SAN VICENTE DE PAÚL EN CLICHY (II)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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La labor pastoral de Vicente de Paúl comienza por una acción que busca los medios eficaces para hacer llegar a los fieles a él confiados la doctrina evangélica adecuada de tal forma que garantice la adhesión a una fe enraizada y, por tanto, firme. ¿Dónde se centra su atención y su labor?

En primer lugar: conocer aquellos rostros concretos que formaban el rebaño a él confiado. Cuál era su forma de vida; sus preocupaciones, problemas, enfermedades… En los relatos de esta época, sus biógrafos nos dicen: «… para cumplir lo que el Espíritu Santo ordena a aquellos que encarga del pastoreo de las almas, se aplicó a conocer sus ovejas y todos los géneros de enfermedades de las que podían ser atacadas» (Collet I, 36-37)

Dos palabras-programáticas me llaman poderosamente la atención:

  1. Conocer. La pasión por la tarea que se la había confiado, lleva a Vicente a creerse alma y fermento de aquella Parroquia. Como «alma» necesita ser conocido y reconocido como «el pas­tor». Como fermento precisa encarnarse en la realidad circundan­te; en cada uno de sus aspectos: personales, sociales, económi­cos, culturales… siendo capaz de insertarse en esa realidad, reconociendo el lenguaje empleado así como los sinsabores, ale­grías, esperanzas de aquellos que no son ya unos desconocidos sino que se convierten en hijos queridos. También en este aspec­to resulta muy curioso que hemos tenido que esperar hasta 1989 para encontrar plasmadas afirmaciones como esta: «… a la hora de hacer cualquier planteamiento pastoral, se ha de atender más al medio en el que la gente vive y desarrolla su actividad diaria (fábrica, mundo rural, ambientes juveniles, barrio, situación de jubilación o paro, separación matrimonial…)». Y resulta curio­so porque, precisamente fue así, como comenzó nuestro santo la vivencia apasionada de su sacerdocio unos cuantos siglos atrás.
  2. Géneros de enfermedades que va íntimamente unido al concepto de «sanación». Y esto porque en la medida en que nos ocupemos de la dimensión sanante del Evangelio nos encontra­remos con la experiencia liberadora del hombre desde la cual anunciar la salvación total de Dios. El mismo B. Háring, y esta­mos hablando de finales del siglo xx, se queja del olvido que ha experimentado la teología en este campo. Sus palabras son las que siguen «… la teología ha dejado bastante de lado el tema de la sanación. Lo ha descuidado en la cristología-soteriología, en la eclesiología y, sobre todo, en la proclamación de la salvación». Naturalmente Vicente de Paúl se sentiría un verdadero extraño con este lenguaje pero no con aquel otro que posible­mente tendría detrás de sí como mandato del mismo Señor que se refleja en el evangelio según san Lucas «… cuando entréis en una ciudad, sanad a los enfermos que haya en ella y decid: ya está cerca de vosotros el Reino de Dios» (10, 8-9). Aquí se encuentra el principio fundamental cristiano-evangelizador que la pasión sacerdotal de Vicente de Paúl le lleva a poner por obra: entrar en la vida, en el mundo real que nos rodea, sanar lo que hay de enfermo y, desde esa acción sanadora, proclamar que el Reino de Dios está cerca y cuenta con todos. Esto significa un encuentro personal con todos y cada uno de los hombres y muje­res que tenemos encomendados como tarea y misión. Así lo entendió san Vicente al interesarse por su realidad y la situación real en la que vivían los fieles a él encomendados; y así lo com­prendieron sus feligreses al dejarle entrar en sus casas y en sus vidas.

