ació el P. Ambrosio el día 22 de marzo de 1932 y falleció en Santa Marta (Salamanca) el día 20 de junio de 2014. Tenía 82 años y 62 de vocación.
En el año 1994 se incorporó a la Provincia de Salamanca, proveniente de Venezuela.
En ese mismo año fue destinado a la parroquia de Sta. Luisa de Marillac, en Córdoba, como Vicario Parroquial. Después aparecieron otros destinos: Madrid, Villaobispo, Villafranca del Bierzo; y, por último, la comunidad de la enfermería provincial, en Santa Marta, a la que se incorporó a finales de septiembre de 2012.
Su disponibilidad y generosidad al aceptar los diversos destinos fue su tónica, como ha quedado recogido por los Visitadores.
Venezuela fue para él su segunda tierra, que le cambió no sólo su acento y su forma de hablar, sino, sobre todo, su corazón, entregándose a la gente sencilla por la que apostó y sirvió como misionero paúl. Qué grandeza poder decir al final de la vida de un
compañero que en él se cumplió el fin para el que fue elegido: seguir a Cristo, evangelizador de los pobres. Y para ello, la Congregación puso en sus manos unas herramientas que él supo utilizar a la perfección: la sencillez, la humildad… Podemos decir con alegría, y nos debe llenar de orgullo, que el P. Ambrosio fue, por encima de todo, un misionero paúl, que hizo vida las virtudes vicencianas.
Hoy, damos testimonio al mundo de los valores que articulan nuestras vidas, y gritamos que se puede vivir de otra manera. Que la vida está en Cristo, y que aquel que le sigue no queda confundido, sino que da mucho fruto.
El P. Ambrosio sirvió al Señor, y ahora, en este momento oscuro para el mundo, pero lleno de luz para los que creemos, nosotros tenemos la palabra del Señor que nos consuela y nos llena de esperanza: «El que me sigue se guardará para la vida eterna, y donde esté yo, alIí también estará mi servidor, y mi Padre lo honrará».
P. Ambrosio, gracias por tu vida ejemplar. Nuestras vidas no se deben significar por grandes gestas, sino por tener un corazón capaz de compadecerse y estar al lado del que sufre en las situaciones que la vida nos depara cada día. Se trata de acompañar, de saber ser compañeros de camino de todo aquel que sufre, transmitiéndole esperanza hasta que sus corazones se enciendan de nuevo y puedan ver. En esto consiste la vida del misionero paúl. Para esto nos llama el Señor, este podríamos decir que es el misterio de nuestra vocación: dar la vida por los demás, a ejemplo del grano de trigo.
Alabemos y bendigamos al Señor, un compañero se nos ha ido al cielo. Y lo ha hecho como vivió toda su vida: sin llamar la atención, con sencillez, como un buen paúl. Que el Señor le tenga en su gloria. Descanse en paz.
Anales Madrid, 2014
P. Ambrosio Rodríguez Iglesias, C.M.







