…»

Pero antes de que la señorita Le Gras pusiera mano a la obra, Vicente le daba el consejo de comunicar a Henri de Fleury, obispo de Châlons, el objeto de su misión en Montmirail, y de obedecerle en todo y para todo, sea que tuviera a bien hacer algunos cambios en sus instrucciones, sea que le negara su autorización de seguir adelante. «Si Mons de Châlons, le decía él, os ha enviado a buscar y se encuentre cerca, me parece que harías bien en ir a verlo y decirle, con toda sencillez, con buena fe, porqué el R. P. de Gondi os ha pedido que os molestéis en ir a Champaña y así lo hacéis12. Ofreceos a recortar lo que él diga sobre vuestro proceder, y a dejarlo todo, si es de su agrado; ese es el espíritu de Dios. Yo no encuentro otra bendición. Mons. de Châlons es un santo personaje; debéis verlo como intérprete de la voluntad de Dios en el asunto que se presenta; que ve bien que cambiéis algo en vuestra manera de hacer, hacedlo exactamente, por favor; si ve bien que os volváis, hacedlo tranquila y alegremente, puesto que hacéis la voluntad de Dios. Que está lejos y os deja hacer, continuad, por favor, enseñando a las jóvenes; que se encuentran mujeres, bienvenidas sean, pero no mandéis que se diga en el púlpito que lo hagan por favor, sino tan sólo que podréis avisar a las Hermanas de Caridad (la cofradía de la Caridad) que os vean todas juntas. Honrad en este proceder la humildad del Hijo de Dios en el suyo…»

Mientras la señorita Le Gras se dedicaba a estas obras piadosas, su tío el mariscal de Marillac estaba en prisión, a la espera de poner su cabeza en el cadalso, y su mujer13 acababa de morir de dolor14. Veamos en qué términos anunciaba Vicente a la señorita Le Gras esta triste noticia y compartía sus penas: «La señora mariscala de Marillac se ha ido a recibir al cielo la recompensa de sus trabajos. «Venga pues, esto os enternecerá; pero qué! Habiéndolo querido así Nuestro Señor, hemos de adorar su providencia y trabajar por conformarnos, en todo, a su santo querer… El hijo de Dios lloró al Lázaro…Pero ¿qué tal os va? ¿Este aire sutil no os incomoda?… ¿Cuándo iréis a Champaña?…» El ejercicio de la caridad era para el santo, en las mayores aflicciones, el remedio más seguro, y era el que aconsejaba a su amiga. «Bueno, ¿dónde os encontráis ahora? le escribía pocos días después15. ¿Qué hace Nuestro Señor de vos? Me han contado que han visto al P. de Gondi de camina a Champaña. Pienso que vos ya estáis ahí también».La señorita Le Gras se hallaba en efecto en el Mesnil, cerca de Montmirail; pero como el nombre de Marillac no estaba en olor de santidad ante Richelieu, el tímido obispo de Châlons, que temía sin duda atraer el rayo sobre su cabeza, negó a la sobrina del mariscal la autorización de instruir a las jóvenes en su diócesis. Esta es la carta que dirigió Vicente a la santa mujer para consolarla:

«He mostrado vuestra carta al P. de Gondi, la de Mons. de Châlons a vos, y la vuestra a él16. Pues bien, después de todo lo pasado y bien considerado, y con mucho dolor por su parte, es del parecer que obedezcáis a Mons. de Châlons, ya que le parece que así lo quiere Dios, pues es una orden de quien es el intérprete de su voluntad en el lugar en que estáis. Entonces, siendo ésa la voluntad de Dios, venid, por favor; no dejaréis de recibir la recompensa que tendríais si hubieseis instruido a todas las jóvenes de ese barrio. ¡Oh! qué feliz sois en pareceros al Hijo de Dios, por haberos visto obligada como él a retiraros de una provincia en la que, gracias a Dios, no hacíais ningún mal! El R. P. de Gondi os agradecerá aquí por la pena que habéis recibido, y os testimoniará el sentimiento que él tiene; y yo, os ruego que no os pongáis a pensar que esto ha sucedido por vuestra culpa. No, no es eso, sino una pura disposición de Dios para su mayor gloria y para el mayor bien de vuestra alma. Lo que más destacó en la vida de san Luis es l tranquilidad con la que regresó de Tierra santa, sin haber llegado a cumplir sus planes; y quizás no tengáis nunca ocasión en la que podáis dar más a Dios que en ésta. Usad de ella según la medida de la gracia que Nuestro Señor ha hecho aparecer siempre en vos…»