En segundo lugar: la formación cristiana. Naturalmente no podemos forzar la máquina del tiempo y, por tanto, no es líci­to buscar en la actividad de san Vicente un lenguaje y unos medios como podemos pretender hoy, en pleno siglo XXI. Pero, a su forma, la vivencia apasionada de su vocación sacerdotal le llevó a buscar la formación de los suyos. Y esto en dos ámbitos bien definidos:

  1. Por una parte la formación de aquellas buenas gentes a él confiadas. Ansiaba que conociesen las verdades de la fe y que fuesen capaces de vivirlas y transmitirlas de manera convincen­te a los demás. Quizás aquí se encuentra el principio de su refle­xión que, andando el tiempo, comunicará a sus misioneros para justificar la dedicación a la formación de las gentes sencillas del pueblo. Seguro que recordarán aquella magnífica conferencia en la cual les dice entre otras cosas: Otro motivo que tenemos para dedicarnos a ello por completo, es la necesidad. Ya sabéis muy bien cuánta es, conocéis la ignorancia del pobre pueblo, una ignorancia casi increíble, y ya sabéis que no hay salvación para las personas que ignoran las verdades cristianas necesarias, pues según el parecer de san Agustín, de santo Tomás y de otros autores, una persona que no sabe lo que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, ni la Encarnación ni los demás misterios, no puede salvarse. Efectivamente, ¿cómo puede creer, esperar y amar un alma que no conoce a Dios ni sabe lo que Dios ha hecho por su amor? ¿Y cómo podrá salvarse sin fe, sin esperan­za y sin amor? Pues bien, Dios, viendo esta necesidad y las cala­midades que, por culpa de los tiempos, ocurren por negligencia de los pastores y por el nacimiento de las herejías, que han cau­sado un grave daño a la Iglesia, ha querido, por su gran miseri­cordia, poner remedio a esto por medio de los misioneros, enviándolos para poner a esas pobres gentes en disposición de salvarse.

Estas palabras a los suyos, ya en su ancianidad, pueden evo­car a la perfección lo vivido en aquellos años de su ministerio en Clichy cuando se esfuerza por enseñar, con todos los medios que tiene a su alcance, a aquellas pobres gentes en lo humano pero

necesitadas de un «pastor» que sin miedo las oriente y apacien­te. De esta forma, por medio de sus biógrafos, somos capaces de descubrir que el Sr. Vicente no ahorra en medios para hacer lle­gar a su pueblo la sana doctrina que les hará comprender lo que implica la vivencia cristiana. Ellos mismos nos citan los medios ordinarios de los que se servía en su parroquia de Clichy. Dejé­monos llevar, en esta ocasión, por Collet: «… las pláticas, los catecismos, la asiduidad al tribunal de la penitencia eran su empleo ordinario» además de una presencia y un «buen hacer» que le servían de identificación «… el medio más propio y eficaz del que se sirvió para hacer fructificar sus discursos, fue el buen ejemplo… su vida era una predicación continua, sus hábitos eran comunes y no se veía nada en él que no dijese que ejercía el sacerdocio… el ejemplo de su vida y de sus virtudes era una predicación continua”.

Todo ello nos lleva a pensar que Vicente de Paúl se dio cuen­ta que la buena voluntad y la generosidad de corazón de los fie­les no era suficiente. Era necesario el ejemplo personal y la for­mación, la capacitación (hoy diríamos «integral») de los fieles a él encomendados. De ahí el cuidado exquisito que demostró en esta faceta de su vida sacerdotal. Se sirvió de los medios propios de la época: uno de los cuales era establecer una Cofradía, en este momento la del Rosario. Esto le proporcionaba la ocasión propicia para orar y alabar a la Virgen Santísima pero, a la vez, se convertía en la excusa perfecta para instruir a sus feligreses en la sana doctrina. Esta Cofradía, andando el tiempo, a la sazón el 22 de septiembre de 1623 la establecerá con las bendiciones del Arzobispo de París, como Cofradía de la Caridad.

Otro de los medios empleados por los celosos pastores de la época era invitar a predicadores insignes a las parroquias para que instruyesen a los parroquianos. Vicente, llevado por el celo apostólico, invita a su parroquia a un «doctor de la Facultad de París» para que formase en la doctrina a las buenas gentes. El posterior testimonio de este religioso nos ayuda a comprender la situación real de la formación del pueblo que Vicente de Paúl tenía encomendado. Veamos:

«Me alegro mucho —dice— porque en los comienzos de ese bendito Instituto de la Misión yo confesaba a menudo en el pequeño Clichy al que ha hecho nacer por orden del cielo esa .fuentecilla, que comienza tan felizmente a regar la Iglesia, y que visiblemente se va haciendo un gran río, mil veces más precioso que el Nilo en el Egipto espiritual. Yo me limitaba, cuando Vicente ponía los cimientos de una obra tan grande, tan santa y saludable, a predicar en ese buen pueblo de Clichy, de donde él era párroco. Y confieso que me encontré con esa buena gente que vivía, toda ella, como los ángeles y, que, a decir verdad, yo venía a añadir luz al sol».

