«El, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz». (FI 2,6-8).
«Conscientes de que la condición humana es ilimitada, siguiendo la acción salvífica de Cristo que se hizo obediente hasta la muerte y guiados por el Espíritu Santo, obedeceremos gustosos a la voluntad del Padre que se manifiesta de muchas maneras». (C 36).
La obediencia de Cristo es sobrecogedora a la luz de lo que nos dice San Pablo. El Apóstol comprendió bien la sumisión profundísima de Jesús a la voluntad del Padre: «hasta la muerte y muerte de cruz». San Vicente nos recuerda la obediencia, no menos importante, de Jesús a María y a José y a toda autoridad, buena o mala. (RC IV 1).
1. La obediencia suple nuestras limitaciones.
Una razón para aceptar la mediación de la obediencia es el hecho de las limitaciones humanas y espirituales que tenemos para conocer la voluntad de Dios. La obediencia, nos coloca en la mejor situación para superar nuestras debilidades:
Dice Juan Pablo II en la Redemptionis Donum: «Se puede decir que los que deciden vivir según el consejo de obediencia se ponen de modo particular ante el misterio del pecado y el misterio de la justificación y de la gracia salvífica. Se encuentran en este «lugar» con todo el fondo pecaminoso ide la propia naturaleza humana, con todo el «orgullo de la vida», con toda la tendencia egoísta a dominar y no a servir, y se deciden precisamente a través del voto de obediencia a transformarse a semejanza de Cristo, que redimió y santificó a los hombres en la obediencia. En el consejo de obediencia desean encontrar su parte en la Redención de Cristo y su camino de santificación. Este es el camino que Cristo ha trazado en el evangelio, hablando muchas veces de cumplir la voluntad de Dios, de su búsqueda incesante». (RD 13).
2. Obedientes como Jesús a la voluntad del Padre.
La obediencia evangélica que profesamos sólo tiene un modelo convincente, el de Jesús y sólo tiene un gran motivo: el que Jesús fue obediente en grado máximo. Meditemos lo que nos dice Juan Pablo II:
«A través del voto de obediencia, las personas consagradas deciden imitar con humildad de un modo especial la obediencia del Redentor. Aunque, en efecto, la sumisión a la voluntad de Dios y la obediencia a su ley sean para todo estado condición de vida cristiana, sin embargo, en el estado de perfección, el voto de obediencia establece en el corazón de cada uno de vosotros el deber de una particular referencia a Cristo, obediente hasta la muerte. Y dado que esta obediencia de Cristo constituye el núcleo esencial de la obra de la Redención, por eso mismo, al cumplir el consejo de la obediencia, se debe percibir también un momento particular de aquella «economía de la Redención», que envuelve vuestra vocación en la Iglesia. Nace así esa «disponibilidad» total al Espíritu Santo, que actúa ante todo en la Iglesia». (RD 13).
3. «Guiados por el Espíritu Santo».
La voluntad de Dios se manifiesta de manera muy diversa. Se necesita la guía del Espíritu Santo para percibir el querer de Dios y para acatarlo gustosamente. Vale para nosotros lo que el Presbyterorum Ordinis 15 dice sobre la obediencia de los sacerdotes:
«Se ha de contar con aquella disposición de ánimo por la que están siempre dispuestos a cumplir no la propia voluntad, sino la de Aquel que les envió. Porque la obra divina, para cuya realización les escogió el Espíritu Santo, sobrepasa todas las fuerzas y sabiduría humanas: pues eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes (1 Cor 1,27). El verdadero ministro de Cristo, como hombre consciente de su debilidad, trabaja con humildad y discierne lo que agrada a Dios, y como encadenado por el Espíritu es conductor en todo por la voluntad de Aquel que desea que todos los hombres se salven; voluntad que puede descubrir y cumplir en el diario acontecer, sirviendo humildemente a todos los que Dios le ha confiado en el ministerio que se le ha entregado y en los múltiples acontecimientos de la vida». (PO 15).
- ¿Reconozco el valor que la obediencia me ofrece para acertar en las decisiones que debo tomar?
- ¿He meditado seriamente en la actitud obediente de Cristo cuando he tenido dificultades en la obediencia? ¿El ejemplo de Cristo actúa en mí?
- ¿Tengo el hábito de pensar sobre lo que Dios nos quiere decir por medio de los acontecimientos?
Oración:
«Tu gusto, Salvador del mundo, tu ambrosía y tu néctar es cumplir la voluntad de tu Padre. Nosotros somos tus hijos, que nos ponemos en tus brazos para seguir tu ejemplo; concédenos esta gracia. Como no podemos hacerlo por nosotros mismos, te lo pedimos a ti, lo esperamos alcanzar de ti, pero con toda confianza y con un gran deseo de seguirte. Señor, si quieres darle este espíritu a la Compañía, ella trabajará para hacerse cada vez más agradable a tus ojos y tú la llenarás de ardor para ser semejante a ti; y este anhelo la hace ya vivir de tu vida, empeñada en cumplir la voluntad de tu Padre». (XI 456-457).