Algunos años después, el sr de Châlons levantó su prohibición respecto de la señorita Le Gras; esto es lo que nos dice una carta de Vicente17: «Señorita, el R. P. de Gondi me encarga que vaya a buscarla a Montmirail en diligencia; esto me impedirá tal vez tener el honor de verla, porque yo partiré mañana por la mañana. ¿Os ha dicho vuestro corazón que vengáis, señorita? Si así es, convendría que salierais el miércoles próximo por la diligencia de Châlons en Champaña, que se aloja en el Cardenal, en frente de Saint-Nicolas de los Campos, y así tendremos el placer de veros en Montmirail».

En 1633, Vicente anunciaba al lugarteniente de Ganes, en Picardía, el envío de seis misioneros que debían predicar en las tierras del sr de Gondi, y le pedía ayuda para ellos, en esta carta, no sin gran emoción, Vicente traía el recuerdo de la sra de Gondi: «Señor, este es el tiempo en que estamos obligados a ir a trabajar en vuestras tierras de Picardía: el R. P. de Gondi ha visto bien que lo hayamos diferido hasta el presente. Son pues seis eclesiásticos de nuestra pequeña compañía que se van a trabajar; se los recomiendo y os suplico que les deis dinero si lo necesitan, y yo os lo devolveré y se lo entregaré a quien vos me encarguéis. Yo regresé anteayer por la noche de Villepreux adonde había ido a ver a la señora generala (de las galeras, mujer de Pierre, duque de Retz, hermano del cardenal de Retz), que es una de las más perfectas que he visto a su edad. Espero que siga los ejemplos de nuestra buena señora difunta (señora de Gondi, muerta en 1625). Me han asegurado que el sr duque de Chaulmes (hermano del condestable de Luynes y gobernador de Picardía) ha prometido al sr general que se mantenga firme para que sus tierras estén exentas de la gente de armas; la nueva calidad que va a tener el duque de Retz no será impedimento…18»

Un sacerdote de la Misión, sr de la Salle, hallándose en Mesnil, en champaña, había creído tener que rechazar una liberalidad del sr de Gondi. Vicente le quitó los escrúpulos, dándole al mismo tiempo instrucciones a propósito de las limosnas que los misioneros podían o no podían recibir en el ejercicio de sus trabajos. «Señor, no hay dificultad alguna en recibir la caridad de Mons. el R. P. de Gondi. Si ya lo habéis rechazado, id a excusaros al sr Ferrat. Es nuestro fundador; no tenemos el derecho de negarnos a lo que él nos da por amor de Dios, ni tampoco de cualquier otra cosa que no sea del lugar en que se diera la misión. San Pablo lo hacía así, y no tomaba nunca en el lugar en que trabajaba; pero tomaba de las otras Iglesias para trabajar en las nuevas, cuando la obra de sus manos no era suficiente19«.

Podríamos citar todavía muchas más cartas que tratan de las misiones de los sacerdotes de Vicente de Paúl en las tierras de Gondi. Pero las que hemos reproducido serán suficientes para indicar con que celo y diligencia se esforzaba en testimoniar su gratitud a sus bienhechores.

