San Vicente de Paúl, un discernidor de espíritus (IV)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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SAN VICENTE DISCERNIDOR DE ESPÍRITUS EN COMÚN

Fundador de instituciones religiosas, Superior General de unas y Director General de otras, Vicente de Paúl sentía la nece­sidad de organizarlas para una convivencia serena y eficaz en bien de los pobres y, para ello, tenía que discernir las tendencias que procedían del Espíritu divino de las que insinuaba engaño­samente el espíritu maligno. Pero una vez fundadas las institu­ciones ya no eran únicamente suyas, pertenecían a todos los miembros que las integraban. Es decir, que san Vicente ya no era el único discernidor, lo eran los miembros de las Caridades, de la Congregación y de la Compañía. Convencido de ello, es fre­cuente leer en sus cartas modismos tales como la compañía ha decidido… la compañía me dice que… la compañía tiene como norma…

A pesar de vivir en el siglo del absolutismo y a pesar de tener un carácter autoritario, san Vicente era un eclesiástico, un santo y un hombre inteligente, y sabía que tanto para la organización detallada como para concretar obras y lugares se necesitaba el discernimiento en común. Sabía que él solo no tenía la verdad absoluta e inequívoca, lo cual exige que sus criterios sean discer­nidos por los demás para llegar a una certeza de fe, aunque no sea una evidencia humana. Y así impone el discernimiento en común en forma de consultas ocasionales del superior a los con­sejeros, de consejos domésticos y de asambleas generales y pro­vinciales.

Pero discernir en común puede llevar a la anarquía, mortal para las Instituciones especialmente en sus comienzos. Para evi­tarlo impone un criterio que hoy no podemos admitir, pero que el santo lo consideraba intocable: una unidad tan exagerada de la Institución que la identifica con la uniformidad: «No puede ima­ginarse usted los grandes inconvenientes que surgirían en una congregación, si no se mantuviera la uniformidad» (II, 266). Y para que no haya duda de lo que entiende él por uniformidad, lo explica a los misioneros de una manera técnica: «¿Qué entiende usted por facultades? Yo entiendo el entendimiento, la voluntad y la memoria, que son las facultades o potencias del alma, y que tienen que ser semejantes en cada uno de nosotros; de forma que, propiamente hablando, tener uniformidad es tener un mismo jui­cio y una misma voluntad en las cosas de nuestra vocación» (XI, 540). Y de forma más sencilla se lo aclara igualmente a las Hijas de la Caridad: «¿Qué quiere decir uniformidad? Mis queridas hermanas, ser uniformes es obrar todas de una misma manera, ser unánimes en todo lo que hagáis, ser todas parecidas, tener todas una misma forma en cualquier sitio en que os encontréis, en París o por las aldeas; en una palabra, ser todas semejantes».

CONSULTORES

Un medio para discernir en común los espíritus es que el superior consulte a los consejeros que se le ha dado, nombrados por el Superior General: «Abrazo al padre Codoing y al padre Blatiron y les ruego a los dos que sean sus consultores, y a usted, padre, que se lo diga, ya que es deber del general nombrar esos cargos, o por sí mismo, o por medio del visitador». Y pone un motivo sacado de la experiencia social: «Para los asun­tos temporales se busca el consejo de algún abogado o de algu­na persona de fuera entendida en esos negocios; y para lo inte­rior, se trata con los consultores y con algunos otros de la compañía, siempre que se crea conveniente. Yo les consulto a veces a los mismos hermanos y sigo sus consejos en las cosas que atañen a sus trabajos». Sin embargo, él preferiría que los superiores le consultasen a él mismo, y pone una distinción que define su carácter de discernidor: si se le consulta a él o a la señorita Le Gras, son ellos los que deciden y el supe­rior de la comunidad o la Hermana Sirviente obedecen; si el superior consulta a sus consejeros o si la señorita Le Gras reúne al consejo no tienen obligación de seguir sus pareceres, pues es consulta, y quien decide es el superior y la Señorita: «Los supe­riores o superioras tienen sus consejeros, a quienes les proponen los diversos asuntos. Cuando han escuchado su parecer, lo siguen, si les parece bien, porque un superior o una superiora puede a veces no seguir el parecer de sus consejeros».

CONSEJOS

Un lugar y una técnica para discernir en común los espíritus son los Consejos. Sobre los Consejos Provinciales, tenemos unas palabras del mismo san Vicente que expone las razones para tenerlos y el modo de desarrollarlos. Es cierto que se refiere a los Consejos Provinciales de las Hijas de la Caridad, pero es razonable aplicarlo también a los consejos domésticos tanto de las Hijas de la Caridad como de los misioneros. Y es que la mentalidad, los motivos y la técnica están plenamente de acuerdo con la manera de aconsejar que ha ido manifestando siempre que habla de discernir la voluntad de Dios.

