SAN VICENTE APÓSTOL DE LA MISERICORDIA DIVINA (V)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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  1. EL SERVICIO ESPIRITUAL

Asistir a los pobres, a los enfermos, a los moribundos, es también pensar en su salvación eterna. Hay que presentarlos a nuestro Padre del cielo como él escribió el 20 de noviembre de 1644 al Superior de Montmirail, Guillaume Delville: «¡Bendito sea Dios de que la nobleza acuda a usted en su enfermedad! Se trata de una buena obra y del medio más eficaz para cooperar a su salvación. Si curan, les habrá hecho tomar la resolución de servir mejor a Dios y de vivir más dignamente: si mueren. los habrá puesto en manos de la misericordia de nuestro Señor. Lo mismo deseo que se haga con los pobres, en la medida que sea posible. «Retengamos esta bella expresión, «ponerlos en las manos de la misericordia de Nuestro Señor».

El objetivo original del señor Vicente fue de instruir a la vez a los fieles y al clero. sobre todo en los campos abandonados entonces por el clero, que prefería encontrar puestos en la ciudad. También pretendía proseguir una oración ardiente por la salvación de la gente, para todos, la conversión de los pecadores. el regreso de los herejes a la Iglesia.

Frente a los pecadores y a los grandes pecadores, encontramos una especie de parábola cuando él escribe a Pierre Cabel, Superior de Sedan, el 28 de diciembre de 1658, para mostrarle que es conve­niente pedir a los jueces indulgencia por un criminal. Es el mismo acto de intercesión para los culpables y un acto de misericordia. Basta con trasponerlo para los pecadores que nosotros todos somos, especie de criminales en la orden espiritual: pedir a Dios la indul­gencia por los pecadores: «Es propio de sacerdotes procurar y tener misericordia de los criminales; por eso, no debe usted negar nunca su asistencia a los que piden su intervención, sobre todo cuando en su crimen ha habido más desgracia que malicia. Hay una carta de san Agustín sobre esta materia (no me acuerdo cuál es), en la que demuestra que no es fomentar el vicio, ni autorizarlo el procurar librar a los pecadores y a los encarcelados por el camino de la inter­cesión y de la indulgencia, y que pertenece a la caridad y al decoro de los eclesiásticos interceder por ellos. Por tanto, puede usted hacerlo cuando vea que el caso lo merece, y podrá usted prevenir el espíritu de los jueces diciéndoles que no es su intención proteger el  crimen, sino ejercer misericordia, pidiéndola para los culpables y exigiéndola para los inocentes, según la obligación de su estado.

La oración por los pecadores es por todos, inclusive por los suicidas, como escribe a Edmundo Jolly, Superior en Roma, a lo que responde el 4 de abril de 1659: «¡Que Dios tenga piedad de esas personas muertas de las que usted me habla, especialmente de ese miserable que se quitó la vida, si es que tuvo tiempo de arrepentirse».

En cuanto a las relaciones con los herejes, discípulos de Juan Calvino, aclara así a Juan Martín, Superior en Turín, el 23 de mayo de 1659, recordándole que de una parte, debemos esperar las oca­siones, y por otra parte esperar la salida sabiendo que no depende de nosotros: «La conversión de los herejes, lo mismo que la de los pecadores, es obra de la pura misericordia de Dios y de su omnipo­tencia, que llega antes cuando no se piensa en ella que cuando se la busca. Sin embargo, no hay que dejar de trabajar en ello siempre que se presente la ocasión, porque así lo quiere Dios y porque resul­ta una de las dos cosas: o que esas almas extraviadas se aprovechan de la buena semilla que se ha sembrado en sus corazones, o que Dios se sirve de ello para justificar en el juicio el decreto de muerte que pronunciará contra ellas, diciéndoles: ¿Qué es lo que he podido hacer que no haya hecho para llevaron por el camino recto?».

En este mismo sentido escribía a Pierre Beaumont, Superior en Richelieu, el 7 de marzo de 1660: «Doy gracias a Dios de que hayan ustedes vuelto ya de Vertuíl, todos con buena salud, y por los favores que le ha concedido en aquella misión, y por medio de ustedes a sus habitantes. ¡Haga Dios con su gran misericordia que la santa semilla que han sembrado en los corazones de la buena y de la falsa religión produzca frutos centuplicados para el tiempo y para la eternidad».

El señor Vicente pide frecuentemente la oración no sola­mente por la conversión de los pecadores sino por la santifica­ción de todos. como escribía a Esteban Blatiron. Superior en Génes, el 25 de septiembre de 1648: «Me siento muy consolado por el orden que el señor cardenal ha decidido poner en su seminario, mandándoles hacer ejercicios espirituales. Ruego a Nuestro Señor que los santifique con su gran misericordia».

Él sabe. por otro lado. que la oración no actúa por ella misma, pues no es más que una llamada a la misericordia de Dios, no somos nosotros quienes actuamos sino… pero él espera del mismo modo nuestra oración. Así le recuerda al Superior de la Casa de Génova, Esteban Blatirón, el 14 de febrero de 1648: «Las gracias que Dios derrama sobre sus trabajos son obra de su pura misericordia y no de nuestras pobres oraciones; somos unos pobres hombres, más capaces de apartar sus bendiciones que de atraerlas. Doy gracias a su divina bondad por el celo y la fidelidad que le da a su corazón y a los que están con usted».

De todas maneras, ya lo hemos dicho, Dios es misericordia por toda la eternidad, es necesario seguir a Jesús hasta el final. Él nos ha pedido, él que ha salvado la humanidad, cargando con los pecados del mundo sobre la cruz: ofrecernos a nosotros mismos, con las cruces que la vida nos da. Es hasta allá que debemos seguirle, como él lo ha dicho: «si alguien quiere seguirme (en griego es más fuerte —»acompañarme»), que tome su cruz y que me siga».

Bernard Koch, C.M.

CEME 2015

 

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