«El Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos a que aprendan el sublime conocimiento de Cristo con la lectura frecuente de las divinas Escrituras» (DV 25).
El que hoy llamamos Oficio de Lectura representa la última etapa de una celebración de plegaria que antiguamente tenía lugar durante la noche, siguiendo el ejemplo de Jesús (Mt 14,23.25; Lc 6,12) y de la Iglesia primitiva (Hch 16,25; 20,7s); y de acuerdo también con los consejos del Señor y de los Apóstoles sobre la necesidad de vigilar y orar en todo tiempo (Mt 26,41; Lc 21,36; Rm 13,11; 1Pe 4,7), noche y día (Lc 2,37; 18,7; Hch 26,7; 1Tes 3,10; 1Tim 5,5; 2Tim 1,3).
No sabemos bien cómo se configuró esta Hora en la antigüedad, ni conocemos en qué medida era frecuente, privada o comunitaria. Pero en la Edad Media era ya una de las Horas más importantes no sólo en el Monacato, sino también en las principales iglesias de Roma, Jerusalén y Milán. Comprendía varios Nocturnos o divisiones, según las vigilias o partes de la noche. Por lo regular, comenzaba en plena noche, antes del canto del gallo, y duraba hasta el alba.
Poco a poco se fue desplazando hasta celebrarse antes de la aurora –matuta-, de donde viene el nombre Ad Matutinum o Maitines, nombre con que ha llegado hasta nosotros. Por cierto que, cuando el clero abandonó la celebración del Oficio en común (siglo X en adelante), apareció la práctica de anticipar los Maitines a la tarde del día precedente. El actual Oficio de Lectura, en esa misma línea, «puede recitarse a cualquier hora del día, e incluso en la noche del día precedente, después de haberse celebrado las Vísperas» (OGLH 59).
1. Significado actual del Oficio de lectura
En las diversas reformas del Oficio Divino, esta Hora ha sido objeto de muchos cambios. Al llegar el Vaticano II, unos recomendaron la abolición de esta Hora, otros proponían sustituirla por una lectura libre de la Escritura, y otros propugnaban que se mantuviera como un Oficio litúrgico, en el que hubiera salmos y se estructurara un curso amplio de lecturas, principalmente de la Sagrada Escritura. Finalmente prevaleció esta última orientación, que implica aspectos notablemente innovadores: «La Hora llamada Maitines, aunque en el coro conserve el carácter de alabanza nocturna, compóngase de manera que pueda rezarse a cualquier hora del día, y tenga menos salmos y más lecturas» (SC 89c).
Oficio de Lectura es nombre que corresponde bien a lo que actualmente viene a ser. Es Oficio, celebración litúrgica, no mera lectura devocional; y de lectura, es decir, de asimilación orante de la Palabra de Dios. En este sentido, como lo antigua lectio divina, es al mismo tiempo lectura y oración.
En la Liturgia de las Horas renovada, esta Hora responde bien a la decidida voluntad conciliar de fomentar en el pueblo cristiano la lectura asidua de la Escritura (DV 25, PO 13), y concretamente de aumentar en la liturgia la Palabra de Dios, es decir, de acrecentarla en importancia, en variedad y en extensión (SC 24,35,51).
En efecto, la base de este Oficio son las lecturas bíblicas, precedidas de salmos, y acompañadas de otras lecturas de Padres u otros autores. Pero se trata de una verdadera celebración litúrgica de la Palabra, en la que a ésta se une siempre la oración:
«La oración debe acompañar «a la lectura de la Sagrada Escritura, a fin de que se establezca un coloquio entre Dios y el hombre, puesto que ‘con él hablamos cuando oramos, y a él escuchamos cuando leemos los divinos oráculos’ (S. Ambrosio)» (DV 25); y por lo mismo, el Oficio de lectura consta también de salmos, de un himno, de una oración y de otras fórmulas, y tiene de suyo carácter de oración» (OGLH 56).