El motivo para poner los consejos como lugar de discerni­miento en común lo ha sacado de la experiencia de la vida a la que tanto le gustaba acudir: Y así se practica en todas las comunidades bien reguladas ya sean civiles o eclesiásticas, poniendo mucho cuidado en no decir ni convento ni religiosos. Pero como siempre, acude al argumento teológico para reforzar lo que le afirmaba la experiencia. En este casi es argumento de fe: la Voluntad de Dios: Los consejos son orden y fundamento puesto por Dios en la compañía.

La técnica que se debe llevar en un consejo es minuciosa, pro­pia del sacerdote Vicente y de la época en que vivió: medios para hacer un discernimiento del Espíritu divino que está presente en los consejos; y gráficamente dice que no está allí como una piedra, sino iluminando los entendimientos e inflamando las voluntades. Al Espíritu divino es fácil que se le oponga el espíritu humano con su orgullo y sus sentimientos de antipatía, simpatía, egoísmo… Para dejar actuar al Espíritu divino es nece­sario guardar secreto de todo lo que se haya dicho en el Consejo.

Pero san Vicente de Paúl es un hombre de Iglesia, aceptando su autoridad en pirámide que él había asimilado leyendo el Tra­tado de las Jerarquías del Pseudo Dionisio. Era además un hom­bre del siglo XVII en medio del absolutismo, y de un carácter autoritario, acaso necesario en los comienzos de unas Institucio­nes integradas, dos de ellas, por mujeres seglares. Y temía que pudieran ser destruidas por la anarquía. Lo había visto en otras instituciones y había admirado la fortaleza que había dado san Ignacio a la Compañía de Jesús.

Todo ello le llevó a afirmar que los consejos únicamente son consultivos para ayudar a los superiores a discernir; quienes deciden son los superiores que tienen el carisma de autoridad que no reciben los súbditos. Y lo defiende continuamente: «¿Por qué creéis que se os recomienda que acudáis a los superiores? Porque, lo mismo que la cabeza infunde el espíritu y la vida en todos los miembros del cuerpo, así las compañías tienen que recibir de Dios por medio de sus superiores todas las gracias que necesitan», «y cuando esto se hace con las pre­cauciones requeridas, la autoridad de Dios, que reside en la per­sona de los superiores y en aquellos que los representan, no reci­be ningún detrimento», «pues hay que creer que, habiendo sido escogida (la Hermana Sirviente) por los superio­res para ejercer ese oficio, tiene el don de gobierno».

LAS ASAMBLEAS

Distintas son las Asambleas que también impuso san Vicente en la Congregación de la Misión como un medio eficaz para dis­cernir en común y decidir, tal como las suelen celebrar las san­tas comunidades de la iglesia de Dios, a imitación de sus conci­lios y de sus sínodos. En vida de san Vicente la Congregación tuvo dos Asambleas generales —en octubre de 1642 y en agosto de 1651— para discernir asuntos importantes, dificultades y directrices, en especial la redacción definitiva de las Reglas comunes y la conservación de los votos simples y reservados en la Congregación.

A lo largo de todo el desarrollo de las Asambleas aparecen ideas claras sobre la estructura de la Congregación que se pre­sentan como intocables, porque en los comienzos de la Congre­gación ya se había discernido minuciosamente que venían del Espíritu Santo. Eran las partes esenciales de su naturaleza: los fines de la Congregación serán evangelizar a los pobres y buscar la santidad personal de cada miembro, la consagración a Dios dentro del clero secular y no regular, la vida de comunidad y revestirse del Espíritu de Jesucristo expresado en las cinco virtu­des que caracterizan a los paules. Los cuatro elementos se viven dentro de una espiritualidad que llamamos vicenciana. Y había que redactarlos de una forma detallada en unas Reglas comunes con la intención de que fueran aprobadas por la Santa Sede. Era la forma de vivir los cuatro elementos en la vida diaria lo que había que discernir; es decir, había que discernir cómo quería Dios que los viviesen. Y son los miembros de la Congregación quienes deben discernir en común la forma de vivirlos, porque, aunque la experiencia espiritual de cómo vivirlo es totalmente personal y, al fin y al cabo, éste es el último porqué del discerni­miento, sin embargo, el misionero paúl no los vive en solitario, sino junto a los demás miembros de comunidad, como compañe­ros de camino y de ministerio, fruto del Espíritu Santo que los ha convocado para un proyecto común. Por ello, si la misión es con­junta y la vida se desarrolla en comunidad, el discernimiento debe ser conjunto.

San Vicente aclara que cada miembro debe discernir siguien­do dos caminos: 1°, Por simple elevación a Dios, es decir, por las inspiraciones del Espíritu Santo en la oración; y 2 °, Por razo­namiento, pero un razonamiento apoyado en la expe­riencia de lo que ya estaban viviendo. Pues estas son las dos maneras de discernir que emplean los Padres sinodales en los concilios, argumenta el santo fundador.

De aquí que en las Asambleas normales, generales o provin­ciales, la Compañía, como un sujeto colectivo, decide de una manera deliberativa, y sus decisiones son obligatorias para todos, aun para el Superior General.

Benito Martínez

CEME, 2011

 

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