Ozanam, un sabio entre los pobres. 8. El doble desafío

Francisco Javier Fernández ChentoFederico OzanamLeave a Comment

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Author: Madeleine des Rivières · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1997.
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Cinco años han transcurrido desde la llegada de Fede­rico a París. ¿En qué se ha convertido el joven que se pre­sentaba con timidez en casa del gran Ampére, en noviembre de 1831?

Federico tiene ahora veintitrés años, mide, ¿un metro setenta? Los rasgos de la cara se han endurecido, la gran fren­te domina, la curva de la boca se ha suavizado. Ozanam lleva ahora mostacho y barba en collar. La mala vista da un toque misterioso a la mirada gris. El cabello muy negro presenta un aspecto salvaje, casi de abandono; Federico es casi elegante. Toda su personalidad sigue atrayendo… y reprimiendo.

Bajo el punto de vista intelectual, Ozanam se muestra siempre tan sediento de saber. Se le ve en todas partes con un libro en la mano, en su habitación, en los pasillos, inclu­so en la calle. Va de biblioteca en biblioteca, de un librero a una biblioteca callejera, escribe, anota, toma apuntes. Cuan­do se trata de pedir consejo, un parecer, sus amigos le encuentran siempre. Demasiado bueno para negarse, Federi­co ve su tiempo mermado por las entrevistas, las consultas, cuando no son las visitas sorpresa de Chaurand, de Lallier o de Serre.

Los estudios de doctorado son exigentes; Federico se levanta a las seis y media, asiste a una lección y dedica al menos ocho horas a descifrar cuarenta o cincuenta artículos del código. Antes del examen tendrá que repasar unos veinte volúmenes de quinientas a seiscientas páginas cada uno. Las noches son cortas. Ozanam no es el único que trabaja así; Lallier, Serre y Chaurand preparan también el doctorado en derecho. La Perriére, Falconnet y Accarias, la licenciatura.

A pesar de estas obligaciones, Federico sigue siendo fiel a la Conferencia de caridad y visita con regularidad a los pobres. Pero no encuentra en ellos los consuelos que desearía.

«Los pobres, escribe Ozanam a su amigo Curnier, siguen siendo de una frialdad e indiferencia desesperantes. Nos reciben siempre con la misma reserva al cabo de un año que el primer día, se guardarán bien de contradecir una sola palabra que les digamos, pero no por eso cambiarán de con­ducta». Algunos días Federico y sus compañeros preferirí­an ser recibidos a bastonazos, con tal de que algunos se mos­traran más receptivos. «Somos todavía aprendices en el arte de la caridad, añade, deseando llegar con el tiempo a ser operarios hábiles y laboriosos».

En el plan religioso, Federico continúa su apostolado y reza mucho. No deja pasar un solo día sin que se detenga, para una corta visita al menos, en alguna antigua iglesia, sea en Saint-Merry o  Saint-Séverin. Las consignas del gobierno siguen siendo severas en cuanto al culto. Las reuniones pías y las procesiones sólo se toleran fuera de París. Por eso Federico se molesta en escribir unas líneas a algún consocio para convocarle a la procesión del Corpus en Nanterre o en Les Batignolles. Les pide que aprovechen para invitar a sus amigos. «Una carta que cuesta tres céntimos deja más impre­sión en la memoria que unas palabras que no cuestan nada, dice a Pessonneaux. Procura que seáis numerosos. Les Batignolles están a dos pasos de vosotros y para la Sociedad de San Vicente de Paúl será una gran alegría estar al com­pleto ese día».

El examen de derecho que precede a la tesis está pre­visto para el 31 de mayo. Ozanam ve que llega con aprehen­sión. Por solidaridad y para sostener el ánimo de su amigo, Lallier, Balloffet, Serre y Chaurand deciden asistir. Federico debe responder al interrogatorio de seis profesores. Comien­za con dificultad, pero pronto se asegura y defiende bien. Se le conceden tres bolas blancas y tres rojas. «Es buena nota sin ser gloriosa, escribirá a sus padres, al día siguiente de la prueba… vuestro hijo se siente feliz»75. Para recuperarse del cansancio acumulado, Ozanam pasa unos días en el Colegio de Juilly donde acaba de fundarse una nueva revista: l’Uni­versité catholique, en la que colaborará hasta 1845.

