El Sr. Philippe-Joseph Leroy nació en Cambrai, parroquia de Santa Cruz, el 3 de abril de 1703, y fue recibido en la Congregación de la Misión, en París, el 19 de julio de 1741, haciendo los votos en el seminario mayor de Poitiers, en presencia del Sr. Maur-Joseph- Valentin Didier, el 10 de julio de 1743.
Al publicar una biografía manuscrita del Sr. I.-B. De Villers, sacerdote presidente del seminario de los obispos en Douai (in-12, Lille, 1788), el editor literario, el dominico Richard, declara que este manuscrito ha sido compuesto por el Sr. Leroy, cuya vida registra en esta ocasión en algunas páginas. Son esas páginas las que reproducimos:
» El Sr. Leroy era nativo de Cambrai. Hizo con éxito sus cursos de filosofía y de teología en la Universidad de Douai, donde se licenció. Después de algunos años de sacerdocio, su mérito le hizo ser nombrado prefecto o vicepresidente del seminario de Hennin, el más numeroso, el más brillante de todos los seminarios de Douai. Como había recibido del cielo un talento muy particular para formar y dirigir a los jóvenes eclesiásticos, le empleó por entero en este importante objetivo, y por su celo infatigable, para hacerles observar la disciplina más exacta, y por sus frecuentes exhortaciones llenas de fuerza y de unción, pero sobre todo por el ejemplo edificante de su regularidad y de sus raras virtudes. Prestaba una atención muy particular a formar a los seminaristas en las funciones y las rúbricas de sus órdenes respectivas. Les hablaba también muy a menudo de la necesidad de tener a un sabio director, y no dejaba todas las veces que les hablaba de esta obligación importante de nombrarles a algunos santos y hábiles sacerdotes de la ciudad, bajo la dirección de los cuales les aconsejaba colocarse. Varios seminaristas extranjeros, sin hablar de algunos profesores y doctores en teología, le habían elegido a él mismo como su director, lo que, unido a los ejercicios de su propio seminario, le tenía con frecuencia ocupado de la mañana a la noche.
«Fue en medio de una vida tan laboriosa, tan austera, tan ejemplar y toda consagrada a la salvación de las almas, cuando él desapareció de repente para entrar en la Congregación de la Misión fundada por san Vicente de Paúl, por el que tenía una devoción singular, y cuyas virtudes imitaba, y sobre todo su infatigable actividad para el bien tanto de las almas como de los cuerpos, que le hacen reverenciar con tanta razón como instrumento extraordinario totalmente admirable, que Dios ha querido emplearle estos últimos tiempos, para hacer brillar de una manera sorprendente las riquezas de su misericordia, de su gracia, de su bondad, de su amor y de su caridad para con los hombres. Lo que ha hecho decir a uno de sus panegiristas ‘que hizo más bien en un día que todos los filósofos puedan hacer jamás’. Apenas pronunció los votos el Sr. Leroy que se acostumbra a hacer en esta Congregación célebre cuando fue empleado en enseñar la teología en diferentes seminarios de Francia confiados a la Congregación. Luego fue superior del seminario de los Bons-Enfants, en París, donde dio conferencias a un gran número de eclesiásticos de todo rango que acudían a escucharle. Su celo y sus talentos le hicieron escoger para enviarle a África, en calidad de vicario apostólico, con el fin de establecer la Misión que los Lazaristas tienen allí bajo la protección del rey muy cristiano, en favor de los esclavos cristianos que son muy numerosos. Desde allí el compasivo y celoso misionero escribió varias cartas a Francia, en las que deploraba de la manera más sentida y más lamentable la triste suerte en cuanto al alma y en cuanto al cuerpo de estos esclavos infortunados. Una vez restablecida esta útil Misión, sus superiores le llamaron a Francia para hacerle presidente del seminario arzobispal de Cambrai, su patria. Lo que había hecho en todos los demás puestos que había ocupado con tantos frutos por el bien de la Iglesia, lo hizo en este último, en el que trabajó infatigablemente en proporcionarle dignos ministros hasta su feliz muerte, que no le golpeó hasta después de sufrir, no solo con resignación, sino con agradecimiento, dúrate nueve meses, dolores agudos, en lo más doloroso de los cuales no se le oía salir de su bendita boca más que estas edificantes palabras de acción de gracias : Deo gratias «Que Dios sea bendito «. Tal es el autor de esta nueva Vida del Sr. de Villeras, de quien fue a la vez el hijo según el espíritu y el tierno, el íntimo amigo».
