San Vicente de Paúl, un discernidor de espíritus (III)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN

Más reflexión le exigió discernir la fundación de la Congre­gación de la Misión. Lo cual indica que nunca hasta entonces se lo había imaginado. Cuando la señora de Gondi le propuso a su director espiritual Vicente de Paúl la idea de fundar una comuni­dad, después de haber rechazado los jesuitas, los oratorianos y otras comunidades misionar sus tierras, el santo se alegró y temió. La causa del temor o la duda le venía por las tentaciones contra la castidad y por la gran alegría que sintió, cuando aceptó la idea de la señora de Gondi. ¿No serían el espíritu maligno o el espíritu humano en forma de orgullo quienes le habían inducido a aceptar la propuesta de la señora de Gondi? ¿O era el espíritu divino que le aclaraba su futuro? Había que discernir y para ase­gurarse que elegía la voluntad de Dios hizo por dos veces ejerci­cios espirituales, en Valprofonde y en Soissons.

En los ejercicios sintió que la fundación ya no le atraía como en los primeros días, deduciendo el santo que había logrado la indiferencia y la confianza en Dios. La indiferencia y la confian­za en Dios, sin posturas previas, a no ser la preferencia por los intereses de los pobres, serán dos condicionamientos que vivirá y enseñará a sus misioneros y a las Hijas de la Caridad para saber discernir los espíritus divinos de los malignos: «¡Ay, padre! —escribirá a un misionero—¡Qué hermoso ornamento es para un misionero la santa indiferencia, ya que lo hace tan agradable a Dios que éste lo preferirá siempre a todos los demás obreros en los que no vea disposición de indiferencia para cumplir sus designios! Si alguna vez nos despojamos totalmente de nuestra propia voluntad, estaremos entonces en situación de hacer con seguridad la voluntad de Dios». Llegando a afirmar que el sólo querer cumplir la voluntad de Dios implica ya una actitud de indiferenciaI, al tiempo que se constituye en un presupuesto necesario para ser un buen discernidor.

Pero sin confundir indiferencia espiritual con indiferencia sicológica y afectiva o pasotismo, y sin exigir tampoco que des­truyamos toda preferencia sicoafectiva; lo único que pide san Vicente, al poner la indiferencia como el suelo sobre el que camina el discernidor, es que subordine incondicionalmente sus preferencias a la voluntad de Dios.

Cargado con esa indiferencia confiada en Dios, lo consultó también con su director espiritual, Andrés Duval, y este tan sólo le contestó por medio del evangelio: «El siervo que conoce la voluntad del Señor y no la cumple, recibirá muchos azotes. Entendió que era una manifestación de la voluntad divina y obedeció, pues tenía claro que Dios habla a través de los directores espirituales y de los superiores materiales. Para él, la obediencia será un principio seguro en la búsqueda de la volun­tad divina y lo tendrá en cuenta cuando el Obispo de Beauvais, Agustín Potier, le comprometa en los Ejercicios a los Ordenan­do, o cuando el mismo Andrés Duval le aconseje aceptar el Prio­rato de San Lázaro o cuando se plantee enviar misioneros a países de misión, pues siempre hay que obedecer a la santa Sede, aunque los mande a países de infieles.

La obediencia a los superiores pasó a ser criterio seguro de discernimiento. De forma ocasional en sus cartas y conferencias va enumerando una serie de superiores: la Iglesia, los concilios, el Papa, los obispos y párrocos de los lugares en el ministerio de los misioneros, el Superior General y los superiores locales. De acuerdo con la mentalidad de aquel siglo, también los directores espirituales y los confesores, los médicos y las autoridades civi­les: el Rey, los gobernadores, magistrados, oficiales y jefes de policía. Consideró la obediencia como un criterio tan seguro de discernimiento que, sobre ella, puso 16 números en el capítulo V de las Reglas comunes de los misioneros y dio cuatro conferencias a las Hijas de la Caridad y una a los misioneros’ sobre la obediencia. Escritas en una época dominada por el abso­lutismo y el rigorismo moral, las normas que pone, hoy día nos parecen exageradas, así como infantil cumplir muchas de las advertencias. No es que pida una obediencia cadavérica, pero sí pide la obediencia del mulo a su amo y de los soldados a sus jefes.

