San Vicente de Paúl y la Caridad (II)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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LA EVOLUCION DE UNA CONCIENCIA

El tiempo de la búsqueda

La ruta terrestre duró ochenta años. Los primeros pasos fueron de tanteo, de inquietud, de incertidumbre. Se necesitarán treinta y seis años para adquirir las certezas que modelen y caractericen su rostro eterno.

Este tercer hijo de Jean Depaul y de Bertrande Demoras vio la luz en Pouy, en abril de 1581, en una familia campesina que contará seis hijos. Los cuadros de Le Nain nos hacen entrar con pie seguro en estas casas campesinas. Ninguna elegancia, poca comodidad, pero ninguna miseria. Hombres y cosas se han empa­rejado: no perdonan ni los trabajos ni las penas. Sea al regreso de un bautismo o al alto de mediodía, un mismo ambiente traba­jador impregna e inspira loS rostros. En el país del que soy, dirá más tarde Vicente, se alimenta uno de unos granitos llamados mijo que se ponen a cocer en un puchero; a la hora de la comida, se los vierte en un recipiente y los de casa se reúnen en torno para tomar su alimento, y luego, van a trabajar.

En medio de las brumas de su génesis, el niño Vicente vio primero aparecer el rostro de una campesina que destellaba un inefable amor. De esta mujer recibió el sentido del trabajo, el arraigado amor a los pobres y a los necesitados. Pasada la edad del juego, se inspirará en la que Dios y la naturaleza le hacían querer más que a todas las reinas del mundo. Movilizará los re­cursos afectivos de la mujer del siglo XVII. La Señora de Gondi, luego Luisa de Marillac, las Damas y las Hijas de la Caridad no serán para él seres misteriosos o idealizados. Serán almas llamadas a darse a Dios y a los demás en un despliegue sobrenatural de ge­nio maternal.

En una casa en la que todo el mundo trabaja, no se puede permanecer largo tiempo sin trabajar. Vicente se puso temprano a guardar los cerdos y las ovejas. He sido porquero, tendrá que declarar para rebajarse ante quienes se saben grandes. Empuñó las manceras de los arados de rejas de madera. Siguiendo ritmo de las estaciones, llevará los rebaños a los planos de Chalosse y aun penetrará hasta Saint-Sever, a 60 Kms. de Pou. Por eso, medio siglo más tarde, el general de la Misión, miembro del Consejo de Regencia, no vacilará en reanudar su oficio de pastor. Conducirá a pesar del invierno y de los malos caminos dos caballos y 240 cabezas de lanar, que salvará del pillaje de granja de Orsigny. Al atardecer de su vida, recordará todavía al pastor que se acuesta tras una valla o al abrigo de madero. Ansiará concluir su azarosa carrera en el hueco de una breña. He de decirlo sinceramente, confiará a uno de sus misioneros al hablar de sus trabajos, que eso me produce tan renovados y grandes deseos de poder, en medio de mis achaques, ir a terminar mi vida junto a un zarzal trabajando en alguna aldea, que me creería bien dichoso si pluguiese a Dios concederme esta gracia.

En 1596 Depaul padre notó las facilidades del joven Vicent. Le envía a estudiar un poco al Colegio de Dax, con los Franciscanos. El juez de Pouy, Señor de Comet, que es asimismo abogado en la Curia presidencial de Dax, apadrina al muchacho. Le confía educación de sus propios hijos. Para los rurales, la Iglesia es camino normal de los ascensos rápidos. De prisa, el joven Vicent a quien ya el garbo campesino de su padre fastidia un poco, sal sus clases de humanidades. Eternamente, permanecerá «alumni de cuarta», sin duda, pero sabe el latín suficiente para presentar a los cursos de la facultad de Toulouse. Ya en 1596, ha recibíó en Bidache la tonsura y las órdenes menores. Impaciente con buen mozo de Gascuña, pide y recibe el sacerdocio de manos d viejo obispo de Périgueux, Francois de Bourdeilles (23 de septiembre de 1600). Si hubiese sabido, confesará más tarde, lo q es el sacerdocio, cuando tuve la temeridad de entrar en él como supe después, hubiese más bien querido labrar la tierra que comprometerme en un estado tan terrible. Poco tiempo después celebraba su primera misa en Buzet.

Puede entonces pedir un beneficio. El obispado de Dax le ofrece el curato de Tilh. Un candidato más tenaz, S. Soubé, se lo disputa. Discretamente, se retira. Roma le atrae. Va allá, en este año ju­bilar. Ve al santo Papa Clemente VIII, luego, extasiado y con­movido por esta peregrinación a la tumba de los Apóstoles, vuelve a Francia y continúa sus estudios.