2. La Palabra de Dios en el Oficio de lectura
A) Motivos del uso de la Sagrada Escritura en el Oficio Divino:
La Iglesia fundamenta con claridad la presencia de la Sagrada Escritura en el Oficio Divino, alegando varios motivos:
«La lectura de la Sagrada Escritura, que [a] conforme a una antigua tradición se hace públicamente en la liturgia, no sólo en la celebración eucarística, sino también en el Oficio Divino, ha de ser tenida en máxima estima por todos los cristianos [b] porque es propuesta por la misma Iglesia, no por elección individual o mayor propensión del espíritu hacia ella, sino [c] en orden al misterio que la Esposa de Cristo «desarrolla en el círculo del año, desde la Encarnación y la Navidad, hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectación de la dichosa venida del Señor» (SC 102). Además, en la celebración litúrgica, [d] la lectura de la Sagrada Escritura siempre va acompañada de la oración, de modo que la lectura produce frutos más plenos, y a su vez la oración, sobre todo la de los salmos, es entendida, por medio de las lecturas, de un modo más profundo y la piedad se vuelve más intensa» (OGLH 140).
a) Antigua tradición.
El uso de la Biblia en las asambleas de oración era ya práctica sinagogal judía. En lectura continua de tres ciclos anuales, se leía la Ley (la Torá), primero en hebreo, luego en versión parafraseada en arameo (el Targum). Se hacía también lectura de los profetas y de otros escritos sapienciales. Y se concluía con el canto de los salmos y la recitación del la Tephillah. Como sabemos, Jesús asume y continúa esta costumbre: «Vino a Nazaret, y según costumbre, entró el día de sábado en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura», etc. (Lc 4,14-21). Y la Iglesia primera hereda la misma práctica, añadiendo la lectura de los evangelios y de los escritos apostólicos.
b) Ordenada por la Iglesia.
En el Oficio de lectura la comunidad cristiana, o cada uno de los fieles en la recitación privada, no selecciona los textos de la Biblia que se han de leer según sus gustos o inclinaciones, o a tenor meramente de sus circunstancias concretas, sino que recibe el alimento de la Palabra divina que le da la Madre Iglesia, en orden a la celebración litúrgica, siempre cambiante, del Misterio Pascual. No se trata, pues, de una lectura realizada con criterios predominantemente subjetivos, privados o devocionales, sino que es una celebración continua de la Palabra divina, realizada en un marco litúrgico y mistagógico, que despliega y actualiza eficazmente en los fieles la historia salutis.
c) En orden al misterio litúrgico celebrado.
La presencia de las lecturas bíblicas en el Oficio de lectura podría explicarse bien con sólo recordar aquellas palabras del mismo Cristo a los discípulos de Emaús: «Comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a él se refería en todas las Escrituras» (Lc 24,27). En efecto, todas las Escrituras tienen su clave en el Misterio de Cristo, y por eso, a medida que éste va siendo contemplado a lo largo de los ciclos y fiestas del año litúrgico, cada una de las Escrituras va hallando cumplimiento e iluminación, al mismo tiempo que ellas hacen en la fe inteligible el aspecto concreto del misterio celebrado. De este modo, la presencia de la Biblia en la liturgia hace de ésta una epifanía continuada de Cristo, es decir, una permanente «manifestación de la bondad y del amor de Dios hacia los hombres» (Tit 3,4). De este modo peculiar, por la lectura litúrgica de las Escrituras, Cristo se hace presente a los discípulos, que habrán de decirse: «¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras en el camino nos hablaba y nos declaraba las Escrituras?» (Lc 24,32).
d) Lectura acompañada de oración.
La peculiaridad de la Palabra de Dios en el Oficio Divino, a diferencia de la eucaristía o los sacramentos, es que su proclamación se realiza en forma exclusivamente orante y dialogal. En la Liturgia de las Horas, y especialmente en el Oficio de lectura, la Palabra divina se proclama en medio de la asamblea litúrgica, congregada precisamente para eso, para escucharla y recibirla, para responderla y cantarla en la oración. Este modo orante de leer la Palabra in medio Ecclesiae hace más inteligible las Escrituras, y más profunda y luminosa la oración.