En la festividad de san Vicente de Paúl, el 19 de julio, asiste con sus consocios a una misa en la capilla de los Paú­les donde descansa el cuerpo del servidor de los pobres, y por la tarde se juntan en casa de Bailly. Las conferencias cuentan ya con doscientos miembros que visitan a trescien­tas familias. La Sociedad aloja, alimenta e instruye a diez niños pobres, huérfanos por lo general; son «los pequeños aprendices». Personas caritativas prestan su ayuda con sus escudos a esta obra naciente cuyo fin es iniciarlos en el ofi­cio de impresor en los bonitos talleres del Sr. Bailly. Bajo la égida de Le Prévost, algunos miembros de las Conferencias de caridad dan a los niños lecciones de escritura, de cálculo, de catecismo y les enseñan incluso latín ya que algo de latín parecía necesario para ser admitido como corrector o com­positor en las buenas imprentas de París.

Las autoridades eclesiásticas y el gobierno están al corriente de las actividades de la pequeña Sociedad y se muestran satisfechos. Ozanam con todo da importancia, sino al anonimato, al menos a los papeles más humildes para su obra predilecta. «No trates de que te vean sino déjate ver», escribirá claramente a Lallier insistiendo en la necesidad que tiene la organización de permanecer en la oscuridad.

Las conferencias agrupan a miembros de profesiones y oficios más diversos. En ellas se encuentran abogados, médi­cos, estudiantes, naturalmente, dependientes de comercios, empleados de los ministerios, artistas, pequeños comercian­tes y hasta un par de Francia. «Tienen dos cosas en común, precisa Federico, la juventud y la rectitud de intención».

Una vez concluida la prueba de un primer examen, Ozanam tiene que redactar la tesis que se propone presen­tar en el mes de agosto de este año 1836. El joven lleva a la vez los estudios de los dos doctorados, el de derecho y el de letras.

Como tiene previsto regresar a Lyon de manera defini­tiva después de la presentación de su tesis de derecho, s e apresura a reunir durante un mes todos los apuntes necesa­rios para su tesis de literatura sobre Dante, que piensa defen­der en París al año siguiente. Esta preparación a largo plazo le parece lógica y así se lo comunica con ingenuidad a sus padres y también les dice que la fecha de su regreso a Lyon se retrasará bastante.

Este arreglo no parece agradar a su padre. Juan Anto­nio, en carta severa, llama a su hijo al orden y le hace com­prender que es mala cosa perseguir dos liebres a la vez. ¿No había quedado bien claro que Federico realizaría estudios de derecho y que a ellos dedicaría todo su talento y lo mejor de sí? Ozanam se siente profundamente humillado por esta reprimenda; y entristecido se sincera con su madre:

Trasnocho hasta muy tarde, no duermo a gusto, no voy a nin­guna parte donde me invitan, me privo de muchas cosas. En medio de eso y cuando necesitaría ánimos, me ha dolido en el alma recibir muestras de descontento de mi padre. Esas pala­bras pesan mucho en el corazón…

Federico siente la necesidad de expansionarse y de confiar a su madre cómo desearía disipar esta desconfianza de su padre hacia él. Al final de la carta, sin embargo, van unas palabras de agradecimiento, ya que Juan Antonio, a pesar de la reprimenda, no ha señalado a su hijo fecha pre­cisa de regreso.

El 30 de agosto de 1836, Ozanam sostendrá, con éxito notable, sus dos tesis de doctorado en derecho: De interdic­tis, en derecho romano, De la prescripción con objeto de adquirir, en el de francés.

Es difícil imaginarse los sentimientos de Federico des­pués de cinco años de esfuerzos y contradicciones interiores.

El consuelo, la impresión de una misión cumplida están por encima de la propia satisfacción. Sus padres no caben en sí de gozo por el acontecimiento, sobre todo Juan Antonio quien ve para Federico el comienzo de una carrera envidia­ble y brillante. El nuevo doctor vuelve pues a Lyon a media­dos de setiembre y emprende con Alfonso un viaje a pie por Suiza. Visitará también la región de Beaujolais y de Macon donde tendrá el gusto de ser recibido por segunda vez en casa del Sr. Lamartine. El proyecto tocante a la cátedra de derecho comercial va por buen camino, las autoridades tie­nen en mano los papeles que justifican su candidatura, pero la burocracia del siglo XIX, como la de hoy, es pesada y lenta. Hay que armarse de paciencia.

