«También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios; para eso me han enviado. Y anduvo predicando por las sinagogas del país judío». (Lc 4,43-44).
«Más aún, todos y cada uno de sus miembros se atreven a decir con Jesús: ‘Tengo que anunciarles el Reino de Dios; para eso me han enviado». (C 10).
El presente párrafo de las Constituciones, objeto de nuestra reflexión de hoy, hace culminar la vocación apostólica de la Congregación con el deseo explícito de que todos y cada uno de los misioneros proclamen la Buena Nueva, y anuncien el Reino de Dios en todas partes. En la medida en cada uno se esfuerce en predicar el Evangelio, la Congregación podrá decir que es fiel al lema: «El Señor me ha enviado a evangelizar a los cobres».
1. «A nosotros se nos dedica a ello como instrumentos».
En el texto que sigue, San Vicente señala, en primer lugar, la excelencia de la vocación misionera y recuerda, en segundo término, los motivos que inducen al Misionero a continuar la obra de Jesucristo:
«Dar a conocer a Dios, anunciar a los pobres a Jesucristo, decirles que está cerca el Reino de los cielos y que ese Reino es para los pobres. ¡Qué grande es esto! Y el que hayamos sido llamados para ser compañeros v para participar en los planes del Hijo de Dios, es algo que supera nuestro entendimiento… Sí, evangelizar a los pobres es un oficio tan alto que es, por excelencia, el oficio del Hijo de Dios. Y a nosotros se nos dedica a ello como instrumentos por los que el Hijo de Dios sigue haciendo desde el cielo lo que hizo en la tierra… Otro motivo que tenemos para dedicarnos a ello por completo, es la necesidad. Ya sabéis muy bien cuánta es; conocéis la ignorancia del pobre pueblo, una ignorancia casi increíble… Pues bien, viendo Dios esta necesidad y las calamidades que por culpa de los tiempos ocurren ha querido por su gran misericordia poner remedio a esto por los Misioneros, enviándolos para poner a esas pobres gentes en disposición de salvarse». XI 387-388).
2. «Cristo, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo su reino».
Es responsabilidad de los Misioneros, el saber penetrar, dentro de lo posible, en el sentido y contenido de la evangelización, al estilo que Jesús concibió y practicó la obra salvadora. A ello contribuye la meditación y estudio de los rasgos de Cristo evangelizador:
«Cristo, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo un reino, el Reino de Dios; tan importante que, en relación a él, todo se convierte en «lo demás», que es dado por añadidura. Solamente el Reino es, pues, absoluto, y todo el resto es relativo. El Señor se complacerá en describir de muy diversas maneras la dicha de pertenecer a ese Reino, una dicha paradójica hecha de cosas que el mundo rechaza; las exigencias del Reino y su carta magna, los heraldos del Reino, los misterios del mismo, sus hijos, la vigilancia y fidelidad requeridas a quien espera su llegada definitiva». (EN 8).
3. «Sus palabras desvelan el secreto de Dios, su designio y su promesa».
Después de describirnos el documento citado en qué cosiste el anuncio de la salvación liberadora y cómo se consigue a fuerza de grandes sacrificios, expone los medios principales de que se sirvió el Señor para hacer efectiva la salvación de los hombres:
«Cristo llevó a cabo esta proclamación del Reino de Dios, mediante la predicación infatigable la palabra, de la que se dirá que no admite parangón con ninguna otra… Sus palabras desvelan el secreto de Dios, su designio y su promesa, y por eso cambian el corazón del hombre y su destino. Pero El realiza también esta proclamación de la salvación por medio de innumerables signos que provocan estupor en las muchedumbres y que al mismo tiempo las arrastraba para verlo, escucharlo y dejarse transformar por El… Y al centro de todo el signo al que El atribuye una gran importancia: los pequeños, los pobres son evangelizados, se con-vierten en discípulos suyos, se reúnen en su nombre en la gran comunidad de los que creen en El. Porque el Jesús que declara: «Es preciso que anuncie el Reino de Dios en otros pueblos porque para eso he sido enviado» (Lc 4,43), es el mismo Jesús de quien Juan Evangelista decía que había venido y debía morir «para reunir en uno a todos los hijos de Dios dispersos» (Jn 11,52). Así termina su revelación, completándola y confirmándola, con la manifestación hecha de Sí mismo, con palabras y obras, con señales y milagros, y de manera particular con su muerte, su resurrección y el envío del Espíritu de Verdad». (EN 11-12).
- Me ajusto en mis predicaciones a la doctrina y conducta de Jesús, o prefiero exponer novedades, producto de última hora?
- ¿Qué signos acompañan a mi palabra? ¿Destruyo, acaso, con la vida lo que predican mis labios?
Oración:
«¡Oh Salvador! Tú has suscitado una Compañía para esto; la has enviado a los pobres y quieres que ella te dé a conocer como único Dios verdadero, y a Jesucristo como enviado tuyo al mundo, para que, por este medio, alcancen la vida eterna. Esto tiene que hacernos preferir esta tarea a todas las ocupaciones y cargos de la tierra y que nos consideremos los más felices del mundo. ¡Dios mío! ¡Quién pudiera comprenderlo». (XI 388).