B) El Leccionario bíblico del Oficio de Lectura
El Oficio de Lectura tiene como fin «ofrecer al pueblo de Dios, y principalmente a quienes se han entregado al Señor con una consagración especial, una más abundante meditación de la Palabra de Dios» (OGLH 55), en un clima de oración (56). La elaboración del actual Leccionario bíblico de este Oficio tubo de resolver no pocas dificultades. En principio se proyectó y compuso un Leccionario bienal, que permitiera hacer en dos años una amplia lectura, moralmente completa, de la Biblia. Pero después, por evitar tomos del Oficio Divino demasiado voluminosos, se optó por un curso anual de lectura bíblica, al que obviamente le falta bastante para ser completa. Al mismo tiempo se anunció la preparación de un volumen complementario, el quinto, de la Liturgia de las Horas, en donde se incluiría la lectura bienal (OGLH 145-146). La edición alemana del Oficio Divino y la castellana para algunos países de Hispanoamérica incluyen esta lectura bienal, que finalmente aparecerá en edición típica latina.
Pero consideremos ya los criterios de selección y de ordenación seguidos al elaborar el actual Leccionario bíblico.
Se ha procurado una cierta correlación con el leccionario de la Misa, y así el Nuevo Testamento se lee cada año íntegramente uniendo el Leccionario del Misal y el del Oficio; lo que no sucede con el Antiguo Testamento, del que sólo se lee una selección (OGLH 146). En esta coordinación se ha procurado que entre ambos leccionario no se produjeran coincidencias de lecturas (146).
En la distribución de los libros bíblicos se ha tenido muy en cuenta los tiempos del año litúrgico. En Adviento se lee Isaías, en Navidad parte de Isaías y Colosenses, en Cuaresma Exodo y algo de Números y Levítico, en Pascua selecciones de 1 Pedro, Apocalipsis y Cartas de San Juan. En el Tiempo Ordinario el criterio de selección es más complejo: se incluyen libros del Antiguo Testamento según la historia de la salvación, libros del Nuevo, generalmente en el orden en que fueron escritos, y que no coincidan con las lecturas de la misa (OGLH 152). Y para solemnidades y fiestas se han asignado lecturas propias.
Para dar unidad a cada lectura, a veces hay omisiones de algunos versículos (155).
3. La lectura de los Santos Padres
A) Justificación de esta práctica en el Oficio Divino
El anterior Oficio Divino era bastante pobre en lecturas de los Santos Padres y de otros autores cristianos. Por ejemplo, de 650 lecturas había sólo 24 de los Padres Griegos. Pero la Iglesia, deseosa de conocer, guardar y continuar siempre viva su propia tradición, siente gran aprecio por la lectura de los Padres y de los grandes autores cristianos. Por eso el Concilio decidió que se hiciese de estas lecturas en el nuevo Oficio una más cuidada selección (SC 92b).
«Según la tradición de la Iglesia Romana, en el Oficio de Lectura, a continuación de la lectura bíblica, tiene lugar la lectura de los Padres o de los escritores eclesiásticos… En esta lectura se proponen diversos textos, cuidando de conceder el primer lugar a los Santos Padres, que gozan en la Iglesia de una autoridad especial» (OGLH 159-160). «La finalidad de esta lectura es, ante todo, la meditación de la Palabra de Dios tal como es entendida por la Iglesia en su tradición» (163). «Mediante el trato asiduo con los documentos que presentan la tradición universal de la Iglesia, los lectores son llevados a una meditación más plena de la Sagrada Escritura y a un amor suave y vivo hacia ella» (164). Por otra parte, «la lectura de los Padres conduce a los cristianos al verdadero sentido de los tiempos y de las festividades litúrgicas, les hace accesibles las riquezas espirituales de la Iglesia… y pone al alcance de los predicadores ejemplos insignes» (165).