Con todo hay una que no podemos omitir y que se refiere a una fundación muy útil hecha a San Lázaroa petición de su superior, por el arzobispo de París, Juan Francisco de Gondi. Queremos hablar de los retiros instituidos en San Lázaro para los sacerdotes que se preparaban a los diversos grados de las órdenes. «Señor, escribía Vicente, en 1632, a una persona anónima, Mons el arzobispo de París, conforme a la práctica antigua en la Iglesia, por la que los obispos hacían instruir en sus casas durante varios días, a los que deseaban ser promovidos a las órdenes, ha ordenado que en adelante aquellos de su diócesis que tengan este deseo se retirarán, diez días antes de cada orden, en casa de los sacerdotes de la Misión, para hacer allí un retiro espiritual, ejercitarse en la meditación tan necesaria a los eclesiásticos, hacer una confesión general de toda su vida pasada, y hacer una repetición de la teología moral, y particularmente de la que se refiere al uso de los sacramentos; aprender a hacer bien las ceremonias de todas las funciones de las órdenes, y por fin instruirse en todas las demás cosas necesarias a los eclesiásticos. Están alojados y alimentados durante todo ese tiempo, y de ello rsulta tal fruto por la gracia de Dios, que se ha visto que todos los que hacen estos ejercicios llevan luego una vida verdaderamente eclesiástica, e incluso la mayor parte de ellos se entregan de una manera muy particular a las obras de piedad, cosa que comienza a manifestarse al público20«.

Todo cuanto hubo de más eminente y más ilustre en el clero de Francia, durante cantidad de años, pasó por este piadoso santuario, y se hizo tuvo por gloria ser admitido al sacerdocio bajo los auspicios de su venerable superior. Allí fue donde Armand de Rancé, súbitamente convertido, como Pablo en el camino de Damasco, llegó, en 1648, buscando un refugio contra las amargas decepciones del mundo, antes de recibir las órdenes menores21; allí donde al mayor orador sagrado de los tiempos modernos, donde llegó Bossuet a prepararse al sacerdocio bajo la dirección de Vicente, cuya sagacidad no se equivocó, anunciando sus altos destinos22. Sería imposible decir lo que los ordenandos, en esta casa de San Lázaro, encontraban de bondad, de entrega, de solicitud en acogerlos, en servirlos, en salir al paso de todas sus necesidades. «A tantos sabios bachilleres que nos llegan o de Sorbona o de Navarra, nosotros no podríamos enseñarles nada, decía Vicente en un exceso de humildad; no pudiendo pues encontrase aquí con la ciencia, que encuentren al menos la virtud23«. Allí la encontraban, y en el más alto grado que se haya encontrado nunca entre los hombres, y también la ciencia, dijera lo que dijera su modestia. Él tenía cuidado, efectivamente, de llamar, al aproximarse las ordenaciones, a San Lázaro a los sacerdotes más doctos, a los más piadosos, quienes «prodigaban a los ordenandos los inagotables tesoros de su fe, de su caridad, de su saber, de su experiencia24«. Y estas instrucciones, ¿qué eran, junto a las charlas sólidas, afectuosas de Vicente, de sus patéticas alocuciones, de las que sus fieles discípulos han recogido, sin saberlo él, tan preciosos fragmentos, que nos conmueven todavía y nos enternecen sin que podamos evitarlo? Pensemos por ahí en el efecto que debía producir en los contemporáneos su palabra sencilla, ingenua, despojada de todo artificio, esta irresistible elocuencia del corazón, que hablaba únicamente al corazón.

