PRESENTANDO EL TEMA
San Vicente de Paúl no es un escritor que haya dejado algún ti atado sobre el discernimiento, a no ser algunas conferencias dirigidas a los misioneros. Es sencillamente un sacerdote fundador de varias instituciones religiosas dedicadas a servir y a evangelizar a los pobres. El desenvolvimiento progresivo de las obras caritativo-sociales que emprendió le llevó a discernir entre varios caminos y a desempeñar el papel de superior y director de los miembros. Todo ello le convirtió en un director de conciencias y en un personaje crucial en las estructuras de la sociedad francesa en todo lo referente a los pobres y, en cierto modo, también en lo referente a la reforma de la Iglesia de Francia. A él acudían y le pedían consejos obispos, sacerdotes, religiosos, ministros, nobles y gente del pueblo. Las cientos de conferencias que dio y las miles de respuestas que dirigió por carta a las cuestiones que le presentaban, le exigían saber discernir. Si a esto añadimos que era un buen director de conciencias, no es disparatado afirmar que tenía el don del discernimiento, como afirmaba santa Luisa.
La doctrina y la práctica del discernimiento en tiempo de san Vicente estaban en todo su apogeo, ya que la santidad y la vida espiritual consistían en cumplir la voluntad de Dios y para ello era necesario descubrirla por medio del discernimiento. Pero poco a poco fue pasando a un segundo plano en los estudios de la vida espiritual. El concilio Vaticano II hace más de cincuenta años declaró que «el Pueblo de Dios, movido por la fe, que lo impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sir. contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios», en contraposición a los signos que con engaño puede producir el espíritu maligno. A pesar de esta Ilamada conciliar, hasta hace pocos años el discernimiento ocupaba un lugar subalterno en los estudios de teología espiritual, pera últimamente parece estar de moda, si nos atenemos al alto número de publicaciones que han aparecido con buenos resultados.
En lo referente a san Vicente de Paúl, quitando el capítulo que dedicó Deffrennes a este tema en un estudio sobre su psicología sobrenatural, yo no conozco que otro autor lo haya tratado de una manera expresa y detenida. Y es una pena, porque el aire espiritual que respiraba san Vicente entre los espirituales de su entorno era el del discernimiento para alcanzar la santidad por medio del cumplimiento de la voluntad de Dios con la que se identificaba. San Vicente conocía que san Ignacio de Loyola había centrado sus Ejercicios en el discernimiento o discreción de espíritus, de mociones e inspiraciones, y santa Teresa había descrito minuciosamente el discernimiento de los grados de ora-ion. Y aunque él no escribiera ningún tratado, nadie puede negar que tenía una lucidez exquisita para orientarse en descubrir ir la voluntad de Dios y para orientar a los demás en la búsqueda de esa voluntad.
De ahí que no me extrañase que el título que han dado a mi charla no fuese El discernimiento en san Vicente de Paúl, sino San Vicente de Paúl, un discernidor de espíritus. La frase Discernidor de espíritus suele referirse más bien a las mociones, inspiraciones, consolaciones, afecciones, engaños que pueden causar el Espíritu divino, el Maligno o la naturaleza humana a las personas cuando eligen su futuro y deciden dedicarse a la santidad; por ello se aplica más a la elección de estado y a la dirección de conciencias o dirección espiritual de las personas. Sin embargo, el P. Kolvenbach, Prepósito General de la Compañía de Jesús, en la carta anual de 1986 a los jesuitas, aclaraba que ya san Ignacio de Loyola aplicaba el discernimiento, conforme al significado paulino, a todo aquello a lo que se refería cuando hablaba de tener que decidirse a elegir en cualquier asunto o negocio. Lo cual me ha dado pie para interpretar que me pedían examinar la vida de san Vicente de Paúl y aplicar los criterios que en cada situación le movía a discernir, elegir y actuar, según vemos en cartas y conferencias. Y es lo que voy a intentar exponer. De esta manera pienso que hacemos más actual el discernimiento, al ponerlo en conexión con el momento vital del hombre y su entorno.
EL PRINCIPIO DE LIBERTAD PARA PODER DISCERNIR
El discernimiento es una exigencia de la naturaleza humana que nunca está segura de una certeza absoluta. Todo ser humano está continuamente obrando, continuamente buscando lo mejor y a veces duda y tiene que discernir para saber elegir. Elegir es el resultado de discernir. Para ello se exige que el hombre sea libre. Sin libertad no se puede elegir y sin poder elegir el discernimiento es nulo e inútil. Este es el primer principio con el que se encontró san Vicente de Paúl en cuanto discernidor: tenía que ser libre para poder elegir después de discernir. El segundo principio se lo daba la fe: tenía que discernir a la luz del evangelio, guiado por el Espíritu Santo, para continuar la misión de Jesucristo evangelizador de los pobres, anunciándoles el Reino de Dios. Habría que añadir un tercer principio: Vicente de Paúl era un hombre con una sicología concreta, perteneciente a una familia determinada en una sociedad establecida y debía discernir acciones y misiones de hombres distintos en situaciones diversas de aquella sociedad.
