San Vicente de Paúl o la clarividente oposición al jansenismo (V)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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  1. ACTUALIDAD Y FUTURO DE LA DOCTRINA JANSENISTA

Si bien, como hemos visto, el jansenismo comprende campos doctrinales y disciplinares más amplios que los referentes a la penitencia y eucaristía, sin embargo, san Vicente reaccionó, prin­cipalmente, y se opuso al movimiento reformista tras comprobar el daño que producía en el pueblo la publicación de sus dos obras más representativas.

Al margen de otros puntos interesantes con reminiscencias jansenistas —cuya presencia se masca hoy con distintas expresio­nes—, me limitaré únicamente a una simple mención del presen­te y futuro de la penitencia y eucaristía, los dos sacramentos más tratados por la moral cristiana. San Vicente fue un adelantado al no separar sino relacionar estrechamente la penitencia, la euca­ristía y la caridad, como lo recomiendan hoy el Concilio Vatica­no II y el Catecismo de la Iglesia Católica, además de los abun­dantes documentos de los últimos Papas: Pablo VI, Juan Pablo II y el actual Benedicto XVI, bien sea en encíclicas, exhortaciones o cartas apostólicas o en instrucciones pastorales.

La práctica actual de la penitencia y de la eucaristía

A ninguno de nosotros le pasa desapercibido que, en la actua­lidad, nuestra sociedad está caracterizada por una secularización y cultura laicista que pretenden alejar a los fieles cristianos de las fuentes de vida, como en tiempo pretérito lo consiguió el janse­nismo. De hecho, hoy es incontestable el descenso de fieles a la asistencia a la misa dominical, así como a la recepción de los sacramentos de la penitencia y eucaristía. En principio, lo que sobrepasa a la inteligencia humana, tan limitada para entender lo intrincado y recóndito de la ciencia, es rechazado o puesto en duda; cuanto más si se refiere al «mysterium fidei» o «sacramentum caritatis», cuyo calado no tiene fondo. Pero son precisamen­te la fe y el amor la clave para entender lo que trasciende todo conocimiento humano. El pueblo padece una crisis profunda de fe y amor. No faltan incluso quienes aseguran que en las comu­nidades religiosas se echa en falta un incremento vivencial de las virtudes teologales, que ayudaría a hacer más atractiva la comu­nidad misma a la que han sido llamados.

Por otra parte, «la relación penitencia-eucaristía se está hoy analizando más profundamente mediante el estudio de las fuen­tes y desde la perspectiva de la teología sacramental renovada. Se recoge el discurso de la eucaristía como la fuente sacramental por excelencia de la remisión de los pecados y el de la peni­tencia —sacramento de la conversión y reconciliación—, como la mejor preparación para la participación plena de la eucaristía, avanzando la sacramentalidad del acto penitencial que se en­cuentra en lo primeros ritos de la misa.

Por lo que atañe a la llamada «confesión de devoción», enten­dida como confesión frecuente de los pecados veniales y de los mortales ya confesados, puesta en crisis no sólo por razón de la misma crisis del sacramento, sino también por la recuperación de la dimensión comunitaria de las celebraciones penitenciales, se recuerda su legitimidad y utilidad como modo de encarnar y expresar el componente eclesial del esfuerzo de conversión, que es una dimensión esencial de la vida cristiana».

En efecto, Benedicto XVI ha dejado claro: «El amor a la eucaristía lleva a apreciar cada vez más el sacramento de la reconciliación. Debido a la relación entre estos sacramentos, una auténtica catequesis sobre el sentido de la eucaristía no puede separarse de la propuesta de un camino penitencial». Tal ense­ñanza está afianzada en la doctrina paulina: «Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma enton­ces el pan y beba el cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo» (1 Cor 11, 27-29).

Moralistas y espirituales están de acuerdo en que, al ser la eucaristía ‘fuente y culmen de la vida cristiana», todo ha de girar en torno a la persona de Cristo que se entregó hasta el extre­mo de morir en la cruz por nosotros. No es menos necesario colocar la eucaristía en el centro del misterio del perdón de Dios. Amor y perdón vividos conjuntamente en la eucaristía refuerzan la unidad del Cuerpo místico de Cristo, lo reconcilian, lo alimen­tan y lo robustecen en cada uno de sus miembros.

Nuevas perspectivas de la penitencia y eucaristía sacramentales

En lo referente al futuro, nadie es capaz de predecirlo, pero en nuestras manos está hacer lo posible por un mundo mejor en el que reine la paz, el perdón y el amor, vividos en la eucaristía como sacrificio y sacramento. No es tarea fácil, pero «nos apre­mia el amor de Cristo… que murió por todos. Y murió por todos para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Cor 5, 14-15). Medios imprescin­dibles para preparar un futuro más acorde con el evangelio son las auténticas homilías y catequesis a niños y adultos, según su edad y capacidad. La evangelización completa, con palabras y obras, prepara en la tierra el mejor de los mundos posibles.

San Vicente nunca tuvo la pretensión de considerarse impres­cindible en su tiempo, pero sí tenía conciencia clara y responsa­ble de haber sido llamado para remediar la ignorancia y la pobre­za del mundo que le rodeaba, mediante la evangelización. Pensaba que respecto a la salvación, es absolutamente gratuita por parte de Dios, pero espera del hombre respuesta y colabora­ción que secunden la misión del Espíritu en la Iglesia. De este hecho fundamental le surgió la exigencia de luchar contra la mentira y el mal y de conciliar la misericordia divina con su jus­ticia, la gracia con la libertad, el temor con el amor. Su relación con Dios y con el hombre a través de la oración llega a ser en él «fe y experiencia» vivas e irrenunciables, que le incitaban al tra­bajo incansable del apostolado, con palabras y obras. El manojo de enseñanzas que impartió sobre los sacramentos indicados es la resultante de una exhortación continua y llena de comprensión y celo ilustrado con la ciencia del amor de Dios.

Amigo de todos los hombres, incluidos los jansenistas corno Saint-Cyran, Vicente de Paúl era más amigo de la verdad descu­bierta por la fe y animada por el amor. Cual otro san Agustín, también él tendió la mano a los ignorantes o descarriados de la verdadera fe, para atraerlos a la Iglesia de Dios amor, que no cesa de llamarnos a la conversión y a comer su cuerpo, prenda de la gloria futura.

CEME

Antonino Orcajo

 

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