Bossuet, en el declinar de los años, recordaba todavía con emoción, con respeto, al venerable superior de San Lázaro y la influencia profunda que había ejercido en su carrera apostólica. Así pensaba de la elocuencia de Vicente quien fue la elocuencia misma: «Hemos tenido la suerte, -escribía a Clemente XI en el momento en que se preparaba la canonización,- de conocer a Vicente de Paúl desde nuestros más tiernos años. Sus piadosas charlas y sus sabios consejos no han contribuido poco a inspirarnos gusto por la verdadera y sólida piedad, y amor por la disciplina eclesiástica. En esta edad avanzada en que nos encontramos no podemos traer a la memoria el recuerdo sin un extremo gozo. Elevado al sacerdocio, tuvimos la gracia de ser asociado a esta compañía de virtuosos eclesiásticos que se reunían todas las semanas para conferenciar juntos de las cosas de Dios. Vicente era el autor de estas santas asambleas, y también el alma. Nunca hablaba en ellas que cada uno de nosotros no le escuchara con una insaciable avidez, y no sintiera en su corazón que Vicente era uno de esos hombres de quienes dijo el Apóstol: ‘Si alguno habla, que parezca que Dios habla por su boca…’ Nos ha sido dado gozar de él a nuestra satisfacción en el Señor, estudiar de cerca sus virtudes, sobre todo aquella caridad sincera y verdaderamente apostólica, aquella gravedad, aquella prudencia unida a una admirable sencillez, aquel celo ardiente por la recuperación de la disciplina eclesiástica y por la salvación de las almas, aquella fuerza y constancia invencible con la que se elevaba contra todo cuanto podía corromper, o la pureza de la fe, o la inocencia de las costumbres25«.

Fue también en San Lázaro donde Juan Francisco Pablo de Gondi, el célebre cardenal de Retz, vino a prepararse a la ordenación. ¡Pero qué contraste entre él y Bossuet! ¡qué profunda diferencia en su modo de comprender y de practicar las enseñanzas de tal maestro! ¡qué abismo entre estas dos almas bajo el punto de vista moral y religioso!

Pero antes de entrar con Pablo de Gondi en este santo retiro, del que tan mal uso hizo, hablemos un poco, según nuevos documentos, de sus primeros pasos en la carrera eclesiástica. Desde la edad de catorce años y algunos meses, había sido recibido canónigo de Nuestra Señora de París, en el capítulo celebrado el 31 de diciembre de 162726. Ya desde años atrás, como consecuencia de la muerte trágica de su joven hermano, el marqués de las Islas d’Or, a quien se había destinado, como hemos visto a la sede de París, Juan Francisco Pablo había debido sucederle en esta carrera, y su padre, como ya lo hemos visto, había obtenido para él las abadías de Buzay y de Quimperlé, que habían pertenecido a su hermano difunto. Estas dos abadías valían unas dieciocho mil libras de renta. La de Buzay estaba situada cerca de Machecoul, en el país de Retz, perteneciente a la familia de Gondi, y formaba parte de la diócesis de Nantes. A partir de este momento, se dio al joven Retz el nombre de abate de Buzay, que conservó, al menos oficialmente en las actas públicas, hasta el día en que fue nombrado coadjutor de París27. En el mundo, había tomado el nombre de abate de Retz.

La historia de su entrada definitiva e irrevocable en la vida eclesiástica para que no digamos algunas palabras sobre ella. Hasta la edad de cerca de treinta años, el abata de Retz,a las espera de poder hallar alguna buena ocasión o algún honrado pretexto verse libre de esta profesión, para la cual sentía una invencible repugnancia, había evitado muy cuidadosamente entrar ni siquiera en las órdenes menores; hasta la víspera de ser nombrado coadjutor, a principios de 1643, no era subdiácono, como lo prueban los registros del capítulo de Nuestra Señora28. Allí se ve, en efecto, que no se le designa más que como simple clérigo, y habrá que convenir, situándonos bajo este nuevo punto de vista, que sus duelos y sus aventuras galantes en esta época pierden singularmente alcance en lo escandaloso. Él mismo lo ha confesado que no había buscado todo ese ruido más que para cerrarse la carrera eclesiástica, y apartar a su padre de la inflexible resolución que había tomado de hacerle entraren ella.