Su bolsa es bien ligera. Para levantar sus finanzas, había ya recibido a algunos pensionistas en Buzet. Lleva a sus alumnos a la ciudad universitaria y, mientras vela sobre ellos, logra ob­tener el grado de bachiller en teología. La fortuna le sonríe y espera ya… un obispado.

Por el momento, una anciana de Toulouse le deja una pequeña herencia de cuatrocientos o quinientos escudos. Es un comienzo y le ocasiona cuidados. Va a Marsella en persecución de un deu­dor de su bienhechora. Este comerciante, mal sujeto, hace allí buen negocio. A caza suya, Vicente, sin dinero, no halla mejor solución que la de vender su caballo de alquiler. Lo reembolsará más tarde, piensa, cuando el galán haya pagado. Hace, pues, prender al hombre en Marsella y obtiene de él trescientos es­cudos 1. A fin de ahorrar un poco, decide volver a Toulouse pa­sando por Narbona.

Se embarca… y dos años después, para explicar su misterioso silencio, nos cuenta la increíble aventura que le ha apartado de la escena europea. Singular odisea. Ha estado en Berbería, ex­plica al Señor de Comet. Le capturaron unos piratas. Fue vendido y pasó a servir a cuatro dueños. Estuvo al servicio de un pesca­dor, luego de un médico «alquimista, soberano extractor de quintaesencias», luego de un nuevo médico, por fin de un renegado. En compañía de este último, se ha evadido de Túnez haciendo la travesía del Mediterráneo en un pequeño esquife. De Aigues-Mortes donde ambos han desembarcado, van a Aviñón. Con lá­grimas en los ojos y suspiros en la garganta, ha abjurado el re­negado de sus errores ante el vice-legado de Aviñón: Mons. Francisco Montorio.

Ignoramos aún la reacción del Señor de Comet y quisiéramos saber cómo tradujo esta última página del relato de las mil y una noches. Adivinamos, en cambio, sin esfuerzo que estos dos años d ausencia tuvieron que poner singularmente a prueba las fuerzo físicas y morales de nuestro mozo de Gascuña. Su andar es ml lento, ahora podemos seguirle mejor. Acaba de confiar su porvenir y su infortunio al vice-legado y como éste ha concluid su «triennio» (tres años de estancia) en Aviñón, Vicente le acompañaría a Roma.

Por segunda vez, entra en la ciudad eterna. Hoy es como familiar de un grande de la Iglesia. Puede, mientras prosigue alga nos estudios, observar muy de cerca este espíritu italiano que va tempo-tempo, que no quiere fatigarse, que desconfía de la «furia francese». Vicente no descubre su oportunidad, Roma no es s clima. Mejor estará en Francia y, ya que París le atrae, va a la capital en septiembre de 1608.

Esta villa es otro mundo

Dentro de un mundo floreciente

Poderoso en pueblos y en bienes

Que en todas las cosas abunda

«París es la única ciudad del mundo en la que se vive plena mente. En otras partes, dice Jean de Jandun, no se vive más que relativamente». Por el momento, aun en París, Vicente no vive más que «relativamente». Se detiene en el Faubourg Saint-Germain, conoce a un coterráneo y a falta de cosa mejor, se alberga con él en su cámara. Esta vida comunitaria no tiene todas las ventajas, y Vicente no tarda en comprenderlo. Enfermo, guarda cama un día. El mozo de la botica que viene, en ausencia del juez para medicamentar a Vicente, echa mano de los escudos del propietario. Vicente nada ha visto, pero pronto oye vociferar a su patrón, acusarle de robo, amenazarle y finalmente expulsarle. Mortificado, Vicente se retira y va en busca de alojamiento a la rue de Seine, en una casa de la que pende la enseña de san Nicolás. El Señor Leclerc de la Forét logra encontrarle una colocación entre los capellanes de la Reina Margarita. Nuestro joven gascón se alberga a algunas toesas de la real mansión.