Desde su llegada a Lyon, Federico se dedica con algu­nos consocios a dar impulso al embrión de Conferencia de caridad que existe hace seis meses. No es cosa fácil. Por la ciudad corre el rumor de que jóvenes «lamenesianos», entre los cuales los hay no cristianos, tratan de establecer un monopolio de la caridad. Ozanam y su hermano emplean toda su diplomacia en tranquilizar e informar a la gente sobre el objetivo real de la Sociedad. Con ayuda del párroco de Saint-Pierre, establecen en esta parroquia una primera Conferencia de caridad, y Federico asumirá la presidencia.

Las reuniones se celebran en casa del buen Chaurand, todos los martes. Allí están, como en París, la mesa, el tape­te verde, las dos velas, los bonos, los viejos hábitos. Así se lo cuenta a su amigo Curnier:

Hay muy buena voluntad, hay celo, hay familias socorridas, hay muchos que socorrer, hay lugar para todas las obras de caridad posibles sin que se estorben entre sí.

Tristes sucesos literarios vienen, sin embargo, a ensom­brecer los primeros días de este otoño de 1836. Jocelyn, el libro más reciente del Sr. Lamartine, es llevado al Índice, y la nueva obra de Felicité de Lamennais, Les Affaires de Rome, confirma la ruptura definitiva del joven abate con la Iglesia. Ozanam siente una pena profunda. Se sabe de la admiración que profesa al primero y las esperanzas cifradas en el segundo en el momento de la fundación de 1 ‘Avenir Estas defecciones le hacen pensar… Y exclamará:

Necesitábamos a veces tener ante nosotros a hombres más grandes y mejores, cuyo pie nos abriera camino, cuyo ejem­plo animara y enorgulleciera nuestra debilidad. Nosotros no podemos, jóvenes cristianos, pensar en reemplazar a estos hombres; pero ¿no podríamos compensar esa falta, llenando con el número y el trabajo la laguna que han dejado en nues­tras filas?.

En los meses siguientes, Ozanam comienza a poner en práctica su profesión de abogado. Le vemos pleitear a veces en lo civil, otras en lo criminal. Pone en juego, naturalmen­te, todo su talento…, pero el corazón está ausente.

Federico, no sin humor, se ríe con ganas de sí mismo y de sus laudables ensayos. Así se lo cuenta a La Perriére:

Tendríais que haber oído a un hombre de Estado de veinti­cuatro años pronunciarse con audacia imperturbable sobre las más altas cuestiones del derecho constitucional.

Y en otra parte:

… Me han cumplimentado de veras por mi discurso pero, como bien sabéis, mis pobres palabras tienen esa suerte de obtener felicitaciones a veces, convicciones, casi nunca.

En el mes de marzo de 1837, Federico escribe a Bailly solicitando el privilegio de colaborar regularmente en l‘ Uni­vers. Ozanam tiene la intención de sostener su tesis de doc­torado en letras en París donde tiene previsto pasar tres meses. No querría cargar a su padre los costos de su estan­cia; Carlos cumplirá pronto trece años, le toca ahora a él aprovecharse de la generosidad de Juan Antonio. Ozanam no quiere que por ninguna razón la prolongación de sus propios estudios pese en el porvenir de su hermano menor; desea ganarse la vida lo antes posible.

Así, una vez en la capital, comienza la campaña de los «buenos oficios» para hacer valer su candidatura y promover la conveniencia de una cátedra de derecho comercial en Lyon. Federico llama a unas veinte puertas, visita a los dipu­tados, se busca la ayuda de sus amigos más influyentes. El nombramiento para este puesto depende del Consejo real de Instrucción Pública, y al parecer es necesario persuadir al ministro de la conveniencia de esta cátedra. Uno se imagina lo que representa para Federico, tímido y humilde, esta can­tidad de pasos que tienen un parecido extraño a lo que lla­maríamos hoy «lobbying».

Ya ha transcurrido un mes desde su llegada a París y bien corto es el tiempo que ha dedicado a la preparación de su tesis. Su padre le escribe a menudo y le apremia para que vuelva. Da como razón la salud precaria de María, pero no pierde ocasión de recordarle que la práctica del derecho es mucho más importante que los estudios literarios.

Federico se siente una vez más dividido entre los debe­res de hijo y el objetivo que se ha propuesto. Los tormentos interiores, que se habían apaciguado un poco durante el verano, vuelven más obsesivos que nunca. Ozanam no sabe verdaderamente qué decisión tomar.