LAS HIJAS DE LA CARIDAD

En la fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad aparece un nuevo criterio de discernimiento: no adelantarse a la Providencia que nos habla por los sucesos temporales. A lo largo de todo el proceso para discernir la voluntad de Dios emplea un silogismo sencillo pero divino: si el discernimiento es descubrir cuál es la voluntad de Dios, sabemos que Dios manifiesta su voluntad por medio de su Providencia, y la Providencia nos habla a través de los acontecimientos de la vida, y si olvida­mos prejuicios o intereses personales y huimos de la precipita­ción y las prisas para no adelantarse a la Providencia, ella ilumi­na paso a paso el camino que debemos andar para poder discernir lo que debemos hacer.

El discernimiento duró mucho tiempo; un año por lo menos. El director comenzó examinando lo que Dios pedía a la viuda Luisa de Marillac que de joven quiso ser religiosa capuchina. El director Vicente discierne y con aplomo la conmina a que rechace rotunda­mente pensar siquiera en hacerse religiosa, pues Dios quiere que sea sirvienta no sólo de las jóvenes que se le han aso­ciado, sino de otras muchas personas, y piensa que Dios le conserva la vida para algo que concierne a la gloria de Dios. Todavía seis meses antes de fundar la Compañía de las Hijas de la Caridad le dice que no tiene muy claro lo que Dios pretende de ella, pero tres meses después ya se han decidido y pien­san en las tres o cuatro chicas con las que comenzaría la Compa­ñía, una de ellas es María Joly. Unos días después san Vicente cree que el ángel de Luisa se ha comunicado con el suyo para hacer con esas jóvenes una Caridad especial y le propone comenzar con ellas alguna convivencia los fines de semana. El 29 de noviembre de 1633 se reunieron en casa de Luisa de Marillac y comenzó a existir la Compañía. Se había seguido paso a paso las indicaciones de la Providencia.

LA PROVIDENCIA DIVINA

Pero ¿qué entendía san Vicente por Providencia de Dios? Como todos los cristianos de aquel siglo creía que Dios desde la eternidad, por un designio de su voluntad, ordenó libre e inalte­rablemente todo lo que sucede, y su Providencia se encarga de que se cumpla ese designio en el tiempo. Es decir, Providencia es la voluntad de Dios conservando y dirigiendo la creación entera hacia la gloria de Dios y a cada persona particular hacia su salvación por medio de las inspiraciones del Espíritu Santo que de este modo se identifica con la Providencia divina en el interior de cada hombre y en el discernimiento personal. San Vicente, discernidor, no aclara el profundo misterio de cómo se compaginan providencia y gracia con la libertad del hombre, pues años antes la Curia Romana había prohibido que se discu­tiera esta doctrina.

Sin embargo, por otro lado, las calamidades y fenómenos naturales y muchas desgracias personales, familiares y sociales en tiempo de san Vicente eran inexplicables para la ciencia de entonces, y lo más lógico para los creyentes era acudir a la inter­vención divina. Las guerras, sequías, lluvias torrenciales y las inundaciones eran castigos divinos, y la paz y las buenas cose­chas, un premio. Hoy acudimos a los científicos, entonces a la autoridad religiosa que invocaba la cólera divina para atemorizar a sus fieles contra el pecado y la falsa religión.

Lo más curioso es que, al examinar cómo san Vicente discer­nía el camino que la Providencia le indicaba, encontramos aporías, dicotomías y bifurcaciones en su mentalidad y en sus expre­siones. Por un lado admite no sólo los milagros sino también la intervención ordinaria y directa de Dios en muchos aconteci­mientos públicos y en la vida material y espiritual de las perso­nas: es la Providencia la que destina a las Hermanas y es la Pro­videncia la que permite las tentaciones y los sufrimientos para llevar a las almas por el camino que más les conviene para su sal­vación y su santidad.

Pero por otro lado, Vicente de Paúl tiene presente que la Pro­videncia no va contra el libre albedrío de las criaturas ni les quita la libertad. Está plenamente convencido de que el medio princi­pal por el cual Dios cumple su voluntad en este mundo es a tra­vés de las causas segundas, principalmente de las leyes naturales y de la libre elección del hombre. Porque la Providencia ha orde­nado la creación de tal manera que actúa y evoluciona conforme a la naturaleza de las causas segundas, sea necesaria, libre o contingentemente.

De ahí que nunca deba adelantarse a la providencia, y todo el empeño de Vicente de Paúl será discernir lo que en cada situación le indica la Providencia divina, y ser él quien lo cumpla a costa de sus brazos, y con el sudor de su frente, apoyándose en la experiencia humana y asesorado por las personas sabias y espirituales a las que consulta. Pues Dios res­peta la singularidad de cada persona en su entorno histórico, así como los dones, cualidades, limitaciones y procesos personales. El Espíritu Santo nunca exige respuesta a lo que no da.

Benito Martínez

CEME, 2011

 

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