Había esperado también, a propósito de alguna revolución política ocasionada por el asesinato de Richelieu, poder desembarazarse de su sotana y volver al mundo. En esta visión y en esta esperanza había formado parte, así como su hermano el duque de Retz, de la conspiración constituida por el conde de Soissons contra la vida del cardenal, y en la que él mismo se había visto envuelto, como él mismo lo declara, a golpearle con su mano al pie del altar. Retz, en sus Memorias, entró en los detalles más circunstanciales sobre su participación en el complot, y a pesar de que su relato haya parecido sospechoso de varias críticas, una carta de Mazarino a la Reina no permite apenas poner en duda su complicidad29.

«La muerte del sr conde (de Soissons), dice Retz en sus Memorias, me fijó en mi profesión, porque creí que no había ya nada de importancia que hacer, y porque me creía demasiado mayor para salir del paso por algo que no fuera importante. Además, la salud del sr cardenal se debilitaba, y el arzobispado de París comenzaba a halagar mi ambición. Me resolví pues, ya no sólo a seguir, sino también a fijar mi profesión. Todo me llevaba allí…» Aquí Retz, con un dejad hacer sorprendente, nos refiere dos contrariedades que tuvo que aguantar en sus aventuras galantes, y que le confirmaron cada vez más en su resolución de entrar definitivamente en la carrera eclesiástica30.

«La verdad es, añade él, que me he vuelto más normalizado, al menos en apariencia. Viví muy retirado, no dejé nada problemático para la elección de mi profesión; estudié mucho, me acostumbré cuidadosamente con todo cuanto había de gente de ciencia y de piedad; hice casi de mi residencia una academia; comencé a tratar, sin afectación, a los canónigos y a los párrocos, que me parecía muy natural con mi tío31. No me hacía el devoto, porque no podía asegurar que pudiese durar fingiendo; pero estimaba mucho a los devotos; y para ellos, es uno de los mayores puntos de la piedad. Acomodé incluso mis placeres con el resto de mi práctica32. Por fin mi conducta me resultó hasta el unto que de verdad estuve muy a la moda entre la gente de mi profesión, y que los devotos mismos decían, después del sr Vicente, quien me había aplicado estas palabras del Evangelio: que yo no tenía suficiente piedad, y que no que no andaba lejos del reino de Dios».

Richelieu, que sabía bien a qué atenerse con el carácter faccioso del joven abate quien, al leer el manuscrito de su Conjuration de Fiesque, había exclamado: ¡»Este es un espíritu peligroso!». Richelieu, que podía haber aprendido bien de la boca de Gastón, como Mazarino lo aprendió más tarde de este príncipe, que Pedro de Gondi, duque de Retz, hermano mayor del abate, se había implicado en el complot urdido contra su vida por el conde de Soissons, y que hasta tal vez no ignoraba que Juan Francisco Pablo era su cómplice, se había negado siempre a nombrar a éste coadjutor de París. Pero tras la muerte del terrible ministro y la del Rey, todo cambió de aspecto para el joven abate. El P. de Gondi, que había entrado en favor ante la Reina, dejó un día su retiro del Oratorio, y seguido de su hermana, la marquesa de Maignelais, se fue a la residencia de esta princesa, y obtuvo de ella sin mucho trabajo la coadjutoría para su hijo33. El abate de Retz recibió sus bulas la víspera de Todos los Santos, y al día siguiente, en Saint-Germain en Grève, ascendió a la sede para comenzar las predicaciones sobre el Adviento34.

Una vez nombrado coadjutor de París, con designación al arzobispado cuando entrara en vacante, Retz no titubeó en entrar en el sacerdocio, y veamos de qué abominable manera, y por propia confesión, se preparó a él con su antiguo y venerable fundador, Vicente de Paúl.