Una noticia espantosa le llega de Lyon el 14 de mayo. La antevíspera, después de una visita tardía a los pobres enfermos, el doctor creyendo subir al piso, se precipita por una escalera de sótano. Todo hace creer que la caída puede tener consecuencias graves.

Federico está aterrado. Sin pensárselo dos veces, sale para Lyon. ¡Nunca un viaje le pareció tan largo! Dos o tres etapas con esperas interminables. La falta de detalles sobre el accidente le hace imaginarse lo peor. Federico atraviesa angustias indescriptibles. ¿Llegará a tiempo? ¿Y si su padre se fuera a morir?

Van seis en la diligencia, amontonados e incómodos. Federico no tiene ganas de conversar, pero sí unas ganas locas de llorar como un niño, que debe reprimir. Su padre es el hombre a quien más admira en el mundo y quien le ha dado todo. Ruega, suplica al Señor que le conceda la gracia de la curación, de un plazo. Los caballos para él no van bas­tante rápidos y, sin embargo, en la ventana una nube de polvo le oculta todo el esplendor del verano naciente. El dolor como una marea negra le invade el corazón. ¿Le ha querido lo suficiente? ¿Debería haberle sacrificado sus pro­pias ambiciones, sus estudios literarios? ¡Ah! ¿Por qué ha retrasado su regreso deliberadamente! ¿Y su madre? ¡Qué triste y desamparada debe encontrarse!

¡Por fin Lyon! Federico, pálido y deshecho, franquea el apeadero. Alfonso está allí. Los dos hermanos se abrazan y Federico adivina al momento por la mirada de su herma­no mayor que llega demasiado tarde, que todo se ha con­sumado. En efecto, Juan Antonio no ha sobrevivido más que unas horas a su terrible caída, el tiempo de ponerse en paz con el Señor.

Federico encuentra a su madre llorando y la estrecha largamente entre sus brazos. Carlos, que ha salido de la pen sión por este motivo, se da cuenta, a pesar de su tierna edad, de lo triste de la situación. ¿No se ha quedado sin padre, sin protector y sin la alegría de su juventud? La pobre Guigui no puede ocultar su dolor; al llegar Federico, rompe a llorar. ¿Cómo llenar este vacío? ¿Cómo olvidar a este hombre ale­gre, jovial, lleno de brío, siempre atento a los demás?

Federico se siente de pronto responsable de la familia. Alfonso debe volver a sus predicaciones, y Carlos a sus estu­dios. Se adivina el abatimiento del joven ante el dolor de su madre, que ha perdido para siempre a su querido y tierno «Oza», y ante la pesada carga de los trámites de la sucesión. Juan Antonio ha llevado siempre personalmente los nego­cios, sin informar a nadie de los mecanismos de éstos. Fede­rico debe enfrentarse pues a todos los problemas. Siente que el vacío le penetra hasta el alma y solamente en la oración vuelve a encontrar valor y consuelo. Escribe a su primo:

La vida positiva, responsable, seria que yo no conocía comienza en mí desde ahora; me agobian los negocios. El tiempo vuela, y con frecuencia faltan las fuerzas».

A pesar de todo, Federico, tan vulnerable, tan inexper­to, asume sus responsabilidades. Cuida de su madre, sujeta a frecuentes dolores de cabeza, envía con regularidad artículos a l’Univers y continúa por correspondencia las diligencias emprendidas en París para la obtención de la cátedra en derecho comercial. Parece que en este punto se ve alguna esperanza. Según se dice, los seis organismos que debían aprobarla se han puesto de acuerdo; queda un paso que dar: la decisión del ministro. Ozanam siente cada vez más el imperativo de estrenar el puesto, por eso va a París con reno­vado ánimo en enero de 1838, y realiza de nuevo una serie

84 Carta a Falconnet, 22 de junio de 1837. de visitas para reunir refuerzos a su favor, ya que hay otros dos candidatos en lista.

A su regreso, para redondear el presupuesto, Federico da clases de derecho por semana, dejándole la clientela, según su expresión, mucho tiempo libre. Dos casos en la audiencia, cierto número de consultas gratuitas, un informe de impug­nación, «eso es todo cuanto me ha ofrecido en cinco meses esta digna profesión de abogado, una de aquellas en que uno acaba haciendo mejor fortuna, confía con humor a Lallier85, si no se ha muerto de hambre al principio».

Una doble prueba debía sufrir Federico en esta prima­vera de 1838; se entera de la muerte de dos amigos queridos, consocios de la Sociedad de San Vicente de Paúl, Serre y de la Noue. Una breve enfermedad se los ha llevado con unas semanas de intervalo. Ozanam se siente trastornado.

