Quizás las pistas prácticas que nos sugiere con su forma de vivir la vocación a la que ha sido convocado, nos llevan a pensar qué significa para nosotros hoy, aquí, en la situación que vivimos como Familia Vicenciana. Permitidme, de todo lo expuesto, compartir con vosotros estas pistas de actuación Vicenciana en medio de nuestro mundo con las que, particularmente, sueño:
- Conocer y sanar. Cuidar la calidad de todo lo que hacemos manteniendo la comunión con la Iglesia y, de una forma específica, entre los diversos miembros de la llamada «Familia Vicenciana». Es decir, situar nuestro quehacer ordinario en las coordenadas de la puridad evangélica donde la caridad es el principio y fundamento que nos tiene que sostener. La experiencia nos dice que cuando queremos algo, cuando se le da una importancia seria, terminamos por conseguirlo. Siempre me he preguntado si queremos a la Familia Vicenciana, es más, si estamos dispuestos a crecer juntos en la vocación que hemos recibido con diversidad de funciones. A veces pienso que nos sobra pasión para defender las diferencias y nos falta para buscar la unidad. Pienso que la falta de vida de nuestra familia brota de la terrible enfermedad de la mediocridad que se enzarza en discusiones estériles, en malhumoradas celotipias o en raíces de defensa personalistas. Si es así convendría purificar muchos criterios, comportamientos, actuaciones y hacer que todos formemos una familia sanada, sana y sanadora.
El Sr. Vicente fue capaz de conseguir esta unión de su comunidad parroquial saliendo al encuentro, visitando casa por casa, conociendo a todos y cada uno de sus habitantes, comprobando cuáles eran sus actitudes a ponderar y sus enfermedades a curar… y así, conociéndose mutuamente, poder sanarse. ¿no será la hora propicia para dar pasos agigantados de unión familiar y comenzar, no a contar los unos con los otros o a convocarnos para determinados actos o situaciones, sino para programar juntos?
- Formar. La buena voluntad y la generosidad no son suficientes ni garantizan el buen hacer de la Iglesia en el mundo. Es necesaria una formación seria y una capacitación real para dar «testimonio de nuestra fe». Hacer de nuestra vida de Familia Vicenciana un cauce para la Buena Noticia de tal forma que sea capaz de hacer ver y sentir a nuestra sociedad que tenemos predilección por los pequeños y los pobres; que nadie queda fuera de nuestro amor afectivo y efectivo. Aquí nos jugamos la fidelidad a Jesucristo y a nuestra propia vocación; naturalmente también aquí nos jugamos la credibilidad ante el mundo tan necesaria para una formación cristiana seria. En unas condiciones sociológicas como las nuestras y en un mundo donde el proceso de secularización es tan creciente que llega a minar incluso lo más profundo de muchos cristianos de hoy en día, habrá que cuidar mucho más el primer anuncio «kerigmático», afianzando la fe de los ya bautizados con una presencia y acción Vicenciana en medio de nuestra sociedad y llegando a los nuevos espacios de increencia de nuestros días. La Familia Vicenciana tendría que buscar una formación profunda y seria de sus miembros de tal forma que les capacite para ser testimonio evangélico que tenga una fuerza altamente significativa y les lleve a crear entre sus miembros un clima interior que diga al mundo que es posible vivir desde los valores evangélicos siendo profundamente fieles a Jesucristo y razonablemente felices en medio de nuestro mundo. Un clima que se oponga a las corrientes indiferentistas e individualistas dominantes hoy en día. Una formación seria, cuidada y esmerada será el vehículo necesario para dejar de ser «francotiradores» y convertirnos en familia que es capaz de fortalecer y consolidar la comunión. Este camino de formación podríamos resumirlo en unos objetivos bien concretos:
Avivar la fe y la pertenencia a la Iglesia y a la «familia» en particular de todos sus miembros de tal forma que logremos experimentar el significado de ser comunidad y de ser miembros vivos, adultos y corresponsables de la misión que tenemos encomendada.