Teniendo en cuenta estos principios, me atrevo a decir que Vicente de Paúl no pudo discernir fundamentalmente hasta llegar a París, cuando ya tenía unos 27 años. Me explico. Según san Ignacio de Loyola y la mayoría de los espirituales de la época, Bérulle y demás escritores de la llamada Escuela francesa, así como los directores espirituales de la actualidad, el momento crucial del discernimiento se aplica en la elección de estado. Pero el adolescente y luego joven Vicente de Paúl no fue libre para elegir el sacerdocio. Lo eligió para él su familia. Era la costumbre convertida en norma social. Eran los padres quienes elegían el estado de los hijos: matrimonio, sacerdocio o convento. Los hijos, aunque en teoría eran libres para rechazar o elegir, en la práctica tenían que obedecer y aceptar hasta la persona escogida como cónyuge o el convento del que la familia solía ser patrono, si era de categoría social elevada. No se olvide que a finales del siglo XVI y principios del XVII todavía estaba en auge la patria potestad que las leyes galicanas habían asumido del derecho romano y los reyes franceses querían imponer sobre el derecho de la Iglesia.
Tampoco en realidad fue libre para escoger sus primeros ministerios, tanto el parroquial pretendido en Tilh, al poco tiempo de ser ordenado sacerdote, como la preceptoría en Toulouse, pues las normas sociales y eclesiales determinaban la clase de labores que podía desempeñar un clérigo. Cae por su peso que no fue libre al ser apresado e ir al cautiverio o al escapar de Túnez.
Ya en París fue nombrado capellán limosnero de la exreina Margarita de Valois por influencia bien de Carlos du Fresne bien de Antonio de Le Clerc. ¿Discernió o simplemente aceptó? Clichy se lo ofreció Bérulle así como el puesto de preceptor en la familia Gondi. Pero él aceptó y para aceptar tuvo que discernir, aunque fuera de forma rudimentaria y limitada. No es éste el discernimiento del que voy a hablar, pues esos ofrecimientos incluían cierto grado de obligatoriedad al considerarlos imprescindibles en la situación en la que se encontraba. Es el discernimiento del parado al que se le ofrece un trabajo.
Realmente comenzó a ser libre desde la Noche oscura en la que se comprometió a dedicar su vida en bien de los pobres. Y el primer acto con libertad para discernir su vocación fue cuando eligió abandonar a los Gondi e ir a evangelizar a los pobres campesinos. Pidió consejo a Bérulle que «no lo desaprobó». Igualmente, cuando tuvo que discernir si Dios le pedía que volviera con los Gondi, consultó al Superior de los oratorianos de Lyon, «a Bérulle y a otras ilustres personas»’. Y aparece ya desde que tiene 36 años, el primer soporte para un buen discernidor de espíritus: consultar a personas entendidas y espirituales.
Vicente, el discernidor de espíritus, hizo norma constante exigir que se consulte a entendidos sobre cualquier asunto de importancia material o espiritual. Y se lo aplicó a él mismo, confesando a un compañero que se había impuesto «el yugo de no hacer nada importante sin pedir consejo; por eso Dios me concede todos los días nuevas luces para que comprenda la importancia que tiene el obrar de esta manera y me da la devoción de no hacer nada sin consultar». Desde joven estaba convencido de aquello que contaba a las Hijas de la Caridad dos años antes de morir: «Un día le preguntaron a un santo personaje cuál era su forma de actuar. Respondió: «Le pido consejos a fulano». —«Pero, ¿cómo?, le dijeron, si es usted doctor, ¿cómo no se sirve de su propio saber para su dirección?». —Y aquel santo individuo respondió: «Si tomase yo mismo mi dirección, seguiría una dirección alocada»».
Esta norma se la inculcará a Luisa de Marillac, a las Hermanas, a los misioneros y en especial a los superiores de las comunidades que no deben emprender nada importante sin consultar a la comunidad, pues los superiores no son impecables e infalibles en sus determinaciones y no tienen siempre el discernimiento necesario para actuar sin consejo de nadie (II, 528). Y lo impondrá en las Reglas Comunes, explicándolo en varias conferencias.
Benito Martínez
CEME, 2011