La experiencia de Folleville y de Chátillon – (1617)
Fue en el transcurso del viaje con la familia de los Gondi cuando se iluminó el cielo de su alma. Hace ya tres o cuatro años que su alma se debate. Ha comprendido que es preciso mirar al porvenir como un continuo servicio a los pobres. Dios tiene que, instalarse en su vida, reinar en ella, y él, Vicente, no buscars, ya a sí mismo, sino buscarse ante todo las cosas de Dios. Hay que buscar primeramente a Dios,… hay que mirar primero a Dios,.. busquemos el Reino de Dios, el resto se nos dará por añadidura. Si hacemos las cosas de Dios, él hará las nuestras. Las consignas teocéntricas de Bérulle toman cuerpo en una mística de servicio a los pobres. En pleno invierno de 1617, a la cabecera de un pobre enfermo del campo, Dios le hace señas. Allí va a darle la certidumbre y la paz.
Ocurre en Gannes, junto a Folleville. Un hombre se muere. Se llama a Vicente. Silencioso, el capellán de los Gondi escucha al moribundo, que se ha batido también durante años con su amor propio. Amordazábale la vergüenza, no podía confesar sus pecados al párroco. Ahora que lo ha dicho todo, respira a pulmón pleno. Declara a voz en cuello a la Señora de Gondi que le visita: «¡Sin esta confesión, Señora, me hubiese condenado!». Atónita ante la afirmación de quien pasaba por un hombre de bien la Señora Generala de las Galeras entrevé la inmensidad del mal. «¡Señor Vicente, dice a su director de conciencia, cuántas alma se pierden! ¿Cómo remediarlo?».
De momento, había tan sólo un remedio: la organización metódica de buenas confesiones generales. Es lo que hizo el Señor Vicente con el sermón dirigido a todos los feligreses de Follevill, el 25 de enero de 1617. Durante varios días, con la ayuda de algunos buenos sacerdotes, prosigue este trabajo de misión y descubre su «misión».
Uno imagina los días y los meses que siguen: Vicente visita las tierras de los Gondi, activa la renovación de las conciencias predica, confiesa. Podía continuar. No todo es tan sencillo. Aunque ha hallado su papel, Vicente no ha encontrado todavía si lugar. La vía que debe seguir, debe pasar directamente por los pobres para ir a Dios. Lo nota, y da parte entre los meses de mayo y junio de 1617 al Señor de Bérulle de las dificultades de su conciencia. Medita el abandono de la casa de los Gondi. Bérulle que, decididamente, no consigue ver el porvenir de Vicente, escucha sus razones. Las aprueba, secunda incluso sus deseos señalándole, a 300 leguas de allí, una parroquia cerca de Lyon. Los canónigos, condes de San Juan de Lyon, responden de ella y están asustados por la invasión del protestantismo. ¿Qué quedará en pocos años de esta parroquia donde seis capellanes vegetan en la incuria y la mediocridad? Vicente acepta luego. Pretextando un viajecito, va a Chátillon-des-Dombes, la parroquia de la perdición. El 1º de agosto de 1617 es instalado jurídicamente.
EN EL CURATO DE CHATILLON-DES-DOMBES, EN 1617
También allí parecen los acontecimientos querer precipitarse. Llegado allá, Vicente mide el esfuerzo por los acontecimientos que Dios le impone. Como no puede contar con unos capellanes sin celo, va a buscar un coadjutor a Lyon y vuelve en compañía de Louis Girard. Pero un domingo de agosto, él mismo nos pone al corriente, estando yo revistiéndome para decir la santa misa, se me vino a decir —era la Señora de la Chassaigne— que en una casa apartada de las demás, a un cuarto de legua de allí, todo el mundo estaba enfermo, sin que quedase una sola persona para asistir a las demás, y todos en una necesidad que no podía expresarse. Esto me tocó sensiblemente el corazón (ix, 243).
Como en Folleville, la emoción le hizo pronunciar palabras «milagrosas». Por la tarde, después de vísperas, se presenta en el lugar con un buen hombre. Después de haber confesado a los enfermos y dádoles la comunión, se queda perplejo. La generosidad de los feligreses es grande, pero ¿qué quedará de ella para los días y meses que sigan? He ahí una gran caridad, dice, pero está mal organizada.
Pone inmediatamente manos a la obra. Convoca a las señoras más decididas. El 23 de agosto les entrega el primer esbozo de un texto de asociación. Todo ha de ir bien y redundar en gloria de su hijo Jesús, cuando se invoca y toma por patrona a la madre de Dios en las cosas de importancia. Se camina según estas directrices y tres meses más tarde, el Señor Vicente podrá dar un nuevo reglamento que es una obra maestra de organización y de ternura. Todo está previsto: la manera de asistir y presentar el alimento a los enfermos, la manera de allegar los recursos y de llevar las cuentas. Cada señora debe saber que se ha de invitar caritativamente al enfermo a que coma por el amor de Jesús y de su santa madre. Hay que seguir un orden y tener la precaución de comenzar siempre por el que tiene a alguien consigo y terminar por los que están solos, para poder estar a su lado más prolongadamente. El 24 de noviembre de 1617, Messire Mechatin Lafaye, vicario mayor de Lyon, aprobaba el reglamento y el 8 de diciembre siguiente, en la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen, el Señor Depaul procedía solemnemente a la erección de la cofradía en la capilla del Hospital.