Los seminarios, a la cabeza de los cuales fue colocado el Sr. Leroy, como ya se ha dicho, fueron el de Manos que, a la sazón seminario de la diócesis de Sestaron (Bases Alpes), en 1756, y después el de Mans, (en 1762). Fue en abril de 1765 cuando el Sr. Leroy fue nombrado vicario apostólico de Túnez y de Argel: allí trabajó con entera dedicación. La acción era muy extensa. Los Sacerdotes de la Misión encargados del vicariato, estaban por otra parte poderosamente ayudados por religiosos esclavos que la Providencia les enviaba de vez en cuando; sin esto no habrían podido dar abasto en los trabajos de su santo ministerio que cada año era más intenso por el aumento del número de los desgraciados [608] que caían en servidumbre. En el curso del año 1768, el Sr. Leroy hizo la visita de Túnez y demás regiones dependientes de su vicariato, para administrar el sacramento de la confirmación. Los resultados de esta visita y de la que hizo el año siguiente a La Calle fueron de lo más consoladores: por todas partes el vicario apostólico fue acogido con el mayor alborozo y la alegría más viva; sus exhortaciones contribuyeron poderosamente a reanimar la fe en los corazones y a inspirar la paciencia y la resignación a los desafortunados.
El 1º de enero de 1711, el Sr. Jacquier, Superior general, rendía este hermoso testimonio al digno Misionero: » La Misión de Argel es tan ferviente y celosa como no lo fue nunca. Los Srs. Leroy y de Lapie están sin cesar ocupados en aliviar a los esclavos. Esta cantidad de miserables se incrementa todos los días, parecían inconsolables a la llegada de los barcos daneses destinados a bombardear la ciudad. Entonces todos los francos, es decir los cónsules, los mercaderes con sus familias, los Trinitarios del hospital se retiraron a las casas de campo para ponerse a salvo del peligro. A esta noticia que se difundió por las cárceles, los esclavos estaban desolados. ¿Qué será de nosotros? exclamaban. Abandonados del todo, ningún socorro a la vista. Hablaban así creyendo que los Misioneros se habían retirado también al campo. Pero se desengañaron agradablemente y sus alarmas cesaron cuando vieron a los Srs. Leroy y a su cohermano reunirse con ellos, compartir sus peligros pasando las noches en las cárceles sobre las cuales podían caer las bombas. Una caridad tan compasiva impresionó tan vivamente a los esclavos que no cesaban de bendecir al cielo por haberles dado pastores tan celosos, tan intrépidos e incapaces de abandonar el rebaño cuando se encuentra en gran peligro.
» El Señor se contentó con la buena voluntad de los Misioneros en exponer su vida por los esclavos. El bombardeo que se temía no tuvo lugar; los barcos daneses, después de un bloqueo bastante corto e imperfecto, se retiraron «.
A primeros de 1772, el Sr. Leroy cuya salud daba inquietudes fue llamado a Francia. – Mémoires de la Congrégation de la Mission à Tunis et à Alger, t. II, p. 333 à355.
La dirección del seminario mayor de Cambrai confiado ese año a la Congregación de la Misión, se designó al Sr. Leroy superior de esta casa. Su experiencia, sus cualidades y su benevolencia no tardaron en conciliarle la confianza y la estima de los alumnos y de los sacerdotes. El Señor le llamó a sí, el 25 de enero de 1780.