La respuesta recibida a todo este ejercicio a favor de los fie­les, a razón del propio testimonio de nuestro santo, tuvo que ser muy positiva y provechosa. Seguro que recordarán aquellas palabras que él mismo dirigirá a las Hijas de la Caridad el 27 de julio de 1643 recordando estos tiempos: «Tenía un pueblo tan bueno y tan obediente para hacer todo lo que le mandaba que, cuando les dije que vinieran a confesarse los primeros domingos de mes, no dejaron de hacerlo. Venían y se confesaban, y cada (lía iba viendo los progresos que realizaban sus almas. Esto me daba tanto consuelo y me sentía tan contento, que me decía a mí mismo: «¡Dios mío! ¡Qué feliz soy por poder tener este pue­blo!». Y añadía: «Creo que el papa no es tan feliz como un párroco en medio de un pueblo que tiene un corazón tan bueno». Y un día el señor cardenal de Retz me preguntó: » ¿Qué tal,

Padre? ¿cómo está usted?». Le dije: «Monseñor, estoy tan contento que no soy capaz de explicarlo». «¿Por qué?». «Es que tengo un pueblo tan bueno, tan obediente a cuanto le digo, que me parece que ni el santo padre ni su eminencia son tan felices como yo». Sí, hermanas mías, esto da un consuelo admirable, al ver cómo un rebaño camina con obediencia».

Pero la pasión sacerdotal, que ya le dominaba por completo, le hizo comprender la necesidad de instruir también a los que podrían ser futuros pastores y es, desde aquí, donde se inicia este segundo punto que resultará esencial para la vocación y puesta en marcha de la obra del Sr. Vicente.

  1. Y esta es la segunda parte de la historia emprendida por nuestro santo siendo cura de Clichy: la formación de unos cuantos jóvenes que fuesen, con dignidad, instruyéndose en el camino de la entrega de sus vidas estudiando las ciencias sagra­das y creciendo en virtud sacerdotal. Y… ¡sí! necesito volver a rogarles, aunque tengan la tentación por lo inusual de la acción en tal época, que no muevan el marcador de nuestra peculiar máquina del tiempo. Vicente de Paúl se da cuenta de la necesi­dad urgente de formar a los jóvenes para que pudiesen desempe­ñar las labores eclesiales con dignidad. Todos sus biógrafos no dudan en afirmarlo y así nos lo transmiten. Podríamos citar Abelly, Collet pero vamos dejarnos llevar, en este caso, por la excelente mano del P. José Ma Román. Nos lo relata así: «…reu­nió en torno suyo a un pequeño grupo juvenil compuesto por diez o doce muchachos aspirantes al sacerdocio. Uno de ellos se llamaba Antonio Portail y tenía entonces veinte años. Es el pri­mer discípulo de Vicente cuyo nombre conocemos» (p. 108). Lo que hoy en día nos parece «normal» y, en los tiempos que corremos, hasta «urgente» ya la pasión sacerdotal de este gran hombre puso por obra en medio de su comunidad parroquial. Así, una vez más, se adelantaría a su tiempo comprendiendo que ser y vivir en comunidad cristiana produce unos frutos que pasan por un discernimiento serio que ayuda al descubrimiento de la Iglesia como ministerial. Desde aquí se buscará, sin duda alguna, el discernimiento de la voluntad divina sobre el propio estado y brotarán las vocaciones al ministerio ordenado o al ser­vicio específico del prójimo.

Tuvo que tener mucho empeño y ver muy clara la necesidad de este, permítanme la expresión, primer seminario parroquial de Clichy porque dedica su propia casa a la acogida de estos jóvenes; su tiempo para la formación; y sus bienes para pagar la pensión de varios de ellos que no disponían de medios sufi­cientes. Y por si fuese poco, no sólo su vicario cuando el Sr. Vicente se ausente sino su propio sucesor en la Parroquia, seguirá con esta obra posiblemente persuadido y ayudado por nuestro santo.