Despertar la conciencia crítica y, por tanto, creyente ante las situaciones injustas de nuestro mundo. De esta forma seremos capaces de promover una actitud arriesgada y provocativa que sirva de conciencia purificante en medio de nuestra sociedad. Hoy en día son múltiples las ocasiones en las cuales nos relacionamos con otros grupos, familias, etc. Estas relaciones deberían ser vehículo cualificado para ofrecer la Buena Nueva así como el equilibrio y el valor que da la vivencia de nuestra fe.
Ser fermento cualificado de Evangelio y de Iglesia en ambientes marginales y marginados; en sectores de profesiones liberales y en todos aquellos ambientes donde se decide el futuro. Tenemos la gran suerte de ser una familia bendecida con una pluralidad amplia y muy rica, con una gran facilidad «con-natural» para asumir el compromiso de la «inculturación» de la fe. Está en nuestras manos saber aprovechar esta riqueza.
- Crear cauces de verdadera acción evangelizadora-caritativa. No es suficiente con estimular la solidaridad individual de los hombres y mujeres de hoy en día, hemos de ser capaces de formarnos para promover la evangelización-caridad como un hecho comunitario que nace de la vida y del compromiso cristiano. Esto pide de la Familia Vicenciana que seamos capaces de organizarnos buscando nuestra inserción común dentro de una coordinación general de familia.
- Celebrar. El Sr. Vicente gozaba con las celebraciones bien preparadas y participadas. Alababa la participación del pueblo en los actos litúrgicos y ansiaba oírles cantar «como los ángeles» pero, a la vez, se da cuenta y se le presenta un gran reto: la necesidad de favorecer la vocación sacerdotal ministerial en el interior de la propia parroquia, reto que obtendrá una pronta respuesta buscando los medios para llevarlo a cabo. Con otro lenguaje, el de hoy, también se nos presenta un gran reto como Familia Vicenciana en este apartado. Es necesario que no tengamos miedo, en el seno de nuestros grupos y asociaciones, a promover la diversificación de ministerios y funciones de este cuerpo vicenciano. Esta familia necesita favorecer y lanzar a sus miembros a comprometerse con los ministerios laicales que cada cual reciba como vocación particular y, de la misma manera, debe convertirse en madre de vocaciones al ministerio ordenado como Misioneros Paúles y a la entrega total de la vida al servicio de los pobres como Hijas de la Caridad. Si fuésemos capaces de hacerlo así, la Familia Vicenciana, caminaría en medio de nuestro mundo siendo signo de esperanza para el mundo y fuerza de vanguardia de la misma Iglesia.
Esto nos invita a revisar cómo se cuida esta dimensión en nuestros grupos, catequesis, homilías, materiales juveniles y vocacionales; revisar cuál es nuestra sensibilidad ante este problema actual. Asimismo hemos de revisar cuál es el modelo de educación familiar que estamos transmitiendo porque las familias pueden convertirse en un refugio protector e insensible ante los problemas ajenos volcada en su propio bienestar o puede ser una escuela verdadera de caridad donde sus miembros aprenden a compartir y a entender su vida de manera abierta y solidaria.
Pero, a la vez, decíamos más arriba que en Vicente de Paúl no había nada que desdijese de su ser sacerdotal tendríamos que cuestionarnos los Misioneros Paúles y las Hijas de la Caridad si esto es así en nuestro estilo de vida, de trabajo y de presencia actual.
Hoy, más que nunca, se ha de escuchar, sin miedo de ninguna clase, la llamada al servicio de la evangelización en medio de nuestras Comunidades, en nuestros grupos, en nuestros campamentos de verano o campos de trabajo, en medio de nuestras aulas, hospitales, familias… No podemos ni debemos eximirnos, como Familia Vicenciana, de promover vocaciones de especial consagración y, en nuestro caso, como Hijas de la Caridad y Misioneros Paúles.
Nuestra máquina del tiempo ha hecho un largo recorrido. Ojalá que, ya en pleno siglo XXI, sepamos estar disponibles al estilo del Sr. Vicente para ser fermento en medio de la masa de nuestra sociedad recuperando la ilusión del «ser» y, desde ahí, discernir serenamente sobre el «hacer» de nuestra familia Vicenciana.
Jose Manuel Villar.
CEME, 2008