«Como estaba obligado, dice, a recibir las Órdenes35, hice un retiro en San Lázaro, en el que mantuve exteriormente todas las apariencias ordinarias. La ocupación de mi interior fue una reflexión grande y profunda sobre la manera que debía adoptar como conducta. Era muy difícil. Encontraba el arzobispado de París degradado, con respecto al mundo, por las bajezas de mi tío, y desolado, con respecto a Dios, por si negligencia y por su incapacidad. Preveía oposiciones infinitas a su recuperación; y yo no estaba tan obcecado, como para que no conociese que la mayor y la más insuperable estaba en mí mismo. No ignoraba qué necesaria es la regla de las costumbres a un obispo36… y sentía al mismo tiempo que no era capaz, y que todos los obstáculos de conciencia y de gloria que yo opondría al desorden no serían más que diques carentes de seguridad.. tomé, después de seis días de reflexión, el partido de hacer el mal por decreto, lo que es sin comparación lo más criminal, 37delante de Dios, pero que es sin duda lo más sabio delante del mundo: y porque, haciéndolo así, se ponen siempre en ello condiciones previas, que lo cubren en parte; y porque con ello se evita, por este medio, el ridículo más peligroso que se pueda encontrar en nuestra profesión, que es el de mezclar a destiempo el pecado con la devoción.

Esta es la santa disposición con la que salí de San Lázaro. No fue sin embargo mala del todo; ya que tomé una resolución forma de cumplir exactamente todos los deberes de mi profesión, y de ser tan hombre de bien para la salvación de los demás como podría ser malo para mí mismo».

A primera vista, se queda uno boquiabierto por el cinismo de tales confesiones, por esta ausencia tan completa de sentido moral, por este prejuicio de hipocresía y de maldad negra, y sin quererlo se recuerdan las palabras de Satán en el Paraíso perdido: Hacer el mal será nuestro placer!38 Por parte de un sacerdote, que hubiera entrado por propia voluntad y sin la menor coacción en la vida sacerdotal, tan abominables resoluciones serían con toda seguridad inexcusables y no podrían condenarse con demasiada severidad; pero lo que atenúa singularmente su enormidad es, no lo olvidemos, que Retz había sido víctima de una vocación forzada, que había llegado a ser sacerdote bien a pesar suyo, y que el esmero que puso en ocultar sus desórdenes era en definitiva un último homenaje que él rendía a la virtud.

El hábil demonio jugó primero tan bien su papel, que todo el mundo quedó como hechizado, incluidos los Señores de Port-Royal. ¡Noble y confiado por demás Vicente de Paúl! Él también cayó en el hechizo como los demás de los aires devotos del abate de Buzay. ´Éste es un fragmento de una carta inédita39 que escribía al P. de Gondi sobre este último retiro del abate y sobre su primera misa: «…el recluido está atormentado de un mal de muelas; pero no tiene nada que temer, a Dios gracias. El sr Salomon está en esta ciudad; se dice que le han hecho venir para acompañar al sr de Buzet40, el cual ha celebrado la santa misa el día de Pascua, con gran devoción… me propongo ir a verlo a usted, con ayuda de Dios. No puedo expresarle, Monseñor, cuánto se me retrasa esta bendita ocasión, etc.41«.

