Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío» (Juan 20.21)
Durante su larguísima y fecunda historia al servicio de los seres humanos, de su salvación, entendida esta última como entera, completa y no únicamente espiritual, la Iglesia extendió el mandato de Cristo que precede a estas líneas, no siempre del mismo modo.
Ciñéndonos a los últimos tres siglos de su historia, que son los que realmente interesan a la intención de presentar este importante texto de Sor María Teresa Candelas, H. C., el vuelco en su interpretación eclesial es realmente formidable. Efectivamente, de una misión que se entiende en la práctica como vinculada exclusivamente a aquellos que han dedicado su vida a seguir los consejos evangélicos con la intensidad de la consagración, el Concilio Vaticano II vuelve a las raíces mismas del Evangelio y nos recuerda que es misión de todos aquellos que, a través del Bautismo, hemos recibido el sacerdocio común y real de Cristo afirmando: «…incumbe a todos los laicos colaborar en la hermosa empresa de que el divino designio de salvación alcance más a más a todos los hombres de todos los tiempos y de todas las tierras. Ábraseles, pues, camino por doquier para que, a la medida de sus fuerzas y de las necesidades de los tiempos, participen también ellos, celosamente, en la misión salvadora de la Iglesia» (Constitución Dogmática Lumen Gentium 33).
Varios siglos atrás, San Vicente de Paúl irrumpe en la vida de la Iglesia suscitando una conmoción profundísima. La visión del Cristo pobre y abandonado, servido desde la secularidad que, aun asumiendo votos anuales, es una auténtica revolución en un mundo que no concebía, en la práctica, la acción de la Iglesia, mas que a través de los sacerdotes (seculares o regulares), ni otra fórmula de vida religiosa femenina que aquella protegida por los muros del claustro. El nacimiento de las Hijas de la Caridad, con aquel espíritu que resumía así San Vicente: «las Hijas de la Caridad no son religiosas sino personas que van y vienen como seglares…», supuso un paso de gigante en una concepción de la responsabilidad de los laicos en la vida de la Iglesia, que retomaría más tarde Federico Ozanam, ya en el siglo XIX, para ser plenamente confirmada su validez y necesidad a la universalidad eclesial, en el Concilio Vaticano II.
De este importante servidor de la Iglesia, Federico Ozanam, escribe una Hija de la Caridad. Las páginas que siguen a continuación, son el resultado de años de trabajo, también de enamoramiento de Federico y de todo lo que él representó, de una hermana de aquella Sor Rosalía Rendu H.C., sin cuya existencia difícilmente se comprendería la historia de las «Conferencias de San Vicente de Paúl» que Federico y sus compañeros fundan en el París de 1833 y que hoy son, posiblemente, el movimiento organizado católico más importante del mundo.
De Federico Ozanam, catedrático, político, padre de familia, seglar comprometido, profundo convencido de la misión de los laicos en la Iglesia, el Padre Jaime Corera C.M. ha escrito: «…que el original espíritu vicenciano podía ser adaptado con cierta facilidad a los cambios radicales de la historia, lo prueba hasta la saciedad el caso de Federico Ozanam. El suyo nos parece el único intento serio llevado a cabo de adaptación afortunada del original espíritu vicenciano a un tiempo social e histórico muy diferente del que le tocó vivir a San Vicente.» De él, de Federico, tratan las páginas a las que quieren servir de presentación estas líneas. Cuando el lector las recorra, le sugiero que las saboree despacio. Que intente situarse en la época histórica que sirve de marco a la vida de aquellos jóvenes fundadores. Pues, si bien Federico es el principal de ellos, de los fundadores, Sor María Teresa nos deja abierto un campo amplísimo en el que se adivina la acción del Espíritu en un grupo eclesial que, en aquella época, no era desde luego «al uso:’ Tendrán aún que pasar muchos años, como antes señalé, para que al menos desde el pensamiento y la regla escrita, la Iglesia admita la posibilidad dinámica de la responsabilidad de los laicos en su vida y escriba líneas tan exigentes en ambas direcciones: hacia la jerarquía y hacia los seglares, como las más arriba citadas de la Constitución Dogmática.
Del deber de los seglares como evangelizadores y no únicamente como sujetos pasivos de evangelización.
Aquel grupo de cristianos comprometidos con su tiempo, con visión profética de su responsabilidad eclesial, recorre todos los campos con su actuación y, singular mente, Federico Ozanam. Hasta tal punto profundiza éste en su denuncia, denuncia de cristiano, que la autora escribe en las páginas que siguen: «…este artículo podría catalogarse dentro de los sermones de un clérigo…» Se refiere al escrito por Federico bajo el título «A las gentes de bien» (publicado en L»Ere Nouvelle, el 15 de septiembre de 1848), que sin duda habría de ser un importante revulsivo para la sociedad de su época.
Aquel grupo de intelectuales cristianos, de cuyo esfuerzo intelectual nacería el Instituto Católico de París, fue capaz de entregarse con responsabilidad, a la cooperación directa en la Historia de la Salvación.
Cuando hoy el mundo sigue caminando y colaborando en la misma historia salvífica, se hace necesario presentar personas no consagradas, mujeres y hombres, de un talante tal que, al margen de su estado civil y profesional, sin reduccionismos, sean capaces de entregarse y contribuir a tan hermosa misión, sintiéndola suya, haciéndola suya y en plena comunión de oración y acción con sus pastores. Potenciando al máximo toda la riqueza de la Iglesia, para decir a los hombres que Dios los ama.
Lo hace perfectamente Sor María Teresa Candelas H.C. al escribir sobre Ozanam. Por ello, a todas las personas de buena voluntad, a todos los que siguen creyendo en la capacidad del hombre para ser mejor cada día, a todos los que tienen a Cristo como modelo de vida, les auguro una feliz lectura. Una lectura que será también oración en el literal sentido de elevar el alma a Dios pues, hablando de Federico, Dios está continuamente presente. En particular, los seglares comprometidos, encontrarán un texto que les abrirá nuevos caminos y convertirán en libro de consulta frecuente.
José Ramón Díaz-Torremocha VIII Presidente de la Sociedad de San Vicente de Paúl en España
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