Los Santos Padres, dóciles al Espíritu Santo que posee la inteligencia de las Escrituras, y meditándolas en función del misterio de Cristo (+Lc 24,45; DV 8,9,12), supieron comentarlas siempre en su dimensión litúrgica y espiritual, bien conscientes de que «toda Escritura está inspirada por Dios y es provechosa para enseñar la verdad, para rebatir el error, para reformar las costumbres, para educar en la rectitud, a fin de que el hombre de Dios esté perfectamente equipado para toda clase de obras buenas» (2Tim 3,16). Por eso el Oficio de lectura viene a ser una participación en esa profunda y luminosa meditación que los Santos Padres, bajo la guía del Espíritu, hicieron de la Palabra divina.
B) El Leccionario patrístico
Al elaborar el actual Leccionario patrístico se han tenido en cuenta algunos
a) criterios positivos:
Procurar textos de gran valor espiritual, en orden a la vida cristiana. Seguir con atención al año litúrgico, con ayuda a veces de sermones y homilías que acentúan su dimensión sacramental y su eficacia espiritual. Presentar junto a los Padres, Doctores de la Iglesia, y páginas del Concilio Vaticano II y de los Papas. Recoger textos sobre la oración y el culto que ayuden para la vida pastoral y para la espiritualidad litúrgica.
b) criterios negativos:
Excluir textos que pudieran resultar problemáticos por su fondo o por sus expresiones: textos que tocan cuestiones teológicas o filosóficas debatidas, o que contienen antisemitismos, moralismos pietistas, alegorismos exagerados, etc.
Siguiendo tales criterios, el Leccionario patrístico, conforme a la tradición romana, suele ir enlazado con la lectura bíblica precedente (OGLH 159). A veces realiza una lectura continuada de ciertos documentos importantes, como las Catequesis de San Cirilo de Jerusalén, el Sermón sobre las bienaventuranzas de San León Magno, o aquel otro Sobre los pastores, de San Agustín, etc. Una frase a modo de título va al inicio de la lectura para favorecer su comprensión.
El actual Leccionario patrístico es una excelente antología de textos cristianos, en la que están presentes Padres y escritores de todas las épocas, de Oriente y de Occidente, y en la que se toca una gran variedad de temas, como se puede comprobar en un Apéndice que va al final de este cuaderno. Además, el Leccionario puede ser complementado por otro Leccionario ad libitum «que contiene una mayor abundancia de lecturas» (OGLH 161) y que, al parecer, será editado conjuntamente con el Leccionario bíblico bianual. Y existe también la posibilidad de que las Conferencias Episcopales añadan otros textos, propios de la tradición patrística local (162).
4. La lectura hagiográfica
A)Significado de esta lectura
La Iglesia siempre ha estimado en mucho la lectura de la vida de los santos, pues en ellos los fieles cristianos encuentran ejemplo y estímulo en el seguimiento de Cristo. Por eso ya en el siglo VIII el Oficio Divino incluye la lectura de las Pasiones de los santos. Pero muchas veces, por falta de conocimientos exactos o de sentido crítico, tales lecturas eran más próximas a la leyenda que a la historia. Por eso en todas las reformas del Oficio Divino se procuró, aunque con poco éxito, mejorar la calidad de estas lecturas. Tal intento sólo iba a lograrse tras la decisión tomada por el Concilio Vaticano II de «devolver su verdad histórica a las pasiones o vidas de los santos» (SC 92c).
«Con el nombre de lectura hagiográfica se designa ya el texto de algún Padre o escritor eclesiástico que o bien habla directamente del Santo cuya festividad se celebra o que puede aplicársele rectamente, ya un fragmento de los escritos del Santo en cuestión, ya la narración de su vida» (OGLH 166).
Las lecturas hagiográficas en el Oficio, como veremos más ampliamente en el capítulo 12, están al servicio del culto litúrgico a los santos, que, tal como lo entiende y vive la Iglesia, tiene un valor muy grande (LG 49-51, SC 8, 1O4, 111). Haciendo memoria litúrgica de los santos, el pueblo cristiano contempla en ellos la fuerza santificante del Misterio de Cristo, da gracias a Dios, que tales maravillas obra entre los hijos de los hombres, ve en ellos exégesis vivas y estimulantes del evangelio, y al mismo tiempo que honra su memoria, acude a su intercesión.