En definitiva, Vicente de Paúl se encuentra profundamente preocupado por la formación y el buen hacer de sus fieles y esto hasta el punto que, ya en sus años de madurez y muy próximo a su muerte no puede menos que alabar a aquellas pobres gentes que, cuando se les enseña, no dudan en aprender y obrar según lo recibido; y a los clérigos les llama a intensificar su educación en todos los órdenes para favorecer la dignidad litúrgica. De todos es conocido pero no me resisto a leeros un fragmento de su conferencia a los Misioneros del 26 de septiembre de 1659, un año antes de su muerte, donde se pone de manifiesto que nuestro Vicente había crecido mucho en su deseo por un «buen hacer sacerdotal» en todo momento y por un ansia de enseñar a cele­brar con dignidad cada una de las acciones litúrgicas. Parece que sus propios fieles le hicieron comprender la urgencia y necesidad de emplearse a fondo para la celebración de los actos litúrgicos realizándolos con gusto y dignidad. Escuchémosle:

¿Sabéis, hermanos míos, que la mayor parte de los eclesiás­ticos, y nosotros somos de esos, al no haber puesto interés en cantar las alabanzas de Dios, ya no saben cantar, mientras que otros han conservado esta gracia por haber seguido las ense­ñanzas de sus padres? Es lo que se ve en las aldeas donde ha habido interés en tener buenos maestros de escuela: casi todos los niños saben el canto; y esto ha pasado de padres a hijos. Los seglares y los campesinos han conservado esta gracia de que Dios pusiera orden en su oficio, queriendo que se cantase devo­tamente. Diré para confusión mía que, cuando yo me vi en mi parroquia, no sabía lo que hacer; oía a aquellos campesinos entonar los salmos sin fallar en una sola nota. Y entonces me decía: «Tú, que eres su padre espiritual, ignoras todo esto»; y me llenaba de aflicción. ¡Qué confusión, hermanos míos, para los eclesiásticos, que Dios haya permitido que el pobre pueblo haya conservado el canto, Dios, que se llene de alegría y de gozo, por así decirlo, oyendo cómo cantan sus alabanzas!

La misma preocupación le llevará a emprender una desbor­dante labor misionera. Con toda probabilidad su experiencia en Clichy le lleva a no conformarse con la mera tarea de preceptor que le propone la familia Gondi y se lanza a predicar en las parro­quias de la demarcación de dicha familia practicando la Confe­sión General y consiguiendo el permiso para absolver los casos reservados. Todo ello le lleva tiempo y esfuerzo pero no abando­nará su parroquia de Clicly aunque sí otros beneficios a los que se había ido acogiendo. Desde 1618 comenzará un vertiginoso recorrido con las misiones y dejando fundada en cada una de las parroquias misionadas la Cofradía de la Caridad que, como diji­mos más arriba, llevará también a su parroquia de Clichy.

Su labor en Clichy como párroco va a culminar con una visita pastoral del Obispo Mons. Juan Francisco de Gondi, arzobispo de París. De ella concluimos dos aspectos importantes que van a confirmar toda la labor y la pasión sacerdotal-evangelizadora del Sr. Vicente.

En primer lugar la preparación que el propio Vicente le hace al pueblo para instarle a recibir esta visita fechada entre septiembre y octubre de 1624. Para ello recurre a la predicación con tres puntos clave: la importancia de la visi­ta; lo que se hace en la misma; y los medios para hacer que cada uno se aproveche de tal especial circunstancia.

En segundo lugar la constancia que deja el Arzobispo de la visita donde encuentra todo en orden, bien dispuesto; el oficio divino celebrado según las normas; comulgan alrededor de 300 y no hay ninguna queja contra el párroco ni contra los sacerdotes; ni del párroco contra el pueblo.

Y ahora sí… os pido que aceleréis nuestra peculiar máqui­na del tiempo y, sin perder de vista todo lo dicho hasta ahora, nos preguntemos qué podemos hacer nosotros que nos hemos aso­mado a contemplar la pasión sacerdotal-evangelizadora del Sr. Vicente de Paúl.

Jose Manuel Villar.

CEME, 2008

 

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