VUELTA A PARÍS
Durante este tiempo, la confusión y la fiebre subían en casa de los Gondi. Tras la lectura de la carta por la que Vicente ponía a sus señores al corriente de su éxodo, pidiéndoles perdón al mismo tiempo, formábase una coalición para obtener su vuelta a París. Hasta el Padre de Bérulle tomó este partido. Delicadamente, rogó al Señor Vicente que volviese a París. Apenado, pero deferente, el cura de Chátillon toma el camino de la capital. En cinco meses, había rehecho esta parroquia. Tres rasgos caracterizan la fisonomía del nuevo Chátillon: la evangelización por la caridad, la regularidad sacerdotal, el amor a los pobres, los preferidos de Jesús. Muchas almas se habían convertido y se había protegido a otras. En suma, lo esencial estaba hecho. El 23 de diciembre, Vicente llamaba a la puerta del Señor de Bérulle; la víspera de Navidad entraba de nuevo en casa de los Gondi.
Las fundaciones mayores – (1618-1633)
Sépalo o no, comienza de nuevo. Sus perspectivas de porvenir se transforman, debe ahora avanzar.
Según la regla de perfección de Benito de Canfield, tan ensalzada por el Señor Duval, Vicente sigue paso a paso a la divina Providencia. Tiene por devoción honrarla, y no quiere adelantarse a ella. Pero en fin, puesto que en lo más íntimo de sí mismo está obligado al servicio de los pobres, debe asegurar el orden y la continuidad de su misión. Debe asimismo forjar las instilaciones que le permitan acabar y prolongar en el porvenir de los demás la misión de Jesús.
ENCUENTROS
Ya no está solo. Eh 1618 y 1619, se ha visto con Francisco d Sales, perceptible imagen de la bondad de Dios. Lo bueno que tiene que ser Dios, dice una y otra vez, si Mons. de Ginebra es tan bueno. Vicente admira el perfecto equilibrio del autor de la introducción a la vida devota. Comparte con él las preocupaciones por la vida religiosa, la santificación de los seglares en y por el deber de estado. Con él, desea una profunda reforma del clero y una simplificación de la predicación. Algunos encuentros han bastado para que se anude una sólida amistad. Esta inicia una cooperación que culminará con el superiorato de la Visitación parisina y después, muerto ya Francisco de Sales, con la dirección de santa Chantal durante algunos años, luego, y más secretamente, con una verdadera ósmosis de las doctrinas y de le prácticas salesianas.
COMPAÑEROS
Otros hombres rodean a Vicente. Le ayudan en las misiones y le animan con su presencia. Estos señores, Portail, Bellit Calon, Duchesne, Coqueret, son asimismo amigos de los pobres y de Dios. Ocupado con el Oratorio, el Padre de Bérulle se desentiende un poco de Vicente. De vez en cuando, hasta se le muestra hostil. No importa. Dos maestros con quienes por lo demás se ha encontrado junto a Bérulle están ahí. Su autoridad y su dinamismo no admiten duda. El primero, André Duval, real profesor de teología en la Sorbona, es un maestro venerado. Modesto, discreto, muy seguro, él es, «el buen Señor Duval» en quien todo es santo, el que hará de la constitución de una comunidad y de la aceptación del vasto priorato de San Lázaro un deber para el Señor Depaul.
El otro, Jean Du Vergier de Hauranne, es casi un coterráneo. En todo caso, es el amigo con quien tiene bolsa común. Hablan juntos de los problemas eclesiásticos, del sacerdocio, de las indispensables reformas. Doce años estuvo sin celajes esta amistad. Cuando Vicente reconoció que su camino no era el de Saint-Cyran, al punto en que Richelieu hizo encarcelar al Director de Port-Royal, no dudó Vicente, con el riesgo de indisponerse al terrible Cardenal-Ministro, en testificar en favor de su viejo amigo ante el juez eclesiástico Señor.
Hay que recordar también, para reconstituir el ambiente de estos años, la actitud de la Señora de Gondi. Toda gozosa de haber nuevamente hallado al Padre de su espíritu, sigue con alma y vida todas sus empresas y no duda en financiarlas materialmente.
Estas son las favorables condiciones en las que el Señor Vicente va a crear sus obras esenciales: la Misión y la Caridad.