B) El Leccionario hagiográfico
El Concilio Vaticano II, de acuerdo con el sentido crítico de nuestra época, dispuso que en el nuevo Oficio Divino se cuidase especialmente «la verdad histórica de las pasiones o vidas de los santos» (SC 92c). Y ello no era tan fácil de realizar, dado que los procesos de beatificación o de canonización, y por tanto las fuentes documentales más seguras, comenzaron en el siglo XII, cuando la Santa Sede se reservó esta facultad, que en 1558 quedó encomendada a la Sagrada Congregación de Ritos. Se optó, pues, en esta cuestión por una solución doble:
Una breve reseña histórica, con datos ciertos referentes al santo y a su culto, se pone al comienzo del oficio correspondiente.
La lectura hagiográfica, en segundo lugar, se ha elaborado con arreglo a estos criterios: En unas 70 lecturas -la mitad más o menos de las lecturas hagiográficas- es el mismo santo el que habla por alguna página escogida de sus escritos. En unas 30 lecturas se emplean biografías contemporáneas y bien informadas. En lo referente a las Actas de los Mártires sólo se han empleado 4 de las antiguas, documentalmente ciertas, y en otros casos, unos 40, se han tomado escritos de Padres que hablan del mártir concreto o del martirio en general. Por último, de todo el Santoral, en 4 casos se han compuesto lecturas nuevas para algunos santos, con buenas bases históricas.
5. Estructura de la celebración del Oficio de lectura
Este Oficio se compone de una apertura, la salmodia, las lecturas y una conclusión.
a) Apertura de la celebración
Es similar a la de las otras Horas. Pero si el Oficio de lectura se celebra antes de Laudes, entonces tiene un forma más solemne, como corresponde al inicio de todo el Oficio del día. Se comienza con la invocación Señor, ábreme los labios (Sal 50,17). Y en seguida se reza o canta el invitatorio con el Salmo 94, que exhorta a la alabanza del Señor, a escucharle, y a entrar en su descanso (+Heb 3,7-4.16). También pueden usarse en su lugar los salmos 23, 66 o 99, en los que hay una entusiasta invitación a la alabanza.
b) Salmodia
En el Oficio de lectura hay «tres salmos, o fragmentos, cuando los salmos que corresponden son más largos» (OGLH 62). Estos salmos, que a un tiempo son oración y Palabra inspirada, son ya una primera aproximación contemplativa al mensaje de la lectura bíblica. Y por eso son salmos meditativos, de carácter histórico a veces (+104-107), de colorido penitencial los viernes, o de tonalidad pascual los domingos. En las grandes fiestas de Pascua y Navidad los salmos elegidos tienen un uso litúrgico largamente tradicional.
c) Las lecturas
Las lecturas constituyen el cuerpo central de la celebración, y por eso dan el nombre a la Hora. Entre la salmodia y las lecturas se dice el verso, que sirve para enlazar ambas partes. Y en seguida vienen las dos lecturas, que en las Vigilias, al añadir un evangelio, se convierten en tres (OGLH 73).
La primera lectura es bíblica, y se toma generalmente del propio del Tiempo, excepto en solemnidades o fiestas de los santos, en que se toma del Propio de los santos o del Común de los mismos. De este modo, tal como lo desea la Iglesia, se realiza una lectura continua de la Sagrada Escritura, siempre de acuerdo al tiempo litúrgico (SC 51, OGLH 248). Y si tal lectura se debido interrumpir, el texto omitido puede unirse al propio del día (249). Conviene advertir la importancia y valor del responsorio que sigue a la lectura:
«El texto [del responsorio de la lectura bíblica] ha sido seleccionado del tesoro tradicional o compuesto de nuevo de forma que dé nueva luz para la inteligencia de la lectura que se acaba de hacer, ya sea insertando dicha lectura en la historia de la salvación, ya conduciéndonos desde el Antiguo Testamento al Nuevo, ya convirtiendo la lectura en oración o contemplación, ya, finalmente, ofreciendo la fruición variada de sus bellezas poéticas» (OGLH 169).