¡Bien difícil nos resulta hoy imaginar —a la luz de los progresos de la ciencia— la amplitud de los estragos produ­cidos por la enfermedad, en el siglo pasado! La mortalidad infantil alcanzaba proporciones espantosas (basta con recor­dar el número de niños muertos a corta edad en la propia familia de Federico), las enfermedades contagiosas eran con frecuencia fatales, la tuberculosis multiplicaba las víctimas; incluso los embarazos llevaban consigo un fuerte porcentaje de riesgo.

A medida que transcurren los días, el estado de salud de María Ozanam se hace más preocupante. Arthaud, el con­socio médico de Federico, la cree amenazada por una enfer­medad cerebral y dice que se le debe evitar toda clase de emociones. Por eso Federico alquila una villa modesta en l’ile-Barbe, cerca de Lyon, para que pueda beneficiarse del aire puro y de los sencillos placeres del campo.

En noviembre, después de dejar a María al cuidado de Alfonso y de la criada Guigui, Federico va a París para defender su tesis de literatura. Su tesis latina sobre «la fre­cuente ficción de la bajada de los héroes a los infiernos entre los poetas de la antigüedad» está dedicada a su padre. La tesis francesa que se titula: «De la divina Comedia y de la filosofía del Dante», está dedicada al Sr. de Lamartine, a Jean-Jacques Ampére y al abate Noirot.

La prueba tiene lugar ante nueve profesores, el 7 de enero de 1839, con éxito total. Incluso Victor Cousin, futuro ministro de Instrucción Pública, exclama con admiración: «Señor Ozanam, ¡es imposible ser más elocuente que vos!» Ya es Federico doctor en derecho y en letras; el doble desafío se ha logrado con elegancia.

Cuando más claramente se dibujan las oportunidades de lograr una cátedra de derecho comercial en Lyon (no falta más que el asentimiento del ministro), un suceso por demás inesperado llega a perturbar y dividir su pobre corazón. Le ofrecen la cátedra de filosofía del Colegio de Orléans, cerca de París. ¿Qué hacer? Por un lado, se siente atraído por la esencia misma de la cátedra que responde a todas sus aspi­raciones y, por otro, la cátedra de derecho comercial está a punto de serle entregada al cabo de dos largos años de esfuerzo, de tergiversaciones y contratiempos. Y en medio del dilema, María, su madre, flor frágil, difícil de trasplantar.

Ozanam pide algún tiempo para reflexionar. Esta inde­cisión le produce toda clase de insomnios. Por fin, acepta la cátedra de Orléans, pero, desgraciadamente, María, que había consentido en seguirle, se vuelve atrás, y Ozanam se ve obligado a escribir a París para declinar la oferta.

Al fin, el 11 de julio, se entera de su nombramiento definitivo, firmado por el ministro, al puesto de profesor de derecho comercial en Lyon. Se adivina su júbilo y sobre todo su alivio después de tantas inquietudes y esfuerzos renova­dos. La primera lección está prevista para el mes de diciem­bre siguiente. Federico tendrá tiempo de prepararse bien.

Durante el verano de 1839, Ozanam pasará unas sema­nas en París. Vuelve a ver a Bailly, donde se hospeda, a Pes­sonneaux y a Lallier que siguen todavía en la capital. Lallier le informa que se casará pronto, Arthaud acaba de hacerlo en Lyon; Chaurand se casará en unos meses con la hermana de Serre, su consocio fallecido. Es difícil analizar los senti­mientos de Federico ante el anuncio de estos felices sucesos. Se congratula, naturalmente, porque quiere a sus amigos y desea su felicidad, pero, ajeno a cuanto concierne al amor, no los comprende. Para él, intelectual nato, no debería entrar en los planes casarse antes de los treinta o cuarenta años. El hombre debe primero florecer, crear, dar lo mejor de sí mismo antes de «encadenarse» al brazo de una mujer y de fundar una familia. Al enterarse de la boda de Lallier, que acaba de establecerse en una ciudad de provincia, llega a escribir87: «¿No es un suicidio, cuando siendo lo que sois vais a Sens a plantar coles?». El carácter íntegro de Ozanam joven se revela en estos juicios sin rodeos. Esperemos un poco para ver que este caparazón no está libre de fallos… A decir verdad, Ozanam tiene una concepción mezquina de la mujer, encuentra sus conversaciones pueriles y vacías. «Su sensibilidad es a la vez admirable pero su inteligencia es de una ligereza y de una inconsecuencia desesperante…», sigue diciendo. Y sin embargo Ozanam, el erudito que había escri­to a los diecinueve años un largo poema sobre Juana de Arco», no puede ignorar, creemos, a mujeres excepcionales como Madame de Stael, George Sand, y menos aún a Mada­me Swetchine, la amiga de Lacordaire.