Este esplendor del todo colindante no le enriquece. Ha creído desencallar sus finanzas adquiriendo de J. Hurault de l’Hópita arzobispo de Aix, la abadía de San Leonardo de Chaulmes. En la toma de posesión se percata de que no posee sino ruinas. Se endeuda y firma libranza tras libranza. Por fortuna, relaciones menos terrestres le permiten mantener la cabeza sobre el agua. Está en buenas relaciones con Pedro de Bérulle y frecuenta a los futuros oratorianos. Junto al maestro de la Escuela francesa que dirige una élite, Vicente intenta aclararse. Bérulle le observe procura descifrar su interior, pero permanece vacilante. Vicent interroga, ora, se interroga. No se resuelve a formar parte del Oratorio, acepta en cambio una propuesta del fundador. Va a Clichy para asumir el curato del Padre Bourgoing, que entra en la nueva comunidad. Por primera vez, doce años después de su ordenación sacerdotal, tiene el Señor Vicente cura de almas. Ejerce canónicamente su sacerdocio, sus primeras experiencias personales comienzan.

CLICHY

El joven párroco toma posesión de esta parroquia que reúne 601 habitantes, el 21 de mayo de 1612. No permanece mucho tiempo inactivo. Hace reparar el púlpito, el confesonario, el bautisterio. Enriquece la Iglesia con hermosos ornamentos. En este medio semi-rural que visita regularmente, se mueve con comodidad. Erige la cofradía del Rosario, reúne a algunos candidatos al sa­cerdocio, catequiza a pequeños y grandes, Es un éxito, y el pe­queño párroco es dichoso. Tengo un pueblo tan bueno, tan obe­diente, declara al Obispo de París que le visita, que pienso para mis adentros que ni el Santo Padre, ni vos, Monseñor, sois tan dichoso como yo.

EN CASA DE LOS GONDI

¿Por qué se aleja? Es que Pedro de Bérulle, que vacila siempre sobre la vocación de Vicente, sabe al menos que no debe perma­necer en Clichy. No ve más lejos, pero quiere colocarle más alto. Le empuja por entre los grandes de este mundo, entre la ilustre familia de los Gondi, en casa de Felipe-Manuel, General de las Galeras del Rey.

Este hombre de prestancia, mundano y afortunado, que ha casado en 1660 con Francisca Margarita de Silly, tiene relaciones eclesiásticas y religiosas. Es sobrino del Obispo de París, Pedro de Gondi. Cuando éste muera en 1616, le sucederá un hermano de Felipe-Manuel, Enrique de Gondi. Y cuando el 3 de agosto de 1622 haya fallecido Enrique de Gondi, que acompañaba al Rey a Béziers, todavía otro hermano de Felipe-Manuel, Juan-Francisco de Gondi, subirá a la sede de París y será también el primer ar­zobispo de la capital del reino con data de 1622. Tiene dos tías dominicas en Poissy y una de ellas, Luisa, es priora del convento. En 1613, Felipe-Manuel acumula títulos y cargos: es marqués de las Islas de Oro (las islas de Hyéres), barón de Montmirail, de Dampierre (en el Aube), de Villepreux, lugarteniente general del Rey en los mares de Levante. Es un hombre que viaja mucho. Desde París, rue des Petits-Champs, sale hacia sus tierras de Pi­cardía, de Borgoña, de Champaña. Acaba de tener este 20 de septiembre de 1613, un tercer hijo, Juan-Francisco-Pablo, que sei el célebre auxiliar. Sueña con la educación de sus hijos mayore Pedro, que tiene catorce años, y Enrique, que tiene siete.

Vicente, que es elegido como preceptor, ejerce una función de confianza al tiempo que disfruta de la vida de la mansión. E Montmirail y en Folleville, en París y en Joigny, la duda no le permite ya: el «honroso retiro» descontado hacía años, poseíalo ahora.

Infortunada o afortunadamente, no puede instalarse en él. A los 32 años, en plena fuerza, no tiene ocupación suficiente. Se asemeja extrañamente a un célebre magistral, retirado también que había conocido en casa de la Reina Margarita. Había sido un controversista de reputación, pero entregado a la inactividad, devorábanle las dudas y los escrúpulos obsesivos. Campo que no se labra, pronto cría espinas y cardos). Puesto al corrien­te de sus penas, Vicente se había afanado por socorrerle. Habíale aconsejado entretenerse, llevar una vida activa y visitar a los pobres. Nada había resultado. Agotados sus consejos, Vicente pasó a los hechos. En un impulso de generosidad, se había ofre­cido a Dios para tomar sobre sí la tentación del magistral. Hecho el trato, el magistral habíase visto enteramente liberado, pero su director había cargado con un peso que le abrumaba. Desde este momento andaba errante en una noche interior, hostigado por la rumorosa ronda de las dudas.

Aprovechando los viajes de los Gondi, Vicente practica a su vez el entretenimiento. Enseña el catecismo, evangeliza a la ser­vidumbre y a los campesinos de la Señora de Gondi. Esta última recurre incluso a sus consejos para dirigir su conciencia.

 

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