La segunda lectura es la patrística, o bien la hagiográfica en solemnidades y fiestas de los santos. También lleva responsorio, pero no va tan ligado a la lectura, de forma que deja más abierto el tema posible de meditación (OGLH 170).
c) Conclusión del Oficio
En los domingos, fuera de Cuaresma, en fiestas y solemnidades, y en las octavas de Navidad y Pascua, se recita el Te Deum, himno solemne que despliega una amplia doxología trinitaria, y que sin duda es la mejor coronación de un Oficio de lectura de especial dignidad litúrgica. Este himno, según lo vemos en la Regla de San Benito, ya a comienzos del siglo VI estaba presente en esta Hora.
El Oficio termina con la oración propia del día y con la aclamación Bendigamos al Señor: Demos gracias a Dios.
Según lo que hemos visto, el Oficio de lectura se nos muestra como una celebración comunitaria de la Palabra de Dios por la que, en un clima meditativo de oración, se recuerdan y actualizan litúrgicamente los grandes misterios de la historia salutis, siempre en referencia al Misterio de Cristo. Este Oficio, por tanto, no sólo ha de ser una fuente continua de espiritualidad, y de espiritualidad litúrgica, para quien lo recita privadamente, sino que, celebrado como Vigilia, sobre todo en las grandes solemnidades, puede ser sumamente precioso para la vida de la comunidad cristiana (OGLH 71).
6. Las Vigilias
Las celebraciones nocturnas de oración comunitaria, a ejemplo de Jesús, que «pasaba la noche en oración» (Lc 6,12), remontan a la época apostólica, cuando los cristianos querían imitar a las vírgenes prudentes (Mt 25, 1-13), a los siervos atentos, que esperaban el regreso de su señor (Mc 13,35-36; Lc 12,36-40).
Las Vigilias no son otra cosa que un Oficio de lectura prolongado. Siguen el orden de la celebración de éste, según señala la Liturgia de las Horas, hasta las lecturas, entonces se añaden cánticos y evangelio, según viene indicado en apéndices, después se tiene homilía si conviene, y se termina con el Te Deum (OGLH 73).
Las Vigilias son comienzo de la celebración del domingo y de las grandes solemnidades como Pascua, Navidad, Pentecostés y otras, muy recomendadas a los fieles desde antiguo (70-73). Son distintas en absoluto de las misas vespertinas que permiten el cumplimiento del precepto dominical o festivo. Y en el actual Oficio, conservan el carácter de alabanza nocturna de los antiguos maitines.
7. La Hora Intermedia y las Completas
Al hacer la historia de la Liturgia de las Horas, ya comprobamos la antigüedad de las Horas litúrgicas de tertia, sexta y nona, que, desde bastante antes del nacimiento del monacato, se situaban entre Laudes y Vísperas. En efecto,
«conforme a una tradición muy antigua de la Iglesia, los cristianos acostumbraron a orar por devoción privada en determinados momentos del día, incluso en medio del trabajo, a imitación de la Iglesia apostólica. Esta tradición, andando el tiempo, cristalizó de diversas maneras en celebraciones litúrgicas. Tanto en Oriente como en Occidente, se ha mantenido la costumbre litúrgica de celebrar Tercia, Sexta y Nona, principalmente porque se unía a estas horas el recuerdo de los acontecimientos de la Pasión del Señor y de la primera propagación del Evangelio» (OGLH 74-75).
El Concilio Vaticano II, no queriendo eliminarlas, dispuso que se mantuviesen las tres en el Oficio coral, y que fuera del coro se redujera a una, la más acomodada al momento del día (SC 89e).