Por otra parte, veremos enseguida cómo el futuro se encargará de fundir estas misteriosas reticencias. En el momento de regresar a Lyon, a mediados de agosto, el esta­do de María se altera de suerte que sus hijos llegan a inquie­tarse vivamente. En las semanas siguientes, la fase aguda se suaviza, para dejar paso a una triste realidad: María está ahora casi ciega, pierde la memoria y atraviesa periodos de delirio y de alucinaciones penosas en extremo. Recibe los últimos sacramentos.

Federico se siente desamparado. Su madre, a quien rodea de un verdadero culto, ¡su madre va a morir! No logra imaginarse su vida futura sin la que le inició desde pequeño en las cosas de Dios, que le ha mecido, le ha educado, que ha sido su apoyo y su ejemplo.

El catorce de octubre de este año de 1839, María Oza­nam se extingue en paz, sin agonía, rodeada de sus tres hijos.

Federico experimenta un dolor inmenso, desmedido; la Providencia no obstante le prepara grandes consuelos. El día de los funerales, los pobres que María ha visitado y mimado con tanto cuidado y amor, se dan cita allí. ¡Allí están, diez, veinte, cuarenta! Los amigos de Federico, los de Lyon, algunos de París, los consocios de la Sociedad de San Vicente de Paúl llegan también a mostrarle su simpatía, su amistad. Entonces se hace en él una profunda calma, una especie de paz.

Alfonso se despide de él pronto para volver a su minis­terio, y Carlos regresa a la pensión en el Colegio de los Mínimos. Federico se queda solo con Guigui, que no puede ocultar su pena. Habituada a las tareas sencillas que ocupan la vida de una criada y a los cuidados asiduos y amorosos que prodigaba a su señora hacía meses, pasa largos momen­tos en esa misma ventana desde la que había seguido con la vista tiempo atrás a «su» Federico. El pasado se le presenta a la vez cercano y lejos, cercano por los desgarros recientes que han torturado su pobre corazón, y lejano, ya que, al ver a Federico preparar sus lecciones de derecho en la gran mesa de familia, le parece que el joven ha crecido en un día.

Ozanam, en el curso de estos días de duelo, redobla sus atenciones hacia quien con sus manos ha vendado tantos desgarrones, y ha secado con el delantal tantas veces sus lágrimas de niño.

El 16 de diciembre Ozanam inaugura por fin en Lyon la cátedra de derecho comercial. Escribe a su primo Pessonne­aux:

Una multitud inmensa asistía al discurso de apertura, se han roto puestos y cristales […] Desde entonces, la sala ha estado llena, y caben en ella más de doscientas cincuenta personas.

El rector de la Academia, señor Soulacroix, encantado por el éxito de Federico, desea también ver al joven y bri­llante profesor acumular dos cátedras: la de derecho comer­cial y la de literatura extranjera que debe dejar Edgar Quinet pronto para enseñar en París.

El año 1839 va a finalizar. Para el futuro de Federico y el de la pequeña Sociedad de San Vicente de Paúl de Lyon las esperanzas son halagüeñas. En efecto, en cuanto a la segunda, el clima tempestuoso de los primeros momentos se ha disipado para dejar paso a toda clase de iniciativas nue­vas. Se hacen planes para crear una tercera conferencia: Ozanam y Arthaud organizan clases y una biblioteca para los soldados de la guarnición; La Perriére habla de fundar inclu­so un patronato.

Cuando se aprestan para celebrar con júbilo la boda de Chaurand, el 2 de enero, Federico recibe carta de Sens; Lallier le anuncia el nacimiento de su primer hijo. Ozanam comparte la felicidad de uno y otro. Estos sucesos le inci­tan a la reflexión… pronto cumplirá veintisiete años, ¡y parece mentira!

La mayor parte de sus amigos se han instalado ya en la vida; ¿no le ha llegado el momento de pararse a pensar en otra cosa que no sean sus lecciones y sus fríos ensayos filosóficos?

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