Promotores de las Asociaciones Laicales Vicencianas

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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Author: Flores-Orcajo · Year of first publication: 1983 · Source: CEME.
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asd«Después de esto fue cami­nando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea procla­mando la buena noticia del Reino de Dios; le acompaña­ban los Doce y algunas mu­jeres que él había curado de malos espíritus y enfermeda­des: María Magdalena, de la que había echado siete demonios, Juana, la mujer de Cusa, intendente de Herodes, Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes». (Le 8,2-3).

1.- Los misioneros tendrán especial cuidado de las asociaciones de laicos fundadas por San Vicente o que dimanan de su espíritu, pues como tales tienen derecho a que les asistamos y fomentemos. 2.- Si bien los misioneros deben estar preparados para prestar dichos servicios, sin embargo, que haya algunos más versados en este cometido. 3.- Procúrese que esta animación tenga una dimensión espiritual, eclesial, social y cívica. (E.7)

A San Vicente le gustaba citar el texto de San Lu­cas arriba indicado cuando hablaba del apostolado de la mujer; unas veces se refería a las Señoras de las Caridades (X 957) y otras a las Hijas de la Caridad (XI 392). San Vicente dio un nuevo impulso al apos­tolado de los seglares en el ámbito de la caridad. Sus primeras obras fueron las Cofradías de la Caridad de mujeres, de hombres y mixtas. Otras Asociaciones, como la Sociedad de San Vicente de Paúl, animada por Ozanam, han aparecido en la Iglesia inspirándose sus fun­dadores en el espíritu de San Vicente de Paúl. El Esta­tuto 7 establece que los misioneros deben seguir ani­mando los grupos vicencianos que existan o que puedan existir en la Iglesia.

1.«Somos las mujeres laicas de la familia vicenciana».

Así se describen a sí mismas las mujeres que cons­tituyen la Asociación internacional de la Caridad (AIC): «Estamos en la Iglesia porque estamos bautizadas. So­mos miembros de las Caridades porque el Señor nos ha llamado, como mujeres laicas, al ejercicio de la ca­ridad». Las Caridades son para San Vicente un verda­dero don de Dios a la Iglesia, y el pertenecer a ellas una verdadera vocación:

«La vocación es la elección que hace Dios de unas cuantas almas para utilizarlas en alguna obra buena, en­viándoles luego las luces para el entendimiento, por me­dio de las cuales les hace comprender sus designios, y mueve su voluntad para abrazar esta buena obra. Si algunas personas dan su consentimiento, Dios destina esas almas a la gloria, las justifica y las glorifica cuando parten de esta vida. Pues bien, todo esto es lo que ha ocurrido con Vds., porque Dios es el que les ha inspi­rado para que abracen esta buena obra (la Compañía de la Caridad) y les ha tocado el corazón para que la quieran tanto, como lo han hecho. Ha hecho con Vds. como hizo con la Santísima Virgen, a la que dio a co­nocer por medio del Angel sus designios, y ella respon­dió diciendo: Fiat mihi secundum verbum tuum (Lc 1,38) e inmediatamente después el Espíritu Santo bajó sobre ella y formó el cuerpo de nuestro Señor y creó un alma infundiéndola en aquel cuerpo bendito, santi­ficando y divinizando en cierto modo a la Santísima Virgen y como perseveró en medio de las dificultades… fue glorificada por encima de los Angeles». (X 937).

2. «Se entregan a Dios para vivir como verdaderas cristianas».

La llamada de Dios pide una respuesta que para San Vicente es una verdadera consagración. Mediante ella, los miembros de las Caridades se comprometen a vivir las exigencias del bautismo: Honrar a Cristo y obtener la gracia de vivir como verdaderas cristianas (X 574). Lo que dice en los reglamentos lo expone más amplia­mente en una de sus conferencias:

«Las Señoras (de la Caridad) se entregan a Dios para vivir como verdaderas cristianas, en la observancia (le los mandamientos de Dios y cumpliendo con las re-las de la justicia: las casadas, obedeciendo a sus mari­dos; las viudas, viviendo como viudas; las madres cui­dando de sus hijos; las amas, de sus criados y criadas; y que finalmente añaden a estos deberes lo que el bien­aventurado Obispo de Ginebra les aconseja, a saber, que entren en las compañías o cofradías que hacen pro­fesión especial de virtud y que, además de recomendar algún ejercicio exterior de piedad o de misericordia, lleven también a la mortificación de las pasiones y al amor de Dios; esas señoras caminarán por el buen ca­mino que conduce a la vida. Entrad, pues, en esta com­pañía o cofradía las que todavía no os hayáis alistado en ella, puesto que lo más importante es no tener cora­zón más que para Dios, ni más voluntad que para amar­le, ni más tiempo que para servirle. Si una se complace en su marido, es por Dios; si se preocupa de sus hijos, es por Dios; si se dedica a sus quehaceres, es por Dios. Así es como se pasa por la tuerta estrecha de la salva­ción y se llega al cielo» (X 956-957)

3. «Tenemos que asistir a los pobres y hacer que les asistan».

Vicente mandó fundar, al término de cada misión, la Cofradía de la Caridad, si los Obispos y Párro­cos estaban de acuerdo. El hecho suponía un deseo más profundo: que la Congregación de la Misión promueva v fomente los movimientos, grupos, asociaciones y co­fradías que tienen como fin el servicio a los pobres. Es claro lo que dice a los misioneros en la conferencia del 6 de diciembre de 1658:

«Si hay algunos entre nosotros que crean que están en la Misión para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, para remediar sus necesidades espirituales y no las temporales, les diré que tenemos que asistirles y hacer que les asistan de todas maneras, nosotros y los demás…». (XI 393).

  • ¿Aprecio las Asociaciones de Caridad o soy de los que me sumo al coro de sus críticos sin hacer nada positivo por ellas?
  • Si por razón de mi ministerio he tenido que es­tar en contacto con estas Asociaciones vicencianas ¿qué he hecho por darle nuevo vigor?
  • ¿Considero el trabajo pastoral en favor de estas Asociaciones como prolongación de mi principal deber de evangelizar a los pobres?

Oración:

Oh glorioso S. Vicente, Patrono de todas las obras de caridad, Padre de todos los pobres, que a ninguno de cuan­tos a ti acudían nunca negaste tu ayuda. Mira cuántos y cuáles males padecemos y socórrenos con tu perpetua pro­tección. Que por tu intercesión otorgue Dios su auxilio a los pobres, alivio a los enfermos, a los afligidos consuelo. Haz que por ti los ricos tengan espíritu de caridad, los pecadores se conviertan del mal camino, los sacerdotes ar­dan en celo apostólico, la Iglesia obtenga la paz, los pueblos la tranquilidad y todos la salvación. Así, Padre, según tu piedad y poder, sé generoso bienhechor nuestro, para que conducidos y fortalecidos por tu mano a través de las difi­cultades de esta vida, nos reunamos contigo en el cielo, donde no habrá llanto, ni queja, ni dolor alguno, sino gozo y alegría y felicidad para siempre. Amén».

 

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