Los que celebran las tres Horas diurnas, porque rezan en coro, o por libre voluntad, o con ocasión de retiros espirituales o reuniones pastorales (OGLH 76,78), encontrarán en el actual Oficio Divino los elementos propios de cada Hora, y en cuanto a los salmos, recurrirán a la Salmodia complementaria (81). En cuanto a las comunidades religiosas, especialmente las de vida contemplativa, que a veces desean para estas Horas una salmodia más variada, la Sagrada Congregación del Culto Divino dispuso que las que celebran todos los días las tres Horas menores, en lugar de la salmodia complementaria, pueden usar, exceptuados los domingos, y siempre que al menos dos tercios de la comunidad consienta en ello, los salmos que siguen: A Tercia, los salmos de la Hora media de la semana en curso. A Sexta, los salmos de la Hora media de la semana precedente. A Nona, los salmos de la Hora media de la semana siguiente (Notificación sobre la Liturgia de las Horas para algunas Comunidades religiosas, 6-VIII-1972).
El que dice una sola de las tres Horas diurnas, puede hacerlo en cualquier momento del día, y emplea la salmodia intermedia prevista en el esquema de las cuatro semanas.
La Hora Intermedia, que insiste en procurar la santificación de la jornada entera, estimula la espiritualidad del trabajo, y hace memoria de los momentos principales de la Pasión de Cristo, como puede apreciarse sobre todo en los himnos y en las oraciones conclusivas del Salterio de las cuatro semanas.
Las Completas, por su parte, «son la última oración del día, que se ha de hacer antes del descanso nocturno, aunque haya pasado ya la media noche» (OGLH 84). Su estructura es similar a la de las otras Horas del Oficio, pero ésta ofrece la posibilidad, poco después del comienzo, de realizar al final del día un breve examen de conciencia y un acto penitencial (86). La salmodia es breve, un salmo o dos muy cortos, y está permitido orar todos los días los salmos del domingo (88).
La hora de Completas viene a ser un ensayo diario de la propia muerte. En efecto, es la hora del sueño, y el sueño es imagen de la muerte (+Jn 11,13; 1Tes 4,15). El que duerme se queda inerte, como sin vida, y si el sueño nocturno da fin a la vigilia del día, así la muerte dará fin a esta vida temporal. De este modo, durmiendo, acompañamos a Cristo en el sepulcro, y despertando, participamos de su resurrección (+Or. Viernes). Por eso antes de entregarnos al sueño, oramos: En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu, que es lo que dijo Cristo al morir (Lc 34,46; y Esteban, Hch 7,59; +Salmo 30, Compl. Martes). Y en el mismo sentido, decimos también en el Cántico de Simeón: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz» (Lc 2,29-32).
Completas es una hora íntima, en la que los fieles, rehuyen al Maligno, príncipe de las tinieblas (1Pe 5,8-9; Ef 4,26-27; lect. Martes, Miércoles), y con toda confianza se acogen al amparo infalible del Altísimo y de sus ángeles (Sal 90). El es la Luz, y en su reino «ya no habrá noche» (Ap 22,4-5, lect. Domingo II).
La Hora, concebida como una verdadera celebración, incluye una bendición final, El Señor nos conceda una noche tranquila y una muerte santa. Y termina, dando así fin al curso diario del Oficio Divino, con la antífona a la Virgen María (OGLH 92).
Ficha de trabajo
1. Textos para meditar:
- Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina Revelación, nn. 14-20: Las Sagradas Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento.
- Id., ib., nn. 8-9: La Tradición y los Santos Padres.
- Id., ib., nn. 21 y 25: amor a la Palabra de Dios.
- Id., Constitución sobre la Sagrada Liturgia, nn. 24, 33 y 51: la Palabra de Dios en la liturgia.
2. Textos para ampliar:
- J.A. GOENAGA, Significado de las estructuras de la Liturgia de las Horas, en La celebración en la Iglesia, 3, Salamanca 1990, 429-509.
3. Para la reflexión y el diálogo:
- ¿Qué nos dice el mandato de Jesús: «escrutad las Escrituras, ellas hablan de mí»?
- ¿Con qué actitudes leemos y escuchamos la Palabra de Dios en la liturgia y en particular en el Oficio Divino?
- ¿Qué podemos hacer para conocer mejor a los Santos Padres, sobre todo como intérpretes de la Palabra de Dios?
- ¿Qué representan los santos en nuestra vida? ¿Procuramos conocerlos mejor a través de los testimonios auténticos de su vida y de sus escritos?