  1. Archivos nacionales, ms. 167, pieza citada por el sr abate Maynard.
  2. Archivos nacionales, ms. 167, original y copia: piezas citadas por el sr abate Maynard.
  3. Por cartas patentes del 3 de septiembre de 1645, la regente Ana de Austria aprobó la publicación de la bula.
  4. No se daba todavía en el siglo XVII a las mujeres o a las viudas de burgueses más que el mombre de demoiselle.
  5. Murió en París el 15 de marzo de 1660. Una Vida de esta venerable persona fue escrita por Gobillon, párroco de Saint-Laurent, su parroquia, y por Collet, en 1769.
  6. Pequeña aldea de ochocientas almas en el cantón de Marly-le-Roi (Seine-et-Oise).
  7. Bergier, pequeña localidad de la Brie, no lejos del Mesnil, hoy Bergères, cerca de Montmirail.
  8. París, 2 de septiembre de 1631.
  9. Pequeña localidad de la Brie de Champagne, hoy en la Marne.
  10. Loisy, en Brie, pequeña localidad no lejos de Vertus (Marne).
  11. Cabeza de partido de cantón, cerca de Montmirail (Marne).
  12. Carta escrita el 15 de sepotiembre de 1631.
  13. Catherine de Médicis, hija de Cosme y de Diane, condesa de Bordi. El mariscal se había casado el 20 de diciembre de 1607.
  14. 14 de septiembre de 1631.
  15. París, 12 de octubre de 1631.
  16. París, 31 de octubre de 1631.
  17. 1638.
  18. 19 de diciembre de 1633.
  19. París, 11 de noviembre de 1631.
  20. La ordenanza del arzpbispo sobre los ordenandos es de 21 de febrero de 1631.
  21. Lettres d’Armand le Bouthillier de Rancé, publicadas por Gonod, 1846, in-8º, p. 21.
  22. A. Floquet, Érudes sur la vie de Bossuet, t. I, p. 163 y siguientes.
  23. Collet, lib. IV.
  24. Floquet.
  25. El original está en latín y lleva la fecha del 2 de agosto de 1702 (Meaux).
  26. En 1631, sostuvo su tesis para el bachillerato en artes en el colegio de clermont. Existe un ejemplar imprso en la Biblioteca Mazarine.
  27. En la fecha del 25 de junio de 1643, es decir a principios del año mismo en que fue llamado a la coadjutoría, es desinada aún en los registros capitulares de Nuestra Señora de París con el nombre de «Buzé Gondi». Tallement des Réaux pretende que «este nombre de Buzay que se aproxima un poco a buse» (cernícalo; estúpido), el joven canónigo «se hizo llamar el abate de Retz».
  28. Registres des délibérations du chapitre de Notre Dame de Paris, Archivos nacionales, LL, 295, p. 278: 1º de enero de 1643.
  29. 10 de abril de 1651, en Ravenel, Mazarino dice que el duque de Retz, hermano del coadjutor, propuso al duque de Orléans el asesinato de Richelieu en Aniens, y añade que es de la propia boca de Gaston de donde tiene este dato. Sería pues bien difícil de creer que el joven abate no hubiera entrado en este complot, cuyo pensamiento fue su hermano mayor uno de los primeros que lo concibió .
  30. Véanse las Mémoires du cardinal de Retz, edic. Hachette, t. I, p. 176 y ss.
  31. Jean-François de Gondi, primer arzobispo de París.
  32. Véanse las Mémoires du cardinal de Retz, edic. Hachette, t. I, p. 179 180.
  33. Hacia el 13 de junio de 1643, o un poco antes,. Las bulas fueron expedidas en Roma el 13 de octubre del mismo año.
  34. Comenzó a predicar el Adviento el día de Todos los Santos, 1º de noviembre de 1648.
  35. Mémoires de Retz, edic. Hachette, t. I, p. 216 y ss.
  36. Véase Mémoires de Retz, ed. Hachette, p. 216 y ss.
  37. Este miembro de frase está subrayado en el manuscrito original.
  38. Canto 1º, vers. 60, citado por Alph. Feillet, en sus notas de las Mémoires du cardinal de Retz, t. I, p. 217, nota 5.
  39. Figura en la correspondencia del santo, publicada por los RR. PP. Lazaristas.
  40. Hemos visto el npmbre de Buzay escrito en los documentos de la época de tres maneras diferentes: la ortografía, sobre todo las de los nombres propios, ni estaba todavía fijada en el siglo diecisiete. La carta de la que forma parte el fragmento que publicamos no lleva fecga, y le han asignado la de 1659; pero no puede pertenecer más que al año 1644, un poco después de Pascua.
  41. El 19 de octubre del mismo año, Retz recibió solemnemente el bonete de doctor en teología de la casa de Sorbona.

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